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Escribir para no morir: Las tentaciones del fracaso

Un perfil y un repaso por la obra del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro

/ 13 de mayo de 2020 / 09:51

Cuando Julio Ramón Ribeyro fue declarado en 1994 ganador del Premio Internacional de Literatura Juan Rulfo, apenas pudo ver, 90 días más, los elevados acantilados que predominaron en la atmósfera de su literatura; tampoco pudo gastar los 100.000 dólares del reconocimiento a su obra. La muerte, como parodia a sus personajes, lo sorprendió cuando apenas había terminado su cuento autobiográfico Surf (1994).

Ribeyro, que vivió de cerca el esplendor del llamado “boom de la literatura iberoamericana”, fue una de sus víctimas. Excluido de los placeres de la fama, por encontrarse alejado, dizque, de la Gran Novela Latinoamericana, como en algún momento la denominó Carlos Fuentes: abarcadora y experimental.

El neblinoso autor de La palabra del mudo (1972) prefería el anonimato y el retiro franciscano, como lo refleja en su relato Silvio en el Rosedal (1976). Este autor, fumador empedernido, de origen peruano e indiferente a las modas intelectuales y con una cualidad, que para entonces era considerada austera y simplona, prefería la narración corta que también cultivaron Jorge Luis Borges y Julio Cortázar.

El cuento, ¿un género menor?

Por varios años y quizá, más en la década de los 60, el cuento fue considerado (y creo que aún sufre esa maldición) una figura menor de la literatura hispanoamericana, debido a la emergencia de los grandes frescos: murales literarios gigantescos y totales: La región más transparente, Cien años de soledad, La ciudad y los perros, Yo el supremo o Rayuela. Sus autores oscilaban como los rock star de la época, no se limitaban a hablar solo de literatura, sino alcanzaban decibeles de mandatarios de Estado, opinadores y consejeros gubernamentales en temas delicados de la política internacional; incluso con poderes plenipotenciarios que los elevaban casi a la altura de los dioses.

Con un estilo renovado y una novelística moderna, se convirtieron en alternativa a la novela rural y provinciana de vínculos telúricos, del hombre y la naturaleza, adosados en su desmesura romántica: La vorágine, Don segundo sombra, El hermano asno, Los de abajo o Doña Bárbara dominaron, por varios años el interior de las fronteras de sus países. Fue en ese escenario que la novela indigenista perdió brillo y fuerza, esfumándoseles de las manos a lectores y autores. Estos relatos se vieron anquilosados, de la noche a la mañana, afincados en comarcas y paisajes. La modernidad, como una epidemia, tocó sus puertas.

Claro está, el “Boom”, bautizado en idioma anglosajón, se convirtió en el cataclismo literario de otras narrativas y autores que predominaron aquella época: Borges, Rulfo, Onetti e incluso Sábato. Esta avalancha de obras literarias de los recién llegados. Autores mediáticos, impulsados por la renovación novelística, con gran rapidez, tomaron la delantera al corriente y desarrollo de las ciudades. El marketing, y los agentes literarios se convirtieron en cómplices de las grandes editoriales promocionando e inventando, entre otras cosas: el culto al autor.

Hay que decirlo, aunque a muchos no les guste. Este fenómeno literario fue lo mejor de la producción narrativa latinoamericana de los años 60. Ese aluvión novelístico arrasó injustamente historias y autores, ambos fueron desplazados y sus trabajos literarios marginados, al extremo de eclipsar una literatura sólida, inaugurada por los padres fundadores que contenía un aire tradicional y que marcó el rumbo de las nuevas generaciones en nuestro continente.

En medio de ese huracán literario, Julio Ramón Ribeyro, dueño de estilo sencillo y tradicional se aferraba tozudamente a su narrativa. Consciente, o no, de su “desmedrado” oficio de narrador menor y preso de falsas “limitaciones”: desafectos, tribulaciones y dudas caracterizaron la personalidad del escritor y en toda su vida literaria nuca supo sobreponerse.

