Venezuela, ¡el deber es hoy!
Los ojos están puestos en ellos y deben mostrarse más democráticos, más transparentes, salir de las sospechas
Susana Bejarano
Estas elecciones en Venezuela significan mucho. Después de una década, la oposición y el oficialismo se han vuelto a enfrentar en las urnas y los resultados han tenido efectos, tanto por izquierda como por derecha, en toda la región.
Un día Venezuela fue el faro de la izquierda latinoamericana. 25 años después —como es normal— las cosas han cambiado; hoy Venezuela es más bien “la prueba de que los gobiernos de izquierda no funcionan”, de que el “socialismo no ha hecho otra cosa que traer miseria”. La oposición al progresismo casi agradece el gobierno chavista de Venezuela, porque le permite usar la migración de más de seis millones de venezolanos para defenestrar a la izquierda en todos los espacios, sin compadecerse realmente de la situación que atraviesan estos ciudadanos.
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Lo curioso es que la derecha, que usa esas retóricas en su campaña electoral, cuando le toca gobernar empeora las peores condiciones de estos migrantes. No culpan a Nicolás Maduro, sino a la gente que huyó de él, de los problemas de seguridad o empleo dentro sus países, que fueron generados por sus propias políticas públicas. Le ponen mucha energía en la estigmatización de esta gente.
La situación de Venezuela llevó a que muchas fuerzas progresistas tomen distancia del régimen de Maduro. No se trata solo de un cálculo electoral, cada vez resulta más difícil defender ideológicamente al chavismo.
Venezuela no solo está en esta situación por el bloqueo económico irracional, aplicado por los EEUU, que ha empobrecido aún más a la sociedad que supuestamente quiere “liberar”. Las decisiones que tomó el gobierno sobre su economía, la destrucción de la industria, una corrupción que sonroja a cualquier persona decente, un debilitamiento del sistema educativo y de salud, y de las instituciones democráticas, tienen un importante papel. La aplicación de formas autoritarias como modo de gobierno. Las alianzas con la burguesía vieja y nueva para sostenerse en el poder. Poner al Ejército a gobernar… Todo esto ha sido también el chavismo. Las lealtades aún vigentes de una gran parte del pueblo venezolano están siendo mal pagadas con decisiones gubernamentales francamente peleadas con el espíritu de la revolución chavista.
En tal contexto, la polarización se adueña del espacio político. Por tanto, sin importar lo que en realidad haya sucedido en Venezuela en las elecciones del domingo 28 de julio, las narrativas ya estaban instaladas mucho antes: para el chavismo, ellos ganarían con 4 o 5 puntos de diferencia. Sería una elección mucho más peleada y que requeriría “conciencia de patria”. La oposición sostenía que su victoria se realizaría con más del 20% de los votos de diferencia. En caso de que tal victoria con esos “aplastantes” números no fuese reconocida, “convocaban a la comunidad internacional a denunciar el fraude perpetrado por el régimen”. Los escenarios de ambos bandos estaban previamente dibujados.
Son pocas las voces como la del presidente colombiano, el izquierdista Gustavo Petro, que han puesto paños fríos a la situación, intentando reflejar la complejidad de la realidad. Son pocas las voces que reconocen a las partes en sus debilidades, en sus aspiraciones, en sus ideologías.
Aunque no les guste a los detractores de Maduro o, peor aún, aunque sean incapaces de verlo, el chavismo es una fuerza política real, existente, representativa de muchos sectores populares que sienten que le deben mucho al partido de gobierno y que en efecto han salido, han votado por Maduro y hoy marchan defendiendo su voto.
Por otra parte, el chavismo ha negado con insistencia que la oposición es una fuerza política real. La verdad es otra. La oposición no está creada por fuerzas externas ni es un invento del imperio. Convoca a venezolanos que se oponen al régimen y sus líderes han tenido que soportar castigos durísimos y muy poco democráticos por ser opositores.
Ante la compleja situación que hoy vive la Tierra de Gracia, la izquierda, es decir, el movimiento chavista, tiene una enorme responsabilidad con su país pero también con América Latina. Los ojos están puestos en ellos y deben mostrarse más democráticos, más transparentes, salir de las sospechas, quitarse la mochila del autoritarismo que les pesa y, por su culpa, también a toda la izquierda que acompañó al chavismo lealmente.
Hoy Maduro tiene la responsabilidad de mostrar las actas del acto electoral. No porque los gobiernos de la derecha intervencionista y poco piadosa así lo reclamen, sino porque de esa manera pacificará su país, que hoy merece verdad, merece respeto y merece paz. Lo debe hacer, porque de esa forma la izquierda se limpia, se baña de en transparencia, en legitimidad, y no porque así lo exijan los inmorales de siempre, sino porque así debe ser.
LA RAZÓN da la bienvenida a nuestra nueva columnista Susana Bejarano Auad. Tenemos la certeza de que sus opiniones enriquecerán la pluralidad de visiones que habitan estas páginas. Sus textos se publicarán cada 15 días. Esta casa periodística sigue creciendo.
(*) Susana Bejarano Auad es politóloga y periodista