Voces

Saturday 14 Sep 2024 | Actualizado a 03:59 AM

Venezuela, ¡el deber es hoy!

Los ojos están puestos en ellos y deben mostrarse más democráticos, más transparentes, salir de las sospechas

Susana Bejarano

/ 6 de agosto de 2024 / 07:36

Estas elecciones en Venezuela significan mucho. Después de una década, la oposición y el oficialismo se han vuelto a enfrentar en las urnas y los resultados han tenido efectos, tanto por izquierda como por derecha, en toda la región.

Un día Venezuela fue el faro de la izquierda latinoamericana. 25 años después —como es normal— las cosas han cambiado; hoy Venezuela es más bien “la prueba de que los gobiernos de izquierda no funcionan”, de que el “socialismo no ha hecho otra cosa que traer miseria”. La oposición al progresismo casi agradece el gobierno chavista de Venezuela, porque le permite usar la migración de más de seis millones de venezolanos para defenestrar a la izquierda en todos los espacios, sin compadecerse realmente de la situación que atraviesan estos ciudadanos.

Consulte: Lo que deja la reunión del TSE

Lo curioso es que la derecha, que usa esas retóricas en su campaña electoral, cuando le toca gobernar empeora las peores condiciones de estos migrantes. No culpan a Nicolás Maduro, sino a la gente que huyó de él, de los problemas de seguridad o empleo dentro sus países, que fueron generados por sus propias políticas públicas. Le ponen mucha energía en la estigmatización de esta gente.

 La situación de Venezuela llevó a que muchas fuerzas progresistas tomen distancia del régimen de Maduro. No se trata solo de un cálculo electoral, cada vez resulta más difícil defender ideológicamente al chavismo.

Venezuela no solo está en esta situación por el bloqueo económico irracional, aplicado por los EEUU, que ha empobrecido aún más a la sociedad que supuestamente quiere “liberar”. Las decisiones que tomó el gobierno sobre su economía, la destrucción de la industria, una corrupción que sonroja a cualquier persona decente, un debilitamiento del sistema educativo y de salud, y de las instituciones democráticas, tienen un importante papel. La aplicación de formas autoritarias como modo de gobierno. Las alianzas con la burguesía vieja y nueva para sostenerse en el poder. Poner al Ejército a gobernar… Todo esto ha sido también el chavismo. Las lealtades aún vigentes de una gran parte del pueblo venezolano están siendo mal pagadas con decisiones gubernamentales francamente peleadas con el espíritu de la revolución chavista.

En tal contexto, la polarización se adueña del espacio político. Por tanto, sin importar lo que en realidad haya sucedido en Venezuela en las elecciones del domingo 28 de julio, las narrativas ya estaban instaladas mucho antes: para el chavismo, ellos ganarían con 4 o 5 puntos de diferencia. Sería una elección mucho más peleada y que requeriría “conciencia de patria”. La oposición sostenía que su victoria se realizaría con más del 20% de los votos de diferencia. En caso de que tal victoria con esos “aplastantes” números no fuese reconocida, “convocaban a la comunidad internacional a denunciar el fraude perpetrado por el régimen”. Los escenarios de ambos bandos estaban previamente dibujados.

Son pocas las voces como la del presidente colombiano, el izquierdista Gustavo Petro, que han puesto paños fríos a la situación, intentando reflejar la complejidad de la realidad. Son pocas las voces que reconocen a las partes en sus debilidades, en sus aspiraciones, en sus ideologías.

Aunque no les guste a los detractores de Maduro o, peor aún, aunque sean incapaces de verlo, el chavismo es una fuerza política real, existente, representativa de muchos sectores populares que sienten que le deben mucho al partido de gobierno y que en efecto han salido, han votado por Maduro y hoy marchan defendiendo su voto.

Por otra parte, el chavismo ha negado con insistencia que la oposición es una fuerza política real. La verdad es otra. La oposición no está creada por fuerzas externas ni es un invento del imperio. Convoca a venezolanos que se oponen al régimen y sus líderes han tenido que soportar castigos durísimos y muy poco democráticos por ser opositores.

Ante la compleja situación que hoy vive la Tierra de Gracia, la izquierda, es decir, el movimiento chavista, tiene una enorme responsabilidad con su país pero también con América Latina. Los ojos están puestos en ellos y deben mostrarse más democráticos, más transparentes, salir de las sospechas, quitarse la mochila del autoritarismo que les pesa y, por su culpa, también a toda la izquierda que acompañó al chavismo lealmente.

Hoy Maduro tiene la responsabilidad de mostrar las actas del acto electoral. No porque los gobiernos de la derecha intervencionista y poco piadosa así lo reclamen, sino porque de esa manera pacificará su país, que hoy merece verdad, merece respeto y merece paz. Lo debe hacer, porque de esa forma la izquierda se limpia, se baña de en transparencia, en legitimidad, y no porque así lo exijan los inmorales de siempre, sino porque así debe ser.

LA RAZÓN da la bienvenida a nuestra nueva columnista Susana Bejarano Auad. Tenemos la certeza de que sus opiniones enriquecerán la pluralidad de visiones que habitan estas páginas. Sus textos se publicarán cada 15 días. Esta casa periodística sigue creciendo.

(*) Susana Bejarano Auad es politóloga y periodista

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¿Un masismo sin masistas?