Pese a que en la época del “Boom” Ribeyro ya llevaba tres novelas al pecho —Crónica de San Gabriel (1960), Los geniecillos dominicales (1965), Cambio de guardia (1976)— él seguía sabiéndose escritor periférico, inseguro, eclipsado, desahuciado. De esta forma es que el autor de Los gallinazos sin plumas (1955) resuelve aferrarse a la escritura breve, con impulso destellante en la experiencia cotidiana. Es, desde los marginales, los excéntricos y los perdedores; habitantes de una Lima en proceso de expansión, modernidad y migración interna, que el miraflorino, radicado en París, construyó un estilo único.

De estos aspectos se desprendió su realismo crítico, ocupándose en su narrativa de lo urbano y la ciudad, convirtiendo al género menor en alternativa a las novelas abarcadoras y totales. Una fuente subterránea obsesiva del autor de Prosas apátridas (1975) que fue cultivando, cual geranios, su carrera narrativa por más de cuarenta “intensos e inútiles años”. Además, paralelamente a su obra cuentística, Ribeyro desarrolló, entre finales de los años 40 hasta entrados los años 70, su Diario personal convirtiéndose en “una necesidad, en una compañía y en un complemento a su actividad estrictamente literaria”.

Frustración, fracaso y desaliento

En La tentación del fracaso (1992) Julio Ramón Ribeyro escribe el 28 de octubre de 1977: “Todos o casi todos los escritores de mi generación han escrito su gran libro narrativo que condensa su saber, su experiencia, su técnica, su concepción del mundo y la literatura. Vargas Llosa, La casa verde; Roa Bastos, Yo el supremo; Carlos Fuentes, Terra Nostra; Goytisolo, Recuento; García Márquez, Cien años de soledad; Donoso, El obsceno pájaro de la noche, etc. Solo yo no he producido un libro equivalente y a los 48 años no creo que lo pueda producir.

La obra vasta y compleja, densa y sinfónica, está fuera de mis posibilidades. Quizá en Cambio de guardia perdí la ocasión de hacerlo, si en lugar de buscar la síntesis y el estilo administrativo hubiera desarrollado cada secuencia y ahondado más en los personajes. Pero entonces estaba yo obcecado por la entreverada sucesión de cortísimas escenas…

En suma, nada importante he hecho, tres novelitas, cada vez menos convincentes, casi un centenar de cuentos y otras cosas menores. Nada de eso me permitirá permanecer, durar. Jugador de tercera división, algunos me vieron alguna vez hacer una jugada maestra y meter un magnífico gol. Algunos, luego me olvidaron”.

La cita refleja claramente la impotencia enraizada en la personalidad de Ribeyro, una impotencia falsa ficticia, atormentada y destructora, no solo de su obra literaria, sino de su vida. Una subsistencia llena de carencias, incertidumbres y fracasos; reflejados con maestría en el destino de sus personajes que habitan sus cuentos.

El humor irónico, elemento fundamental en sus cuentos, acompaña, como telón de fondo a su vida y sus situaciones adversas, es el fiel reflejo de las apuestas pedidas y la incongruencia del mundo que se empeña en darle la contra. Un sentimiento de no haber escrito la obra que lo justifique. Una moneda que siempre cae del lado de la cruz.

Esa culpabilidad inmanente en Ribeyro, la de no poder librarse de sus frustraciones, irónicamente narrada en su Diario personal y convertida, en la actualidad, en una obra monumental, comparable a cualquier novela del “Boom”, nos trae originalidad y complacencia. Apelando a un género literario experimental plasmado en un, por demás, título desgarrador: La tentación del fracaso. Abarca más de 30 años de vida y literatura, llena de pasajes íntimos, de amores enardecidos y melancólicos, reflexiones sobre el ser…

Ese jugador de tercera división, como se autocalificaba, supo mantenerse al margen de esa aureola que envuelve a los mezquinos y abyectos escribidores de la actualidad; que creen que el marbete de “escritor” los eleva al nivel de los dioses del Olimpo y que a fuerza de repetirse, una y otra vez, en sus cavernosas entrañas, fuerzan su miseria intelectual alelada a costa de lo que sea, incluso, defenestrando con solaz satisfacción a otros ignominiosos escribidorcillos que, aparentemente, les hacen la competencia.

