Apostando en la cornisa
Los actores políticos parecen seguir teniendo una confianza casi ciega en su capacidad para solucionar los problemas con golpes de efecto. Mientras más grande es el problema, más desmesurado es el conejo que sacan del sombrero para aturdir al espectador. A veces funciona, en otras solo posterga e incluso acelera el descalabro.
Hay que reconocer, para empezar, que finalmente el Gobierno decidió salir de la inercia en la que se encontraba desde hace unos meses. Quizás porque ya no tenía otra opción, había que enfrentar la brutal ofensiva especulativa sobre el dólar, la oleada de conflictividades oportunistas, la parálisis legislativa y la desvalorización acelerada de la imagen del primer mandatario.
El anuncio de un nuevo diálogo con los empresarios, el desdoblamiento del precio de la gasolina y el lanzamiento del triple referéndum le permitieron ocupar el espacio y recobrar la iniciativa. No obstante, como ya es costumbre, bastó unas horas para que todo se enrede, mostrando lo inestable que es la política basada únicamente en lo discursivo y la consabida ineptitud comunicacional del oficialismo.
Por lo pronto, casi tablas con algunos puntos en favor del Gobierno. Sin embargo, el juego sigue, plagado de incertidumbres debido a que el engendro parece demasiado artificial y porque persiste en los dos errores que vienen horadando, desde hace dos años, al gobierno de Arce: toda su estrategia se obsesiona con la eliminación electoral, a cualquier costo, de Evo Morales y sigue incurriendo en una subestimación de los problemas de la economía.
Sacar a Evo de la papeleta electoral es la única cosa clara del referéndum, pero sin darse cuenta que eso no garantiza que Arce pueda lograr su anhelada reelección y ni siquiera un fin de mandato en buenas condiciones. A medida que la economía se va desquiciando y el fastidio social aumenta, su sobrevivencia depende cada vez menos del futuro de Morales.
Aún más, a esta hora, la ruta abierta por el discurso presidencial está entrando en terreno brumoso: nadie sabe qué se preguntará exactamente y cómo será convocado con un mínimo de legalidad y legitimidad. Es decir, si se pensaba generar certidumbres, reconstruir una coalición que apoye al oficialismo y animar a la gente a votar, la cosa empieza mal.
Meter a los autoprorrogados como principales garantes del proceso, es audaz considerando que su credibilidad está destruida entre la mayoría de actores políticos y la ciudadanía. Alguien me dirá que eso no afecta porque al final hay que acatar la ley por más que sea “avalada” por operadores inescrupulosos, pero el problema es que luego la misma gente, descreída y emputada de tanto abuso, es la que tiene que votar de cierta manera para que el Gobierno gane algo.
Lo insólito es que ni siquiera está aún muy claro cuál es la combinación que le permitiría al Gobierno proclamar su éxito si el referéndum se realiza: ¿jubilar a Evo Morales?, no es lo mismo si se logra con 80%, 60% o 51% de votos; ¿aprobar o rechazar la subvención?, para empezar, habría que saber qué desea el Gobierno que se vote; eso sin mencionar el temita de los escaños que es la cuestión más tonta de las tres.
Mientras tanto, el anuncio está electoralizando el campo político, adelantando las maniobras de unos y otros, reviviendo a algunos actores, como los cívicos, alentando a los oportunistas para cobrar cuentas a cambio de votos y un largo etcétera de horrores.
Parece poco probable que en semejante torre de Babel aparezca la calma política que se requiere para estabilizar el escenario cambiario y de precios, a no ser que suceda un milagro en el diálogo con los empresarios. Por lo pronto, superado el episodio cambiario histérico con un dólar que aumentaba un boliviano cada día, el problema económico de fondo no tiene visos de solucionarse, quizás de atenuarse si el Gobierno finalmente se adecua a la realidad.
Por tanto, no es muy probable que lleguemos tranquilos a fin de año y al posible referéndum, lo cual inevitablemente genera incentivos para que ese evento se transforme en el momento ideal para juzgar a Arce y su gobierno. Para eso, bastará que las oposiciones sepan cómo resignificar las respuestas a la consulta con mala leche y creatividad, precipitando, si lo logran, incluso un final anticipado de la partida. Hagan sus apuestas.
Armando Ortuño es investigador social.