El dilema cruceño: entre el separatismo y la integración plena a Bolivia
Reseña del libro "De cruceños a cambas: regionalismo y nacionalismo revolucionario en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia (1935-1959)" de Hernán Pruden, que se presentará el viernes 2 de agosto a las 18:30 en la Feria del Libro de La Paz (sala Jaime Mendoza, bloque rojo, planta alta).
Fernando Molina
La tesis doctoral de Hernán Pruden sobre Santa Cruz ya había adquirido la condición de legendaria mucho antes de que Dum Dum Editora anunciara la publicación del libro De cruceños a cambas: regionalismo y nacionalismo revolucionario en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia (1935-1959), que pone a nuestro alcance esta tesis en español, con complementaciones que el autor publicó en revistas académicas durante varios años. Se trata, entonces –para ir rápidamente al grano– de una ocasión mayor de la historiografía boliviana.
El carácter extraordinario del trabajo de Pruden se cifra en una virtud: su independencia de los preconceptos y sesgos nacionalistas o regionalistas en el tratamiento de un tema que siempre ha sido estudiado desde el nacionalismo o el regionalismo, en suma, desde la ideología. Esta independencia la debemos al rigor de un historiador profesional, sin duda, pero también a que el autor haya nacido en Argentina (aunque, tras haber vivido ya tantos años en Bolivia, corresponda describirlo, mejor, como argentino-boliviano). En todo caso, Pruden, a diferencia de la mayoría de nosotros, no se formó en las ideologías que analiza: el regionalismo cruceñista y el nacionalismo revolucionario, y esto le permite prescindir de los énfasis provocados por el asombro (fingido o real); lo salva de las maniobras retóricas del victimismo, la animadversión y el encono; y le permite alcanzar un necesario balance.
Con esto no afirmo que este libro sea valioso por lograr ponernos en contacto directo con la realidad, el ideal empirista que inspira a tantos académicos bolivianos. No, este libro se destaca por hacer una síntesis penetrante de los motivos que se esconden detrás de los hechos y de las orientaciones que los actores dieron a sus acciones mientras las realizaban; en suma, por ser una interpretación –eso sí, “justa”– de otras interpretaciones.
También hay que destacar su prosa atrapante y clarísima.
Por las razones señaladas, la obra amerita una reseña mucho más larga de lo que es posible en un formato periodístico. Para superar esta dificultad, haré dos. En esta que el lector tiene entre manos presentaré la primera sección del libro, el debate entre separatistas e integracionistas cruceños de los años 30 en torno a lo que un reciente cabildo cruceño llamó “las relaciones de Santa Cruz con el Estado boliviano”. Esta referencia nos muestra las reverberaciones actualísimas que tiene. Prometo volver a tomar la pluma en un futuro próximo (anticuada y bella expresión que los lectores me disculparán) para describir y discutir el resto del libro.
Durante la Guerra del Chaco, como parte de su propaganda, Paraguay intentó apuntalar los sentimientos separatistas que supuestamente existían en Santa Cruz con una estrategia no del todo desvelada aún, es decir, mediante una pesquisa en los archivos paraguayos (suponiendo que estos existan). Sin embargo, quedaron huellas de estas intenciones a nivel del discurso bibliográfico. Hernán Pruden hace partir sus indagaciones de una obra de 1935 –que volvió a circular hace no mucho, reeditada por una editorial cruceña– titulada Santa Cruz de la Sierra. Una nueva república en Sudamérica, del argentino Enrique de Gandía, un historiador vinculado con Paraguay. Esta obra condujo a Pruden hasta el separatista cruceño Carmelo Ortiz Taborga, colaborador de Gandía. Este estaba exiliado en Salta, tras haber sido condenado a muerte en Bolivia por traición a la patria. Ortiz Taborga también estaba vinculado a otros dos libros separatistas que aparecieron en la época. Santa Cruz de la Sierra, escrito con su asesoramiento por el periodista chileno-paraguayo, Raúl del Pozo Cano, publicado en Asunción. Y Porque fui a la guerra. La independencia de Santa Cruz, de Modesto Saavedra, publicado en Argentina. Puede postularse, entonces, la existencia de un movimiento de la élite cruceña, con conexiones con Paraguay y Argentina, que, aprovechando los tiempos revueltos, daba forma a la idea separatista. Según estos autores, la separación del aborrecido “país del altiplano” estaba en la cabeza de todos los cruceños, pero se resistía a salir a la luz. Algo similar a lo que dijo el alcalde Percy Fernández en un discurso de comienzos de este siglo, cuya grabación en video se hizo viral durante el último paro cívico cruceño (2022): “Nuestros padres murieron con esa ganinga… la de la completa libertad, tan anhelada por nosotros [los cruceños]”, señalaba en él Fernández.
