Friday 3 May 2024 | Actualizado a 22:16 PM

Chile, al citar la Memoria de Bolivia, se cita a sí mismo

Chile, para responder al juez  Owada de la Corte Internacional de Justicia, cita en la Memoria de Bolivia sus propios actos unilaterales en los que ofreció un ‘acceso soberano’    al mar.

/ 24 de mayo de 2015 / 04:07

Chile respondió qué entiende por “soberanía marítima” al juez de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) Hisashi Owada citando la Memoria de Bolivia, para terminar por decir que su Estado entiende lo mismo que Bolivia por esa noción. Sin embargo, el argumento de Santiago se vuelve contra sí mismo, pues cuando cita la Memoria boliviana, alude a declaraciones textuales de Chile que Bolivia ha incluido en sus documentos escritos como pruebas de los actos unilaterales del país vecino. Entonces, Chile, al citar a la Memoria de Bolivia, en realidad cita sus propias declaraciones del pasado, cuando Santiago habló, en sucesivas oportunidades, de negociar un “acceso soberano” al mar.

Al finalizar la fase preliminar de alegatos a la objeción de competencia planteada por Chile, el juez Owada dijo: “En los documentos de ambas partes han referido la expresión ‘acceso soberano al mar’, la cual no es un término reconocido en el derecho consuetudinario internacional y ambas partes lo han referido, les agradecería mucho (…) que tengan a bien definir el sentido de ese término como ellas lo entienden”.

El miércoles 20 a mediodía (en Bolivia) se hicieron públicas las respuestas de las partes, así como las réplicas a las primeras respuestas. En total, cuatro documentos, dos bolivianos y dos chilenos, todos en inglés, de modo que lo que sigue es según la traducción efectuada por este medio.

El punto tres de la réplica boliviana a la primera respuesta escrita chilena, pone en evidencia que Chile pretende citar lo que supuestamente Bolivia entiende por “soberanía marítima”, cuando en realidad se estaría citando a sí mismo: “3.

Sobre la posibilidad de las modalidades de acceso soberano, la respuesta de Chile es engañosa. Hace varias referencias a ‘cesión territorial’ en la Memoria de Bolivia, pero obvia mencionar  que todas esas referencias son declaraciones unilaterales de Chile o sus repetidos acuerdos con Bolivia de negociar un acceso soberano. La respuesta de Chile no hace más que confirmar lo que acordó en sucesivas ocasiones, aunque la existencia y contenido específicos del acuerdo es claramente una materia de fondo”.

En efecto, Chile cita la memoria boliviana en diferentes lugares de su primera respuesta; sin embargo, olvida decir que en esos textuales está citando en realidad sus propias declaraciones. Por esto, es Chile quien deberá responder en el juicio de fondo qué entiende por “acceso soberano”, al ser este país el que lo ha ofrecido a Bolivia en reiteradas ocasiones.

ACCESO. “En su Memoria, Bolivia indicó con mayor precisión qué entiende por ‘acceso soberano al mar’. En el parágrafo 410 se refirió a ‘acceso soberano al mar para Bolivia, que tenga efecto mediante la transferencia de territorio de Chile’ y en el siguiente párrafo: ‘acceso soberano al mar para Bolivia mediante la transferencia de un área de territorio hoy conservado por Chile’”, señala el primer texto chileno.

Ese país también asegura que Bolivia daría las bases necesarias para entender la expresión de “acceso soberano” en los parágrafos 32(a) y 32 (c) de la “Solicitud para instaurar procedimientos ante la Corte Internacional de Justicia” y 361, 445, 483, 486, 500(a) y 500(c) de su Memoria. “Ahí, Bolivia se refiere a ‘acceso pleno y soberano al océano Pacífico’. La expresión ‘soberanía plena’ está igualmente utilizada en los parágrafos 1.4.13 y 30 de su Solicitud”, alega Chile.
Bolivia contesta que si bien tales alusiones figuran en los documentos bolivianos, Chile tergiversa las cosas, pues: “4. La respuesta de Chile invoca los parágrafos 361, 410, 411, 445, 483, 484 y 486 de la Memoria de Bolivia sin reconocer que éstos simplemente reproducen textualmente o expresan los términos de las propias declaraciones de Chile o sus acuerdos con Bolivia, independientemente del Tratado de 1904”.

Para mostrar esto, la réplica boliviana pone como ejemplo el intercambio de notas de junio de 1950. Con esto se muestra que Chile, al citar la Memoria boliviana, en realidad citaba la Nota del 20 de junio de 1950 firmada por su Ministro de Relaciones Exteriores de entonces. Esta nota chilena reconoce el Tratado de Trasferencia de Territorios (1895), el Acta Protocolizada de 1920, la Nota de Chile de 1923, la propuesta Kellogg de 1926 y el Memorando Matte, además de declaraciones de los presidentes chilenos entre 1946 y 1949 —detalla la réplica— así como “importantes precedentes que identifican una clara dirección política de la república chilena”. La Nota de 1950 de Chile declara “expresamente y en consistencia con los anteriores acuerdos”, que Chile “tiene la voluntad de entrar formalmente en negociaciones directas dirigidas a encontrar una fórmula que hará posible dar a Bolivia un acceso soberano propio al océano Pacífico”.

RESPUESTA INICIAL. Bolivia al contestar al juez Owada, en su primera respuesta, señaló que la expresión “acceso soberano” hace al fondo del juicio y no a la fase actual de naturaleza preliminar. (El paralelo que se puede hacer es el siguiente: la fase de fondo, el juicio en sí mismo, trata el contenido del diferendo; mientras que la fase preliminar observa la forma del proceso).

“En lo que concierne a la relevancia de esta pregunta en relación a la jurisdicción de la Corte, Bolivia observa que su caso sobre el fondo es que Chile ha aceptado repetidamente negociar un acceso soberano para Bolivia al océano Pacífico para resolver su situación de enclaustramiento. En la medida en que el significado de ese término (“acceso soberano”) y su contenido específico pueda ser definido, es necesario determinar el entendimiento de las partes en los sucesivos acuerdos”, dice Bolivia.

Pues es cierto que pueden existir diferentes modalidades para la noción “acceso soberano”, posiblemente su definición ni siquiera concierna a un fallo final de La Haya, que solo deberá expresarse sobre la obligación o no de Chile de negociar.

La especificidad de “acceso soberano” solo devendrá de la futura negociación que pide Bolivia, es decir que ni siquiera podría atingir al fallo de fondo de la CIJ. “La existencia y contenido específico del acuerdo de partes (…) claramente no es materia para una determinación para la fase preliminar de los procedimientos y debe ser determinado en la fase de fondo”, señala Bolivia en su primera respuesta.

