La paz de AMLO, la ira de Evo
Javier Bustillos Zamorano
El expresidente Evo Morales y el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador son dos dirigentes de izquierda que lograron cambiar los regímenes políticos de sus países, en beneficio de millones de sus compatriotas. Ambos dieron prioridad a los pobres y desprotegidos y pusieron freno a los poderosos. Son aliados y se respetan. Fue decisión personal de Andrés Manuel el rescate de Morales, luego del golpe de Estado de 2019, y cuando Evo estuvo en México en junio de este año, le agradeció de nuevo y ponderó el liderazgo de AMLO en Latinoamérica. Ambos pasarán a la historia de sus naciones, pero de una forma muy distinta, pues, así como los une su ideología, los separan sus convicciones y sus conceptos del poder y la política.
Ambos sustentaron sus gobiernos en la revocación de mandato y referéndums, como método de participación ciudadana en sus labores gubernamentales. Pero Evo no respetó el del 21 de febrero de 2016, cuando un 51,3 por ciento de los bolivianos le dijo no a su intento de reelección. AMLO sostiene que no hay nada con más autoridad que la voz del pueblo; que el pueblo pone y el pueblo quita, y que tiene, en todo momento, el derecho de cambiar la forma de su gobierno.
AMLO no cree en la reelección, cree más en la formación de nuevos líderes que continúen con el proyecto de nación. Promueve el relevo generacional. No cree en los dirigentes insustituibles. Cuando en sus giras la gente le pedía a gritos que extendiera su mandato, él firmó un documento notariado en el que se comprometió a no buscar la reelección.
En mayo de este año, Morales dijo que será candidato de nuevo por las buenas o por las malas, que para eso son las movilizaciones. AMLO dice que no hay que tener apego al poder ni al dinero: “el poder sólo tiene sentido y se convierte en virtud, cuando se pone al servicio de los demás. El poder es humildad y el poder es… el poder de decir adiós en su momento… uno de los principales errores de los dirigentes es no saber retirarse a tiempo”, escribió.
A López Obrador le robaron dos veces la presidencia, uno con fraude en 2006 y otro con compra masiva de votos en 2012, y en ninguno de estos casos llevó a cabo movilizaciones violentas que pusiera en riesgo a sus seguidores. Su arribo al poder en 2018 se llevó a cabo sin romper un solo vidrio, no obstante las circunstancias adversas. No bloqueó carreteras ni azuzó a sus seguidores a actuar con violencia. No incentivó paros ni huelgas, no perjudicó la economía del país ni los derechos de terceros.
“La no violencia es eficaz en el ejercicio de la política. Un dirigente con autoridad moral debe estar dispuesto a enfrentar los mismos riesgos que corre su gente; es aquel que puede poner en riesgo su vida, pero sabe que no tiene derecho a poner en riesgo la vida de los demás”, aconsejó.
Evo Morales es un líder indiscutible, pero le han hecho creer que es dueño del movimiento de transformación. Uno de sus exministros, Carlos Romero, llegó al extremo de decir que su poder es sobrenatural y que su liderazgo es mesiánico…
AMLO sostiene que “los dirigentes no somos lo más importante en un proceso de transformación, es el pueblo, el motor del cambio. Entonces, no hay derecho a que nadie quiera apropiarse de lo que es de todos, no me pertenece lo que yo contribuí para la transformación, y no le pertenece a nadie”.
Evo permitió que sus aduladores construyeran un museo en su honor y rindieran culto a su personalidad; AMLO rechazó indignado el ofrecimiento de inscribir su nombre con letras de oro en el muro de honor del congreso de su país. » No quiero que le pongan mi nombre a ninguna calle, a ningún parque, que no me hagan ningún monumento, que no le pongan mi nombre a ningún ejido, a nada… tengo palabra y lo más importante en mi vida es mi honestidad; no soy un ambicioso vulgar”, advirtió.
Hoy, AMLO empezará a recoger sus cosas del Palacio Nacional, pues el 1 de octubre se irá a una finca que tiene en Chiapas, luego de entregar la banda presidencial a su sucesora Claudia Sheinbaum. Ha pedido que no lo busquen ni para pedirle consejos, ya hizo lo que le tocó hacer. Se va satisfecho, en paz y feliz, mientras aquí, Evo, continúa sus embates para volver a ser candidato, inclemente y lleno de ira.