De esta forma el autor, al margen de esas veleidades miserables, construyó su destino, su literatura, su vida y su obra, en el más completo anonimato y como uno de sus tantos personajes, Julio Ramón Ribeyro, culmina su existencia justo cuando el mundo y las vacas sagradas de la literatura por fin lo reconocen y premian. Como respuesta a ese atrevimiento, el flaco socarrón decidió abandonar este mundo. Una perfecta armonía entre la ficción y la realidad. El fracaso y el reconocimiento en síntesis: la inmortalidad.

Sandro D. Velarde Vargas – Comunicador y escritor

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JESÚS MARTÍN-BARBERO, el teórico de la cultura popular

El 12 de junio falleció en Colombia el doctor en filosofía con estudios en antropología y semiología, su obra ha guiado los estudios de comunicación en Latinoamérica y el mundo

/ 27 de junio de 2021 / 21:09

Dicen que a los libros no los elegimos nosotros, sino todo lo contrario; son ellos los que nos prefieren a fin de transportarnos por universos soñados y científicos, donde la  ficción y la ciencia no bifurcan caminos, sino ofrecen creativas formas de complementación a fin de dar cuenta de nuestro mundo.  La galaxia barberiana se ha extendido por más de cuarenta años en los intersticios de la compleja y a veces contradictoria realidad de la comunicación y la cultura popular, donde los procesos de masificación, la identidad y el poder se entrelazan con los movimientos sociales, los medios de comunicación y las entramadas mediaciones.           

Corría el año 1999 y por vez primera nuestro país se aprestaba a vivir el más grande acontecimiento académico que reunía a las voces más relevantes de la investigación en comunicación de Latinoamérica. La Universidad Católica de Cochabamba organizó el evento junto a la de La Paz y la Universidad Andina Simón Bolívar que había abierto hace pocos meses sus puertas en la sede de gobierno; estas instituciones de educación superior tuvieron que alquilar el gigantesco salón de eventos del Club Social Olimpic, ubicado en la calle México, cerca de la plaza Colón, en Cochabamba, para recibir a más de un millar de participantes que llegaban de todas las latitudes de América. Una multiplicidad de acentos  delataba a la gente que venía de Brasil, Argentina, Chile o Uruguay, así como investigadores de  La Paz, Santa Cruz, Tarija y Oruro se disponían a poner a prueba sus hallazgos.

Esta fauna académica, conformada por estudiantes, profesores universitarios  e investigadores cargaban sus ponencias y algunos textos de consulta. Los hoteles, que para ese año eran muy reducidos en la Llajta, se encontraban repletos de asistentes, tal cual se tratara de la fiesta de la Virgen de Urkupiña o el Corso de Corsos, ambos ritos paganos y  populares que anualmente movilizan a miles de feligreses y bailarines. Pero no era nada de eso, los asistentes a este congreso de comunicación esperaban la llegada del comunicólogo colomboespañol Jesús Martín-Barbero, el rockstar de la comunicación.

Martín-Barbero,  invitado principal  del evento, llegó provisto de una infinidad de conceptos nuevos y  controversiales, trajo creativas formas para abordar los procesos de comunicación y sus matrices culturales que, hasta ese momento, los análisis de contenido, la estructura de propiedad de los medios y sus mensajes alienantes ejercían una morbosa ideologización de los estudios de los medios de comunicación, resabios de una mal comprendida y poco leída  Escuela de Frankfurt y su Teoría Crítica que pregonaba la aristocrática intelectualidad de sus autores.

Se tuvo que improvisar un auditorio que para entonces era una cancha de básquet o más bien un salón de baile, el ambiente ardía de calor e ideas: las del maestro Barbero por supuesto, que, para ese momento, cual mago y clarividente tenía hipnotizada a su audiencia, como si se tratase de muñecos en trance cognitivo para inocular, vía abstracción, los nuevos ángulos de reflexión de la “ciencia” de la comunicación humana.

De la misma forma que en sus coloquios de la última década, el Martín-Barbero de finales de los 90 encaraba apasionado sus ideales, imperativo en la exposición de sus conceptos, acompañado por su abulense pronunciación proporcionaba en tono ceremonial sus conferencias, hablaba pontificando, cual cura formado en los principios de la Teología de la Liberación y al mismo tiempo renegado de la Iglesia Católica. Ese día, en Cochabamba, sus reflexiones giraban en torno a lo que él consideraba la formación del campo latinoamericano de estudios de la comunicación, compuesto por un movimiento cruzado de dos hegemonías: la del paradigma informacional/instrumental, procedente de la investigación norteamericana, y  de la crítica ideológica y denuncista en las ciencias sociales latinoamericanas.