Hernán Pruden muestra que este argumento (es decir, que, en su fuero interno, todos los cruceños acarician el separatismo) es falso, ya que en los años 30 también aparecieron otros tres libros, que clasifica como “integracionistas” respecto a Bolivia: El sentimiento bolivianista del pueblo de Santa Cruz, de Rómulo Herrera; Observaciones y rectificaciones a la “Historia de Santa Cruz de la Sierra. Una nueva república en Sudamérica” de Plácido Molina Mostajo y El “separatismo” de Santa
Cruz, de un joven llamado Lorgio Serrate. Los dos primeros vieron la luz en Santa Cruz y el tercero en el exilio. Estas obras querían que los cruceños, que consideraban abandonados y sojuzgados por el gobierno boliviano, fueran finalmente reconocidos y atendidos por este, en la misma línea del Memorándum de 1904, escrito también por Molina Mostajo junto con otros dos miembros de la élite cruceña, Benjamín Burela y Cristian Suárez Arana, y que se ha clasificado como el documento fundacional del integracionismo cruceño. La posición de estos autores frente a Bolivia tenía causas mixtas: mitad patrióticas (el vínculo legal en los tiempos coloniales y la gesta común por la independencia de España) y mitad pragmáticas (los mercados naturales de Santa Cruz no estaban en otra parte que al occidente).
Como dijimos, el panorama que presenta Pruden es más balanceado de lo que piensa el nacionalismo colla (“todos son separatistas”) o el regionalismo cruceñista (“todos somos separatistas”). En esta época –y nos atreveríamos a decir que en todas– hay, en la élite cruceña, una constante tensión entre ideas centrífugas e ideas centrípetas respecto de Bolivia.
El equilibrio dentro de esta polarización es frágil. Pruden muestra que los roles de unos y otros podían trastocarse. Los integracionistas no descartaban la separación de Bolivia, solo que en una segunda etapa y si el Estado no tomaba las medidas que ellos demandaban. Por otra parte, los separatistas veían tal separación como un futuro remoto.
Además, tanto integracionistas como separatistas partían de una misma base: la diferenciación étnico-racial de los cruceños respecto al resto de los bolivianos, ya planteada por René-Moreno en su tenebroso Catálogo de los Archivos de Moxos y Chiquitos (1888) y que algunos cruceños siguen defendiendo en la actualidad, aunque con disimulo. Los integracionistas subrayaron con intensidad esta diferenciación al rechazar la propaganda separatista de Asunción, que quería que los cruceños fueran mestizos guaraníes, como los paraguayos. Esta posibilidad, en cambio, no era tan grave para los separatistas, que anteponían las razones políticas a los pruritos racistas. Para los integracionistas, los cruceños eran españoles, a secas.
Aunque Pruden no lo menciona, me parece conveniente recordar que René-Moreno, en la obra ya citada y en su Nicomedes Antelo de 1880, defendió que el pueblo cruceño se veía a sí mismo como blanco, descendiente directo de españoles y muy diferente de los habitantes del “Alto Perú”, es decir, de las tierras altas. Según René-Moreno, en el altiplano el mestizaje tenía un carácter pernicioso, porque los rasgos indígenas perduraban fuertemente en él. En cambio, el mestizaje entre cruceño y chané o entre cruceño y guaraní, sin ser la mejor opción (pues la mejor opción era la conservación de la raza española), tenía efectos menos recesivos que el mestizaje “altoperuano”, ya que, por alguna razón no determinada, los elementos blancos de la mezcla se imponían sobre los indígenas y estos últimos desaparecían en dos generaciones. Los mestizos cruceños se volvían, entonces, o habría que decir que renacían, españoles.