Lo que tiene que pasar es que el masismo se libere del adjetivo ‘masista’ y toda su carga negativa

Susana Bejarano

/ 20 de agosto de 2024 / 07:15

El MAS sigue siendo la fuerza política más importante del país; desde hace 20 años es el centro de la política boliviana. Sus logros han sido aplaudidos hasta por furiosos antimasistas que en su tiempo político fueron incapaces de hacer lo que el MAS logró: transformar las necesidades del pueblo en políticas públicas.Con el MAS, las grandes mayorías tuvieron un instrumento que les posibilitó ser gobierno y que les aseguró algo por primera vez: ciudadanía.

¿Pero qué pasó? Hoy estamos ante un MAS amputado de sentido crítico: ¿Por qué la gente lo sacó en 2019? ¿Por qué el movimiento popular no tuvo capacidad de respuesta al movimiento reaccionario de entonces? ¿Se lo han preguntado los masistas? ¿Se lo han respondido? No.

Vea: Venezuela, ¡el deber es hoy!

Es más, a quien intente dar una explicación a estas cuestiones que vaya más allá de las teorías de la conspiración, de inmediato, en un gesto antidemocrático, se lo señala como traidor.

Aquí plantearé una hipótesis. Pasado un quinquenio de su gestión, el MAS empezó a proyectarse hacia la eternidad; pero, ¿qué es lo eterno? Solo los dioses son eternos, no el gobierno masista, que debía ser un hecho democrático, no un habitante del Olimpo. La idea alevosa de quedarse 500 años solo pudo conducir al MAS a la irrealidad y al autoritarismo.

Esta idea “masista” de un gobierno que se apoderaba del Estado no es accesoria, sino sustancial. La gran crisis interna nació ahí: de la idea de que el Estado es para los masistas y los cargos importantes del Estado para los dirigentes, ad eternum. “Solo puede ser funcionario el que tiene carné partidario», práctica que copió, pero al revés, el régimen de Áñez, y que hasta el presente ha dado lugar a listas negras y de todos los colores. Una idea/práctica que, además de ser inaplicable, está cobrando una factura muy fuerte en la percepción ciudadana.

Pensar que solo es Evo Morales quien se aferra a la candidatura perpetua es un error; no se trata de un comportamiento individual, está pulsión se extiende a toda la cúpula, por ejemplo a furiosos exministros que creen que deben volver a los ministerios porque solo ellos pueden hacer que funcionen bien. O dirigentes sociales que se reservan plazas en la función pública “porque les pertenecen” (y porque les son rentables). Los cargos legislativos cuoteados para las organizaciones, que nos han traído a la peor composición parlamentaria de la historia. Entonces, son muchos los que no dan paso a la renovación. Ni siquiera se compadecen de sus propios cuadros, ni antes, ni ahora. De gente que se formó en las escuelas que crearon, que hizo caso al llamado de formarse y prepararse para dirigir el Estado. Están fuera.

¿Qué tendría que hacer el masismo? Lo que tiene que pasar es que el masismo se libere del adjetivo «masista» y toda su carga negativa.

El masismo es el impulso, la voluntad de liberación, el hálito del oprimido que ascendió a la igualdad con una nueva Constitución escrita por él mismo (¡qué bella realidad la que se ha lastimado!)

El masismo es la autogestión desde el Estado de los recursos naturales que empieza con la nacionalización y tiene como fin la industrialización. Lo que tiene que hacerse es defender con argumentos políticos, morales y sobre todo económicos, la nacionalización.

En cambio, hoy el adjetivo «masista» nomina a una burocracia empoderada, cínica, aferrada a las instituciones, tolerante a la corrupción.

¿Se puede vivir el «masismo» sin ser «masista»? De hecho, sí: toda la fuerza transformadora y creativa de los primeros años de gobierno vino de ese «masismo» (cuyo otro nombre puede ser nacionalismo de izquierda, aunque también podría ser dignidad nacional).

El «masista» aparece un poco más tarde, cuando ya se deja de luchar por la emancipación y se da paso a la lucha por el poder, a las purgas, a la convivencia con hechos intolerables como el TIPNIS, que nos quebraron moralmente.

El masismo es el camino de la liberación y, principalmente, el modo esperado por siglos para alcanzar justicia social. Pero ha sido desplazado por la aparición del comportamiento «masista», que empezó a generar corrientes que derivaron en “alas” que actúan a ciegas para destruirse una a la otra, prohibiendo de facto la reflexión política, la crítica y la autocrítica de las que tanto se habla en las teorías de izquierda.

El proceso dejó de trabajar con componentes históricos, que fueron los que los llevaron al MAS a ser hegemónico, y se concentró en el encumbramiento de personas.

Es urgente detener la autofagia del MAS, del movimiento popular y de la mayor fuerza política de la historia. Hay que dar paso a la reflexión política sobre lo que se quiere en adelante; asumir los errores propios sin encontrar culpables externos; dar paso a la regeneración del movimiento político desde lo moral; pensar que los tiempos políticos personales pueden tener fin y dar paso a nuevos cuadros, a nuevas ideas, de forma honesta y generosa.

El MAS debe poder construir nuevamente su horizonte. Debe ajustarse a una realidad en crisis, actuar en el marco de la modernidad sin dejar de lado sus ideas políticas. El MAS tiene una responsabilidad con la historia, con la lucha por los derechos, con la emancipación…

(*) Susana Bejarano Auad es politóloga y periodista

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