Voces

Sunday 15 Sep 2024 | Actualizado a 16:55 PM

El vuelo de Garibay

/ 11 de agosto de 2024 / 00:39

Héctor Garibay perdió el vuelo más importante: Bogotá-París.

Este orureño corrió ayer sábado desde las 02h00 (hora boliviana) en la prueba de Maratón de Los Juegos Olímpicos de París. Sus capacidades físicas son innegables y sus éxitos internacionales nos hicieron sentir que la apuesta tenía que estar en este caso tan atípico con más firmeza que en una cuestionada selección de fútbol. Sin embargo, Bolivia perdió el vuelo de retorno de París, el vuelo de la esperanza. Pensamos que éramos una diva de 90-60-90 y el espejo francés nos reflejó un 60-60-60. No escuchamos mal, puesto 60.

El tiempo previo a este resultado trajo hechos, detalles, sentires que no son menores. El fondista en cuestión apareció hace poco en nuestras pequeñas pantallas como un llanero solitario y triste. Reveló que entrena solo, que se plantea desafíos solo y ha expuesto hace poco en redes sociales que se siente triste, que se siente incómodo. Hizo referencia a la falta de entendimiento con una persona cuyo nombre no menciona. El domingo ya varios medios comentaban un extenso y poco claro texto en sus redes. Todo esto a pocos días del gran día. Lo que vino después fue todavía menos claro para un gran pedazo del país que estaba pendiente del deportista orureño que nos hizo soñar en rojo, amarillo y verde. Resulta que nuestro líder olímpico desfiló en la majestuosa inauguración de los Juegos Olímpicos pero después abordó un par de vuelos de retorno al país. ¿En serio? Dicen algunas notas periodísticas que se trató de razones ligadas a su entrenamiento. ¿En serio? También dijeron en medios que perdió su vuelo en Bogotá porque, según informó su grupo de apoyo, el atleta necesita alimentación especial y la estaban preparando en un restaurante. En esa espera de la comida no se percataron de que perdían el vuelo. ¿En serio? Se dice también que Garibay cumplió con sus horas de entrenamiento en la misma Bogotá para no perder tiempo. ¿En serio? Nuestro abanderado nacional sí sabe cómo ponernos nerviosos.

Esito sería por ahora. Garibay es una caja de sorpresas y el futuro es, como todo en el país, incierto. Por ahora solo es posible mirar hacia el pasado, para mirar hacia algún lado. El camino de vida que le tocó re/correr a Héctor tiene su épica particular y los medios la contaron vagamente. Héctor no es un atleta que entrena desde su tierna juventud. No nació en el Olimpo. Detrás del apellido Garibay está el apellido Flores; al lado de sus 36 años está su tamaño, un metro con 60 centímetros; delante de él, las circunstancias pusieron un volante de taxi. Lo que más se sabe de él es que el 2022 fue el tiempo de brillar en Asunción, el 2023 el logro se labró en Sevilla y se terminó de deletrear en México. Sin embargo, los éxitos del “atleta taxista” no comienzan con estas ciudades, comienzan en el país y todavía más atrás en el tiempo. Los logros de Héctor son la siembra de su familia, como en el caso de tantos de nosotros. En el caso de este “Puma Andino”, la siembra comienza en Totoral.

La altiplánica localidad de Totoral está en el municipio de Pazña de la provincia Poopó en el departamento de Oruro. 3.905 metros. ¿En serio? Sí, por allí el río Antequera se peina para desembocar en el lago Poopó. La mamá y el papá de nuestro totoraleño campeón decidieron migrar a la ciudad de Oruro para vivir mejor, seguramente. Fue cuando nuestro llanero solitario se hizo mecánico, chofer de taxi, lateral derecho en la cancha de fútbol. Tenía 15 años cuando la ciudad lo descubre. Tenía 17 años cuando otro orureño nacido en otro rincón del Altiplano, Evo Morales, ganaba las elecciones presidenciales con el 53,7 por ciento de los votos. Esa ciudad que aplana con su taxi le abre el sueño de correr y ganar. Totoral ya le había tatuado en el cuerpo la necesidad, desde los siete años, de correr 7 Km cuesta arriba desde su casa en Poopó hasta la boca de la mina El Totoral, donde debía llegar con el almuerzo para su padre, que extrajo estaño durante más de 20 años. Lo contó el periodista mexicano Raúl Vilchis y hay que agradecerle por el trabajo que no hizo un periodista boliviano. Garibay corría también para no perderse ningún capítulo de Dragon Ball, emitido por la televisión abierta antes del mediodía. La carrera como deporte llegará a su vida mucho tiempo después, casi un siglo después. Es como aprender a leer siendo adulto.

