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Saturday 8 Jun 2024 | Actualizado a 02:50 AM

Sabotaje contra la sanidad asequible

La pataleta de Trump por su fracaso puede dejar a millones de estadounidenses sin seguro médico.

/ 30 de julio de 2017 / 13:44

Está muerto por fin el proyecto de reforma sanitaria de Trump? Ni siquiera ahora es fácil estar seguros, en especial por el largo historial de concesiones de los republicanos moderados ante los extremistas en momentos cruciales. Pero sí parece que el ataque frontal a la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible ha fracasado.

Y seamos claros: la razón de que este ataque haya fracasado no es que Donald Trump hiciese un mal trabajo de promoción, ni que Mitch McConnell manejase mal la estrategia legislativa. El Obamacare ha sobrevivido porque ha funcionado, porque ha supuesto una drástica reducción del número de estadounidenses sin seguro sanitario, y los votantes no querían ni quieren perder esos avances.

Por desgracia, algunos de los avances se perderán de todos modos: el número de estadounidenses sin seguro probablemente aumentará en los próximos años. De modo que es importante decir claramente, de antemano, por qué esto está a punto de pasar. No será por el fracaso de la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible; se deberá al sabotaje del gobierno de Trump.

Situémonos un poco: hasta los defensores de la ley han reconocido siempre que se parece un poco a una máquina del profesor Franz de Copenhague. La manera más sencilla de garantizar que las personas accedan a la asistencia sanitaria básica es que el Estado pague directamente la factura, como hace el Medicare con los ancianos estadounidenses. Pero en 2010, cuando se promulgó la ley, un Medicare para todos era políticamente inalcanzable.

Lo que obtuvimos a cambio fue un sistema con varias piezas móviles. No es tan complejo como parece: una vez que entendemos el concepto básico de “las tres patas” (que son las reglamentaciones, las instrucciones y las subvenciones) lo entendemos prácticamente todo. Pero tiene más puntos débiles que, pongamos por caso, la asistencia sanitaria a los adultos mayores (Medicare) o la Seguridad Social.

En particular, los ciudadanos no están cubiertos de manera automática, de modo que importa mucho si los funcionarios que manejan el sistema procuran que éste funcione, y se esfuerzan por llegar a los beneficiarios en potencia para asegurarse de que saben lo que está a su disposición, y recordarles a los estadounidenses actualmente sanos que siguen estando obligados por ley a solicitar la cobertura.

Podemos entender esta dependencia de las buenas intenciones observando cómo ha funcionado la reforma sanitaria a escala estatal. Los estados que han adoptado la ley sin reservas, como California y Kentucky, han avanzado mucho en la reducción del número de personas no aseguradas. Aquellos que se han hecho los remolones, como Tennessee, se han beneficiado mucho menos. O piensen en el problema de los condados atendidos por una única aseguradora; como señalaba un estudio reciente, este problema se limita casi por completo a estados con gobernadores republicanos.

Pero ahora el propio Gobierno Federal está dirigido por personas que no han podido revocar la ley sanitaria de Obama, pero quienes claramente siguen queriendo que fracase, aunque solo sea para justificar las afirmaciones repetidas y falsas, en especial las del mismísimo tuitero en jefe, de que estaba fracasando. O, dicho de manera un poco diferente, cuando Trump amenaza con “dejar que el Obamacare se hunda”, con lo que realmente amenaza es con hundirlo.

El pasado miércoles, The New York Times informaba de tres modos en los que la Administración Trump está saboteando (la expresión es mía, no del Times) en la práctica la ley. En primer lugar, el Gobierno está siendo menos exigente con el requisito de que las personas sanas compren la cobertura. En segundo lugar, está permitiendo que los estados impongan normas gravosas como la exigencia de trabajar para los solicitantes de Medicaid (atención sanitaria para personas sin recursos). En tercer lugar, ha abandonado la publicidad y la promoción directa diseñadas para explicar a los interesados sus opciones de cobertura.

