Los señores de los páramos
La relación del hombre de las tierras altas con los camélidos que la habitan, es de un fuerte vínculo familiar. A diferencia de la cultura occidental donde son considerados solamente como insumos productivos, para las mujeres y hombres del altiplano de Abyayala, son seres cercanos a quienes les ponen nombre y los consideraran parte de su familia y en algunos casos, son criados para ritos consagratorios y considerados sagrados, como el llamo blanco llamado napa y el apuruku, destinados a este fin. Los fetos también componen las mesas rituales anuales, asimismo su grasa, llamada llampu. Pueden estar sin beber agua un largo tiempo, por su lana los clasifican de varias formas: chak’u, lana densa que crece en sus orejas y frente; su color varía desde blanco, gris hasta marrón y negro; se alimentan, como los de su género, de pasto duro y seco, y pueden recorrer entre 16 y 20 kilómetros diarios.
La llama (Lama glama) es la de mayor altura y resistencia, es un ejemplar que no se desperdicia, todo es útil, desde sus deposiciones hasta sus pezuñas con almohadillas que le permiten recorrer grandes extensiones, vinculando poblados repartidos en la inmensidad altiplánica, transportando sal y productos agrícolas.
La familia a la que pertenece, artiodáctilos, suborden tilópodos, tiene tres géneros y otros que se extinguieron en el transcurso del tiempo, a causa de los fenómenos naturales y la depredación humana. Otro ejemplar es el guanacu (Lama guanacoie), la alpaca (Vicugna pacos) y la vicuña (Vicugna vicugna), agreste y salvaje, buscada y asediada por su exquisito pelaje. Desde niños aprendimos el soneto de Gregorio Reynolds: Inalterable por la tierra avara/ del horizonte ostenta la mesura/ la sobria compañera del aymara/ Parece, cuando lánguida se para y mira la aridez de la llanura/ Que en sus grandes pupilas la amargura/ del erial horizonte se estancara (…)
Todas las designaciones terminan en femenino, es por eso que en estas tierras siempre se compara la altanería y el donaire de las jóvenes indígenas con su soberbia apostura.
Estos cuatro magníficos ejemplares de la fauna altiplánica han contribuido a la formación de las civilizaciones de Tiwanaku y el incario durante milenios, su presencia se encuentra en pinturas rupestres, cerámicas y textiles que atestiguan su importancia y veneración. Así, se descubrieron representaciones de oro en el fondo del lago Titicaca que fueron arrojadas como ofrenda. El grado de sofisticación al que llegaron para su diseño es fruto de su relación con la religiosidad indígena al conformar seres híbridos con su correspondiente simbología. Existen representaciones de cóndores y llamas, asimismo jaguares, peces y víboras entrelazadas, significando la unión del cielo y la tierra, conformando un imaginario de extraordinaria belleza.
Un espectáculo fascinante es ver, en el salar de Uyuni, los grupos de llamas que se confunden con la sal y solo resaltan sus cargamentos multicolores. Tienen un líder que luce una campana que lleva el ritmo y conoce el camino; avanza junto al llamero que entona una melodía en aerófono que hace la excursión más llevadera. Muchos dueños les fabrican pequeños calzados para que la sal no maltrate sus almohadillas. El origen de la llamerada tiene relación con esta conjunción humana a los que sirven, y éstos le rinden su homenaje y veneración por sus servicios, antropomorfizándolas en esta danza ritual.
En algunas comunidades de Bolivia, seleccionan ejemplares que se distinguen por la finura de su lana, los crían para que cuando estén listos para ser trasquilados, teñidos y luego tejidos con su historia por la abuela o la madre para abrigar al futuro infante que nacerá. Durante este proceso, el padre o los padrinos componen música que escuchan estos camélidos para que su lana sea suave y delicada, y acoja al nuevo ser.
Durante las crisis económicas que nuestro Estado sufre cíclicamente, su carne —antes despreciada— fue consumida en embutidos caseros y en las llamadas llameradas de la Pérez Velasco, que los consumidores devoraban pensando que era res.
En la etapa colonial, los españoles no consumían su carne, en cambio, para los mitayos era su principal fuente de proteína con la quinua y podían guardar el tasajo o charqui que es parte de la gastronomía de Bolivia.
Édgar Arandia Quiroga es artista y antropólogo.