SANTIAGO. Chile, en cambio, quiere responder citando los documentos bolivianos. Como se mostró, no hacía sino citarse a sí mismo. Así, escribe: “El significado de la expresión ‘acceso soberano al mar’, usado por Chile al formular su objeción a la jurisdicción, es el mismo que es usado por Bolivia en su Solicitud y Memoria”, afirma el documento firmado por el agente chileno Felipe Bulnes.  Chile insiste: “En el párrafo 361 de su Memoria, Bolivia afirma que Chile aceptó ‘transferir territorio a Bolivia para garantizarle un acceso soberano al mar’”.

Para explicar su derecho a “un acceso soberano al océano Pacífico” — continúa Chile— Bolivia “igualmente se refirió en su Memoria a ‘la cesión para Bolivia de una costa soberana’ (parágrafo 483), ‘cesión de territorio’ (parágrafo 483) y ‘modificación del status territorial entre los dos países’ (parágrafo 486)”, reitera.

Bolivia contesta claramente que cada uno de esos términos que pone en su Memoria son los que se salieron de la boca o pluma de los distintos actos unilaterales que Chile ha realizado en la larga historia de ofrecimientos chilenos de un “acceso soberano al mar” para Bolivia.

JURISDICCIÓN. El tema es: ¿en qué medida responder qué es “acceso soberano al mar” ayuda a develar si la Corte tiene o no jurisdicción en este caso? Bolivia hace notar que la pregunta es de fondo. “Para los propósitos de jurisdicción, es suficiente notar que el acuerdo de negociar y el resultado final de la negociación son dos cuestiones distintas y separadas, tal como reconoce la jurisprudencia de la Corte” (caso Gabcikovo-Nagymaros, donde la Corte señaló que los resultados de la negociación serán un producto ulterior de la misma), señala Bolivia.

No obstante, Chile contraataca con el argumento de que Bolivia, en el parágrafo 445 de su Memoria, fue “particularmente clara” al decir que: “De acuerdo con Chile, las negociaciones entre los dos Estados solo podrían ser consideradas mientras que no se dirijan a cualquier cesión territorial —lo que es decir, sobre la condición de que ellas no involucrarían ningún acceso soberano al mar”.

Su conclusión vuelve a su argumento central de los alegatos de la primera semana de mayo, es decir que todo fue cerrado con el Tratado de 1904, por lo que el artículo VI del Pacto de Bogotá haría a la Corte incompetente para abordar el caso: “Chile considera que al pedir a la Corte que declare que Chile tiene una obligación de ‘garantizar a Bolivia un acceso pleno y soberano al océano Pacífico’, Bolivia está sosteniendo que Chile está bajo la obligación de transferir a Bolivia soberanía sobre territorio costero en el océano Pacífico”, asegura el país vecino.

Según el análisis de Santiago, la implicación de esto último para su objeción preliminar es que con “el artículo II del Tratado de Paz de 1904, Bolivia y Chile definieron la distribución de soberanía sobre el territorio entre ambos”, y que el Artículo VI de ese mismo Tratado define a qué tipo de acceso tiene derecho Bolivia: “Chile acuerda ‘en favor de Bolivia y a perpetuidad el más irrestricto derecho al tránsito comercial en su territorio y en sus puertos del Pacífico’”.

En ese sentido, Chile se aferra a que el Tratado de Paz de 1904 estaba en vigor el 30 de abril de 1948 (cuando se firma el Pacto de Bogotá) y que éste “estableció que el acceso al Pacífico al que Bolivia tiene derecho no es soberano”. Bolivia en los alegatos aclaró que considera también que el Pacto de Bogotá estaba y está en vigor y que su caso no tiene relación con la firma del documento de 1948.

Pero Chile sigue: “El Pedido de Compensación de Bolivia busca una orden que pida a Chile aceptar que debe garantizar un acceso soberano al océano Pacífico para Bolivia. Esto necesariamente desinstauraría el Tratado de 1904. Por tanto, su pedido está por fuera de la jurisdicción de la Corte”, concluye.

Bolivia, en cambio, insiste con lo dicho en los alegatos de que la salida que busca está por fuera del Tratado de 1904 y que su caso no guarda absolutamente ninguna relación con ese pacto, como por ejemplo señala la nota firmada por el embajador Emilio Bello en 1920, que habla explícitamente de una solución por fuera del Tratado de Paz:

“La modificación hipotética del Tratado de 1904 es una materia de especulación que claramente no es una cuestión de este caso. Es más, las partes han acordado repetidamente que garantizar un acceso soberano al mar para Bolivia es una cuestión independiente del Tratado de 1904 y que no es necesaria una innovación al respecto”.

La conclusión de Bolivia no deja dudas, pues reitera que su caso sobre el fondo de la cuestión no se basa en precisar las modalidades o contenidos específicos de acceso soberano al mar. “Solo reconoce que basándose en los acuerdos existentes de negociar, tal acceso soberano debe ser obtenido por una modalidad a ser especificada por un acuerdo futuro de las partes” (es decir que definir la modalidad de soberanía no concerniría ni siquiera al fallo de la Corte sobre el fondo de la cuestión).

Pero si quedara alguna duda de que Bolivia estaría eludiendo la pregunta, en el último párrafo de la primera ronda escrita señala: “El amplio entendimiento de las partes respecto a la definición de ‘acceso soberano al mar’, reflejado en sus acuerdos sucesivos de negociar y las varias propuestas para encontrar una solución, es que Chile debe garantizar a Bolivia su propio acceso al mar con soberanía en conformidad a la norma internacional”.

RÉPLICAS. Tras el intercambio de las primeras respuestas, vinieron las réplicas. Los argumentos de Bolivia, en esta segunda parte, están encaminados a persuadir a la Corte que la modalidad de soberanía será una consecuencia posterior que devendrá de las negociaciones que demanda y de que Chile busca un fallo sobre el fondo en una fase preliminar.

La respuesta de Chile “solo repite” su argumento de que el Tratado de 1904 es irreconciliable con una obligación de negociar acceso soberano al océano Pacífico, dice Bolivia y explica que esa objeción fracasa al no poder distinguir entre una negociación y su resultado final: “esto tergiversa y trata de refutar el fondo del caso que plantea Bolivia” (refutar el fondo no es pertinente en una fase preliminar). “Como se describió en la Memoria, las partes acordaron negociar con el propósito de encontrar una modalidad que garantice a Bolivia un acceso soberano al mar”, señala.

Luego Bolivia retoma el intercambio de notas de 1950 para probar que la modalidad de soberanía será una consecuencia de la negociación. En esa nota Chile “aceptó: (a) negociar un acceso ‘propio’ y ‘soberano’ al mar para Bolivia; y (b) que el objeto de las negociaciones es ‘encontrar una fórmula’ que hará eso posible”. La definición del contenido específico de “acceso soberano”, por tanto, está por ser determinado por una “fórmula” que será el propósito ulterior de una negociación.

SOBERANÍA. Para reforzar la idea de que la modalidad de soberanía devendrá de las negociaciones, Bolivia trae a colación las diferentes resoluciones de la Organización de los Estados Americanos (OEA) al respecto (especialmente la de 1983, la cual firma Chile).

