El juego de los límites en una ciudad
Patricia Vargas
El mito de Sísifo, de Albert Camus, muestra que lo absurdo es una condición inherente de la existencia humana. Una especie de hecho que lleva a una urbe a vivir prefacios, donde la esperanza de cambio se asemeja a un hilo rojo de exasperación de la ciudadanía.
En los últimos tiempos, la ciudad de La Paz ha llegado al límite de confusión y hasta de olvido de que las calles y avenidas cumplen con múltiples funciones, pero fundamentalmente que fueron construidas para el tránsito peatonal y vehicular: la mayor responsabilidad de toda urbe. Esto, salvo ejemplos de calles que son parte del atractivo turístico a partir de la instalación de pequeños restaurantes y otros negocios.
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Sin embargo, en la ciudad en sí, hoy se puede observar cómo algunas avenidas y calles ya sobrepasaron el límite de sus funciones. Una situación que se debe a que están repletas de puestos de venta, lo que debiera llevar a las autoridades a preguntarse: ¿por dónde debe transitar el caminante?
Mucho más, hay avenidas —especialmente en el centro urbano— en las que se instalan talleres de cerrajería u otros rubros, que instalan sus máquinas en las aceras. Esto, sin olvidar a los restaurantes, que sacan a la calle sus sillas y mesas, además de sombrillas, como una antesala a sus ambientes.
No está de más recordar que las calles y avenidas fueron proyectadas para el tránsito peatonal, sin llegar tampoco al extremo que a la ciudad se la entiende como “lugar del Dios Yakón”, donde todo tiene que ser perfecto. Pero sí entender que las vías fueron trazadas para el tráfico vehicular y las aceras para la circulación de las personas.
La situación descrita evidencia que cuando no se exige el cumplimiento de las normas municipales, la población las borra de su mente. Solo así se explica el desconocimiento de toda norma en la ciudad, que es una realidad inobjetable.
La sensación a la que conduce esta realidad es que La Paz no ejerce una política urbana de respeto, pues no se conoce y menos se exige una conducta razonable por parte del habitante. Este último pareciera haber olvidado que la apropiación de la ciudad exige el cumplimiento de reglas de buena convivencia.
Se hace esta observación debido a que otra parte de la población pareciera estar cansada del abuso del que hoy es víctima la urbe paceña, lo que podría llevar al límite la tolerancia demostrada y generar tensión en ciertas calles y avenidas.
Pese a esta realidad, el propósito de estas líneas no es que La Paz se transforme en una ciudad con el poder de las llaves del Supremo. Todo lo contrario, se busca entenderla como el lugar donde el caminante la puede transitar y vivir. Además, de valorar la efervescencia de su cotidianidad, que exige una noción de límites en el uso del espacio público, el lugar de todos.
Lamentablemente, hoy las avenidas y calles se encuentran llenas de vendedores de una infinidad de productos. Una situación “pandémica” que evita la libre circulación de hombres, mujeres y niños, pero que también se entiende por la mala situación económica que atraviesa el país. Con todo, quienes dirigen esta ciudad no pueden deslindar sus responsabilidades sobre el cuidado y la organización en las calles.
Para terminar, no se debe olvidar que La Paz siempre fue una ciudad expresiva de los valores de una vida efervescente, lo cual exige un ordenamiento urbano esmerado. Asimismo, requiere una pronta atención a este problema, que hasta podría hacer desaparecer la fuerza de su vitalidad y sus cualidades de Ciudad Viva.
(*) Patricia Vargas es arquitecta