¿Fue Jesús Martín-Barbero quien iluminó los estudios de comunicación en América Latina?

La Mass Communication Research norteamericana fue la escuela más influyente de estudios de comunicación. Impuso su modelo de análisis comunicacional en gran parte del mundo, esta corriente hizo circular sus trabajos desde mediados de los cuarenta hasta muy entrados los años sesenta, sustentando una serie de investigaciones empíricas que daban cuenta de la influencia de los medios de comunicación en la opinión pública. Para estos estudiosos los medios son todopoderosos y tienen la capacidad de generar efectos directos en la audiencia y la sociedad.

La reacción a esta corriente se originó en la Escuela Crítica Latinoamericana de Comunicación, tal la clasificación del estudioso brasileño José Marques de Melo, esta escuela surge de forma espontánea; huérfanos de un centro que  financie sus investigaciones, sus integrantes fueron una suerte de intelectuales aislados, “francotiradores” que denunciaban la penetración imperialista norteamericana. Sus primeros disparos fueron directo a quemarropa e hicieron impacto en toda la estructura del sistema dominante, exigiendo mayor equilibrio en el flujo de noticias, mediante un Nuevo Orden Mundial de la Comunicación y la Información. Toda esa “batalla” ideológica de estudios mediáticos estuvo concentrada en los efectos de los medios y su influencia en la sociedad, extendiéndose hasta muy entrados los años 80.

Esta tradición, la de comprender la comunicación como sinónimo de medios de comunicación, hace que Jesús Martín-Barbero transforme las preguntas de investigación para el abordaje de los estudios de comunicación, invirtiendo los enfoques de exploración, es decir pasar: del estudio de los medios al estudio de las mediaciones, que se convertiría, al casi finalizar la década, en el libro más leído no solo por comunicólogos, sino por gran parte de investigadores de las ciencias sociales.

Los efectos de un escalofrío visual

Según cuenta Martín-Barbero en entrevistas concedidas a periodistas e investigadores y narrado con lujo de detalles en Ver con los otros(2017),  uno de sus últimos libros; el  autor de Comunicación masiva: discurso y poder cuenta que el quiebre cognoscitivo que le permitió darse cuenta del giro epistemológico que debía seguir sus investigaciones futuras se produjo durante la proyección de la película La Ley del monte en el cine México de la ciudad de Cali en Colombia, donde junto a otros colegas fueron a ver el filme protagonizado por el charro mexicano Vicente Fernández. Se trataba de un melodrama lacrimógeno que, desde su postura intelectual, debía ser visto en clave de humor.

Tras varias escenas de amor y cursilería, los investigadores se echaron a reír a carcajadas, la platea se encontraba completamente llena, y, al cabo de pocos minutos y muchas más algazaras, dos hombres se les acercaron y les dijeron: ¡“O se callan o los sacamos!”. A partir de ese instante y hundido avergonzadamente en su butaca, Jesús Martín-Barbero reflexionó: “me dediqué a mirar no la pantalla sino a la gente que me rodeaba: la tensión emocionada de los rostros con que seguían los avatares del drama, los ojos llorosos no solo de las mujeres sino también de no pocos hombres. Y entonces, como en una especie de iluminación profana, me encontré preguntándome: ‘¿Qué tiene que ver la película que yo estoy viendo con la que ellos ven? ¿Cómo establecer relación entre la apasionada atención de los demás espectadores y nuestro distanciado aburrimiento? En última instancia, ¿qué veían ellos que yo no podía/sabía ver? Y entonces, una de dos: me dedicaba a proclamar no solo la alienación sino el retraso mental irremediable de aquella pobre gente. Debía decidir ¿A quién y para qué servían mis acuciosos análisis semióticos, mis lecturas ideológicas? A esa gente no, desde luego. Y ello porque esas lecturas estaban escritas en un idioma que no podían entender, sino sobre todo porque la película que ellos veían no se parecía en nada a la que yo estaba viendo. Y si todo mi pomposo trabajo desalienante y ‘concientizador’ no le iba a servir a la gente del común, a esa que padecía la opresión y la alienación, ¿Para quién estaba yo trabajando?

