El límite de un Estado en quiebre
Las declaraciones del ministro nos recuerdan una antigua frase de Cornelio Tácito: “Cuanto más corrupto es el Estado, más leyes tiene”.
Sergio J. Pérez Paredes
Hace pocos días, el ministro de Economía boliviano, Marcelo Montenegro, pronunció palabras que resonaron con un eco de incertidumbre. En su criterio, ciertos sectores, como militares, policías y otros beneficiarios de rentas provenientes de la Gestora Pública, deberían dejar de recibir el bono adulto mayor o Renta Dignidad. Este planteamiento no solo es revelador, sino también alarmante: desnuda la fragilidad económica de un Estado que tambalea sobre una delgada línea entre el colapso y la sobrevivencia.
Las declaraciones del ministro nos recuerdan una antigua frase de Cornelio Tácito: “Cuanto más corrupto es el Estado, más leyes tiene”. En Bolivia, no solo proliferan las leyes, sino también los impuestos, reflejando la necesidad desesperada de un aparato estatal que intenta sostenerse a cualquier costo. Este aumento de cargas no es más que un intento de tapar las grietas de un modelo económico que se desploma, dejando a su paso un profundo malestar social y una desconfianza generalizada.
Estamos ante un momento crítico en la historia reciente de Bolivia. La economía nacional no solo enfrenta un vacío estructural, sino también un vacío de confianza. Cuando un gobierno llega al extremo de cuestionar la continuidad de ayudas esenciales como la Renta Dignidad, queda en evidencia que el modelo social y económico que lo sostiene está al borde del agotamiento. Este bono, que simboliza un mínimo gesto de justicia hacia los más vulnerables, está siendo replanteado no desde la solidaridad, sino desde la carencia.
La situación actual no solo es económica, también es moral. Un país que incrementa impuestos mientras reduce beneficios sociales parece olvidar su compromiso con la dignidad humana. En su lugar, abraza una política de parcheo continuo, desprovista de una visión transformadora. Este modelo tambaleante refleja un sistema que ya no responde a las necesidades reales de su pueblo, sino a su propia urgencia de sobrevivir.
Bolivia atraviesa una crisis que va más allá de lo económico. Es un momento de quiebre, donde la falta de rumbo político y social exacerba las desigualdades y condena a las generaciones futuras a una incertidumbre devastadora. Lo que presenciamos es más que una crisis pasajera: es el agotamiento de un ciclo, una transición hacia lo desconocido que exige reflexión y acción inmediata.
El quiebre del modelo actual no solo se mide en cifras económicas o estadísticas, sino en la pérdida de esperanza de millones de bolivianos. Este modelo, que alguna vez prometió inclusión y prosperidad, hoy parece reducirse a un sistema que beneficia a pocos mientras sacrifica a muchos. En este contexto, las palabras del ministro son una advertencia: hemos llegado al límite.
Hoy, más que nunca, es necesario repensar el papel del Estado. ¿Es éste un momento de reforma estructural o de perpetuar los errores del pasado? ¿Puede Bolivia levantarse de este abismo con justicia social y sostenibilidad o continuará en esta espiral descendente? Las palabras del ministro, aunque alarmantes, deben servir como un llamado a la acción. Si no enfrentamos esta crisis con valentía y visión, corremos el riesgo de perpetuar un modelo que solo profundiza las fracturas de nuestra sociedad.
En la intersección de la filosofía, la economía y la historia, Bolivia se encuentra ante su momento más delicado. Ya no podemos seguir ignorando el límite al que hemos llegado. Éste es un tiempo para decidir: o continuamos cargando el peso de un modelo fallido o asumimos el desafío de construir un futuro digno para todos.