“Esto es consistente con las resoluciones unánimes de la OEA, como la Resolución 686 de 1983 (…) que llama a encontrar una ‘fórmula para dar a Bolivia una salida soberana al océano Pacífico, sobre la base de las mutuas conveniencias, derechos e intereses de las partes involucradas.’ Otra vez, la resolución de la OEA confirma que el propósito de la negociación es encontrar una ‘fórmula’ que defina y especifique el contenido de un acceso soberano, el cual puede ser expresado a través de varias modalidades y debe emerger de la negociación”.

Para Bolivia, que Chile relacione de manera directa la pregunta del Juez al parágrafo 32(a) y 32(c) de la Solicitud de Bolivia y a los parágrafos 500(a) y (c) del Pedido de Compensación de la Memoria, significa que ese país “no deja duda de que su objeción a la jurisdicción busca una determinación sobre el fondo de la cuestión”.

Por último, se aclara lo que Bolivia considera una tergiversación: “El argumento descrito por Chile en el último parágrafo en respuesta al juez Owada expresando que ‘Bolivia busca que se obligue a Chile a garantizar a Bolivia un acceso soberano al océano Pacífico’ es falso. Lo que Bolivia pide a la Corte es que declare que Chile está bajo la obligación de negociar con Bolivia para llegar a un Acuerdo que (le) garantice (…) un acceso soberano al mar independientemente del Tratado de 1904”.

Chile, en su réplica, se centra en argumentar que es posible un fallo preliminar que aborde el petitum boliviano (que la Corte obligue a Chile a negociar una salida soberana al mar), Es más, asegura que “debe” haber un fallo preliminar sobre el fondo.

“En su respuesta, Bolivia asume la extraordinaria posición de que el significado a ser adscrito a una expresión central de su Pedido de Compensación (la expresión de “acceso soberano al mar”) pueda ser determinada solo como parte de una consideración de fondo de su pedido. El significado del Pedido de Compensación (petitum) de Bolivia no puede depender de una consideración del fondo (…). Lo que el Pedido de Compensación de Bolivia significa es exactamente el tipo de caracterización que puede y debe ser determinado en una fase preliminar”.

Si bien la respuesta boliviana contesta la pregunta de Owada, Chile considera que no: “Si el enfoque de Bolivia fuese correcto, se podría dejar al Estado aludido (en el juicio) que responda el fondo de un pedido cuyo significado declinó explicar el solicitante”. Como se vio, el último punto de la primera respuesta boliviana satisface la pregunta del juez japonés.

Ya en su primera respuesta, Chile reiteraba que Bolivia quiere dejar sin efecto el Tratado de 1904. En ese sentido señala en su réplica: “está claro que el pedido de que Chile sea declarado bajo la obligación de aceptar un cambio de la distribución de la soberanía sobre el territorio es objetivamente inconsistente con lo establecido en el Tratado de 1904 y por tanto fuera de la jurisdicción de la Corte por el Artículo VI del Pacto de Bogotá que está vigente”.

Santiago entonces apunta a que el hecho de que Bolivia hable de diferentes modalidades de soberanía significaría “una retractación de su posición adoptada en la Solicitud y Memoria que encarna en la expresión ‘acceso pleno y soberano’”.

No obstante, es conocido en el Derecho Internacional la existencia de diferentes modalidades de soberanía y Bolivia busca que se especifique una de ellas en una negociación. Para buscar ejemplos no hay que ir muy lejos, pues una revisión histórica de la mediación de Frank Kellogg en 1926 da fe de ello. Durante esa mediación se habló de zonas soberanas desmilitarizadas y militarizadas, enclaves, corredores, soberanías compartidas, etcétera.

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La paralización de lo plurinacional

José de la Fuente y Carlos Saavedra brindan sus perspectivas sobre la situación actual de la disputa política nacional y sus consecuencias.

La estatalidad languidece, en medio de la interna oficialista

/ 28 de abril de 2024 / 06:58

El punto sobre la i

En los últimos años, Bolivia ha experimentado un complicado proceso político marcado por tensiones y transformaciones profundas. A medida que se acercan las elecciones de 2025, el escenario se complejiza y desde el campo de la disputa por el poder se gatillan discursos y acciones que tensionan al país y dificultan la gestión.

La estatalidad, en su sentido moderno, está definida como el modo de organización política de la sociedad en la que el Estado es el agente principal encargado de construir la representación de la sociedad consciente de sí misma y en armonía consigo misma. Esto es algo que no se está verificando del todo actualmente o, cuando menos, está siendo erosionado a partir de lo que se observa en la Asamblea Legislativa Plurinacional.

Hay serias dificultades para legislar, llegando incluso a tener paralizadas leyes que viabilizan créditos, contratos y otros. Más aún, no se cumplió el precepto constitucional de convocar y realizar elecciones judiciales, lo que está derivando en un problema mayúsculo para la institucionalidad del propio Estado plurinacional.

Atrás quedaron los días de querer transformar al país para procurar una mayor democratización e inclusión. Hoy los actores políticos están enfrascados en una lucha corrosiva sin cuartel. Pululan y predominan los discursos polarizadores, incluso dentro del propio oficialismo, dividido entre evistas y arcistas. Las oposiciones no presentan tampoco alternativas e igualmente se dedican a antagonizar. El ánimo por avanzar en los cambios que se plantearon con el Estado plurinacional, actualmente languidece.

Conversamos al respecto con el abogado e investigador social cochabambino, José de la Fuente, y con el politólogo tarijeño, Carlos Saavedra.

“Hay una marcada crisis institucional que deviene de un extravío político y de una mirada excesivamente instrumental del poder como herramienta para forzar la reproducción perpetua del mismo. La institucionalidad está condicionada al fragor de las luchas fratricidas al interior del MAS; pareciera que la profundización en la construcción del Estado Plurinacional está congelada y totalmente condicionada a que se destrabe la disputa interna por el poder”, afirma Saavedra.

De la Fuente sostiene, por su parte, que “la gravedad de esta confluencia de hechos políticos negativos es sin duda enorme y extrema. El proceso político a partir del 2006 se diseñó, desarrolló y ejecutó sobre la base de la hegemonía política del MAS, que ahora está reducida a dos minorías enfrentadas y cuya disputa es el principal factor de la crisis política en la Asamblea Legislativa Plurinacional.

Esto ha complejizado la crisis institucional y cuya más grave repercusión está en el Órgano Judicial. Ya estamos en un paréntesis el desarrollo del Estado plurinacional, porque para avanzar es imprescindible un pleno y articulado funcionamiento del conjunto estatal, especialmente porque un Estado plural requiere diversificación y ampliación institucional”.

Abordando la cuestión de la disputa política, sobre todo al interior del oficialismo, y sus consecuencias, el abogado e invesigador considera que “si la política está en crisis, es inmediata su irradiación al sistema político institucional y, en última instancia, al propio funcionamiento de la democracia.