En realidad, ha hecho más que abandonarlo. Como informaba The Daily Beast, el Departamento de Sanidad y Servicios Humanos ha desviado fondos destinados por ley a “información para los consumidores y divulgación” y los ha empleado para financiar en las redes sociales una campaña de propaganda contra la ley que este departamento debería, en teoría, estar administrando (una maniobra, por cierto, de dudosa legalidad). Por otra parte, la página web del departamento, que solía ofrecer enlaces útiles a las personas interesadas en un seguro, ahora envía a los usuarios a páginas de quejas contra la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible.

Y puede que estén al caer cosas peores: las aseguradoras, a las que la ley exige limitar los gastos que salen del bolsillo de los clientes de bajos ingresos, ya empiezan a aumentar fuertemente las primas, porque les preocupa la posible interrupción de las cruciales subvenciones federales para “reducción del copago” que les ayudan a cumplir con ese requisito.

Lo verdaderamente asombroso de estos intentos de sabotaje es que no obedecen a ningún propósito evidente. No van a ahorrar dinero: de hecho, el suspender esas subvenciones, en particular, seguramente va a costar más dinero a los contribuyentes que el mantenerlas. Y es improbable que consigan que revivan las perspectivas políticas de la reforma sanitaria de Trump.

De modo que no es una cuestión de principios, y ni siquiera de política en el sentido normal. Se trata básicamente de rencor: puede que Trump y sus aliados hayan sufrido una humillante derrota política, pero al menos pueden hacer que millones de personas más sufran también.

¿Se puede hacer algo para proteger a los estadounidenses de esta pataleta? Pienso que, en algunos casos, los gobiernos de los diferentes estados pueden amparar a sus ciudadanos frente a la actuación ilegal del Departamento de Sanidad. Pero lo más importante, sin duda, es echarle la culpa a quien la tiene. No, señor Trump, lo que falla no es el Obamacare; es usted.

Es premio Nobel de Economía.

© The New York Times Company, 2017. Traducción de News Clips.

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¿Y si es nuestra última elección real?

/ 2 de junio de 2024 / 00:04

Algunos de los estadounidenses que protestan por la guerra en Gaza se han vuelto contra el presidente Biden. Afirman que el gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu de Israel está matando a un gran número de civiles, lo cual es cierto, y que Biden puede detenerlo, lo cual es más dudoso. Pero, ¿cómo afrontan la realidad de que en un segundo mandato Donald Trump sería mucho más pro Netanyahu y antipalestino que nuestro actual presidente?

La respuesta que he estado escuchando es que el objetivo es enviar un mensaje: si Gaza le cuesta la elección a Biden, los demócratas entenderán que en las próximas elecciones tendrán que repensar su apoyo aparentemente reflexivo al gobierno de Israel y comprometerse como partido a la protección de los derechos palestinos.

Hay muchas preguntas que uno podría plantearse sobre este argumento, pero desde cierta perspectiva, la más importante para los votantes estadounidenses bien podría ser: ¿Qué próximas elecciones?

Existe una posibilidad muy real de que si Trump gana en noviembre, serán las últimas elecciones nacionales reales que Estados Unidos celebre en mucho tiempo. Y si bien aquí hay lugar para el desacuerdo, si considera que esa afirmación es una hipérbole escandalosa, no ha estado prestando atención.

Sí, podemos y debemos examinar las plataformas políticas de los candidatos y sus efectos potenciales, como si se tratara de una elección presidencial normal. Pero ésta no es una elección normal, la democracia misma está en las urnas. Y sería increíblemente imprudente no tenerlo en cuenta.

Comience aquí: Trump se negó a aceptar los resultados de las elecciones presidenciales de 2020 y realizó afirmaciones de fraude sin pruebas en su esfuerzo por revocarlas. En los últimos dos años, varias encuestas han demostrado que alrededor de dos tercios del Partido Republicano han respaldado su negacionismo electoral. Y varios miembros destacados del partido se han negado a decir que aceptarán los resultados de las elecciones de este año. ¿Por qué imaginar que se volverán más respetuosos con las futuras elecciones?

Se podría decir que las instituciones estadounidenses limitarían la capacidad de Trump y de quienes lo sigan para imponer un gobierno unipartidista permanente, lo que hicieron, por poco, después de las elecciones de 2020. Pero las instituciones, en última instancia, están formadas por personas, y en este punto muchos republicanos, incluidos los jueces de la Corte Suprema, están demostrando tanta fuerza en el apoyo a la democracia y el Estado de derecho como una toalla de papel mojada.

