Vencer a la muerte
Carlos Villagómez
Una de las pulsiones artísticas mas potentes es vencer a la muerte. Casi todos los creadores aspiran a dispersar el olvido con una obra como testimonio existencial. Semejante lisura es una muestra de egolatría suprema; pero, ya sea pintando, esculpiendo, fotografiando o escribiendo, todos los artistas queremos ser inmortales.
Y esta introducción viene a cuento porque vi dos documentales, radicalmente diferentes, acerca del tema. El primero es Anselm, del cineasta Wim Wenders, que recrea la vida y obra del más importante artista alemán vivo, Anselm Kiefer. El segundo es Baulera 12 de Mira Araoz y Amaru Villanueva (un documental que lo pasaron en la Cinemateca), que testimonia los últimos días del cientista social. En ambos, a pesar de la diferencia del lenguaje visual, del enorme contraste presupuestario y de realización cinematográfica, la motivación es la misma: vencer a la Parca.
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El artista alemán construye, tanto en Alemania como en Francia, delirantes mundos artísticos de proporciones faraónicas. Por su parte, nuestro compatriota Amaru concibió su universo personal en una pequeña baulera de un edificio en La Paz.
Amaru, que trabajó en el Gobierno central, tuvo la sensibilidad de un enfermo terminal y concibió un pequeño museo. Pero, más que un museo, hizo una instalación artística. No eligió un ensayo político, hizo arte con la memorabilia de su vida para canalizar mensajes de amor, familia y comunidad. Acompañado por su pareja, parientes y amigos, llenó los muros de recuerdos y evocaciones de su existencia, y puso al medio una nave espacial que construyó, precariamente, como alegoría de su viaje final. Murió a sus 36 años.
Por su parte, en el bello documental de Wenders, Kiefer representa con tierras, fuego, desechos, óleos o plomo, el espanto que dejó a la humanidad la política alemana y la Segunda Guerra Mundial en el siglo pasado. Es una obra con referencias a la poesía de Paul Celán y la filosofía de Martin Heidegger, plasmada en enormes instalaciones, en imponentes lienzos, y en land art. Kiefer, un workaholic rematado, interviene ahora 80 hectáreas en Barjac con memorias a cuál más tremebunda, pero todas bellamente realizadas.
La primera obra de arte conocida es de Indonesia, tiene 50.000 años; no sabemos quién la hizo, pero venció olímpicamente a la indiferencia. Hoy en día, deseamos que sepan quiénes éramos, qué pensábamos y a quién amábamos. Por esa pulsión, nuestro arte debe ser imperecedero como arte rupestre; así la muerte, que se acuna en la enfermedad, en nuestro deterioro y en tu olvido, será solo una brisa.
(*) Carlos Villagómez es arquitecto