Volvamos a París. Volvamos de París. Garibay es el puesto 60. Lo más triste, no se acercó ni a su propia marca. Héctor perdió frente a Héctor. Garibay perdió el más urgente de sus vuelos. Perdió el vuelo de Garibay.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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El papel de laRazón

/ 31 de agosto de 2024 / 08:14

Esta A amante lamenta haber hecho esperar tanto a genuinos amigos de este diario, a curiosos en general e interesados en particular, por esta confirmación: sí, a partir del 1 de septiembre, de manera temporal, La Razón no circulará en su versión de papel. Había que esperar esta última edición de papel para decirlo. La razón (con minúscula pero no menos importante) es sencillamente que la crisis económica boliviana y el impacto en el flujo de divisas golpeó en el núcleo nuestro esquema logístico de importación de materia prima como papel y tinta (nada menos). Mi abuela decía que todo pasa por algo. Este obstáculo en nuestras esforzadas operaciones de papel en verdad adelantó lo que ya todos sabemos: la inevitable transformación de la estructura de los medios que llamamos tradicionales. El fenómeno es global y el guión ya es conocido y reconocido en las sociedades: el traslado de los contenidos al condominio digital es obligatorio y no tiene vacuna contra el fracaso. Como en todo traslado, primero hubo que reservar un terreno y allí plantar los cimientos de nuestra casa digital. En eso estamos hace un tiempo y este paréntesis que se acaba de abrir en el proceso más tradicional y más costoso (que es hacer funcionar la enorme rotativa) nos vuelca de frente a la caja de los desafíos. Es una cajita pequeña que se llama teléfono o es una caja mediana que se llama computadora. Allí se están desplegando los contenidos de toda índole. Allí se levantaron también las principales pistas periodísticas.

Se dice fácil pero el cambio de ciclo no deja de ser delicado. Seremos un equipo más reducido y eso duele cuando se navegó en estos últimos años con una tripulación de primer nivel en lo profesional y de una lealtad a prueba de cualquier tormenta. Nos despedimos de algunos verdaderos hermanos con la abrigada esperanza de volver a llamar a estos colegas que hicieron de esta casa periodística un verdadero hogar para quienes trabajamos en esta montaña y un refugio cálido para una desafiante conversación pública en tiempos de crisis democrática.

Desde el 1 de septiembre doblamos la apuesta por un periódico en papel digital; por una arquitectura de producción de información e interpretación más útil para nuestras audiencias; por una energía adicional en nuestros programas de La Razón Plus: La Razón Radio, Piedra, papel y tinta, Marcas, Fútbol sin anestesia, Enfoque breve; por una presencia continua y pertinente en nuestras redes sociales; por formas a estrenarse en la difusión de nuestros contenidos exclusivos. Solo de pensar, esta A quiere que arranque septiembre y con él una primavera de ideas y de ganas de seguir floreciendo en calidad, en pluralidad, en credibilidad. Hacer periodismo es un sueño cumplido. Es un sueño al que no renunciaremos.

Las últimas líneas son las más especiales, son las más sentidas. Las últimas líneas de esta columna número 99 están reservadas para el grupo propietario que tomó el camino difícil de sostener con enorme esfuerzo este periódico que late desde la montaña sabia de Auquisamaña dando la cara con absoluta responsabilidad en tiempos adversos para los medios de comunicación, respetando la pluralidad que aquí se ejerce, o como dice el propio Carlos Gil, respetando la genética del medio.

