La prohibición sobre Todos Santos
Los m'astakus perviven ya que, como diría Foucault, ‘donde hay censura, siempre habrá resistencia’.
En las paredes de los muros externos del Cementerio General de Cochabamba se hallan escritos, con aerosol y pintura, algunos apellidos, la mayoría de origen indígena. Es una especie de jurisdicción que marcan las familias de ciertos difuntos cuyos restos están enterrados en ese camposanto. Sagradamente estas personas asisten cada 2 de noviembre a las afueras del cementerio para recordar a sus seres queridos. Allí arman sus m’astakus: altares atiborrados de flores, muchas tantas wawas y frutas. Comparten con sus ajayus para dialogar. Así, en medio de un mast’aku empachado de comida y bebida celebran la muerte y también la propia vida.
¿Por qué allí? De un tiempo a esta parte el Gobierno Municipal de Cochabamba, a nombre de las “buenas costumbres y la higiene”, prohibió el armado de m’astakus en el interior del cementerio. Como si fuera un acto insurgente, estas familias se instalaron en los alrededores, muchas sobre los rieles que bordea al cementerio, para celebrar a esas almas que vienen a “convivir” con los suyos. No solo evocan nostálgicamente aquellos momentos idos, sino, sobre todo, reproducen una relación que nunca se acaba. La cosmovisión andina cree que los ajayus (las almas de los difuntos) retornan para compartir alegremente con los vivos a fin de hacer comunidad.
Pero esta lógica prohibicionista sobre Todos Santos tiene una larga data. Guamán Poma de Ayala en sus crónicas relata que los españoles y especialmente los cleros se espantaban cuando veían a los indígenas sacando a sus muertos para realizar celebrar ritualmente el retorno de las almas al “mundo de los vivos”. De allí que constantemente censuraban estas prácticas culturales, para extirpar dizque esa actitud “salvaje” de los indios.
Esta relación del indígena con los difuntos de “carne y hueso” estaba muy arraigado en sus prácticas culturales. Era parte de su mundo festivo. Así por ejemplo, en la época colonial se profanaban los sepulcros al interior de los templos en Cochabamba. En la víspera de la fiesta del Apóstol San Andrés, desenterraban los huesos y los cadáveres de sus familiares. En 1784, el gobernador-intendente Francisco de Viedma prohibió esta práctica funeraria, quizás porque la consideraba un agravio y una blasfemia a las ideas “ilustradas” fomentadas en el contexto de las reformas borbónicas.
Una centuria después. en el ocaso del siglo decimonónico, la élite oligárquica cochabambina sacó una ordenanza municipal que prohibía las reuniones al interior del Cementerio en los tres primeros días de noviembre. No hay que ser brujos para deducir que esa normativa estaba dirigida a suprimir del camposanto los m’astakus. Esta prohibición comulgaba con la percepción de un cronista de El Heraldo, periódico de la época, quien en 1894 calificaba a los m’astakus como prácticas “repugnantes” de “la gente del pueblo”. Al parecer aquellas escenas surrealistas de familiares sentados alrededor de la tumba del ser querido bebiendo chicha y comiendo su plato preferido no coincidían con las ideas “civilizadoras” que pregonaba la élite oligárquica cochabambina de ese entonces.
Hoy la prohibición de los m’astakus al interior del cementerio subsiste. La mentalidad segregacionista de las autoridades sigue intacta. Pero los m’astakus perviven ya que, como diría Michel Foucault, “donde hay censura, siempre habrá resistencia”.