Por lo tanto, una victoria de Trump bien podría cerrar el telón de la política tal como la conocemos: ya ha planteado la idea de un tercer mandato, algo que está prohibido, por supuesto, por la 22ª Enmienda. Pero en cualquier caso, al menos entre sus seguidores, ha generalizado la idea de que cualquier elección presidencial ganada por los demócratas es ilegítima.

Sin embargo, ¿por qué imaginar que un segundo mandato sería similar? Los asesores de Trump están hablando de políticas radicales, incluidas deportaciones masivas y despojar a la Reserva Federal de su independencia, que serían muy perturbadoras incluso en términos puramente económicos.

Pero, se podría decir, la reacción contra tales políticas sería enorme, y los republicanos seguramente las atenuarían por temor a que el radicalismo les perjudicara gravemente en las próximas elecciones.

A lo que digo: si Trump no es penalizado en esta elección por sus payasadas después de las últimas elecciones, ¿por qué debería preocuparse por una reacción violenta en una elección futura? Suponiendo que exista uno en algún sentido real. Y luego están los plutócratas que apoyan o se inclinan por Trump, que pueden estar engañándose a sí mismos por completo. Algunos de ellos pueden entender que están apoyando un movimiento radical y antidemocrático, y todos están a favor. Elon Musk, el más famoso, parece cada vez más haber optado por el Gran Reemplazo MAGA, pero está lejos de ser el único. Entonces, en ese sentido, es posible que se engañen menos que muchos.

Pero su ingenuidad es más profunda, porque imaginan que su riqueza y prominencia les permitirán prosperar, incluso en un Estados Unidos posdemocrático, que serán inmunes a las purgas y persecuciones que son una posibilidad tan obvia en el futuro cercano. Al menos deberían reflexionar sobre la experiencia de los oligarcas que ayudaron a Vladimir Putin a ganar poder y luego se encontraron a su merced.

Para ser claros: no estoy diciendo que la gente deba amordazarse y abstenerse de criticar a Biden en cuanto al fondo; es un adulto y puede manejarlo. Parte de su trabajo como líder elegido democráticamente es aceptarlo. Pero ignorar la posibilidad de que estas puedan ser nuestras últimas elecciones reales en un tiempo es miope y autoindulgente.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times.

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Cuidado con la mezquindad de los poderosos

/ 19 de mayo de 2024 / 00:30

Donald Trump no es exactamente Don Quijote, pero tiene algo contra los molinos de viento. De hecho, la animadversión de Trump hacia la energía eólica es una de las obsesiones más extrañas de un hombre con muchas preocupaciones inusuales (¡retretes, laca para el cabello!). A lo largo de los años, ha afirmado, falsamente, que las turbinas eólicas pueden causar cáncer, que pueden provocar cortes de energía y que la energía eólica “mata a todos los pájaros” (los gatos y las ventanas hacen mucho más daño). Ahora dice que si gana en noviembre, el “día 1” emitirá una orden ejecutiva que frenará la construcción de parques eólicos marinos.

Trump afirma, sin pruebas, que esos parques eólicos matan ballenas; de cualquier manera, si crees que a él le importan las ballenas, tengo algunas acciones de Truth Social que tal vez quieras comprar.

Pero dejando a un lado los molinos de viento de la mente de Trump, aquí hay una historia más amplia, una que va mucho más allá del expresidente: la notable mezquindad de muchas personas poderosas y el peligro que representa tanto para la democracia estadounidense como para el futuro del planeta.

Primero, unas palabras sobre el viento. Durante los últimos 15 años hemos visto avances revolucionarios en la tecnología de la energía renovable; la idea de una economía dependiente de la energía solar y eólica ha pasado de una fantasía hippie a un objetivo político realista. No es solo que los costos de la generación de electricidad renovable se hayan desplomado, las tecnologías relacionadas, especialmente el almacenamiento en baterías, han contribuido en gran medida a resolver el problema de que el sol no siempre brilla y el viento siempre sopla.

Y si bien la energía renovable, como casi todo en una economía moderna, tiene algunas consecuencias ambientales (sí, algunas aves vuelan hacia las turbinas eólicas), estas consecuencias son pequeñas en comparación con el daño causado por la quema de combustibles fósiles, incluso si se ignora el cambio climático y se concentra solo sobre los efectos sobre la salud de contaminantes como las partículas suspendidas en el aire y los óxidos de nitrógeno.

