Caída de la fecundidad en Bolivia
Una posible explicación para la caída es la de nuevos patrones culturales en las mujeres
Andrés Huanca Rodrigues
Frente a los resultados preliminares del Censo 2024, la primera reacción perniciosa fue su rechazo desde un criterio más político que analítico. Con la consistencia de la explicación a la caída del crecimiento de la población, principalmente debido a la caída de la fecundidad, se avanzó en el debate sobre las transformaciones de Bolivia en la última década. Pero ahora aparece una segunda reacción perniciosa: la normalización de la caída de la fecundidad como si se tratase de un fenómeno casi natural.
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Es cierto que existe a nivel global una caída de la fecundidad. Sin embargo, las curvas de aumento y descenso de la fecundidad en los últimos 40 años varían entre contextos. En Bolivia y Portugal se observa una caída de la fecundidad, similarmente lineal, pasando de 5.47 y 2.25 hijos por mujer en 1980, a 3.22 y 1.55 en el 2010, respectivamente. Mientras que en países como Suecia se pasó de 1.68 hijos por mujer en 1980 a 1.98 en 2010, pasando por un pico de crecimiento en 1990 con 2.13. Es decir, en Suecia se observó subidas y bajadas en la curva de fecundidad, contrariando la “ley natural” a la caída de hijos por mujer. A este contra-ejemplo también se le pueden sumar otros que mantienen estable su tasa de fecundidad a lo largo de las décadas como Cuba o Noruega.
Pero ¿por qué? Una posible explicación para la caída es la de nuevos patrones culturales en las mujeres. Siendo factible, su problema radica en que infiere que la caída de la fecundidad se debe principalmente a cambios en las aspiraciones de la mujer. Procesos de movilidad social (mayor formación y urbanización) la llevaría a ya no querer ser madre. De este modo, a mayor movilidad social, caída lineal e inevitable de fecundidad. Sin embargo, esto no es necesariamente así. También pueden existir razones estructurales y transformables.
Hablando específicamente de la mujer de la llamada “nueva clase media”. Si vivió procesos de movilidad social, pero tiene que lidiar con largas jornadas de trabajo sin el apoyo de su estructura familiar; si tiene trabajo poco remunerado en el sector informal; si aunque trabaje en el sector formal no tiene garantías para la sana maternidad; si ser madre se vuelve un riesgo para su carrera profesional, etc.; tendrá fuertes incentivos para que “decida” no tener hijos o esperar hasta después de los 30 cuando se “estabilice”.
Allí entran explicaciones sobre el aumento o estabilidad de la fecundidad en países donde las mujeres también vivieron procesos de movilidad social. Entre estas está el papel de las políticas públicas a favor de la mujer trabajadora. El sociólogo Esping-Andersen, al referirse a países socialistas y socialdemócratas del siglo XX, explica que la garantía de plenos derechos laborales para la maternidad y empleo logran disminuir los factores que hacen que la mujer tenga que “decidir” si trabajar o ser madre. Posiblemente ocasionando que se pueda hablar un poco más de una decisión y no una “decisión”.
Si este razonamiento aplica en Bolivia es algo que se sabrá con los resultados completos del Censo. El tema es complejo, pero exige nuestro mayor esfuerzo para analizar la nueva Bolivia que emergió de una década de importantes transformaciones sociales. El Censo 2024, en ese sentido, tiene particular importancia: dar cuenta, con detalle inusitado, de la superación de viejas contradicciones y, por ende, inauguración de nuevas a ser superadas. Los grandes desafíos que aún enfrenta nuestra gente nos exigen su preciso entendimiento.
(*) Andrés Huanca Rodrigues es antropólogo