La dimensión de la crisis política que se vive al interior del MAS ha deteriorado o, virtualmente, suprimido el debate democrático como medio de disputa del liderazgo. Lo que vemos a título de disputa política es un concurso penoso, desmedido y grosero de denuncias e insultos que no le hacen bien a nadie y menos a la democracia”.

Añade que “la calidad democrática ha quedado resentida por esta crisis política al interior del MAS y de las organizaciones matrices. No sólo desaparecieron las ideas y las perspectivas encontradas, que son los elementos esenciales para cualquier disputa legítima de poder, lo mismo que para cualquier avenencia o convergencia. Cerrado el camino de las ideas y el debate democrático, solo restan hechos de fuerza, maniobras institucionales u otras acciones de todavía mayor bajeza política”.

El politólogo tarijeño coincide en la mirada crítica y observa que “el escenario político parece mostrarnos una guerra sin cuartel y con munición de alto calibre cuya única finalidad es la consecución del poder. Se ha diluido, por parte de las oposiciones y del oficialismo, un horizonte democrático que cautive a la población, que muestre un rumbo de futuro. La lucha del poder por el poder aleja a la ciudadanía del ejercicio político democrático y abre la posibilidad, aún lejana, pero peligrosa de la aparición de outsiders con posiciones radicales y extremistas como Javier Milei, en Argentina, o Jair Bolsonaro, en Brasil”.

Saavedra prosigue y señala que “el gran mérito que tuvo el MAS-IPSP fue que, por primera vez en la historia, logró construir la cohesión de un gran bloque popular con la participación de pueblos indígenas, campesinos, obreros, profesionales, izquierdas urbanas entre muchos otros. En su momento el liderazgo de Evo Morales fue capaz de abrazar muchos sectores y conquistar electoralmente a las clases medias y a los centros políticos. Hoy Evo se está ‘desevificando’. La intención de forzar nuevamente su candidatura por encima de la voluntad de las organizaciones sociales y de sentencias del TCP marcan un alejamiento de la democracia plural, comunitaria que representó el MAS. Muchas veces los liderazgos revolucionarios y transformadores terminan constituyendo órdenes de represión más duros que aquellos que enfrentaron en su momento”.

Ahora bien, ¿cómo luce el panorama por fuera del oficialismo? Al final de cuentas, las oposiciones también están compitiendo por liderar al país y conducirlo a mejores días, al menos en teoría.

“La democracia y un discurso democratizador destinado a modernizar políticamente la sociedad boliviana nunca fueron un elemento central en la articulación política de la oposición al proceso político iniciado el 2006, porque su principal matriz ideológica política es el banzerismo y, luego del 2003, los saldos discursivos del gonismo, que no asumió la debacle política de una propuesta de transnacionalización de la economía que chocó frontalmente con la realidad del país”, asevera de la Fuente.

“El problema ideológico de esos sectores opositores y de gran parte de la élite intelectual que se opone al proceso del cambio, en muchos casos con fundamentadas observaciones de fondo y expectativas absolutamente contrarias, es que no pueden razonar un modelo de democracia que condiga con la diversidad cultural, territorial y orgánica del mundo campesino, indígena y rural del país. Bolivia es un país que todavía conserva importantes reductos e históricos núcleos étnicos de aimaras, quechuas, guaranís, chiquitanos, etcétera, y territorios que, al mismo tiempo que son provincias o municipios, son entidades colectivas llenas de vida y acción política y cultural en términos de ayllus, comunidades, cabildos, tentas y hoy, también, manchas urbanas y barrios periurbanos que conservan sus identidades de origen”, explica el investigador social.

Continúa y afirma que “hoy, en la difícil coyuntura política que atravesamos, el grueso de las expectativas y sueños de los dispersos grupos opositores pasa por que se termine de producir un desastre político e institucional en las elecciones judiciales; del que no estamos lejos porque la Asamblea Legislativa es un desastre y principal epicentro de la crisis política. Otra muletilla y mantra opositora es la denuncia de una dictadura, aunque, en especial, su principal apuesta es a que el enfrentamiento interno del MAS descarrile el proceso político. De su parte, el aporte a la elaboración de una propuesta o modelo democrático es mínimo. Su mayor elucubración conceptual es el principio de ‘un ciudadano un voto’, como si la mecánica del voto, las elecciones y la representación política alcanzaran a resolver los complejos desafíos de una democracia y menos de una sociedad como la boliviana, compleja y abigarrada”.

A su vez, Saavedra puntualiza que, en el país, “existen distintos tipos de oposiciones. Una de ellas es la oposición tradicional, que busca la reinstauración de un orden político conservador. Este tipo de oposición está absolutamente extraviada del contexto. Otro tipo de oposición son las fuerzas regionales, que tienen pendiente una lucha justa por la profundización de las autonomías; por lo general estas organizaciones tienen una mirada muy restringida a lo local del ámbito político y les cuesta constituirse en actores nacionales relevantes. Un tercer tipo de oposición que intenta surgir es el de los outsiders extremistas que, a partir de discursos de odio y permanente ataque, buscan generar condiciones para la toma del poder. el contexto de incertidumbre no es suficiente para que ellos desarrollen su hipótesis política, sino que necesitan generar sensaciones de crisis, para así generar respuestas ante la ausencia de otras iniciativas políticas”.

“Las oposiciones han mirado con recelo la incorporación de las clases populares e indígenas, pero ante la consolidación de un sentido hegemónico de lo plurinacional se vieron obligados a incorporarlos así sea de manera nominal”, acota el politólogo.

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Sea como fuere que vayan acomodándose las cosas, o no, lo cierto es que el país ya está en medio de un clima marcado por las tensiones en función a las venideras elecciones nacionales de 2025. Nuestros analistas invitados fueron consultados sobre cómo va llegando al país a esa cita con las urnas y qué se puede atisbar en el horizonte como los puntos medulares que estarán en juego.

Saavedra es de la idea de que “el país está alejándose de los extremos radicales y polarizadores. Está con una sensación de hastío con la conflictividad política y está buscando liderazgos que generen certezas en la población, especialmente en los ámbitos políticos y económicos. Queda claro que todavía el sentido hegemónico de lo político en Bolivia, está marcado por la profundización del Estado plurinacional, pero también, por la necesidad de rejuvenecer discursiva e ideológicamente el régimen incorporando nuevas causas de lucha”.

“Cada vez hay menos espacios para aventuras y experimentos políticos”, advierte el politólogo.

