Voces

Saturday 12 Oct 2024 | Actualizado a 15:36 PM

Alberto Fujimori en Bolivia

/ 14 de septiembre de 2024 / 22:26

El fallecimiento del expresidente Alberto Fujimori, me trae a la memoria su fugaz visita a La Paz.

Ingeniero agrónomo y rector de una universidad local en Lima, casi anónimo en las elecciones de 1990, derrotó nada menos que al premio Nobel de Literatura y celebridad universal Mario Vargas Llosa (MVLL) orgullo de la peruanidad. Seguí de cerca esos comicios, entre otras razones porque Mario, en Cochabamba, fue condiscípulo mío en el Colegio La Salle, donde también hicimos la primera comunión juntos.

En cambio, a Alberto Fujimori lo conocí en otras circunstancias, en La Paz. La víspera de la transmisión de mando, el 5 de agosto de 1993, el presidente electo Gonzalo Sánchez de Lozada recibió en su residencia privada de Obrajes, individualmente, a varios jefes de Estado, invitados a la ceremonia de su inauguración. Goni, me había encomendado seguir la secuencia de las respectivas conversaciones realizadas a puerta cerrada.

Fujimori, presidente del Perú (1990-2000), de mediana estatura, delgado, musculoso, con inconfundibles rasgos nipones, seriedad glacial y movimientos simiescos de samurái, no correspondió a los abrazos afectuosos con que Goni le dio la bienvenida. Después de gramáticos saludos protocolares, ante la inquietud que Goni le manifestó por los movimientos guerrilleros vigentes en el Perú, Fujimori le replicó seriamente: “El MRTK está acabado” y, haciendo un gesto de golpe de karate, continuó: “Y, le aseguro, señor presidente que, antes de abril, liquidaremos a Sendero Luminoso”. Sorprendentemente, el líder histórico de esa corriente guerrillera, Abimael Guzmán, esposado y vistiendo el clásico pijama rayado de presidiario, fue mostrado al público, en una jaula apropiada, en el plazo anunciado por Fujimori.

Hijo de inmigrantes japoneses, a dos años de su mandato constitucional, el 5 de abril de 1992, protagonizó un autogolpe de Estado, clausurando el Congreso, para instaurar un régimen dictatorial, invocando la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico, autocracia que se prolongó hasta el 28 de mayo de 2000. Luego de años de aquel retorno rocambolesco al Perú, desde el Japón, vía Chile, Fujimori fue arrestado, procesado y sentenciado a 25 años de cárcel por corrupción y crímenes contra la Humanidad.

Sin embargo, Fujimori continuó vigente en la política local, a través de su hija Keiko que, en las elecciones del 6 de junio de 2021, perdió, en balotaje, por escasos votos, la silla presidencial, frente al pimpinela Pedro Castillo, hoy preso, criptocomunista apoyado entre otras fuerzas de izquierda por los remanentes de Sendero Luminoso.

Fujimori, aquejado por aquel cáncer incurable, muere dejando un legado de luces y sombras a la Historia.

es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.

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Discursos presidenciales

/ 12 de octubre de 2024 / 00:03

Tener la paciencia de escuchar a la flamante presidenta de México, la sexagenaria Claudia Sheinbaum en su entronización del 1 de octubre pasado, me inspiró para criticar a sus homólogos en sus oratorias en la reciente Asamblea General de Naciones Unidas. Ninguno como ella para alabar a su predecesor López Obrador, con la fricción parecida a un masaje prostático y luego curiosamente cantar trinos a México de superlativo nacionalismo en aquella judía exguerrillera del M19 colombiano.