Entonces, ¿por qué querría Trump bloquear un progreso tecnológico tan beneficioso? Sus motivos realmente no son un gran misterio.

Primero, está la codicia. Los productores de combustibles fósiles siguen siendo grandes contribuyentes a las campañas y tienen un interés financiero en frustrar o retrasar las políticas que nos llevarán hacia la energía renovable. En una cena con ejecutivos petroleros en abril, Trump los instó a darle a su campaña mil millones de dólares, a cambio de lo cual revertiría muchas de las medidas del presidente Biden.

Pero no se trata solo del dinero. La protección del medio ambiente, como casi todo, se ha visto atrapada en las guerras culturales. Más allá de todo eso, sin embargo, para Trump, la energía eólica es algo personal. Su odio por las turbinas parece deberse a una disputa, hace más de una década, con políticos escoceses a quienes trató de intimidar para que cancelaran un parque eólico marino que, según dijo, arruinaría la vista desde un campo de golf de su propiedad. No logró bloquear el parque eólico, lo que al final no parece haber afectado el valor de su propiedad. Pero no importa: su ego parece haber sido herido. Y todo indica que está dispuesto a infligir un daño económico y ambiental considerable para mitigar su orgullo ofendido.

Ojalá pudiera decir que esta dinámica es exclusivamente trumpiana. Pero no lo es. El poder de la mezquindad plutocrática se puso de relieve durante los años de Obama, cuando muchos financieros ricos se enfurecieron ante un presidente que, objetivamente, no había hecho nada para merecerlo. Por el contrario, había ayudado a rescatar a muchos de ellos de las consecuencias de una crisis financiera que ellos ayudaron a causar. Pero de vez en cuando se atrevió a decir que Wall Street, efectivamente, había jugado un papel en la crisis y, en general, no parecía tratar a los banqueros ricos con la extrema deferencia que consideraban debida.

Como escribí en ese momento , lo que los hombres que pueden permitirse cualquier cosa tienden a desear, más que dinero per se, es adulación. Y cuando no lo entienden, con demasiada frecuencia se vuelven políticamente locos.

Hemos visto esta trayectoria entre algunos de los señores tecnológicos de Silicon Valley, que siguen siendo increíblemente ricos, pero ya no son los favoritos culturales que alguna vez fueron. Y parece probable que una parte importante de la élite tecnológica apoye a Trump (o al potencial saboteador de 2024, Robert F. Kennedy Jr.) en los próximos meses.

Entonces, aunque Trump es el ejemplo perfecto de alguien que hace de la política algo personal, no es el único en la forma en que permite que agravios menores impulsen sus posiciones políticas. E incluso los plutócratas que no tienen interés en convertirse en presidentes pueden causar mucho daño, porque el dinero compra poder. Trump, sin embargo, bien podría recuperar la Casa Blanca. Y si lo hace, tenga cuidado con las consecuencias de su frágil ego.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times.

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¿Libertad para lavar ropa o la muerte?

/ 12 de mayo de 2024 / 00:51

Los republicanos del MAGA dicen que Estados Unidos está en crisis: la economía se está derrumbando mientras la nación está siendo invadida por hordas de inmigrantes violentos. No es verdad. Pero si eso es lo que creen, deberían concentrarse en luchar contra el peligro claro y presente, ¿verdad? En cambio, se centran en la amenaza de las lavadoras que se despiertan.

El martes, 205 republicanos de la Cámara votaron a favor de la Ley Hands Off Our Home Appliances, destinada a limitar la capacidad del Departamento de Energía para establecer estándares de eficiencia energética. En abril, los republicanos planeaban votar una serie de proyectos de ley más específicos: la Ley de Libertad en la Lavandería, la Ley de Libertad en los Refrigeradores y más. Estas votaciones se retrasaron, pero es posible que aún se realicen.

Si todo esto suena absurdo es porque lo es. Pero la profunda estupidez de uno de nuestros principales partidos políticos es en sí misma un problema grave. Si podemos superar las tonterías, aquí también hay algunas cuestiones políticas sustantivas. ¿Debería el gobierno intentar limitar el consumo de energía en los hogares? En caso afirmativo, ¿debería hacerlo con mandatos de eficiencia para los electrodomésticos o de alguna otra forma?