De la Fuente ve que “vamos por dos caminos, por lo pronto en paralelo, aunque en algún momento deben cruzarse y alcanzar algún tipo de síntesis, ojalá mínimamente virtuosa. Por una parte, el escabroso camino que siguen las organizaciones sociales matrices (CSUTCB, Bartolinas, Interculturales y el Pacto de Unidad), que constituyen el sujeto social, cultural y político del proceso del cambio para recuperar el control de su instrumento político: el MAS-IPSP, que a todas luces se muestra difícil y muy complejo, aunque sin duda es el camino más legítimo y consistente. Y por otro, el que siguen los grupos residuales del sistema de la democracia pactada y que en el fondo es esa tradición politiquera, clasemediera y típicamente citadina de creer que la democracia se reduce a pactos Inter partidarios de distribución del poder y en especial de la institucionalidad pública. Estos grupos parten del supuesto que se agotó el proceso del cambio y que en consecuencia les toca retornar, sin darse cuenta de que el sujeto social subalterno que antes se dividía, dispersaba y asimilaba a cualquier alternativa política externa hoy piensa por sí mismo y no está dispuesto a servir de escalera a nadie más”.

“Este es el dilema de la democracia boliviana y del proceso del cambio. Se cumplió un ciclo político y que de no transformarse corre el riesgo de una involución dramática, lo mismo que la misma democracia. Es la segunda opción, pero no debemos confiarnos”, concluye el abogado cochabambino.

(*)Pablo Deheza es editor de Animal Político

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El fallo del príncipe neoliberal

El periodista Fernando Molina acaba de publicar un libro sobre el fracaso de la élites de los 90 desde la perspectiva de Maquiavelo, que lleva el título de “El príncipe neoliberal”. Aquí presentamos un fragmento del mismo.

/ 28 de abril de 2024 / 06:43

Dibujo Libre

Suele criticarse a la élite neoliberal por “maquiavélica”, en el sentido vulgar del adjetivo. En realidad, su problema fue no serlo, si entendemos por “maquiavelismo” lo que éste realmente significa. La élite neoliberal no se atuvo a la razón de Estado (esto es, en los términos de Maquiavelo, a la preservación de la hegemonía que ganó tras el ajuste económico de 1985). Algunos de sus principales dirigentes presumían de “Maquiavelos criollos” por su astucia para incrementar el poder de sus partidos y el suyo personal, y para apartar del camino a toda clase de adversarios, pero estaban pensando en el Maquiavelo que no es. Sus acciones satisfacían apetitos, incrementaban sus arcas, les daban momentánea notoriedad, pero al mismo tiempo socavaban, con lentitud, pero seguridad, los cimientos de su dominio: les quitaban posibilidades para usar la coerción con éxito, por un lado, y los desprestigiaban ante el pueblo, disminuyendo su influencia y dominio sobre él. Porque la razón de Estado exige tomar en cuenta al pueblo, y por eso es una razón política y no puramente militar. El príncipe enseña que el poder nunca es absoluto. Un señor puede poseerlo, y en grandes cantidades, pero siempre habrá, junto a él, otros que también serán poderosos, aunque en menor medida. Estos son los candidatos más cercanos a desplazar al primero. Por eso la política, en tanto arte de lograr y conservar el poder, está orientada en primer lugar hacia ellos.

La lista de poderosos es muy grande: están los otros señores, que en lenguaje moderno equivalen a los dirigentes de los partidos rivales y de los gobiernos locales; están los grandes propietarios, que normalmente se aliarán al príncipe de turno, para que sus negocios no sufran, y, finalmente, está el pueblo. Maquiavelo hace hincapié en ello: este es mucho más fuerte que las demás partes en las que el poder se divide; por eso, hay que evitar perderlo o tenerlo en contra: “Al príncipe le es necesario tener al pueblo de su parte, porque si no, no tendrá remedio en las adversidades…”.

Esta no fue la convicción de la élite neoliberal. Esta llegó al poder después de una gran derrota de los dirigentes y de las ideas estatistas y de izquierda que representaban tradicionalmente al pueblo boliviano. Pudieron instalar y sostener sus primeros gobiernos con total libertad, casi sin ninguna contestación de la población y, al contrario, con la simpatía de esta, que agradecía y aplaudía a los partidos que la habían salvado de la hiperinflación. Por esta razón, estos príncipes le perdieron el respeto y el temor al pueblo, olvidaron que es el más poderoso de los sujetos políticos, aquel del que depende en gran parte la estabilidad y prosperidad del gobierno.

Tratándose de una democracia, de un periodo en el que se realizó más de una decena de elecciones nacionales y regionales, la anterior afirmación parece absurda. Pero no lo es. La élite neoliberal consideró al pueblo como un simple factor electoral, supuso que su capacidad de ejercer consenso y coerción sobre él era tan grande como la de las élites de los países occidentales desarrollados, con las cuales se identificaban más que con el pueblo, y por tanto que este ya no podía expresarse del modo que retrata Maquiavelo, quien lo hace responsable de la caída de muchos príncipes. La élite creyó que el pueblo ya solo se expresaría electoralmente y, luego, cuando vio que eso no ocurría y las manifestaciones violentas de masas iban en aumento, sobre todo desde 1997, no quiso aceptar lo que estas representaban; las atribuyó a “agitadores” y “conspiradores”, y las trató como disfunciones que era posible erradicar, cuando eran muestras de que la mentalidad colectiva había cambiado.

Los príncipes neoliberales introdujeron en la práctica política nacional la realización de mediciones más o menos periódicas y más o menos serias de la opinión pública, pero su propósito no era comprobar si las bases de su poder se hallaban tan bien asentadas como ellos creían; las suyas eran encuestas de orientación electoral que servían para recolectar y agregar las demandas de la gente. Los resultados que, pese a ello, mostraban la creciente enajenación de pueblo fueron ignorados o entendidos como datos electorales que indicaban que el voto se desviaría hacia candidaturas “anti-sistémicas”, es decir, extrañas a la élite. Esto preocupaba, pero se pensaba conjurar por medios también electorales: marketing político, inversión en campañas, coaliciones de varios partidos similares, etc.

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Entre 2000 y 2002 los estudios detectaron una enorme cantidad de “furiosos” por el estado de cosas, lo que era un resultado directo del comportamiento de los partidos de la élite durante los años anteriores y de la recesión económica que se vivía en ese momento. Pero este dato se interpretó mal. No dio origen a ninguna autocrítica.

La falta de atención y respeto por el pueblo impregnó todos los actos de la élite neoliberal: la venalidad con que administró la cosa pública, incurriendo en constantes escándalos de corrupción; la rebatiña y la repartición amañada de los mejores cargos públicos entre un grupo de funcionarios que formaba parte de esta élite y estaba ligado a las empresas privadas, a las cuales favorecía; el pago a estos funcionarios con jugosos sobresueldos, que se procuró disimular con una partida “reservada” de gastos, la cual en realidad no ocultó nada y en cambio volvió discrecional y sucia la administración de estos fondos, etc. Todo esto se hizo con la mayor alegría, despertando la envidia y la repulsa de la gente pobre que, entretanto, tenía que arreglárselas con las numerosas dificultades que las reformas neoliberales habían traído a sus vidas. Los que así actuaban presumían de “maquiavélicos”, pero en realidad desconocían y negaban al teórico florentino. Su comportamiento puso en peligro, primero, y luego anuló su ascendiente intelectual y moral sobre la población. “Los que llegan a príncipes por vías virtuosas adquieren el principado con dificultad, pero lo mantienen fácilmente”, recomendaba, en cambio, el autor de El príncipe.

