El fin del populismo Qué viene ahora?
Este es un momento singularmente desafiante para replantear problemas y para buscar nuevas respuestas; y también para retomar un debate fértil y promisorio, como no lo hay desde hace mucho tiempo, en torno a las opciones de desarrollo de Bolivia en el siglo XXI.
Bolivia está inmersa en un escenario delicado y potencialmente crítico, que precipita su aterrizaje económico. Atrás quedaron los años de bonanza. Es un momento crepuscular signado por el ocaso de un modelo económico de impronta populista, y la decadencia del régimen político que lo ha prohijado. La pregunta es qué viene ahora. Cuál es el rumbo a seguir.
Cierto es que la perplejidad puede ser paralizante, ya que no está claro el horizonte, y porque es latente la amenaza de una crisis compleja. Algunos temen que nos hallemos desprovistos de ideas y herramientas eficaces para preservar la estabilidad económica y para evitar que el país se deslice por una pendiente de inestabilidad e incertidumbre. Otros, con mejores expectativas, vislumbran un punto de inflexión, una transición con dificultades, incluso accidentada, pero con nuevas perspectivas que alientan el optimismo y la esperanza. Como fuere, este es un momento singularmente desafiante para replantear problemas y para buscar nuevas respuestas; y también para retomar un debate fértil y promisorio, como no lo hay desde hace mucho tiempo, en torno a las opciones de desarrollo de Bolivia en el siglo XXI.
Tal es, precisamente, el desafío que aborda el libro El fin del populismo. ¿Qué viene ahora? El reto de la innovación y diversificación, presentado estos días en la ciudad de La Paz. El volumen de 338 páginas, compendia ocho estudios de primer nivel, elaborados por destacados especialistas como Mauricio Medinaceli, Hugo del Granado, Fernando Candia, Gonzalo Flores, Jaime Villalobos, Francesco Zaratti, José Gabriel Espinoza y Henry Oporto.
Estudios cuyo hilo conductor es repensar el modelo de crecimiento, desde varias perspectivas analíticas; partiendo por indagar la situación de los sectores económicos tradicionales (hidrocarburos, minería, agricultura) así como de los sectores emergentes (industria digital, turismo, energías renovables), para enseguida explorar sus potenciales y oportunidades. Los temas abordados abarcan cuestiones tales como la innovación, la diversificación y la productividad; los sujetos que pueden protagonizar emprendimientos innovadores y liderar encadenamientos inclusivos y, cómo no, el rol del Estado; las políticas públicas y las reformas institucionales necesarias para acompañar tales esfuerzos y crear un clima positivo para la inversión y el talento y la iniciativa de las personas y las empresas.
Nuevos motores de crecimiento. Hay una cuestión transversal que se resume en la idea de que Bolivia está en una encrucijada: o persistimos en un modelo económico basado en exportaciones muy concentradas y dependiente fuertemente de precios extraordinarios, así como en la continuada expansión de la inversión y el gasto público, con el riesgo de reducir dramáticamente las reservas internacionales y disparar el déficit fiscal, confiando en que el actual shock externo no será de larga duración. O, bien, sacamos provecho de las dificultades presentes y exploramos caminos alternativos para ensanchar el tejido económico, desde el impulso a la productividad y la inversión privada, como los nuevos motores de un crecimiento sostenido, robusto y socialmente inclusivo.
Dado el agotamiento del extractivismo de base estrecha es evidente que la economía boliviana está compelida a remodelarse, a partir de la innovación, la tecnología y el emprendimiento. Y hacerlo, además, sin dar la espalda a los recursos naturales; combinando las ventajas del potencial energético, minero y agropecuario con las habilidades y destrezas que puedan crearse desde el capital humano y la acumulación de conocimiento para producir nuevos bienes y servicios y generar otras industrias y polos de innovación. Y, también, con la posibilidad de avanzar hacia una mayor equidad social ya que el desarrollo basado en el conocimiento es un activo cuya propiedad se puede repartir más igualitariamente.
Por cierto, la economía boliviana dispone de oportunidades y potencialidades, muchas de ellas importantes, para asumir el reto de innovación y diversificación. De hecho, y no obstante las restricciones y barreras existentes, hay un enorme espacio para reanimar la participación del capital privado nacional y extranjero en nuestra economía. Con un flujo creciente de inversiones, no solamente que es plausible reactivar la exploración petrolera y minera y, consecuentemente, incrementar la oferta productiva y exportadora, sino también generar nuevas capacidades para la innovación que impulsen el potencial agroalimentario, energético y de bienes básicos, tanto como la producción manufacturera y nuevos bienes y servicios, especialmente en la industria digital.
La institucionalidad democrática. Sería ingenuo, sin embargo, creer que tales cambios puedan darse sin reformas democráticas e institucionales de gran calado. Bolivia necesita virar hacia un modelo de crecimiento sobre bases más sólidas y sustentables. Para ello es indispensable una institucionalidad revitalizada e inclusiva capaz de proveer certidumbre jurídica y confianza, de proteger la libertad y los derechos de todos y de propiciar oportunidades para muchos y no solo privilegios para pocos; que en vez de repartir rentas efímeras incentiva la iniciativa individual y de las empresas para generar nuevas oportunidades económicas y de riqueza; que lejos de someter y regimentar a los agentes económicos por el poder político y un ambiente de controles burocráticos asfixiantes lo que hace es favorecer espacios de libertad, autorregulación, creatividad y experimentación, a la vez de estimular la emulación y la competencia sana, que es el clima adecuado para el despliegue de la innovación y de las capacidades emprendedoras. Una institucionalidad estatal que lejos de poner trabas facilita la acción de las personas y de la sociedad para buscar el progreso. Tan simple como eso.
De ahí, también, la importancia de recuperar el ejercicio pleno de la democracia como el marco general para la reforma de las instituciones económicas y políticas, con orden y estabilidad y con el empleo de la razón —en el sentido de que debe darse a la luz de la experiencia, la discusión y la crítica permanente—, lo que además conlleva la necesidad de fortalecer el concepto moral de responsabilidad personal, que es consustancial al Estado democrático de derecho. Quizá esta sea una de las claves para reinventar la economía boliviana.