Estas últimas líneas son también para mis compañeros de las interminables batallas por un periodismo honesto, leal con una visión de mundo que gira alrededor de la fraternidad, la justicia y la ternura. Se queden, se vayan dentro de unos días, estén en el periódico o aporten desde afuera, redacten noticias o manden una columna de opinión, nos lean con espíritu siempre crítico o vengan a nuestros estudios, columnistas o colaboradores esporádicos, dibujantes, fotógrafos, analistas, cineastas, periodistas, intelectuales, creadores, poetas, compositores, activistas de los derechos humanos, artistas… de ustedes y no de otros es este periódico. Lo dije y lo repito: La Razón no es de quien la compra sino de quienes la escriben y la dibujan cada día. A ustedes, el más sentido reconocimiento y la renovada invitación a seguir inventando amaneceres. Dar a luz amaneceres, ése es el papel de La Razón. El resto es solo La Razón de papel.

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La A sin tema

/ 28 de julio de 2024 / 02:58

Ninguna semana es tranquila. Sin embargo, eso no tiene nada que ver con la pesca de temas para esta columna quincenal. Y adivinen… Sí, esta A no encuentra un solo tema que prenda el motor al texto de este domingo. El reloj no perdona. Mi editor de Opinión, tampoco. Además, esta A y yo tampoco queremos dejar de cumplir con la tarea de expresarnos en este rincón digital y de papel. Es todo un privilegio el contar con un espacio sin censura para plantear posiciones personales. A buscar un tema, que pasan las horas…

Si nos dejamos guiar por el timón de las preocupaciones, no hay otra que entrar en la maraña económica que está tensionando la situación estructural boliviana y las esquinas íntimas de nuestros bolsillos. ¿Pero qué se puede decir a estas alturas de la incertidumbre? Que las absurdas guerras siguen digitando los precios internacionales, que la fragilidad económica atraviesa todos los mares y voltea casi todas las fronteras, que en nuestro territorio el gas se hizo gas y que habrá que esperar unos cuatro años para volver a cierta bonanza, que llevamos retraso con el litio, que las subvenciones a los hidrocarburos son una espiral a la que ninguno de los últimos gobiernos supo mirar de frente, que las exportaciones siguen en curva, que hay una desafortunada combinación entre dilemas y especulación de la empresa privada y los problemas existenciales estatales en la gestión de la economía, que el Gobierno podría comenzar a generar serenidad tomando la iniciativa para un básico acuerdo político que apacigüe el clima actual, que la falta de dólares afecta no solo a quienes los precisan para pagar fuera de nuestras fronteras sino a la gran parte de la población que se mueve con bolivianos porque los salarios se van achicando mes a mes, que, como dijo el columnista Armando Ortuño, no podemos culpar a la gente de buscar dólares debajo de las piedras porque es el instintivo gesto de sobrevivencia y protección en medio de este tiempo de interrogantes (a propósito, compro dólares a Bs 6,97). Mejor no, no hay grandes novedades en estos temas para los lectores de esta A que, de paso, poco conoce de economía.

Vamos a la política, el gran tema de los bolivianos. La tensión intramasista ya alcanzó el nivel de la Guerra de las Galaxias. Las declaraciones de un ala y otra dejan barriles de tinta para volver a la madre de sus crisis y describir el enojo que siembran en masistas y no masistas porque han puesto a nadar en la gran pecera de los medios tradicionales y redes sus más bajos instintos. La mezquindad política arcista, evista y del resto de las oposiciones de estos tiempos (ampliamente documentada en la serie de terror que se puede ver en cada sesión en la Asamblea Legislativa y con temporadas sin estrenarse todavía) es un tema que da para abordar en esta columna. El problema de este asunto es que está vergonzosamente enganchado al obscuro y autoprorrogado nudo judicial y plantear hipótesis de lectura sin verificables elementos puede llevarnos a especulaciones estériles. Con el factor judicial hay que tener más cuidado que con los policías o los militares. Pero de que huele mal, huele horrible. Y dicen por ahí que las susceptibilidades gubernamentales y su entusiasmo por convencer están en pleno florecimiento. Salgamos de esta florida primavera.