” Ese escalofrío visual permitió a MartínBarbero comprender que la mirada aristocrática, de alta cultura y el mal de ojo de los intelectuales, impedía comprender y menos acercarse a lo que había detrás de toda esa subjetividad, gozo y sencillez conque los sectores populares disfrutan de los discursos mediáticos.

Llegó a la conclusión de que existe una mediación cultural, ritual o tecnológica, la que permite construir sentido desde el lugar que ocupan las audiencias. Lo fuerte y resistente de su concepto amplió el margen comunicacional en múltiples sentidos: lo popular y lo masivo, la emergencia de nuevas identidades y sensibilidades, las culturas en su diversidad y su historia, la ciudad, los medios y los miedos.

Toda esa densa arquitectura conceptual le significó al “cartógrafo mestizo”, como también lo conocían en el ambiente académico, situar a la cultura con los procesos de comunicación, constituyéndose en el punto de partida de toda su obra. Un mirar hacia atrás, es decir, investigar y avanzar recuperando la memoria de los pueblos, retrocediendo en el tiempo para, de este modo, determinar la afirmación y negación del pueblo como sujeto activo y sensible, protagonista en los distintos estadios de la historia. Una fórmula para avanzar al futuro, mirando al pasado.

Estos dispositivos permanecen en las matrices culturales de todos los pueblos, en las resistencias milenarias, en las negociaciones de significado y la construcción de sentido y la resignificación de los contenidos que emiten, no solo los medios de comunicación, sino los discursos hegemónicos.

Las preguntas que el tiempo exige y su investigación surgen del pueblo y la vida cotidiana, de los usos que hace la gente de la tecnología y nosotros nos preguntamos: ¿hasta qué punto la teoría desarrollada por Martín-Barbero es resistente a la nueva era que estamos viviendo?, ¿de qué forma la teoría de las mediaciones puede dar cuenta, cuando al parecer el discurso único y hegemónico del mercado se ha naturalizado en las interacciones con la tecnología, las redes sociales, las Fake News y la videopolítica?

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Los placeres de la literatura: del ángel su caspa

En pocos días más se lanzará una antología de cuentos, crónicas y testimonios del narcotráfico hecha por Homero

Contar historias acerca de la vida, los placeres y desventuras de los narcotraficantes se ha convertido en el nuevo boom de las industrias culturales de España, México, Colombia y Estados Unidos que, mediante sus espectaculares series y películas, casi apologéticas, han logrado glorificar la cultura narco, convirtiéndolas en éticas, o mejor dicho, en narcoestéticas, que apasionan a miles de fanáticos que siguen las series de Netflix que, por cierto, también se han puesto de moda.

En literatura, las novelas primigenias y otras como Honrarás a tu padre, fruto de una brillante labor periodística del cronista Gay Talese publicada en 1971, o la famosa novela El padrino llevada al cine y galardonada con varios premios Oscar de la Academia de Hollywood, del estadounidense Mario Puzo, hijo de migrantes italianos, conocido en los círculos intelectuales como el literato de la mafia, dominaron la década de los 70. Estos relatos tratan de gánsteres y contrabando de whisky, donde los autores sugieren, de pasada, la decadencia de los contrabandistas de alcohol y muestran la emergencia de los narcotraficantes de estupefacientes como el negocio del futuro.

Diez años después de estas novelas, aparece en nuestro país el Rey de la cocaína Roberto Suárez Gómez, acompañado de un sinfín de leyendas que hicieron crecer su popularidad: cuentos que circulaban de boca en boca, mitos que se colaban en el monte beniano, como por ejemplo la guardia de libaneses que cuidaba al “célebre” narco, o quizá ¿hayan sido libadores en vez de libaneses? Estos capos de la droga andaban fuertemente armados, con revólveres automáticos y “repetidoras” de uso complicado. Suárez —según la leyenda— contaba con aviones de despegue vertical, que ni los más sofisticados radares podían detectar, convirtiéndose en la envidia de la Policía.

Las ficciones que se construyeron en torno al “torazo” —apodo con el que también se conocía al más poderoso ganadero del Beni— dicen que tenía el corazón de un toro Nelore, ganado bobino con el que también camuflaba su negocio y un ¡tamañazo! corazón, con el que ayudaba a los pobres, estilo Robin Hood.