En cambio, Bernardo Arévalo heredó de su padre, un expresidente guatemalteco, sus dotes oratorias para clamar mayor cooperación internacional como también lo hizo el panameño José Rafael Mulino, quien fustigó acremente a la dictadura venezolana por sus vómitos migratorios que precipitan a miles de sus desesperados compatriotas a arriesgar sus vidas atravesando la selva del Darién para llegar al sueño americano, provocando una carga financiera y logística que escapa a los límites de su país. Mientras el mandatario chileno Gabriel Boric también criticó al autócrata de Caracas por el fraude electoral, la hondureña Xiomara Castro, que heredó su cargo cual un bien ganancial de su marido, no ahorró elogios para las satrapías imperantes en América Latina. En cuanto estilo retórico, sin superar al colombiano Gustavo Petro, el paraguayo Santiago Peña reveló sus mejores galas. El primero, con su terca posición de solidaridad con el pueblo palestino que sufre en Gaza bajo el fuego genocida, y el segundo, evadiendo ese tema de palpitante actualidad. Quien entretuvo al auditorio por su singular estampa física paralela a su discurso de radical defensa del capitalismo puro y duro, su adhesión al sionismo israelí y su ignorancia del objetivo de Naciones Unidas fue el argentino Javier Milei. También desde la derecha, pero usando su habilidad retórica para justificar su lucha frontal y letal que lleva a cabo su gobierno contra la criminalidad de las pandillas callejeras que antes de su mandato asolaban su pequeña nación, fue el salvadoreño Nayib Bukele.

Triste papel le correspondió al canciller venezolano Yván Gil de representar a su jefe Nicolás Maduro quien, pese a su pregonado coraje, no se arriesgó a llegar a Nueva York por temor a ser arrestado por mandato de la Corte Penal Internacional que le reprocha crímenes contra la humanidad.

Lejos de la región latinoamericana, cuando fue anunciado el primer ministro de Israel, Benjamin Natanyahu, los diplomáticos comenzaron a abandonar la sala, dejándola prácticamente vacía. Imagen viva del repudio universal que provoca la recurrente masacre de palestinos tanto en Gaza como en Transjordania (y ahora en Líbano).

En resumen, todos los recientemente pronunciados discursos presidenciales difícilmente pasaran a la historia como piezas oratorias a conservar.

Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia

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El Mariscal Tito en Bolivia

/ 28 de septiembre de 2024 / 06:00

En su segunda presidencia, el doctor Victor Paz Estenssoro había adherido a Bolivia con entusiasmo al Movimiento de Países No Alineados (NOAL), originado en la ya histórica Conferencia de Bandung (1955), y en esa tónica invitó al Mariscal Joseph Broz Tito (1892-1980) a visitarlo en la ciudad de Cochabamba. Para preparar su estadía, arribó de Belgrado una misión de avanzada, encabezada por el ministro de la presidencia, señor Zrnobrania (Z) quien ofició de mi contraparte, como Director General de Ceremonial del Estado. Para hospedar a Tito contratamos una bella residencia particular y, al mostrar a Z la alcoba destinada al Mariscal, éste me dijo en confidencia: “Necesitamos una igual para su esposa, porque ellos no comparten dormitorio”. No fue difícil complacer el requerimiento. Lo que sí complicó la distribución habitacional fue la insinuación de acomodar al edecán personal de la primera dama en una pieza contigua. Esos detalles avivaron mi curiosidad de conocer y elaborar mi propia evaluación acerca de tan exigente señora. Apenas la vi, adiviné la fuerza de su carácter: Jovanka Budisavljevik, a sus cuarenta años, era una morena alta, de largos cabellos negros, ojos grandes y soñadores, de líneas corporales redondas, “pulposas” (como dirían los morfólogos franceses). Los pasos firmes y seguros en su caminar, delataban su pasado guerrillero en las montañas balcánicas, donde conoció y acompañó a Tito en su agitada marcha hacia el poder.

En sus días cochabambinos, Tito gran madrugador estaba de pie a las seis de la mañana, recto como un poste, impecablemente vestido con uno de sus seis trajes de mohair, todos del mismo color y tonalidad: verde petróleo. No reía nunca y su aire serio inspiraba respeto. El médico personal de nuestro Palacio, lo revisaba con esmero de pediatra, luego acudía yo, a ponerme a la orden y respondía en alemán sus preguntas puntuales de carácter geográfico o demográfico y, a partir de las siete, Tito tomaba el café matinal con sus colaboradores quienes, cargados de carpetas se le aproximaban con rigor casi religioso.

Al término de la visita de varios días, el canciller Kocha Popovich, famoso guerrillero republicano durante la guerra civil española y partisano después contra la ocupación nazi, condecoró a las autoridades bolivianas, dotándome de sus manos la Orden de la Bandera Roja, máxima presea de esa legendaria Yugoslavia, hoy partida en siete repúblicas independientes.

Tito presidió la federación yugoslava, con mano de hierro, desde 1953 hasta el fallo cardíaco que, a sus 88 años, le provocó la muerte el 4 de mayo de 1980.

Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.

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La primera diplomacia movimientista

Carlos Antonio Carrasco

/ 31 de agosto de 2024 / 07:56

La instauración de un régimen revolucionario en Bolivia en 1952 parecía una provocación en el marco más intenso de la Guerra Fría. Gobernaba en Estados Unidos Harry S. Truman, en tiempos en que el temible senador Joe McCarthy estaba empeñado en la cacería de brujas sin cuartel contra los comunistas aparentes o reales dentro y afuera de su país. El proceso iniciado para la nacionalización de las minas se puso en marcha contrariando presiones internacionales que complotaron para cerrar la posibilidad de venta en el exterior de ese mineral. Todas las grandes medidas anunciadas por el flamante gobierno del MNR podían interpretarse como aspiraciones programáticas vecinas a los planteamientos marxistas en otras latitudes: nacionalizaciones, reforma agraria, voto universal, reforma educativa y otras. En ese entonces rodeaban al país regímenes militaristas o dictatoriales como los que imperaban en Perú con Odría, en Brasil con Getulio Vargas, en Argentina con Perón, en Colombia con Rojas Pinilla, en Chile con Ibáñez del Campo, y más allá atroces tiranías como la de Batista en Cuba, la de Duvalier en Haití, de Somoza en Nicaragua o de Trujillo en Republica Dominicana.

En ese ambiente, en las reuniones de la OEA, por ejemplo, Bolivia era, con la excepción de México, la Guatemala de Árbenz o Costa Rica, una extravagancia, la fea del barrio. Organizar la Cancillería y su proyección diplomática regional para superar la hostilidad subyacente requerían medios y esfuerzos titánicos que con imaginación y patriotismo estuvieron a cargo de Wálter Guevara Arze y su equipo de jóvenes revolucionarios reclutados entre la flor y nata de la juventud del MNR, que con rápidos y eficaces entrenamientos en la Casa Amarilla (Cancillería) se constituyeron en apropiadas herramientas para afrontar el adverso frente externo. El Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, núcleo central, contaba con 66 funcionarios de planta, 20 administrativos y ocho mensajeros. Por allí pasaron embajadores de lujo como Jorge Escobari Cusiqanqui, en la subsecretaría; German Quiroga Galdo y el inefable director de Límites Antonio Mogro Moreno.

Para suavizar la frialdad en Washington se escogió a Víctor Andrade Usquiano, un yungueño que, aparte de su talento y su conocimiento fluido del inglés, poseía singulares rasgos nativos, tocaba la guitarra y era excelso cocinero. Pronto la frialdad gringa se trocó en romance casi tropical, hasta en extremo de la amistosa visita a La Paz de Milton S. Eisenhower, hermano del presidente, quien fue abrazado como “compañero” movimientista. Ante aquel publicitado afecto, los alfiles regionales se acoplaron a ese tono y Víctor Paz Estenssoro fue recibido con alborozo en Chile, en Bogotá, en Quito y en Lima. Y, en su tercera presidencia, John F. Kennedy le dio la bienvenida en la Casa Blanca, durante su visita de Estado, en 1963.

Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y
miembro de la Academia de
Ciencias de Ultramar de Francia.

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París 2024: la otra cara de la medalla

Carlos Antonio Carrasco

/ 17 de agosto de 2024 / 08:52

Los miles de comentarios y crónicas referentes a las Olimpiadas aparecidos en los medios nacionales y extranjeros, son vagos y repetitivos sobre los hechos marcantes de ese singular evento, casi todos impresionados por la copiosa prestación artística de la función inaugural que en risueña ingenuidad se centran en los cuadros de la alegoría irreverente de la última cena y de la efigie decapitada de la infortunada María Antonieta.

