El ciudadano Raúl Peñaranda Undurraga (RaPU) se mandó un artículo infamatorio “en respuesta” –dice– a mi columna crítica sobre la Asociación de Periodistas de La Paz (APLP). No le gustan los desafíos institucionales que planteo. Y tampoco el debate. Por ello, en lugar de ocuparse del mensaje, pretende descalificar al mensajero. Típico.
Ante las mentiras y silencios del señor PU, diré algunas cosas sobre las primarias partidarias para luego retomar la urgente convocatoria a regenerar la APLP. Empecemos con la vileza, que tiene algunos repetidores.
Como vicepresidente del TSE impulsé con plena convicción la construcción participativa del proyecto de Ley de Organizaciones Políticas (LOP). Luego de amplia deliberación y el diseño técnico de una propuesta, la enviamos en junio de 2018 a la Asamblea Legislativa. Fue un gran avance en comparación con la Ley de Partidos Políticos de Banzer.
Como parte de los mecanismos de democracia interna, se incluyeron primarias para binomios presidenciales. Para evitar su uso instrumental en los comicios de 2019 –como finalmente ocurrió– se puso una salvaguarda: las primarias debían implementarse “de manera progresiva, como máximo antes de las elecciones 2024”.
Hasta ahí todo bien. O más o menos: una gran omisión fue no haber definido de manera explícita en el proyecto que las primarias debían ser competitivas (parecía obvio) y con binomios paritarios. Como sea, la bancada mayoritaria del oficialismo aprobó la LOP modificando la disposición transitoria para que las primarias se estrenen en 2019. Era la forma de anticipar y legitimar el binomio Evo-Álvaro, en medio de la disputa sobre la reelección tras el desconocimiento del referendo vinculante de 2016.
RaPU insinúa que yo coordiné esos cambios con la bancada masista. Nada menos. ¿Cuáles son sus fuentes? “Hay quienes señalan” y “es muy probable” (ufa). Algo así solo puede ser obra de un principiante de periodismo o, está visto, de un veterano manipulador. Así tejió este señor su librito de intervención política (Control remoto) que critiqué hace unos años por su evidencia remota. Recordemos algunas de sus “fuentes” consultadas: “parece evidente, se supone, conocen del caso, estuvieron presentes, se supo después, una fuente contó, según dijo, los allegados, se cree, no se puede saber, alguien que conoce, esos rumores, es posible…” ¡Qué tal! Es su modus operandi para deslizar falsedades (la posverdad/mentira y la poscensura como vocación).
Vayamos al “tema crucial”. El señor PU afirma con mendacidad que yo promoví “que el reglamento de la ley permitiera la presentación de una sola candidatura por partido o frente” (sic). Para empezar, no existe reglamento de la ley. Debe estar refiriéndose al “Reglamento específico de las primarias para las elecciones 2019”. En su confusión, ni siquiera se tomó la molestia de leerlo. En las sucesivas versiones del Reglamento, elaborado por el equipo técnico y avalado por un informe jurídico, no hay nada parecido a que “debían presentarse por lo menos dos candidaturas para habilitarse una primaria partidaria”. No pues, eso lo definió la Ley.
Más todavía. Como consta en el Acta 058/2018 de la sesión de Sala Plena (26 de septiembre, cuando se aprobó el Reglamento), la disidencia de tres vocales no tiene nada que ver con el número de binomios, sino con otros dos artículos: el 19-II, que establece que un candidato solo puede registrarse en un binomio y en un partido (no parece razonable que un mismo candidato compita en más de un binomio y en más de un partido); y, en especial, el 40-I, que establece que la legitimidad para plantear demandas de inhabilitación corresponde a los militantes (no parece razonable que un actor externo intervenga en una primaria cerrada). Documentos matan infundios.
Por si fuera poco, Peñaranda sostiene que “para allanar todavía más las cosas al MAS” (sic), yo alenté otro reglamento a fin de permitir que se bajara el porcentaje de firmas de los libros que debían ser verificados. ¿De qué reglamento habla? Solo existe una Resolución (0516/2018) que deja sin efecto un Reglamento transitorio para la actualización de registros de militantes. Y se aprobó en una Sala Plena en la que yo estuve ausente.
