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Tuesday 5 Nov 2024 | Actualizado a 23:18 PM

Grito silenciado: Bolivia sabe, pero aún no actúa

Sergio J. Pérez Paredes

/ 22 de septiembre de 2024 / 07:41

Bolivia se encuentra en medio de una crisis profunda, evidente para todos, pero enfrentada por pocos. Éste no es un momento cualquiera en la historia del país. Ancianos, jóvenes, mujeres y niños lo saben: Bolivia está sufriendo una crisis económica que amenaza con arrastrar a las generaciones presentes y futuras. La escasez de dólares ha sumido al país en una incertidumbre económica sin precedentes, en la que el poder adquisitivo de la población disminuye a la par que crecen las preocupaciones sobre el futuro.

Pero la crisis no se detiene ahí. Nos enfrentamos también a una devastadora crisis ambiental que pone en riesgo nuestra biodiversidad, y una crisis social que fractura al país entre divisiones políticas cada vez más marcadas. Los frentes políticos están tan polarizados que el diálogo se ha transformado en un campo de batalla, mientras la población queda atrapada en medio, sin representación verdadera, sin un camino claro hacia el progreso.

Esta realidad, sin embargo, no es nueva. Todos lo sabemos. Sabemos que nuestra democracia está en juego. Sabemos que la corrupción sigue carcomiendo las instituciones que deberían ser garantes del bienestar común. Sabemos que la educación está en crisis, que la juventud se enfrenta a un sistema que les ofrece pocas oportunidades de crecimiento y que nuestra tierra, Bolivia, está siendo asfixiada por la deforestación y la minería indiscriminada.

A pesar de este conocimiento generalizado, pocos se han levantado a luchar por el cambio. Y es en este punto donde reside el verdadero desafío: ¿Por qué, si todos somos conscientes de los problemas, no estamos tomando acciones colectivas para resolverlos? La apatía ha ganado terreno en nuestra sociedad. Quizás sea el resultado del cansancio, de las promesas incumplidas o de la desesperanza que muchos sienten al ver que, a pesar de saber lo que ocurre, el cambio parece estar siempre fuera de nuestro alcance.

Pero éste no es un destino inevitable. Es necesario que despertemos y comprendamos que, aunque las soluciones no sean fáciles, el primer paso es actuar. Bolivia necesita urgentemente un despertar colectivo. Necesitamos tomar conciencia de que el tiempo para la acción es ahora. Es el momento de que, como bolivianos, nos unamos, sin importar nuestras diferencias políticas o sociales, en la búsqueda de un futuro mejor.

Un país donde se respete la libertad de expresión, donde el conocimiento sea valorado y utilizado para el bien común, y donde la naturaleza no sea vista como un recurso a explotar, sino como un legado a proteger para las generaciones futuras. Bolivia tiene todo el potencial para ser una nación libre, próspera y justa. Pero esto solo será posible si nos levantamos todos, juntos, para exigir los cambios que queremos ver.

Es momento de abandonar la pasividad. No basta con saber lo que está mal. Ahora debemos luchar por lo que es correcto. Porque la lucha no es solo de unos pocos, sino de todos. Y juntos, podemos transformar el destino de Bolivia. La historia nos observa, y depende de nosotros decidir si seremos recordados como una generación que vio pasar la crisis sin actuar o como la generación que, sabiendo lo que ocurría, se levantó y luchó por el país que todos merecemos.

Hoy más que nunca, Bolivia necesita que su pueblo despierte, que su juventud tome el liderazgo y que, juntos, construyamos una nación donde la vida, la libertad y la dignidad sean inquebrantables.

Sergio J. Pérez Paredes es historiador

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Corrupción en la justicia boliviana

Ha llegado la hora de que el país exija, de manera decidida y unida, una justicia que sea realmente justa

Sergio J. Pérez Paredes

/ 13 de octubre de 2024 / 06:04

La corrupción en Bolivia es el cáncer que ha debilitado profundamente a una de las instituciones más importantes para el funcionamiento de un Estado: la justicia. Aunque los líderes y gobernantes se llenan la boca de promesas sobre su erradicación, la realidad es que el sistema judicial está quebrado, carcomido por una corrupción estructural que impide impartir una justicia imparcial y efectiva.

En Bolivia, es imposible hablar de justicia sin tocar el tema de la impunidad. La ciudadanía ha aprendido que la ley, lejos de ser un mecanismo de equidad, se ha convertido en un instrumento de poder al servicio de unos pocos. Los casos de corrupción dentro del sistema judicial no son excepciones aisladas, sino parte de un patrón en el que las leyes se aplican según el poder adquisitivo o la influencia política de los involucrados.

Revise: Bolivia sabe, pero aún no actúa

Uno de los ejemplos más contundentes de este fracaso se encuentra en el sistema carcelario boliviano. Las cárceles del país están llenas de personas que no han recibido una sentencia justa; muchos de ellos han pasado años en prisión preventiva, esperando un juicio que nunca llega. Mientras tanto, los verdaderos culpables de crímenes graves a menudo evaden la cárcel gracias a sus conexiones políticas o financieras. Así, los inocentes se pudren tras las rejas, mientras los poderosos se pasean libres por las calles.