Eureka. ¿Por qué no trasladarse a la apoteósica inauguración de los Juegos Olímpicos en París? Será un buen ejercicio con los adjetivos: desafiante al derrumbar los muros de un estadio, absolutamente francesa porque es la Francia que sí abolió el absolutismo, divinamente provocadora con su versión de la Última Cena al punto que enervó a los doctrinarios de la religión, parisina por dónde se la mire, atrevida al sostener un pico de atención de horas, definitivamente justa al cerrar con el Himno al amor en una poderosa Céline Dion que con lo más profundo de su voz logró un merecidísimo Himno a Edith Piaf, la más parisina del planeta, sencillamente sublime inauguración que ninguna capital europea se atreverá a superar. Mejor no, tengo amigos que me dirán que habló mi debilidad por los franceses; cuando les diga que lo que más aplaudí fue esa rockera interpretación de María Antonieta con su cabeza sobre las faldas, bajo una revolucionaria decoración en rojo, me dirán que tengo vocación de Robespierre. Mejor no meterse en líos.

Dejemos esta semana sin tema, sin título que imaginar. Ya le contará esta A una de vaqueros al editor de Opinión. Un fuerte resfrío por las bajas temperaturas. Que desapareció la columna y no logro recuperarla de mi computadora. Que estoy buscando dólares. Que me encuentro perdida, como dice la metafísica popular. Algo le diré a Miguel.

 Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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Golpes, golpes, golpes

/ 14 de julio de 2024 / 00:12

Al Chino Arandia, baleado por los militares

Hay golpes y golpes. No lo sabremos en Bolivia, donde registramos la mayor cantidad de asonadas militares respecto de la región. El boliviano José Roberto Arze sostiene que un golpe de Estado es “un cambio súbito y violento de la autoridad gubernamental al margen del orden institucional”. También dice que un golpe puede ser popular o impopular. Puede, por otro lado, darse un golpe a un golpista. Varios autores han diferenciado en los últimos años los golpes duros de los golpes blandos. Toda una telaraña que motivó al equipo del programa Piedra, papel y tinta a invitar a tres conocedores e interesados en esta problemática: Loreta Tellería, Gabriela Reyes y Juan Ramón Quintana. La pregunta de inicio y de final: dónde está el centro de la definición de un golpe de Estado y cuánto debe preocupar al conjunto del país el espíritu golpista de las Fuerzas Armadas Bolivianas (FFAA).

Tellería comienza alertando de las diferencias entre los golpes de siglo XIX, por ejemplo, y los de estos tiempos. Ayer u hoy, el actante infaltable: las FFAA; el ingrediente básico: la fragilidad de los gobiernos políticos legalmente constituidos; la acción indeseable pero recurrente: violencia armada. En este punto, Reyes hace bien en precisar que puede haber tanto una demostración de la violencia, o su alarde, como el pasado 26 de junio, como un uso propiamente de la violencia y recuerda que el otro abuso (casi instintivo) de los golpistas es cortar las comunicaciones, un gesto penosamente aprendido en tantos ámbitos de nuestros espacios cotidianos. Ojo, la receta no está completa. Quintana añade más ingredientes: el más doloroso, las masacres; el menos visible, los intereses económicos internos o externos que disparan (nunca mejor dicho) las acciones golpistas y el alcance territorial, es decir, la fuerza o no de superar su inicio local para coronarse como poder forzado a nivel nacional.

