¿Manzanas podridas?
A raíz de la muerte de George Floyd, cabe pensar si se trata de algunos malos policías o si el sistema es lo fallido.
Las protestas en Estados Unidos desde la muerte de George Floyd han sacudido a este país hasta los cimientos. A un inicio, las imágenes de prensa se focalizaron en los saqueos de las tiendas y negocios, por lo que fue descrita como una manada revoltosa de afroamericanos; pero, este levantamiento espontáneo es mucho más complicado que eso.
La mayor parte de la gente está indignada por la continua impunidad de la Policía, evidenciada por la cantidad de muertos afroamericanos, sobre todo hombres, a manos de oficiales locales. Aunque este abuso ha llevado a protestar desde Los Ángeles hasta Baltimore por décadas, nunca antes se había colmado la indignación de esta manera —los últimos reportes indican que se han comprometido por lo menos 700 ciudades en los 50 estados—. En este país, morir a manos de policías no es una gran noticia. En promedio se registran tres muertes al día de este tipo, más o menos el mismo número de muertos que por año se registran en otros países ricos.
Pero, ¿por qué? Las fuerzas policiales se han militarizado desde los ataques de septiembre 11 de 2001. Los fiscales y jurados ya no dudan de las decisiones que los policías toman en segundos. Los oficiales son reacios a denunciar las acciones violentas cometidas por sus colegas, lo que ha creado la llamada “pared azul del silencio”. Los sindicatos de la Policía defienden a sus integrantes a cualquier costo y bloquean reformas. Los policías gozan de amplia discreción en torno al uso de fuerza. El país ha duplicado el número de armas per cápita.
A estos factores hay que añadir una dosis muy potente de racismo en contra de los afroamericanos que persiste en este país. La violencia, sea en forma de los linchamientos de las décadas de los 1880 y 1960 o sea en las violaciones a derechos básicos humanos de las décadas más recientes, es endémica de la sociedad norteamericana. La ira desatada estos días está alimentada, además, por el hecho de que el coronavirus ha impactado de manera desproporcionada a los afroamericanos: pueden morir 3,5 veces más que los blancos de ese país. Esta diferencia ha evidenciado la inequidad de Estados Unidos. En el país más rico de la historia de la humanidad, un estudio reciente reveló que 40% de su población carece de una mínima reserva de $us 400 para gastos de emergencia. Para situarnos en el contexto, en promedio el costo de un apartamento de dos habitaciones es de $us 1.343 al mes. Con millones de trabajos perdidos debido al coronavirus, muchas personas están peleando por sobrevivir.
Algunos reportes periodísticos han tildado este proceso como amotinamiento, cuando en realidad en gran parte de las protestas son los propios policías que se han amotinado contra los esfuerzos de la sociedad civil para ejercer un mayor control sobre ellos. Imágenes muy gráficas de la Policía fuera de control han circulado en la prensa y las redes sociales. En docenas de ciudades se han visto policías armados golpeando a los protestantes, atropellando, empujando a personas mayores, retirando las máscaras de los protestantes para rociarles con gas pimienta. Estos oficiales están violando los derechos constitucionales de los protestantes, quienes se amparan en la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, que garantiza la libertad de expresión, reunión, prensa y religión.
La prensa también está siendo atacada. Reporteros y fotógrafos han sido amenazados, arrestados, empujados y asaltados. Hay un fuerte contraste en el comportamiento policial de hoy con el de algunas semanas atrás, cuando la Policía se frenó de hacer arrestos de protestantes que marchaban a las afueras de la capital de Michigan, en contra de las restricciones de salubridad impuestas por controlar el coronavirus.
Empero, en varios lugares, la Policía ha bajado sus escudos y se ha arrodillado con los protestantes, siguiendo el gesto que iniciara en 2016 el jugador de ataque de la liga nacional de futbol americano, Colin Kapernick, para denunciar la brutalidad policial.
Hay más detrás de la protesta que solo violencia policial. Cincuenta años después del movimiento de derechos civiles en los Estados Unidos de la década de 1960, en los trabajos, en los sistemas de vivienda y de educación persiste una severa desigualdad racial. Muchos agricultores negros han sido desplazados de sus tierras, los trabajadores negros son generalmente los últimos en ser contratados, y la educación en los barrios negros de las ciudades es pésima. Existe un racismo desenfrenado en cómo las leyes se hacen cumplir. Los afroamericanos tienen una tasa de encarcelamiento cinco veces mayor a la de los blancos, muchas ocasiones por crímenes que resultarían en castigos mucho menores para los blancos de clase media.
Donald Trump se ha encargado de confrontar en vez de buscar reconciliación en esta crisis, llamando a los gobernadores de los estados a “dominar” a los protestantes, amenazando con enviar a los militares. El primero de junio, la Policía gasificó a cientos de protestantes sin advertencia cerca de la Casa Blanca para que Trump pudiera sacarse una foto sosteniendo una biblia enfrente de una iglesia local.
Varios oficiales electos se han preocupado por el comportamiento dictatorial que enmascara su retórica autoritaria. Ochenta y nueve empleados retirados del Departamento de Defensa, incluyendo cuatro ministros de Defensa, expresaron su alarma públicamente ante cómo este Presidente está violando su juramento de defender la Constitución, amenazando con ordenar militares que violen los derechos de sus hermanos norteamericanos.
Las protestas en solidaridad que comienzan en todo el mundo, desde México hasta Polonia, de Nueva Zelanda a Brasil, nos ofrecen una puerta de entrada para repensar el rol de la Policía en nuestras sociedades. Para poder ejercer un mayor control civil eficaz necesitamos una mayor supervisión de la Policía. Existen agencias de observación civil en 150 ciudades en Estados Unidos y aunque 35 países alrededor del mundo también las tienen, muchas veces no tienen el suficiente poder para contener el abuso policial. Necesitamos fortalecer estas agencias, y ponerlas en cada país del mundo, para que la Policía comprenda cómo respetar los derechos humanos y las constituciones.
() Linda Farthing es co-autora de tres libros sobre Bolivia, Minero con poder de dinamita. La vida de un activista boliviano (Plural, 2009), es uno de ellos. El presente texto fue escrito en exclusiva para La Razón.
Linda Farthing es escritora y periodista ()