Los argumentos a favor de intentar reducir el consumo de energía en el hogar son simples y abrumadores. La generación de energía eléctrica causa un daño ambiental significativo. No solo emite gases de efecto invernadero, lo que aumenta el riesgo de una catástrofe climática, también tiene efectos más inmediatos sobre la contaminación del aire, incluido el aumento de los niveles de partículas y ozono que tienen efectos adversos mensurables en la salud humana. Entonces, cuando se utiliza más electricidad de la necesaria, se están imponiendo costos reales a otras personas.

Dicho esto, nadie está sugiriendo que los estadounidenses renuncien a las comodidades de la vida moderna. El objetivo, más bien, es brindar esa comodidad de manera más eficiente: calentar nuestros hogares, lavar nuestra ropa y platos, etc., usando algo menos de energía.

¿Cómo debería lograrse ese objetivo? Los libros de texto de economía (incluido el mío) generalmente dicen que el gobierno no debería intentar limitar la contaminación dictando las tecnologías que utilizan las empresas y los hogares. Normalmente es mejor adoptar un enfoque más flexible proporcionando un incentivo financiero para limitar la contaminación, poniéndole un precio, ya sea gravando las emisiones o exigiendo que los contaminadores compren permisos.

Hay buenas razones para adoptar un enfoque más práctico cuando se trata de electrodomésticos. Destacaría dos en particular. En primer lugar, un intento de inducir a los hogares a conservar energía aumentando su precio simplemente no va a tener éxito político. En segundo lugar, las personas tienen vidas que vivir y familias que criar; esperar que hagan cálculos detallados sobre cuánto dinero ahorrarán comprando un refrigerador o un lavavajillas energéticamente eficiente es solo poco realista.

¿Por qué, entonces, los republicanos se oponen tan furiosamente a tales regulaciones? Seguramente parte de esto es la influencia de las industrias de combustibles fósiles, cuyas donaciones en dólares van abrumadoramente al Partido Republicano.

Probablemente más importante, sin embargo, es la forma en que los electrodomésticos energéticamente eficientes han quedado atrapados en la guerra cultural y el vórtice de conspiraciones que se ha tragado al conservadurismo estadounidense.

Un buen ejemplo del aspecto de la guerra cultural fue una petición de 2019 que hizo circular FreedomWorks, titulada Hagamos que los lavavajillas vuelvan a ser grandes. La petición afirmaba que “normas ambientalistas locas” habían reducido drásticamente la eficacia de los lavavajillas, afirmación cuestionada por los propios fabricantes. Pero parecía bastante claro que lo que realmente molestaba a los conservadores era la sugerencia misma de que los consumidores estadounidenses deberían tener en cuenta los efectos adversos que sus decisiones podrían tener en otras personas. Después de todo, ese tipo de consideración es lo que la derecha parece querer decir principalmente cuando condena las políticas como “despertadas”.

Y, como siempre, existen teorías de conspiración: no, la administración Biden no planea prohibir las estufas de gas. Entonces sí, es curioso que los republicanos estén tratando de aprobar algo llamado Ley de Libertad en la Lavandería. Pero la tontería es un síntoma de enfermedad política que no tiene ninguna gracia.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times. 

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Tropezar con Ricitos de Oro

/ 21 de abril de 2024 / 00:24

La economía estadounidense ha tenido mucho más éxito en recuperarse del impacto del COVID que en lidiar con las secuelas de la burbuja inmobiliaria de la década de 2000. Y si bien hubo una ola de inflación, parece haberse roto: la inflación ya se ha reducido a aproximadamente el 2%, el objetivo de la Reserva Federal.

¿Pero podríamos haberlo hecho mejor? Y en la medida en que lo hicimos bien, ¿fuimos simplemente afortunados? Mi opinión es que lo hicimos muy bien, que la respuesta de Estados Unidos al shock del COVID fue, en retrospectiva, bastante cercana a la óptima. Pero el milagro de 2023, la combinación de una rápida desinflación con una economía fuerte, fue una especie de accidente. Las autoridades pensaron que aumentar las tasas de interés causaría una recesión y las aumentaron de todos modos porque pensaron que dicha recesión era necesaria. Afortunadamente, se equivocaron en ambos aspectos.