(*)Fernando Molina es periodista y escritor

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/ 28 de abril de 2024 / 06:27

Dibujo Libre

La Participación Popular podría considerarse, luego de la revolución de 1952 , la más profunda e inconmensurable reforma en democracia de vocación descentralizadora y paradójicamente impulsada por un gobierno central, quién asumió la audaz decisión de compartir poder político, ceder responsabilidades administrativas y transferir recursos financieros que hasta ese momento. se hallaban bajo custodia y absoluta decisión del poder central.

Caso curioso el boliviano, originado y agendado fuera del centro y del altiplano, pero anidado en mentes visionarias y con voluntad política desde el llano, para trasladarlas al plan de gobierno de un partido, que eventualmente paso a convertirse en una política pública, de la que hoy nadie reniega o pretende devaluarla, reconociéndola como una de las escasas reformas estatales con mayor trascendencia en los planos político, fiscal, social y territorial de la historia de Bolivia.

El régimen de autonomías incorporado en la constitución del año 2009, se estructuró sobre la base de la descentralización del año 1994 con la participación popular, capitalizada por los actores territoriales en la promoción de liderazgos políticos locales, desarrollo de capacidades administrativas, esfuerzos tributarios, ampliación de servicios públicos sociales y económicos, participación vecinal e indígena en la planificación y destino de los recursos asignados, de naturaleza innovadora para la tradición concentradora del Estado.

Desafortunadamente, uno de los riesgos fue descentralizar un Estado tradicionalmente débil, con un país rural abandonado por la implacable urbanización y astillado en pequeños poblados silenciados por la marginalidad de territorios y sistemas de vida cada vez más vulnerables a fenómenos económicos y medioambientales.

La descentralización de base municipal desnudó al débil Estado capturado por un inmaduro sistema político que, en ausencia de normas y estructura institucional estatal, no puedo conducir ni responder a la impronta municipal desatada.

Con el régimen autonómico, el costo de administrar el Estado creció por la ampliación de dos gobiernos (nacional y municipal) a cinco (más el regional, departamental e indígena), aumentando significativamente la burocracia estatal, congestionando la gestión de servicios, como por ejemplo en salud y educación, que eran competencia exclusiva municipal, y la modificó a concurrente para justificar la presencia del gobierno central en el territorio, propiciando una competencia desleal ; sin ocupar la estructura descentralizada del Estado , creando instituciones paralelas y disponiendo de recursos especiales para llegar al territorio con programas de alcance nacional .

La tensión entre el impulso descentralizador del año 1994 y el ambivalente régimen de autonomías de 2010, no ha facilitado la gestión de municipalidades cada vez más debilitadas por la sobrecarga de competencias (bono discapacitados, fondo de fomento a la educación, sistema nacional de seguridad ciudadana entre otras materias) y asfixiados financieramente por la caída en las trasferencias de un modelo primario y monoproductor; en lo cotidiano, abandonados en un escenario mucho más complejo que el del inicio. Prueba de ello, la mayoría de los municipios que se hallaban en el año 1992 en quintil más pobre, treinta años después, continúan en el mismo sitial sin que nada haya logrado mejorar sus condiciones de exclusión y extrema pobreza.

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Aún existen muchas asignaturas sin la debida atención, tanto en el diseño como en la operación, el tiempo y los gobiernos centrales convirtieron por acción u omisión los conceptos en defectos respecto del modelo original; sin embargo, tres décadas después, a pesar de una nueva Constitución y una Ley Marco de Autonomías, afortunadamente no alcanzaron a modificar su espíritu, el mismo que continua vigente y con mayor arraigo en los actores y sistemas predominantes en el territorio.

Nada podrá revertir el escenario de la descentralización municipal de 1994, más al contrario, además de convertirse en la piedra angular del Estado, es la caja de resonancia del trepidante escenario político nacional y también la redención, especialmente en ciudades grandes e intermedias, a la creciente demanda social, económica y de infraestructura pública en favor de los más vulnerables que hacen posible testimoniar y celebrar hoy aquel visionario modelo de descentralización.

Luego tres décadas, la resistencia a la autonomía y a una mayor descentralización, así como la forma más o menos conflictiva y trabada de su proceso, no es una característica y responsabilidad exclusiva del gobierno central, también responde a la debilidad institucional y falta de liderazgo de los gobiernos municipales para explotar el régimen de autonomías vigente y “jalar” finalmente la auténtica descentralización.

(*)Vladimir Ameller Terrazas es economista

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Daniel Noboa es derrotado en las urnas

El referéndum en Ecuador, del pasado 21 de abril, dijo No en dos preguntas clave para el oficialismo y su política económica.

Daniel Noboa

/ 28 de abril de 2024 / 06:07

Dibujo Libre

Nadie convoca un referéndum para perderlo. Es una máxima de la ciencia política. Las consultas populares están diseñadas para investir al líder con la legitimidad de un resultado en las urnas, un resultado contra el que ningún opositor tenga réplica.

Y sin embargo Daniel Noboa, el flamante presidente ecuatoriano, el émulo de Bukele, se estrelló contra la realidad.

El pasado domingo 21 de abril el pueblo ecuatoriano se enfrentaba a un referéndum con once preguntas orientadas a reformar la Constitución e impulsar políticas públicas. Lo había convocado meses antes el presidente de Ecuador, Daniel Noboa, siguiendo la estela de sus predecesores, Guillermo Lasso y Lenin Moreno quienes convocaron también sendas consultas. El horizonte político de las tres consultas, al margen del contenido de las preguntas, compartía un mismo objetivo político: relegitimar en las urnas sus precarios gobiernos. Todos ellos, gobiernos logrados en segunda vuelta por escasos márgenes y todos gobiernos con minoría en la Asamblea Legislativa.

De las once preguntas planteadas, nueve referían a reformas judiciales, policiales o militares y tenían una clara orientación securitaria. Respecto a esas nueve preguntas se había creado un cierto consenso nacional, sólo roto en las últimas semanas por el asalto a la embajada mexicana en Quito, un hecho que forzó al partido de Rafael Correa, la Revolución Ciudadana (RC), a adoptar una posición de rechazo frontal a las propuestas del presidente. Eran por tanto preguntas sobre las que no pesaban dudas acerca del resultado.

Sin embargo, dos de las once preguntas escapaban a este esquema. En dos preguntas fundamentales Noboa consultaba, primero, sobre el retorno de una fórmula precarizadora del mercado laboral -contra la que él mismo se había pronunciado en campaña electoral-, el contrato por horas y, segundo, sobre la sujeción de Ecuador a tribunales internacionales en diferendos económicos. Estas dos eran las únicas preguntas sobre las que existía disputa política, las dos que atañían al modelo económico del presidente, dos preguntas que habían recibido un rechazo frontal desde el primer momento por parte de la oposición politica de la RC. En ambas preguntas la población dijo No. Dos tercios de los ecuatorianos respondieron No al arbitraje internacional (64,9%) y No al regreso al trabajo fijo por horas (68,8%).