Sin embargo, hay otras facetas poco conocidas que la universal competencia deportiva ha causado como daños colaterales para los vecinos como yo, ribereños de la Torre Eiffel cuyos bellos jardines del Campo de Marte fueron cruelmente rasurados para instalar sobre ellos antros aptos para algunos de los campeonatos. Con ese motivo se cercó la vecindad con odiosas barreras de listones de madera con el propósito de ocultar los planeados espectáculos. Todos esos emprendimientos se hicieron dos meses antes de las Olimpiadas y se desmontarán en el lapso de sesenta días después. En consecuencia, los parroquianos que frecuentábamos las tardes para tomar sol o simplemente para rascarse la rabadilla nos vemos privados de una comodidad sostenida por el pago de nuestros impuestos. No obstante, como consuelo, observamos a los 13 millones de hinchas y de turistas que han invadido Paris y sus alrededores para brincar y gritar loas desde las galerías a los competidores de su preferencia. Mas allá de las encomiables hazañas de esa gallarda juventud, se esconde el propósito de expandir en el planeta el valor estratégico del “soft power” tan eficaz como la capacidad nuclear o el poderío económico. Por esto, no es sorpresa que los tres primeros países alineados en el tablero de posiciones sean precisamente China, Estados Unidos y Francia, porque Rusia fue excluida del certamen por egoístas razones políticas, muy criticables. Acápite especial es el estimulo que brindan a sus atletas algunas naciones participantes, por ejemplo, el gobierno galo premia a sus finalistas con 80.000 euros por la medalla de oro, 40.000 por la plata y 20.000 por el bronce, además de otras recompensas menores. Otros países hacen lo propio. Causa ironía mirar las reacciones de los ganadores pues unos lloran de alegría y los perdedores brotan lágrimas de frustración. En tanto que los millones de espectadores hacen flamear las banderas portátiles de sus respectivas naciones en muestra de apoyo a sus favoritos.

En resumen, las olimpiadas París 2024 aparte de su millonario costo de organización y, a veces, despilfarro (como la aspiración fallida de limpiar las aguas del río Sena que luego de notables esfuerzos siguen contaminadas con materias fecales) sirvió para la irradiación de la grandeza de Francia en el mundo, hoy que despojada de sus más cotizadas colonias, también, últimamente sus guarniciones militares están siendo expulsadas por algunos estados africanos.

París 2024 fue útil, además para pintar el nuevo mosaico geopolítico del planeta en la que mientras Naciones Unidas cuenta con 194 países miembros, las Olimpiadas registran 206 participantes que muestran el resurgimiento de los nacionalismos que bien guiados pueden ser la base de la hermandad universal.

Carlos Antonio Carrasco

es doctor en Ciencias Políticas y miembro
de la Academia de Ciencias de Ultramar
de Francia

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Venezuela y el fraude

Carlos Antonio Carrasco

/ 7 de agosto de 2024 / 09:21

El 28 de julio se celebraron elecciones presidenciales en Venezuela, donde el electorado debía definir entre los dos principales candidatos: Nicolás Maduro, que aspiraba a la reelección por tercera vez, contra el líder opositor Edmundo González Urrutia. Cuando todas las encuestas apuntaban a este último como posible ganador con un amplio margen de ventaja sobre su contendor, el Consejo Nacional Electoral, después de inexplicable demora, en la madrugada, sorpresivamente con solo el 80% de los votos escrutados declaró solemnemente triunfador al presidente Maduro. Con el apoyo de las actas electorales en mano, la oposición demostró la existencia de un grosero fraude, motivo por el cual desconoció la supuesta victoria oficialista. Actitud que fue apoyada por la mayoría de los países latinoamericanos, los Estados Unidos, la Unión Europea y la secretaría de la Organización de Estados Americanos, todos ellos exigiendo la presentación de las actas electorales para concertar una rigurosa auditoría que aclare el diferendo. Entretanto, las calles se llenaron de ciudadanos que protestaban por el robo de sus sufragios altamente esperanzadores. Lamentablemente, la represión policial se tradujo en muertos, heridos y centenas de arrestados.

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En verdad, Venezuela no es excepción en la falta de confianza en los administradores electorales, pues ello ocurre en todas partes del mundo, incluso, como se sabe en Estados Unidos.

Con la informatización de los procedimientos, la acción del voto ciudadano es una actividad elementalmente mecánica de fácil organización, en todas sus etapas: control del padrón electoral, registro ciudadano y recojo de datos en las mesas electorales.

Parece haber llegado el momento de confiar esa noble tarea a un ente supranacional, bajo la tuición, por ejemplo, de Naciones Unidas. Sería un organismo eminentemente técnico, compuesto por expertos informáticos altamente calificados, inodoros, incoloros e insípidos, políticamente hablando.

Naturalmente, esta es una primera idea que podría servir de base para un debate más detallado, teniendo en cuenta la adaptación necesaria para la legislación nacional de cada país.

(*) Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia

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