Así que las “maniobras” y “logros” (las comillas son suyas) que me atribuye RaPU se desmoronan en medio de falsedades (los cadáveres en el armario solo habitan en sus obsesiones/pesadillas). En el colmo del delirio, llega a endosarme el costo de unas primarias realizadas… ¡cuatro meses después de mi renuncia al TSE! (ni siquiera estuve cuando se emitió la convocatoria).
¿Por qué PU saliva tanta patraña en mi contra? Pretende fallidamente restarme legitimidad para “criticar a una digna entidad como la APLP” (suspiros). Autoritario, no tolera que me atreva a plantear algunos mínimos de regeneración en una entidad venida a menos. Y hace berrinche cuando se lo exhibe como “infalible” operador mediático de la oposición.
Al censor le fue mal. Vuelvo a la Asociación. En mi columna no me referí a la gestión de Peñaranda como presidente del directorio primero porque no me importa y, en particular, porque se trata de instituciones, no de personas. Sintetizo pues el diagnóstico para retomar los cuatro desafíos.
Primero, es una Asociación con déficit de democracia interna. Las “elecciones” internas son más parecidas a un pasanaku que a un proceso democrático. Con una sola fórmula no existe competencia. ¿En serio el justificativo de PU es que “no hay muchos candidatos para la presidencia, demanda arduo trabajo y es ad honorem”? Qué flojera. Es un problema estructural que he cuestionado desde hace más de una década. Desafío uno: democratizar la APLP.
Segundo, es una Asociación esmirriada. ¿Se habrá preguntado RaPU por qué menos de una centena de “afiliados activos” votan? ¿Por qué la Asociación sigue tan encogida pese a los 106 juntes de su gestión? Soy parte del 80 por ciento de miembros que, por diferentes motivos, se alejaron de la APLP. Por algo será. En mi caso, no quiero estar en una entidad que NO me representa, ni pagaría 50 centavos de cuota para volver a una institución desacreditada (y no de ahora). No es pasividad, sino repulsión. Desafío dos: repoblar la APLP con participación.
Tercero, es una Asociación excluyente y dividida. La APLP está lejos de ser la casa común de las y los periodistas. Se asemeja más a una trinchera de unos cuantos, con arreglo a su agenda e intereses. No hablo de diferencias políticas e ideológicas, normales y saludables en democracia, sino de una fractura polarizada entre parcelas. Peñaranda es activo impulsor de esa lógica amigo/enemigo en el campo mediático. Y la usa para sus vendettas. Desafío tres: unificar la APLP con diversidad y pluralismo.
Cuarto, es una Asociación ensimismada. Hubo un tiempo en que la APLP gozaba de gran prestigio y su palabra y eventos plurales eran relevantes en la conversación pública. Ahora tenemos una entidad más bien opaca, con camiseta raída, complaciente. Menos mal que hay una generosa historia institucional, que enorgullece. Y sobran colegas decentes, valiosos y bien intencionados. Desafío cuatro: reponer la cualidad deliberativa.
En un reciente “Piedra, papel y tinta” de La Razón, tuvimos una cordial y honesta conversación con Raúl Novillo, flamante presidente de la Asociación. Reconoció con altura el diagnóstico crítico y asumió los desafíos. Comprobamos así que la regeneración es no solo necesaria, sino también posible. Me anoto con gusto. La premisa es que la APLP se mire al espejo y, en lugar de espuma y murallas, aliente el debate interno sin cobardías, silencios ni exclusiones.
Aquí cierro mi intervención sobre el tema, que firmo exclusivamente como miembro distanciado de la Asociación. No haré por supuesto ninguna referencia al prontuario político de Peñaranda. Ni menos a su situación laboral (no es mi culpa). Es miserable llevar al plano personal una disputa de ideas. Más bien ya no estamos en la universidad. No será necesario que el hoy señor PU salga huyendo.