En el resto de preguntas, como decimos, todas ellas relacionadas con la seguridad ciudadana y de carácter incuestionable, el presidente Noboa obtuvo el previsible apoyo derivado del clima de inseguridad que vive el país. Lo confirma el hecho de que las preguntas A y F, relacionadas con el papel de las fuerzas armadas en el control de la seguridad, fueran las más respaldadas, con un 75% de apoyo.

Este resultado dual, de un lado apoyo en el refuerzo de las políticas securitarias de Noboa y de otro rechazo al modelo económico del presidente, demuestra que un porcentaje importante de la población ecuatoriana es -como diría George Lakoff- biconceptual, proclive a ubicarse en distintas posiciones en función de las materias, a escapar al molde simplificador que intenta imprimir la polarización política: o con Noboa o contra Noboa, o correísta o anticorreísta.

Efectivamente, hasta un 69% de los ecuatorianos votó en contra de la legalización del trabajo por horas (una cuestión por cierto sobre la que Noboa habría cambiado su posición respecto a la campaña electoral), doblando la base electoral del correísmo (32% en las últimas dos primeras vueltas presidenciales), mientras que por el contrario la base electoral del correísmo -al menos parte- apoyó el refuerzo del papel de las fuerzas armadas en materia de seguridad.

Noboa fracasa, por tanto, en el objetivo de relegitimarse. Este resultado obliga a un cambio en la estrategia política del presidente si quiere reelegirse en febrero de 2025. A solo 10 meses de las próximas elecciones presidenciales Noboa se enfrenta un dilema clave: mantener o no su política económica.

Con el voto popular en contra, mantener el rumbo económico neoliberal supondría una seria amenaza a sus posibilidades de reelección. Por el contrario, no hacerlo pudiera exponerlo a las críticas de los grandes medios de comunicación, principales exponentes en la presión neoliberalizadora.

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Sobre la escena pende además un elemento añadido. El victorioso rechazo a las dos preguntas de corte económico fue capitaneado por el correísmo, que saldría reforzado de esta disputa. Este apoyo a las tesis correístas llega justo en el momento en el que el gobierno había recrudecido la cacería judicial a la que viene siendo sometido este movimiento político desde la llegada al poder de Lenin Moreno.

De hecho, en cierto modo, en el resultado de la consulta parece latir también un golpe al giro estratégico de Noboa de los últimos meses, cuando dejó de buscar la colaboración del correísmo en el Congreso para emprender una furibunda carga contra éste. Esta carga lo llevó incluso a violar la Convención de Viena sobre inviolabilidad de sedes diplomáticas, con el episodio de asalto a la Embajada de México, el pasado 5 de abril, lo que ha derivado en una grave crisis de credibilidad internacional del país andino.

En definitiva, con un país en grave crisis económica agravada por la decisión presidencial de subir el IVA y el precio de los combustibles, con una crisis eléctrica que comienza a repercutir en las clases medias con graves apagones y con un clima de rechazo al modelo económico negado en las urnas, Noboa se juega todo a una sola carta, a resolver el problema de la inseguridad. De lograrlo tendrá opciones de ser reelegido. De no hacerlo la pregunta en Ecuador volverá a ser la misma que en 2021 y 2023: ¿será el correísmo capaz de agrietar la coalición de anticorreístas que, sin tener nada en común, se unen sólo para votar a cualquier candidato que no sea correísta?

(*)Sergio Pascual es analista político

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América Latina en la mira de EEUU, otra vez

Una conversación con el destacado abogado, intelectual y exministro boliviano, Reymi Ferreira.

/ 21 de abril de 2024 / 06:58

El Punto Sobre la i

Esta semana, la ministra de Seguridad de Argentina, Patricia Bullrich, generó un nuevo incidente diplomático en la región, cuando acusó a Bolivia y Chile de tener en sus territorios a agentes terroristas iraníes. La aseveración motivó la protesta de ambos países. Bullrich presentó sus excusas antes Santiago, pero no ante el gobierno boliviano. Al presente, la referida ministra del país rioplatense anunció que mantiene sus fronteras en el norte y embajadas “con alerta alta”.

Si bien este es el más reciente episodio en el que se gatillan tensiones diplomáticas desde el gobierno de Javier Milei, no es ni por si acaso el primero. El mandatario ya sostuvo controversias y se refirió con adjetivos ofensivos a otros presidentes de América Latina. Tal fue caso con sus pares de Colombia, Brasil y México. Protagonizó además otro entredicho con China. Cabe señalar que Brasil, China, Chile y Colombia están entre los países más importantes en el intercambio comercial argentino.

En el caso de la ministra Bullrich, cabe además recordar que, en 2021, el Gobierno argentino “denunció penalmente el contrabando ilegal de armamento y municiones que el gobierno de (Mauricio) Macri envió a Bolivia el 12 de noviembre de 2019”, según indica una nota oficial del Ministerio de Seguridad. La acusación se dirigió contra la actual titular de esa cartera de Estado, el expresidente Macri y otros funcionarios.

El año pasado, la jefa del Comando Sur de los Estados Unidos, Laura Richardson, se presentó ante una comisión de la Cámara de Representantes de su país e informó en relación al denominado triángulo del litio, conformado por Argentina, Bolivia y Chile. “Esta región está llena de recursos y me preocupa la actividad maligna de nuestros adversarios que se aprovechan de ello, aparentando que están invirtiendo cuando en realidad están extrayendo”, aseveró la militar.

A principios del mes en curso, Milei y Richardson sostuvieron un encuentro en Ushuaia, capital de la provincia Tierra del Fuego. En la cita, acordaron la creación de una “base naval integrada” entre ambos países. Argentina se comprometió en la adquisición de equipo bélico estadounidense, incluyendo cazas F-16 mediante un subsidio de $us 40 millones, según indica una nota oficial de la Embajada de Estados Unidos en el país vecino del pasado jueves.

Conversamos respecto a estos temas con el destacado abogado, intelectual y exministro, Reymi Ferreira. El diálogo recorre diversos aspectos, comenzando por la acusación de Bullrich de la última semana, hasta abordar la situación de la región en un momento de transiciones geopolíticas de gran importancia.

– ¿Cómo se pueden entender estas tensiones diplomáticas que vienen siendo gatilladas desde el actual Gobierno argentino?

Es la nueva derecha, la nueva ola conservadora que está en América Latina, que en realidad llega a ser la segunda. La primera la trajo Jair Bolsonaro, expresidente de Brasil. Bolsonaro ha sido en realidad el pionero en América Latina, que trajo esa ola de los ultraconservadores de Estados Unidos, y en la que Javier Milei juega un papel. Un peón más de la estructura neoconservadora que ha llegado a América Latina; que no dejan de ser elementos disociadores que están al servicio de intereses extranjeros, están al servicio de las potencias imperiales. Y lo lamentable es el silencio, prácticamente la falta de condena contra este tipo de exabruptos y este tipo de políticas. Pero yo creo que es parte de una oleada continental que viene desde los grupos más tenebrosamente conservadores de Estados Unidos.