Los golpes, a lo largo de nuestra historia como República y después Estado, han cambiado, como serpientes, de piel: primero como parte del proceso de la constitución republicana, posteriormente como una escalera para posicionarse desde determinadas élites, ya en el siglo XX con el uniforme de acción política militarizada no pocas veces vinculada a Estados Unidos, bajo su conocida intervención en la formación de las capas militares bolivianas. Para leer con más precisión este siglo XXI, Loreta Tellería invita a descifrar los códigos cruzados de los últimos momentos geopolíticos. Hoy, Bolivia ya no es sinónimo de Diablo Etcheverry sino de “litio” y el peor acompañamiento a este plato de fondo es la incertidumbre cuando no el atraso en las políticas estatales y la inestabilidad política (responsabilidad de toda la clase dirigencial que nos ha mostrado uno de los peores espectáculos de su mezquindad en el último tiempo). Loreta no titubea cuando plantea que existen cero diferencias entre Busch, Barrientos, García Meza, Kaliman o Zúñiga: todos ellos se ponen su trajecito de campaña, se miran al espejo y se dicen a sí mismos que van a dar “estabilidad a su país”, tan fácil como cantar, firmes, un himno nacional en la plaza de su esquina.

¿Cómo se gestiona a las FFAA para evitar estas borracheras golpistas? Quintana no duda en ponerle el cartel de “fracaso” a lo hecho en este tema durante el no corto gobierno de Evo Morales (aunque él habla más bien del sistema político y de la propia ciudadanía en la acumulación de un espíritu autoritario), además de subrayar la dimensión colonial (expresada en gran parte en la eterna tensión entre militares y policías). Y como baño de crema a todo este pastel, el exminstro plantea que hoy toca el fracaso de lo que llama un modelo patrimonial (culpa a Luis Arce sin anestesia) que, dice, consiste en concebir a las FFAA como un instrumento, como una extensión del poder político. Así explica que Zúñiga haya acariciado el control del mundo militar desde las entrañas de los servicios de inteligencia. Al otro exministro Reymi Ferreira no le falta razón cuando justifica sus dudas sobre la tesis del autogolpe: ¿qué ganaría el presidente Arce con esta planificación?, ¿por qué se arriesgaría Zúñiga a veinte años de cárcel? Sumado esto al apoyo cero de parte de movimientos cívicos o de los propios sectores empresariales.

Lo que a los no especialistas en asuntos militares nos queda claro a estas alturas del partido es que ni con Morales ni con Arce se logró bajar del caballo del autoritarismo a los dueños de los tanques y las armas. Lo que ya podemos sacar en limpio, después de 2019 y 2024, es que hay que poner mayor atención al factor militar boliviano; sacamos en limpio que cuando no se hace justicia, se deja la puerta entreabierta a los mismos fantasmas en trajecito de campaña; sacamos en limpio que la bota militar sigue siendo un espacio incontrolado, un cruce de distantes intereses y ambiciones. La bota militar sigue siendo una amenaza para la población que vota, que elige, una amenaza para los más humildes que mueren con disparos por la espalda. La bota militar está en crisis y a su diván arrastra al sistema democrático, a nuestra seguridad y a nuestra tranquilidad.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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Chuquiago blues

/ 30 de junio de 2024 / 00:06

Siete de la mañana con 24 minutos. “Buenos días, querida Claudia. Comunicarte que Edgar nos dejó anoche”. Lo escribió Hellen, su warmi siempre amorosa. El resto de los minutos y de las horas de ese jueves de ceniza se hizo un nudo casi imposible de desatar. ¿Cómo se desenredan los recuerdos? ¿Cómo se ordena tanta risa? ¿Cómo se entiende que su voz no será más la misma? ¿Cómo es posible que el Chino Arandia ya no esté? La impotencia ante la ausencia física quiere escapar a través de una foto. Al llegar al periódico la encuentro: la imagen es de un viernes de Carnaval, Edgar fue convocado al programa Piedra, papel y tinta para hablar de los sentidos de la alegría y los excesos de este tiempo húmedo. Invitado y entrevistadora se han puesto sus trajes de pepino. La imagen ha congelado su ternura. La foto lo retrata de cuerpo entero: pepino paceño envuelto en serpentina y saberes cosechados en sus libros y en sus comprometidas observaciones de los mundos populares. “En carnaval he debido acabar tres pepinos”, dijo con firmeza y seriedad en aquella entrevista. Se entiende, entonces, la convicción y el cariño con los que pintó uno de sus cuadros más imantados: Miércoles de ceniza. Es el pepino después de la larga fiesta de la vida. Hoy se comprueba que ese pepino eterno es él, después de la celebración generosa que fue su vida presencial entre nosotros. “Adoro el carnaval porque es el festín existencial”, dijo en esa mañana que se acercaba al taypi.

