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Wednesday 11 Dec 2024 | Actualizado a 00:05 AM

Justicia con equilibrio

/ 12 de noviembre de 2024 / 06:11

La Ley 348 en Bolivia, creada para combatir la violencia de género, es un paso crucial para proteger a las mujeres en una sociedad que aún enfrenta esta problemática con urgencia. Sin embargo, su aplicación ha desatado un profundo debate sobre el equilibrio entre proteger a las víctimas y respetar los derechos fundamentales de los acusados.

En el corazón de esta discusión está el principio de presunción de inocencia, consagrado en la Constitución y pilar de la justicia: toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Pero en la práctica, las medidas cautelares, como la detención preventiva, se aplican con frecuencia sin una investigación exhaustiva, basándose en la denuncia de la presunta víctima. Esto convierte al proceso en una carrera urgente donde se privilegia la rapidez en las aprehensiones por encima de la evaluación cuidadosa de las pruebas. Así, el acusado suele ser apresado y conducido rápidamente a declarar, mientras el Ministerio Público intenta cumplir con un proceso expedito.

Este ritmo acelerado somete a los acusados a una dura realidad: la detención preventiva puede extenderse de cuatro a seis meses, tiempo que el sistema judicial considera necesario para investigar el caso. Pero para quien está encerrado, estos meses pueden ser un verdadero tormento. La estancia en prisión, muchas veces en condiciones difíciles, afecta profundamente al acusado y también a su familia, generando un sufrimiento que parece un castigo anticipado. Este tiempo en prisión es incierto, y el proceso lento y tedioso del que depende su libertad afecta su salud mental, su dignidad y lo sume en la angustia de no saber si podrá defenderse de manera justa.

Para el Ministerio Público, la Ley 348 implica actuar con la celeridad que exige la protección de la víctima. Sin embargo, en muchos casos esto se convierte en una presión por emitir mandamientos de aprehensión que resultan en detenciones sin una valoración suficiente de las pruebas. Esta situación ha llevado a que las audiencias de medidas cautelares se resuelvan con rapidez, imponiendo la detención preventiva del acusado como una medida «necesaria» para la investigación, aunque muchas veces el proceso luego se ralentiza, extendiendo la incertidumbre de la persona recluida.

Para el acusado, este encierro forzado representa no solo una privación de su libertad, sino también una experiencia psicológica desgastante. Durante estos meses convive en espacios limitados con personas cuyas historias reflejan la dureza de un sistema penitenciario que marca la vida de quienes transitan por él. Este proceso afecta también a las familias de los acusados, que suelen enfrentar un impacto económico y emocional devastador. Para el Ministerio Público, la detención prolongada es solo una fase de investigación; para la persona acusada, este tiempo se convierte en una experiencia de desgaste y sufrimiento que afecta profundamente su dignidad.

La Ley 348 sigue siendo fundamental en la defensa de las mujeres y en la lucha contra la violencia de género, pero su implementación exige un análisis profundo y objetivo para alcanzar un equilibrio justo entre los derechos de la víctima y del acusado. Replantear su aplicación no implica retroceder en la protección de las mujeres, sino fortalecer una justicia equitativa. La verdadera justicia no solo protege a los vulnerables, sino que también cuida de no atropellar los derechos de otras personas en el proceso.

Una sociedad justa es aquella en la que la protección de un derecho no implica la pérdida de otro. Al buscar justicia, es vital que la Ley 348 cumpla con los ideales que representa sin comprometer la humanidad de quienes son acusados, promoviendo un sistema que proteja con equilibrio.

Brayan Sergio Pérez Paredes es ingeniero comercial, abogado y teólogo.

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El precio de la incertidumbre

Brayan Sergio Pérez Paredes

/ 24 de noviembre de 2024 / 06:00

Bolivia enfrenta un momento crucial donde las decisiones actuales definirán su rumbo económico, social y político. La inflación, que superó el 7% hasta octubre y podría alcanzar entre el 9 y 10% a fin de año, no es solo un número alarmante, sino el reflejo de una crisis estructural que golpea especialmente a los más vulnerables. Este fenómeno no es aislado y está vinculado a una escasez de dólares, tensiones sociales y una creciente desconfianza en las instituciones.

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La falta de divisas ha encarecido las importaciones, afectando productos básicos y reduciendo el poder adquisitivo de los hogares más pobres. La inflación, sumada a las tensiones sociales, agrava las desigualdades y alimenta la polarización. Esto profundiza la brecha entre ricos y pobres, poniendo en riesgo la sostenibilidad social y económica del país.

A nivel financiero, la confianza en la moneda nacional se ha deteriorado, impulsando una dolarización informal que refleja miedo e incertidumbre. Aunque puede parecer una solución inmediata, esta dependencia del dólar limita la autonomía económica y expone al país a riesgos externos.

Los bloqueos sociales y tensiones políticas han exacerbado la crisis. En lugar de buscar soluciones mediante el diálogo, los conflictos han paralizado la circulación de bienes y servicios, afectando a la economía y aumentando el descontento. Este ambiente de inestabilidad dificulta cualquier intento de recuperación.

Aunque el panorama es complejo, existen soluciones viables. Es necesario un enfoque integral que combine medidas económicas con un replanteamiento social y político. Diversificar las exportaciones, combatir el contrabando y atraer inversión extranjera son pasos clave para fortalecer las reservas internacionales y generar empleo. A su vez, el Banco Central debe controlar la emisión de dinero para evitar presiones inflacionarias, mientras se implementa una reforma fiscal que reduzca el déficit público y optimice el gasto estatal.

Pero las políticas económicas no bastarán si no se abordan las tensiones sociales. Es urgente restablecer el diálogo entre sectores políticos y sociales para reducir la polarización. La estabilidad requiere acuerdos inclusivos que promuevan una distribución equitativa de los recursos y restauren la confianza en las instituciones.

Además, es esencial impulsar la producción local para reducir la dependencia de las importaciones, generar empleo y fortalecer el mercado interno. El gobierno debe garantizar condiciones justas para los productores nacionales, fomentando su competitividad tanto a nivel interno como externo.

Bolivia está en una encrucijada histórica. Si no se toman decisiones responsables, el país corre el riesgo de quedar atrapado en un ciclo de incertidumbre y crisis. Sin embargo, con acciones valientes y una visión de futuro, es posible superar esta etapa. El costo de la inacción es demasiado alto. Ahora es el momento de transformar la incertidumbre en oportunidad.

(*) Brayan Sergio Pérez Paredes es ingeniero comercial, abogado y teólogo

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