– ¿Cómo se puede entender la racionalidad política de estas controversias?

Milei es muy irracional. Yo creo que está haciendo poses, pininos para la opinión pública internacional. No creo que esté pensando en la Argentina, Él está pensando en la gente de afuera, a los que él sirve. Quiere quedar agradable a los grandes poderes del sionismo, de estos capitales transnacionales, de la ultraderecha norteamericana. Y así repite cosas que no tienen sentido. Ya ha tenido que disculparse con Chile y no lo ha hecho con Bolivia, cosa que es lamentable y terrible. Que, además, debe merecer la protesta del Gobierno boliviano porque es realmente una barbaridad que se vengan a armar ese tipo de acusaciones. Es evidente que no existe ese tipo de situaciones en nuestros países.

–¿Tiene esto alguna racionalidad en el ámbito internacional más grande?

Lamentablemente, no puede haber racionalidad en alguien irracional y en una política irracional. La política a Milei, como la de Trump y de Bolsonaro, son políticas irracionales. Entonces, pedir racionalidad a políticas irracionales no creo que vaya a dar muchos frutos. Básicamente es un actuar instintivo. Hitler no era nada racional, sus políticas eran lo más irracionales que había. Y eso terminó destruyéndolo y, de paso, destruyendo parte del planeta en un determinado momento. Milei es igual, un hombre puro hígado; que ha demostrado tener muy poca racionalidad y mucho hígado. Ese es el gran problema con este tipo de gobernantes. Cuando el cerebro es más chico que el hígado, acaban haciendo lo que está haciendo Milei: inventándose terroristas en Bolivia o en Chile, agrediendo al presidente de Colombia, Gustavo Petro, entrando en contradicción con el propio presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, también con Lula da Silva. Abriéndose enemigos gratuitos en todas partes, para recibir las palmaditas que se le dan a un cachorro por seguir las instrucciones. Declarando su apoyo a que la capital de Israel sea Jerusalén y cosas así. Cosas raras, realmente.

Milei sabe, a ciencia cierta y porque además él predica eso -el no cree en las ayudas ni los subsidios- que para Argentina no a haber ni ayudas ni subsidios de los organismos internacionales. Lo que sí puede haber son créditos leoninos e incluso eso, en su caso, es difícil. Esto es así porque, refiriéndonos a Argentina, el expresidente Mauricio Macri ya endeudó por 100 años a ese país. Hay una deuda intergeneracional enorme. Argentina no es en este momento un sujeto muy serio de crédito por las deudas que dejó Macri. Entonces, creo que lo que está haciendo se enmarca en esa actuación irracional, de una política internacional irracional, como la interna, que no tiene nada de racional.

– ¿Qué dice todo esto sobre la situación de América Latina en relación a un nuevo contexto internacional, con tensiones geopolíticas emergentes y diferentes a las del pasado reciente?

Bueno, no hay una nueva Guerra Fría, todavía. Actualmente hay una guerra, que es económica, con China. El gran enemigo o rival, en este caso, de Estados Unidos y de la Unión Europea, no es Rusia, es China. Ese es el trasfondo de la cuestión. Y en América Latina lo que se está viendo es eso, los intereses comerciales, económicos y financieros, de los norteamericanos y europeos que están en constante disputa de mercados y espacio con China. Eso es lo que hay. Secundariamente está el tema de la alineación que Estados Unidos antes tenía en la Guerra Fría con los países latinoamericanos, que hoy no la tiene.

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Entonces, quizás lo que le interesa a Estados Unidos en el plano geopolítico es tratar de generar un espacio como en el pasado, que permita que los estados de América Latina sigan las instrucciones de Washington. Por ejemplo, romper nexos o bloquear a Rusia; que eso hoy no lo tiene. La inmensa mayoría de los países latinoamericanos, con raras excepciones, no se ha plegado a las políticas de Estados Unidos y la Unión Europea. Veo que los norteamericanos están trabajando en esas líneas: en la línea geopolítica, en relación al tema ruso, y en la línea económica, en relación al tema chino. Y ese, quizás, es el papel de Milei, haciendo que de alguna forma él trabaje en ese sentido. Aunque, Milei está más preocupado por el tema de Irán. Se ha pronunciado evidentemente a favor de Ucrania y todo eso, pero su principal preocupación, por sus declaraciones últimas, es básicamente Irán. Y en Estados Unidos igual, su conflicto con Rusia está pasando a un segundo plano. Ahora su principal preocupación está empezando a ser Irán.

– ¿Cómo está tensionando esto la relación entre los gobiernos de izquierda progresista en la región con esta segunda ola de gobiernos de derecha?

Yo creo que ahora esto se dará con mucha más fuerza, porque Estados Unidos, mientras hubo el conflicto con los países de Oriente Medio por el tema de Irak, los talibanes, Al Qaeda o del ISIS, había secundarizado su atención hacia la región, al no haber ya la Guerra Fría. Aminoró su atención hacia América Latina; se descuidó, de hecho, y se dedicó a otros lugares del mundo. Priorizó su lucha contra lo que denominó el terrorismo de los grupos islámicos. Ahora, al aparecer estos nuevos fenómenos, como el fenómeno iraní y el ruso, la presencia mayor de China, no como amenaza política y militar, sino económica, entonces está reorientando su mirada hacia América Latina. Un espacio que tenía como patio trasero, que de pronto empezó a tener autonomía y llegó a realizar importantes esfuerzos por su cuenta. Con el gobierno de Donald Trump, Estados Unidos empezó a dirigir políticas muy bien orientadas para desestabilizar y derrocar gobiernos. Como pasó en Brasil, por ejemplo, como lo que pasó en Bolivia. Con una acción más radical contra Venezuela, al extremo de casi entrar a una invasión. Entonces, ese tipo de presiones, que vienen desde el tiempo del gobierno de Trump, por el cambio de orientación y al haberse aplacado la lucha con los grupos islámicos, hace que los norteamericanos se vuelvan a reorientar acá. Si bien hasta ahora no lo hacen de una forma tan agresiva, como seguramente va a empezar a ocurrir con el tema del nuevo escenario internacional, que ya tiende a convertirse en multipolar y en antagónico. Ya no es el mundo de hace 15 años ha cambiado. Es un mundo que se convierte amenazante y desafiante para Europa y para Estados Unidos. Ahí está el caso de Irán y el caso de Rusia, que son cosas que han movido el tablero. Y está en el fondo también China y está Corea del Norte, que son consideradas como verdaderas amenazas por los países occidentales.

(*)Pablo Deheza es editor de Animal Político

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