Falta saber, solo por curiosidad, en qué momento el Chino Arandia da cuerpo a los trazos que lo definen como alguien irrepetible: ¿en el conventillo de la Genaro Sanjinés, jugando con los vecinos de su tanda, o en las clases nocturnas del colegio Ayacucho? ¿En la dureza de ser obrero de una imprenta o cuando comienza a pintar sabiendo que debía mantener a los suyos? ¿Cuando miró su título de antropólogo o cuando Banzer lo hizo tomar preso bajo su dictadura y destruyó su biblioteca personal? ¿Cuando se publicó su libro de poesía Chuquiago blues o cuando comenzó a investigar la religiosidad popular mirándose en un brillante espejo o en medio de sus cómplices, los Beneméritos de la utopía? ¿Cuando redujo su paleta a cinco colores para inaugurar sus propios pigmentos o cuando enseñó a esos jóvenes estudiantes que este viernes de agradecimiento llegaron con un par de flores a su velatorio en el Palacio Chico de la sede de gobierno? ¿Tendrá que ver el hecho de haber nacido en la Chuquiago Marka de 1950 o el haber hecho girar su matraca hasta el infinito? ¿Se graduó de “Edgar Arandia” cuando terminó de pintar ese pepino que hoy no deja de mirarnos mientras nos nubla su ausencia física o cuando la dictadura lo baleó?

Uno de sus amigos, Manuel Monroy Chazarreta se pregunta menos y responde más en un texto que se levantó como espuma de sus dedos: “Dicen que están llorando todas las ñatitas de la Jaén y las del cementerio más. Eso dicen. No saben pues, hermano Chino, que los has mamado, que estás colado para siempre en los pigmentos del amanecer, que te quedas para siempre rebotando de chuta cholero por cualquier fiesta del Altiplano”.

Y sí, me convenció el Papirri que este escribujante del goce, la belleza y la resistencia se quedará en la mirada de los llok’allas del Ayacucho, en los sueños de la gente pobre. Hoy miro nuevamente sus mundos en colores honestos y descubro que ni queriendo se irá de esta Bolivia mestiza que ha contemplado con lucidez, con compromiso, con ilusión.

Al final de esta semana de ceniza, Chino Arandia, nadie duda que las galerías de arte, tu oficina en ese Palacio Chico o en el Museo Nacional de Arte nunca pudieron competir con tus verdaderos y eternos hogares: la entrada de pepinos, el mercado abundante, el esplendor de la banda en el Gran Poder, el plato donde revienta la papa, donde se multiplican las habas y bendice el queso, los calores y colores en tus pinceles y lápices, los brazos leales de tus abuelos, las venas abiertas de tu Chuquiago Marka.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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Hay niños hasta en la sopa

/ 16 de junio de 2024 / 00:07

Los violadores pueden estar hasta debajo de una piedra. Un portero del colegio, un profesor de la escuela, un chofer de taxi, un amigo de la familia que se quedó en una borrachera, un hermano, un padrastro, un padre biológico, un abuelo, un primo, un inquilino, un tío, un amigo del marido, un docente universitario, un compañero del colegio, un vecino, un actor famoso, un presidente de Estado, un diputado, un médico, un albañil, un censista el día del censo, un esposo, un policía, una pareja, una expareja, un desconocido al final de un callejón, un amigo, un delincuente, un jefe… En esta interminable lista de posibilidades, el peor de todos es el sacerdote.