También gozaba de relatos orales que, dizque, organizaba fiestas y “asados” amenizados por el Trío Oriental y no pocas veces llegaban, directo desde Uruguay, Los Iracundos y otras agrupaciones internacionales. Hermosas y rubias, mujeres de alto vuelo y de alta cotización acompañaban a infinidad de políticos que veneraban al primigenio narco, implorando su padrinazgo y unos cuantos dólares para asegurar su candidatura, para luego devolverle, con creces, el favor recibido.

En esas sonadas fiestas, el whisky “etiqueta negra” corría como agua de la pila, la colección de autos formaba parte de las excentricidades del beniano productor, acompañadas por una sarta de apodos y alias de sus socios y rivales que despertaban, en quien las escuchaba, sendas carcajadas. Sobrenombres como: Techo e Paja, El Muletas, El Oso Chavarría, El Chicho y El Choco, La Pamela Chu y otros formaron parte de la fauna criolla del incipiente narcotráfico en Bolivia.

Tanta fue su fama que Brian de Palma, director de cine norteamericano, lo incluyó como un personaje (Alejandro Sosa) de su taquillera película Scarface, protagonizada por Al Pacino. Incluso en un programa de televisión, Suárez acusó al gobierno de Víctor Paz Estenssoro de ser el virrey de la cocaína y a otro presidente, al que le decían El Gallo, le suspendieron su visa a los “estates” por los famosos narcovínculos. El Rey también se ofreció a pagar la deuda externa de Bolivia. Hasta su esposa, Aida Levy, con aires de escritora al estilo “Corín Tellado” publicó Mi vida con Roberto Suárez Gómez y el nacimiento del primer narco Estado, un libro que relata la vida íntima del narcotraficante.

Estas fabulosas historias, ya en los años 80 del siglo pasado, inspiraron a muchos jóvenes a aventurarse por los caminos del ascenso social rápido, el éxito inmediato vía lo ilegal, donde la reglas de las jerarquías sociales invitaba a algunos a tomar cursos rápidos de pilotaje para volar con la “merca” y hacerse ricos de la noche a la mañana, y a otros a teñirse de verde los pies, para paliar el hambre de las noches largas: los llamados pisacoca.

Literatura del narcotráfico

Considerado un subgénero, la literatura del narcotráfico lleva décadas con envidiable éxito en países con larga tradición, tanto en la producción literaria, (Colombia, España, México) como en la producción de estupefacientes, esta última con funestos desenlaces en la sociedad.

Caspa de Ángel: antología de cuentos, crónicas y testimonios del narcotráfico es la primera publicación en nuestro país que reúne inteligentemente la narrativa, la crónica periodística y el testimonio literario en torno a una temática que nos afecta directamente: la producción y el consumo de drogas.

Esta primera antología que el poeta Homero Carvalho Oliva y Marcia Batista-Ramos compilaron, a través del Grupo Editorial Kipus de Cochabamba, inaugura en nuestro país el género de la narcoliteratura, término horrible para distinguir a intelectuales que se encargan de pensar, narrar y atestiguar acerca de esta lacra que extiende sus redes a gran parte de la sociedad, gobiernos y Estados.

Alcanza las 400 páginas. Un libro que reúne lo mejor de la narrativa boliviana estrenándose en este género, conjuntamente los trabajos de los más destacados periodistas que hacen de la crónica periodística una forma de narrativa real, no de ficción. Es decir, ficción y realidad se juntan en Caspa de Ángel para pensar, desde la literatura, los sueños, las ambiciones y las frustraciones de personajes imaginados desde los cuentos y seres de carne y hueso que respiran realidad —la de sus propias historias— desde el periodismo. Todos los cuentos nos traen la habilidad literaria de sus autores y al mismo tiempo nos permiten imaginar la dura realidad que reflejan “objetivamente” los cronistas.

Un doble banquete, servido por poetas, cuentistas, escritores y periodistas, a fin de que el lector disfrute la sazón que más le agrade. Unas líneas literarias para que vuelen en la fantasía y aterricen en la realidad. La mesa está servida.

Carvalho y Marcia Batista-Ramos.
Sandro D. Velarde Vargas
– Comunicador y escritor

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