Jóvenes tambaleantes
Como sociedad somos más que tolerantes ante el consumo de bebidas alcohólicas.
Eran las 23.30, el concierto en el estadio Hernando Siles había terminado, la gente salía contenta todavía tarareando la última canción. Los amigos se despedían, unos se apresuraban a llegar a la Av. Busch para encontrar transporte, otros caminaban rumbo a sus vehículos, y estaban los resignados a quienes les esperaba una larga caminata. Estos últimos descubrirían que la noche comenzaba para un gran número de jóvenes que se agolpaban en las rejas de las licorerías, las cuales funcionan a toda marcha detrás del estadio. Otros grupos de chicos y chicas continuarían en los karaokes de puertas intrigantes e ingresos a media luz.
Pero a medida que se avanza en la caminata surgen las preguntas ¿en qué momento, esa multitud de jóvenes tambaleantes bebió tanto?, ¿cómo es que perdieron el control de esa manera? Grupos, dúos y tríos de chicos que hablan sin escucharse, porque balbucean incoherencias, se apoyan en las paredes para no caer o se sientan en las aceras, pelean, discuten, vociferan; la calle es su baño, su cama, el lugar donde exponen sus miserias.
Quien camina sobrio después de un concierto por las inmediaciones del estadio a la medianoche se queda con cierta desazón, con una tristeza descorazonada. Hay una ley que prohíbe el consumo de bebidas alcohólicas en la vía pública, pero estos chicos y chicas lo hacen. Como sociedad somos más que tolerantes ante el consumo de bebidas alcohólicas. Los adultos que así se educaron creen que los jóvenes tienen que aprender a beber porque es parte de la vida, como caminar, leer o comer. Piensan que es una gran aventura, muy oportuna a la hora de fanfarronear en los encuentros de amigos, donde la charla estará bien acompañada de más bebida para festejar la tragedia de beber hasta perder la conciencia.
Después de una noche alcoholizada a media semana ¿es posible ir a estudiar al día siguiente?, ¿existen las condiciones para ir a trabajar?, ¿se puede pensar con claridad?, ¿los excesos que se vivieron no mancillaron la dignidad? Ni siquiera hay memoria.
Una sociedad tan repetitiva en el consumo de alcohol no se inmuta ante los jóvenes tambaleantes; sin embargo, debería hacerlo, porque el alcoholismo es una enfermedad que está infectando a niños desde los 12 años, quienes ven a sus padres beber con y sin motivo, por eso los imitan y terminan a los 17 consumiendo sin medida. Los problemas de violencia en las familias suelen estar aparejados con el consumo de bebidas alcohólicas. Es necesario indignarse ante la visión de cientos de jóvenes intoxicados caminar serpenteando por las calles, durmiendo acurrucados en la vía pública. Lo que menos necesita la juventud es la complicidad del silencio. El alcohol nos vuelve estúpidos y causa la muerte.