¿Cuántas veces quedamos boquiabiertos con las noticias que confirmaban una violación de parte de un cura o un pastor evangélico a una niña, una adolescente, una mujer casada, un niño o un joven? ¿Y cuántas veces una noticia enterró a otra dejando estas violaciones en el silencio mediático, cuando no en el silencio judicial? ¿Y por qué esta A amante vuelve a escribir sobre los casos de abuso sexual de parte de religiosos? Gracias por la pregunta.

El dolor, la indignación y la más humana bronca empujan a volver al asunto porque los abusadores sexuales que tapan sus delitos con el manto de la religión, de la fe, del amor con mayúscula, son los peores entre los peores delincuentes. Son execrables porque son los delincuentes doblemente abusadores por su hipocresía. Ellos sí que se irán al mismísimo infierno si no están durmiendo con el demonio al que nos enseñaron a temer.

Ahí está la foto: el sacerdote pederasta Alfonso Pedrajas, con una guitarra entre las manos, cantando al lado de Luis Tó Gonzáles, otro pederasta, rodeados por jóvenes bolivianos con las cabezas inclinadas mirando las páginas de sus libros. ¿Son sólo acusaciones malintencionadas de enemigos de la Iglesia Católica? No es así, creyentes y no creyentes. El jesuita Alfonso Pedrajas dejó un diario cuya existencia es hoy pública gracias a un sobrino que entregó el texto al periódico español El País. En el diario admite haber abusado de 85 menores bajo la protección de sus superiores. Los textos son escalofriantes. En el mismo diario cita a quien está a su lado en esa foto: Luis Tó. ¿Que se acusa injustamente a Tó? Ya son públicas las cartas que certifican el traslado (estrategia tan recurrente) de Tó de Barcelona a La Paz en 1992, justo un mes después de su condena en la Audiencia de Barcelona por abusos sexuales a menores. Tiempo después, el pecador es enviado a la parroquia Virgen Milagrosa en El Alto. Ya en 1994, un responsable del colegio Casp advierte al provincial de los jesuitas en Bolivia, Marcos Recolons, que tenían indicios de que Tó podría estar abusando de menores. Lo que no es indicio es que los jesuitas mintieron en 2018 cuando afirmaron que Tó no estuvo en contacto con niños. En 2001 un novicio de los jesuitas denuncia a sus superiores que Tó abusaba de menores indígenas. La reacción fue expulsar al denunciante Pedro Lima. Y mandan a Tó a Perú. Después de un año allí, Luis Tó le pide a Recolons volver a Bolivia. La respuesta es afirmativa: un puesto en la dirección de Fe y Alegría, la entidad que gestiona colegios en nuestro país. Recolons remata la gran solución con esta medida de seguridad: “Lo que no me queda claro es si conviene que vivas en Següencoma o en San Calixto, porque en Següencoma hay niños hasta en la sopa (bueno, un poco menos)”.

La bronca y el dolor que dictan estas líneas no es por el caso Pedrajas. No es por el caso Tó. El caso es que son más. Son decenas y decenas. Son centenas. Son miles y miles de casos de violaciones, de abusos sexuales practicados por sacerdotes y miembros de la Iglesia Católica en Bolivia, en España, en Francia, en Estados Unidos… No son únicamente los religiosos católicos, de acuerdo. La bronca de este rincón de papel es primero contra los curas católicos por una fundamental razón: mi abuela me enseñó a rezar en católico, a tener fe en católico, a amar en católico y hoy solo queda agradecer que la abuela se haya ido sin saber de este inhumano escándalo que desnuda la peor miseria que puede habitar en un hombre, católico o no.

Entrevistamos hace pocos días al denunciante Pedro Lima. Recordó ante nuestras cámaras la respuesta cuando confrontó al violador: “Estás exagerando. Deberías olvidarte del tema, eran niñas aymaras indígenas, son pequeñas, ya se han debido olvidar”. Ni olvido ni perdón. Ni olvido ni perdón. Ni olvido ni perdón.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista. 

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