Golpes en tiempos de agotamiento
No existen fórmulas para encuadrar fenómenos que se nos escapen de los manuales que conocemos
Verónica Rocha Fuentes
Ha pasado un mes desde que una facción militar pretendió romper la democracia nuestra mediante una intentona golpista, una lamentable vez más. Como resultado, a horas del suceso y también durante las semanas siguientes hemos sido testigos de una importante cantidad de reacciones sociales, políticas y también recuentos de datos e información que abonan el escenario sobre el cual deberemos entender este hecho hacia el futuro. A cuatro semanas de la inédita puesta en escena que significó este incidente que se materializó bajo una mezcla de torpeza, zozobra y confusión, algunas certezas quedan sobre la mesa y no son para nada buenas.
Posibilidad. Una primera tiene que ver con la idea de que en aquello erosionado siempre será más posible encontrar espacio para una fractura certera. O, más bien, de que es más fácil (y, por qué no, tentador) proponer la ruptura de algo, cuando se lo sabe fisurado y debilitado. Es el caso de nuestra institucionalidad democrática cuyo debilitamiento crónico se ha venido advirtiendo en demasía desde hace bastante tiempo, habiéndose tornado una situación ya crítica durante este 2024.
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Complejidad. Si, como señala Daniel Innerarity, en este tiempo las democracias se asumen como complejas; un razonamiento causal nos permite inferir que las acciones que atentan contra ella también tienden a complejizarse, sobre todo por la existencia de algunas variables propias de este tiempo. Algunas de ellas se gestan a partir de los procesos hiper-informativos (ruido incluido) que ocurrieron simultánea e inmediatamente al hecho y otras, mediante los posteriores procesos des-informativos, a través de los cuales hemos (re)vivido el aciago momento. El hecho de que la intentona haya sido transmitida en vivo al mundo, no solamente nos habla del sentido de época en el que tienen lugar los oportunistas detractores de la democracia sino que, en nuestro caso particular, nos habla de que estamos en un punto en el que, como señalan los hechos, parece existir mayor reacción y compromiso democrático de las y los camarógrafos, reporteros y periodistas de la plaza Murillo que de las y los propios asambleístas nacionales. Lo cual constituye una buena y una mala noticia. Buena, en tanto que, en este tiempo, perpetrar y consolidar un golpe de Estado es una tarea que difícilmente pasa desapercibida. Y mala, porque nos hemos acostumbrado a banalizar los hechos, pasando del espanto al meme sin tránsitos
Percepción. Es importante apuntar que así como la antipolítica y la posverdad cosechan sus efectos en desvirtuar la idea misma de la democracia, simultáneamente (o más bien como parte de ello) también están afectando la percepción de aquello que no lo es. Esto tiene que ver con la facilidad con la que una buena parte de la población ha optado primero por reírse de lo ocurrido; segundo, por banalizarlo y, finalmente, por extraviar la gravedad del asunto, sea nomeimportismo mediante o sea comprándose entera la hipótesis de un autogolpe.
No existen fórmulas para encuadrar fenómenos que se nos escapen de los manuales que conocemos. Y tampoco existen formas de hacer transitar a las nuevas generaciones por los caminos que otras lo han hecho. No es posible poner en el redil de la vocación (y defensa) democrática a quienes la han reducido a una deuda por cobrar adquirida. No será posible convencer a quienes así no lo vieron, que los hechos acaecidos hace un mes son riesgosos y continúan ocurriendo tras bambalinas. Y tampoco será posible quitar la huella —aún por entender mejor— que dejan en nuestra democracia y en este gobierno.
(*) Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka