La increible vida de Wálter Mitty
En el crepúsculo, el Neorrealismo de la segunda posguerra declinó a una suerte de subgénero denominado por algunos críticos “qualunquismo”, nombre tomado de “homo qualunque”, término utilizado en italiano para nombrar al hombre cualquiera, al individuo común y corriente. Sin embargo, la cosa no pasaba por hacer del individuo anónimo un personaje digno de ser tenido en cuenta por el cine —normalmente abocado a contar historias de sujetos extraordinarios— pues esa era una de las premisas del Neorrealismo. A poco de andar, el señalado subgénero terminó convertido en la exaltación de la mediocridad, por lo que los cronistas lapidaron sin miramiento alguno, pero con entera justicia, sus múltiples ejemplos al despuntar los 50 del siglo pasado.
Este excurso histórico viene a cuento puesto que el quinto largometraje dirigido por Ben Stiller me recordó en muchos sentidos aquellas celebraciones del fracaso, valga la paradoja. Cambiaron, claro, las formas y el empaquetamiento visual, pero en el fondo Walter Mitty bien podía haber protagonizado cualquiera de aquellos títulos.
PERDEDOR. Mitty es un perdedor, un “loser” como le dicen en el Norte, entendiendo por tal cosa un sinónimo de apestado. Pues bien, no existe peor desgracia para el sistema que hizo del triunfo a como dé lugar y de la felicidad comprada a cuotas sus tótems que ser un tipo anónimo y gris, arrinconado por la chatura de la vida y la imposibilidad de alcanzar el éxito de acuerdo con las fórmulas establecidas.
De alguna manera, todos solemos escapar de la realidad imaginando cosas e imaginándonos en roles distintos a los que nos toca desempeñar. La cuestión es que no necesariamente tales ensoñaciones son materia de interés para los demás. Y ése es el primer obstáculo con el cual tropieza la adaptación agiornada de un cuento muy popular de apenas dos páginas de James Thurber publicado en 1939. Antes, en 1947, la historia ya había sido volcada por primera vez a la pantalla, sin pena ni gloria, por Norman Z. McLeod con Danny Kaye en el papel protagónico. En cambio, el éxito del cuento de Thurber permitió que el nombre del personaje se convirtiera en un adjetivo de uso común: eres “un Walter Mitty” se les dice en Estados Unidos a quienes viven en Babia.
El Mitty contemporáneo gasta su existencia en un oficio obsoleto. Por décadas se encarga del manejo de los negativos archivados por la revista Life. Desde 2007 esta revista dejó de imprimirse en papel y solo circula en formato digital. Para el desubicado Walter las cosas terminan de ponerse color hormiga cuando un grupo inversor adquiere la empresa y resuelve volcarse definitivamente solo a la web. Ergo nuestro hombre se encuentra en trance de quedar desempleado.
Los millones de negativos llegados de todos los confines de la Tierra que Walter inspeccionó y archivó con esmero alimentaron un mundo paralelo de fantasía al cual suele fugar en los momentos más inopinados. Allí puede convertirse en el héroe que rescata in extremis de un incendio a la chica de Administración de la cual se encuentra perdidamente prendado. O bien propinarle una tunda ejemplarizadora al pedante superior encargado de informarle que acaba de ser despedido. El doloroso aterrizaje de vuelta en la realidad lo deja siempre ante la evidencia de su desacomodo frente a los cambios puesto que incluso el sencillo formulario para una web de contactos le resulta inabordable.
Todo ello está contado en un prólogo ligero, entretenido, imaginativo incluso. El momento de inflexión, en todos los sentidos, llega cuando Mitty se pone a buscar el negativo específico de una toma de su fotógrafo preferido para que sea portada en el último número impreso de Life. Sin embargo, aunque juraría que lo tuvo en sus manos, no hay manera de dar con él. No queda otra entonces que emprender un viaje con destino impreciso en busca de Sean O’Connell, el fotoperiodista estrella.
Allí va pues Walter y, como en toda película del camino que se precie, el periplo es doble: geográfico, pero al mismo tiempo interior, al encuentro de sus propios fantasmas y de facetas desconocidas de su manera de ser. De pronto el apocado y tímido Walter habituado durante 16 de sus 42 años a pasar los días encerrado y solitario en su archivo debe ir de Groenlandia a Islandia, pasando por Afganistán, para afrontar los retos más inverosímiles, desplazándose haciendo malabares subido a una patineta o a bordo de helicópteros de incierta estabilidad y enfrentando peligros capaces de disuadir al más pintado.
Para contar tales idas y venidas, Stiller apela a un modo narrativo afectado por la dispersión y a un tono que orilla en muchos momentos los lugares comunes de los manuales de autoayuda que prometen convertir a cualquiera en un triunfador con solo recurrir a las recetas proporcionadas por la módica suma de un “bestseller” de kiosco. Es en esas numerosas secuencias transidas de paternalismo y condescendencia cuando Stiller, habituado por lo común a un humor salvaje y destructivo, coquetea con aquel “qualunquismo” arriba referido.
Generación X (1994), El insoportable (1996), Zoolander (2001) y Una guerra de película (2008), los cuatro largos anteriores dirigidos y actuados por Ben Stiller, dividieron las opiniones de los cronistas entre los que ponderaban su atrevimiento para ensayar una comicidad negra y satírica y los que juzgaban que se trataba de un repetido recurso a la astracanada salida de madre apoyada en el gran despliegue físico y gestual del actor, pero ayuna de todo sentido, para no mencionar una sutileza que parecía por entero ajena al repertorio de Stiller.
CÓCTEL. Algo más contenido en este quinto eslabón de su filmografía, el director-actor mezcla a destajo elementos de los más variopintos géneros. Arma así un cóctel de momentos realmente divertidos con otros en los cuales la moraleja banal del tipo “nunca es tarde para lanzarse a la conquista de los sueños archivados” o “todos podemos ser héroes dependiendo de las circunstancias” empastan el tono acercándolo peligrosamente a esas fábulas aleccionadoras que la industria suele suministrar a modo de sucedáneo infalible para fugar de las apreturas de la vida. Difuminados los límites entre fantasía y realidad, el relato se mueve con alguna incomodidad en una zona intermedia donde no siempre consigue hacer pie.
Con todo, se trata de una película que entretiene y mantiene el interés a lo largo de casi dos horas, sacando el mejor partido a sus intérpretes —si bien algunos personajes rondan la caricatura y el estereotipo— y trocando la agresividad usual del estilo Stiller en una calidez que ayuda a simpatizar casi siempre con Mitty. Más delirio visual y menos ironía son en suma los rasgos de este opus cinco.
Ficha técnica
Título original: The Secret Life of Walter Mitty. Dirección: Ben Stiller. Guion: Steve Conrad. Cuento: James Thurber. Fotografía: Stuart Dryburgh. Montaje: Greg Hayden. Arte: David Swayze. Música: Theodore Shapiro. Producción: G. Mac Brown, Stuart Cornfeld, Samuel Goldwyn Jr., John Goldwyn. Intérpretes: Ben Stiller, Kristen Wiig, Jon Daly, Kathryn Hahn, Sean Penn, Terence Bernie Hines, Adam Scott, Paul Fitzgerald, Grace Rex, Alex Anfanger, Amanda Naughton, Adrián Martínez, Nolan Carley. USA/2013.