Nuestros talibanes
La voz de las mujeres en espacios públicos y de poder es una necesidad de justicia
Drina Ergueta
Corrió por todo el globo la reciente noticia de que en Afganistán se ha prohibido el sonido de las voces de las mujeres en público, es decir fuera de sus hogares, porque sería una falta moral sancionada por ley. Los rechazos también han sido globales, fundamentalmente del mundo occidental, el nuestro. Un rechazo que debe respaldar quién respeta un mínimo los derechos humanos y la igualdad entre las personas; sin embargo, el sonido de las voces femeninas también se silencia en Bolivia y poco se dice al respecto.
La imagen es la siguiente: se ha instalado una seguidilla de mesas que conforman un gran rectángulo, un mantel blanco las cubre. En el espacio vacío que crean al centro del salón se han colocado unos elegantes adornos florales blancos y también varias pantallas para que todos los asistentes vean la presentación que se hará. En las fotos publicadas en los medios se ven a 47 personas sentadas alrededor. En la parte que corresponde a la testera, en el centro, está el presidente Luis Arce y a ambos lados tiene, tres a un lado y tres al otro, autoridades que le acompañan, suman siete. Alrededor están 40 altos representantes empresariales, ubicados 15 y 15 a los lados y 10 enfrente. Salvo tres imperceptibles señoras, todos son hombres.
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¿La imagen del poder político gubernamental y del empresarial boliviano, donde solo hay testosterona, no escandaliza? Hay, evidentemente, diferencias con la radicalidad de los fundamentalistas afganos que están en el poder desde 2021, pero ¿cuán diferente es si, igualmente allí en ese espacio de poder, no hay voces de mujeres?
También impresiona que, al igual que la noticia que llega desde Afganistán, esta abrumadora representatividad masculina de un mundo próximo que debería ser mixto, y que en la base lo es porque hay muchas mujeres empresarias en Bolivia, no cause igual escándalo y rechazo.
Hace una semana el fundamentalismo afgano dio a conocer la Ley para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio en la que afirma la obligatoriedad del velo integral para mujeres, también norma la vestimenta de los hombres y su obligación de llevar barba. Además, prohíbe el sonido de la voz de las mujeres en cualquier espacio que no sea su casa. Ellas ya están prohibidas de recibir educación superior.
La Organización de las Naciones Unidas se ha pronunciado condenando estas terribles restricciones para las mujeres que estarían mostrando “una visión desoladora del futuro”. En Bolivia, especialmente en las redes sociales, se han conocido varias opiniones de rechazo a esta medida y varias de ellas desde una mirada de superioridad de tipo evolutivo colonial: “¡Estos salvajes!”
Miremos por casa, que también hay algo que se asemeja. En la reunión de empresarios con el Gobierno se silenció a las mujeres. Y todo como si nada, normalidad en lugar de escándalo. Porque es escandaloso.
Hace una semana, en España ha entrado en vigor una ley de paridad que establece que debe haber un mínimo del 40% de mujeres en los órganos de poder de las grandes empresas, para lo que se establece un plazo de adaptación. Las estadísticas de varios estudios realizados señalan que solo llegaban al 20%.
¿En Bolivia, cuándo se hará una ley paritaria de este tipo? Empresarias hay por cientos de miles, gran parte en el pequeño comercio, el de sobrevivencia, y éstas también son representadas por los varones.
La voz de las mujeres es necesaria, imprescindible, así como también lo es una mirada alejada de esa competitividad masculina que, hasta ahora, como se ve diariamente en la lucha política, no lleva a entendimientos.
La voz de las mujeres en espacios públicos posiblemente sea similar a la de los hombres, unas veces veraz y sincera, otras hipócrita e interesada; unas veces certera e iluminadora, otras oscura o impertinente, como la de cualquier hombre. La voz de las mujeres en espacios públicos y de poder es una necesidad de justicia y, así, diga lo que diga esa voz, siempre será muestra de un mundo mejor.
(*) Drina Ergueta es periodista y antropóloga