La cárcel de San Pedro, en La Paz, se ha convertido en el símbolo más visible de este problema. En este centro penitenciario, los reclusos no solo viven en condiciones inhumanas, sino que están obligados a pagar por su espacio dentro de la prisión. Aquellos con recursos pueden comprar celdas mejores, mientras que los pobres deben conformarse con dormir en los patios. Esto no es justicia, es la manifestación más cruda de la desigualdad y corrupción que reina en el sistema.

El colapso de la justicia en Bolivia no solo se refleja en las prisiones. Los casos de corrupción en los tribunales son igualmente alarmantes. Jueces que aceptan sobornos, fiscales que fabrican pruebas y policías que manipulan investigaciones son solo algunos de los ejemplos que ilustran cómo la corrupción ha minado la confianza del pueblo en sus instituciones. La justicia, que debería ser ciega e imparcial, se ha convertido en un lujo que solo unos pocos pueden permitirse.

La ausencia de un verdadero estado de derecho en Bolivia ha llevado a una crisis de confianza sin precedentes. Los ciudadanos no solo desconfían del sistema judicial, sino que temen ser víctimas de él. El principio de presunción de inocencia, un derecho fundamental, es continuamente vulnerado. En muchos casos, las personas deben probar su inocencia, en lugar de que el Estado pruebe su culpabilidad, algo que distorsiona completamente los principios básicos del derecho.

Es imposible imaginar un futuro próspero para Bolivia sin una reforma radical de su sistema judicial. La corrupción no puede seguir siendo el talón de Aquiles de nuestra democracia. La justicia debe ser recuperada y blindada contra los intereses corruptos que la han utilizado para sus propios fines. Sin una justicia verdadera, el país seguirá condenado a vivir en un ciclo interminable de impunidad, pobreza y desigualdad.

Bolivia merece un sistema judicial que funcione, que sea capaz de dar a cada quien lo que es suyo, y que castigue a los culpables sin importar su poder o influencia. La corrupción y la impunidad no pueden seguir dictando las reglas de un juego en el que todos perdemos. Ha llegado la hora de que el país exija, de manera decidida y unida, una justicia que sea realmente justa.

(*) Sergio J. Pérez Paredes es historiador

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La juventud que reescribirá el destino

Sergio J. Pérez Paredes

/ 8 de septiembre de 2024 / 07:36

La juventud boliviana ha sido tradicionalmente vista como un sector subestimado en términos de participación política. Sin embargo, en los últimos años, los jóvenes han cobrado protagonismo como actores clave para la transformación social, económica y política del país. A pesar de que Bolivia cuenta con una población joven significativa, su influencia en los procesos políticos sigue siendo limitada debido a múltiples barreras que restringen su participación activa.

Uno de los principales desafíos que enfrentan los jóvenes es la falta de acceso a espacios de decisión. Las estructuras políticas bolivianas suelen ser jerárquicas, excluyendo a las nuevas generaciones y perpetuando prácticas tradicionales. Esta desconexión entre las prioridades juveniles y las agendas políticas ha generado apatía, alimentada por la desconfianza en el sistema y la corrupción. A menudo, esto lleva a que muchos jóvenes opten por mantenerse al margen de los procesos electorales o movimientos sociales.

Sin embargo, Bolivia ha experimentado una fuerte resonancia juvenil en años recientes. Movimientos sociales y estudiantiles como “Estudiantes por la Libertad Bolivia”, “Generación Bicentenario”, entre otros, han surgido para canalizar las aspiraciones de libertad y justicia. Desde estos espacios, han movilizado a muchos jóvenes, quienes luchan por una mayor participación política y por la defensa de libertades fundamentales. Estos movimientos han demostrado que la juventud tiene ideas libres y revolucionarias, capaces de cambiar el futuro político del país.

Como señaló Salvador Allende, “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”, hoy, más que nunca, esta frase resuena entre los jóvenes bolivianos que entienden que el cambio es no solo necesario, sino inevitable. La juventud ha dejado claro que su participación va más allá de la protesta; propone soluciones innovadoras y está comprometida con la construcción de un nuevo proyecto de país.

A pesar de las dificultades, estos movimientos juveniles han logrado abrir espacios de debate en la sociedad civil. Sin embargo, la falta de educación cívica de calidad y el acceso limitado a información política siguen siendo obstáculos que impiden una participación más efectiva. Muchos jóvenes carecen de las herramientas necesarias para comprender sus derechos y responsabilidades dentro del sistema democrático. Promover una educación cívica desde temprana edad y facilitar el acceso a formación política resulta fundamental para empoderar a la juventud y potenciar su impacto en la política.

El futuro de la democracia boliviana depende de su juventud. La renovación política y social del país solo será posible si las nuevas generaciones son integradas de manera efectiva en los procesos de toma de decisiones. Para ello, tanto el Estado como la sociedad civil deben trabajar en conjunto para crear espacios, eliminar barreras y generar oportunidades que permitan a los jóvenes liderar el cambio. Bolivia necesita una juventud comprometida, no solo en las calles, sino también en las instituciones, donde su voz, muchas veces ignorada, será clave para construir un futuro más justo, equitativo y democrático.

Sergio J. Pérez Paredes
es historiador

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