¿Qué quiero decir con que la política estaba cerca de ser óptima? El COVID alteró la economía de maneras que antes se asociaban solo con la movilización y desmovilización en tiempos de guerra: hubo un gran cambio repentino en la composición de la demanda, con los consumidores alejándose de los servicios en persona y comprando más cosas físicas, un cambio ampliado y perpetuado por el aumento del trabajo remoto. La economía no pudo adaptarse rápidamente a este cambio, por lo que nos encontramos enfrentando problemas en la cadena de suministro (capacidad inadecuada para entregar bienes) junto con un exceso de capacidad en los servicios.

¿Cómo deberían responder las políticas? Había un argumento claro, muy formalizado en un artículo de 2021 de Veronica Guerrieri, Guido Lorenzoni, Ludwig Straub e Ivan Werning presentado en la conferencia de la Fed en Jackson Hole ese año, a favor de una política monetaria y fiscal fuertemente expansiva que limitó la pérdida de empleos en el sector de servicios, aunque esto significaría un aumento temporal de la inflación. Y eso es más o menos lo que pasó.

De hecho, Estados Unidos ha tenido la recuperación más fuerte en el mundo avanzado sin experimentar una inflación significativamente más alta que otros países. Entonces, las autoridades estadounidenses parecen haber acertado más o menos. Pero como ya he sugerido, podría decirse que fue un accidente afortunado.

Lo que en realidad sucedió fue que la economía demostró ser mucho más resistente a tasas de interés más altas de lo que esperaba la Reserva Federal, por lo que el crecimiento siguió avanzando y el desempleo no aumentó significativamente. Pero la inflación cayó de todos modos, quedando por debajo de las proyecciones de la Reserva Federal. Así pues, la economía sorprendió a la Reserva Federal de dos maneras, ambas positivas. Resultó que la desinflación no requería un aumento del desempleo; pero resultó que los aumentos de tasas no dañaron el empleo como se esperaba.

Mi opinión es que el primer error, creer que necesitábamos un alto desempleo, es difícil de excusar (había muy buenas razones para creer que la década de 1970 fue un mal modelo para la inflación pospandémica), mientras que nadie podría haber sabido que la economía haría caso omiso de los altos niveles de desempleo. Pero entonces diría eso, ¿no?, porque no cometí el primer error pero sí el segundo.

En cualquier caso, lo destacable es que se trataba de errores de compensación. El error de la Reserva Federal en materia de inflación podría haberla llevado a imponer una recesión gratuita a una economía que no la necesitaba, pero las subidas de tipos resultaron ser apropiadas, no para inducir una recesión sino para compensar un aumento del gasto que de otro modo podría haber sido inflacionario. En general, la política parece haber sido correcta: crear una economía que no era ni demasiado fría ni padecía un desempleo innecesario, ni demasiado caliente y experimentaba un sobrecalentamiento inflacionario.

Sí: los formuladores de políticas tropezaron con Ricitos de Oro.

¿Qué salió bien? Como he dicho, la afirmación de que sería difícil controlar la inflación nunca tuvo mucho sentido dado lo que sabíamos. La resiliencia de la economía frente a las altas tasas de interés es más difícil de explicar, aunque una fuerza impulsora puede haber sido la inmigración: el lento crecimiento demográfico fue una explicación popular del estancamiento secular, por lo que una afluencia de adultos en edad de trabajar puede haber sido justo lo que necesitábamos.

Supongo que el punto más importante es que en la macroeconomía, como en la vida, es importante ser bueno, pero también muy importante tener suerte. Y esta vez tuvimos suerte.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times. 

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Multimillonarios y Trump

/ 7 de abril de 2024 / 04:34

Según se informa, la campaña de Donald Trump tiene problemas de efectivo. Las donaciones de pequeñas cantidades están muy por detrás del ritmo de 2020. Los grandes mítines de Trump no están generando sus mayores ganancias en efectivo. Algunos donantes de grandes cantidades de dinero dudan, en parte porque les preocupa (con razón) que su dinero no se utilice para la campaña sino para pagar sus facturas legales. Por eso ha estado cortejando a multimillonarios de derecha.

No tengo idea de qué tan exitoso será, pero parece muy probable que al menos algunos multimillonarios proporcionen sumas sustanciales a un hombre que intentó anular las últimas elecciones y ha sido abierto sobre sus intenciones autoritarias, utilizando al Departamento de Justicia para ir tras sus oponentes políticos, acorralando a millones de inmigrantes indocumentados y encerrándolos en campos de detención y más.

Lo que plantea la pregunta: ¿Por qué los multimillonarios apoyarían a una persona así?

Después de todo, no es que hayan estado sufriendo bajo el mandato del presidente Biden. Los economistas, incluido yo mismo, a menudo recuerdan a la gente que el mercado de valores no es la economía. El bajo desempleo y el aumento de los salarios reales tienen mucha más relevancia para la vida de la mayoría de las personas.

Pero los precios de las acciones son probablemente un indicador mucho mejor de cómo les va a los muy ricos, que poseen muchos activos financieros. Y aunque en 2020 Trump predijo una caída de las acciones si ganaba Biden, el mercado, de hecho, ha alcanzado niveles récord bajo la administración actual.

¿Por qué, entonces, respaldar a un candidato que más o menos promete desatar el caos social y político? Una respuesta sencilla es que es casi seguro que los ricos pagarán impuestos más bajos (y las corporaciones estarán menos reguladas) si Trump gana que si Biden permanece en el cargo.

Si usted cree, como algunos izquierdistas, que los republicanos y los demócratas son básicamente iguales, que ambos sirven a los intereses de las corporaciones y de la élite, está equivocado. El Partido Demócrata moderno no es, a pesar de lo que digan los republicanos prominentes, marxista o socialista. Sin embargo, tiene un historial de aumentar los impuestos a los ricos para pagar programas sociales.

Pero yo diría que la perspectiva de impuestos más bajos no debería ser suficiente para que los multimillonarios apoyen a Trump.

Después de todo, ¿cuánto importaría realmente el dinero extra a las personas cuyos estilos de vida ya son increíblemente lujosos? Mi sensación, mirando desde afuera, es que entre los muy ricos, ganar más dinero tiene menos que ver con lo que pueden permitirse y más con el prestigio: ganar más que otros en su grupo de pares. Y lo que pasa con los impuestos más altos es que, como se aplicarían a todos, no alterarían la carrera de ratas: tus supuestos rivales recibirían el mismo golpe que tú.

Y un regreso de Trump al poder haría de Estados Unidos un lugar más aterrador, lo que debería importar mucho más incluso a los multimillonarios que unos pocos puntos porcentual0 es en su tasa impositiva.

¿Pero entienden eso? El año pasado, al escribir sobre el breve enamoramiento de los técnicos con Robert F. Kennedy Jr., señalé que los muy ricos a menudo están menos informados sobre lo que sucede en el mundo que muchos ciudadanos comunes y corrientes, porque viven en una burbuja social. El peligro que Trump representa para la democracia estadounidense es (o debería ser) obvio. Sin embargo, puede resultar menos obvio para las personas que, debido a su riqueza, parecen creer que saben más y pueden rodearse de confidentes que les aseguren que saben más. Consideremos el caso de Elon Musk. ¿Necesito decir más?

También especularía que incluso los multimillonarios que reconocen las tendencias autoritarias de Trump probablemente imaginen, si piensan en ello, que su riqueza los protegerá de ejercicios arbitrarios de poder.

Deberían (pero no lo harán) aprender de la experiencia de los oligarcas rusos que ayudaron a llevar a Vladimir Putin al poder. Y antes de decir que ese pensamiento del peor de los casos no puede aplicarse en Estados Unidos, tenga en cuenta que la mayoría de los alarmistas de Trump han estado en lo cierto y los apologistas en su mayoría se han equivocado. Tengo edad suficiente para recordar cuando el exjefe de gabinete interino de Trump escribió: “Si pierde, Trump cederá con gracia”.

Entonces, ¿Trump obtendrá el apoyo de los multimillonarios? Probablemente. Si gana, ¿acabarán arrepintiéndose de su elección? Supongo que lo harán, pero para entonces será demasiado tarde.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times.

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