Voces

Friday 31 May 2024 | Actualizado a 19:55 PM

Pruebas contra los ultrajes

/ 25 de enero de 2018 / 04:05

En 2010, The New York Times publicó un reportaje sobre varios abusos sexuales cometidos presuntamente por el sacerdote chileno Fernando Karadima contra feligreses y exseminaristas en los años 80 y 90, incluso cuando las víctimas eran menores de edad. Un año después, la Iglesia declaró culpable a Karadima y lo marginó del sacerdocio. Mientras se ventilaban estos hechos, algunas de las víctimas acusaron a su colega Juan Barros de encubrir estos abusos. A pesar de ello, fue nombrado obispo de Osorno en 2015, y ahora último su nombre ha vuelto a hacer noticia con la reciente visita del Pontífice a Chile.

Consultado por una periodista sobre estas acusaciones, Bergoglio respondió que iba a hablar el día que le “traigan una prueba contra el obispo Barros”, y agregó que “No hay una sola prueba en (su) contra. Todo es calumnia. ¿Está claro?”. Duras palabras que fueron cuestionadas incluso dentro de la propia Iglesia. Lo que le impulsó al papa Francisco a pedir disculpas, asegurando que se había equivocado al pedir “una prueba”, en lugar de haber solicitado “evidencias”.  

Ciertamente una necesaria rectificación, aunque insuficiente. Y es que, cuando se trata de visibilizar y sancionar abusos sexuales cometidos contra sectores vulnerables como los niños, con el fin último de impedir que se repitan, resulta esencial evitar cualquier acción que tienda a culpabilizar a las víctimas, como exigirles pruebas o evidencias que demuestren los crímenes perpetrados en su contra, ya que ello contribuye a reforzar la impunidad que suele imperar en delitos de esta naturaleza.

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Elecciones de ayer, hoy y mañana

Experiencias que, a la larga, terminan volteando el verdadero castigo hacia las y los votantes mismos

Verónica Rocha Fuentes

/ 31 de mayo de 2024 / 11:59

El día de mañana arranca el mes de junio, lo que nos permite ubicarnos con un año de distancia de la promulgación de la “Ley transitoria para garantizar el proceso de preselección de candidatas y candidatos (para Elecciones Judiciales)”, que buscaba entonces destrabar por segunda vez este proceso cuya realización está aún pendiente. Para fines de este espacio denominaremos este proceso como las elecciones del ayer, toda vez que las mismas debían concluirse, con la materialización de sus resultados, al inicio de este año y a esta altura, debieran idealmente ser parte ya de nuestro pasado colectivo.

Consulte: Sentidos en disputa

Con elecciones de hoy, la referencia es para las Elecciones Primarias que debieran convocarse (es decir iniciarse como proceso electoral) en esta segunda mitad de 2024 que pronto se avecina. De ellas sabemos, hasta la fecha, que se encuentran en el centro de la pugna interna que atraviesa el MAS-IPSP, partido nacional que se encuentra en el centro de la política, y que se está librando en medio de una batalla de medidas judiciales y amenazas que cada día le aumentan la presión al torniquete que sostiene la institucionalidad electoral del país.   

Y, entonces, usted ya sabrá que con las elecciones de mañana se hace referencia a las Elecciones Generales 2025, que debieran ser secundadas por las Subnacionales en 2026. Y que, al día de hoy y con la normativa vigente, como primer paso deben sortear un proceso de Primarias. La hipótesis que lleva a aseverar que estamos ante una caótica acumulación (que cada vez se hace más visible) de trabas, presiones y zancadillas que tienen el foco puesto en los procesos electorales de ayer, hoy y mañana, no es nueva, pero sí debiera ser una convocatoria a nuestra mayor preocupación. Pues no hay energía ni atención colectiva que aguante tanto desgaste. ¿Hasta dónde va a ser posible horadar la piedra de la institucionalidad democrática, ya bastante venida a menos?

Un elemento paradójico, pero a la vez principal de esta problemática, es que los actores que tienen en sus manos la posibilidad, pero sobre todo responsabilidad de reducir los decibeles del intercambio y retornarlo a los cauces más propios (y menos estridentes) de la política, son precisamente quienes se encuentran en el centro de la disputa. Y es ahí donde radica el pesimismo con el que se hipotetiza sobre el futuro de este fenómeno que atravesamos. 

Una primera grave consecuencia de este escenario ya la estamos viviendo ante la incertidumbre de que algunos de los procesos electorales se mantengan en vilo o, el día de mañana, directamente no se realicen y asociemos ello a este nuevo panorama de “normalidad política” en el que estamos ya bastante sumergidos. Pero una segunda consecuencia, que también de alguna manera es fácil avizorar porque empieza a manifestarse en la superficie de la práctica política, es precisa y paradójicamente la de vaciar a la política de Política.

Y es que pensar en la posibilidad de que arribemos al momento de las Elecciones Nacionales, absolutamente zarandeados y desintegrados por este agotador preludio, presentaría la dificultad de que el mismo llegue a realizarse al calor de los más bajos mínimos políticos que hayamos vivido anteriormente y que vivamos las consecuencias del voto “que se vayan todos”. Pues ello, nos llevaría a una nueva gestión de “gobiernos-castigo” (nacional y su correlato, subnacional), cuya peor cara sería la incapacidad de hacer política, la falta de experiencia en la cosa pública y la imposibilidad de gobernabilidad. Experiencias que, a la larga, terminan volteando el verdadero castigo hacia las y los votantes mismos. 

(*) Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka

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Plazas del Bicentenario

Carlos Villagómez

/ 31 de mayo de 2024 / 11:56

En 2025, los gobiernos central y municipales entregarán en cada capital departamental Plazas del Bicentenario en conmemoración a tan significativa fecha. Son, sin duda, proyectos simbólicos de suma importancia para rememorar nuestros 200 años de historia, tanto republicana como plurinacional, que serán expresados en espacios públicos de gran valor ciudadano.

Lea: Bloqueos urbanos

Comencemos formulando conceptos importantes. Primero: los espacios públicos son vitales para el desarrollo de la vida comunitaria en las ciudades. Estos espacios, como parques, plazas, calles y aceras, permiten que las personas se reúnan, interactúen y participen en actividades sociales, culturales y recreativas. Segundo, y muy importante por las tensiones políticas: los espacios públicos fomentan la interacción social y la cohesión comunitaria, facilitan el encuentro y el diálogo para construir una sociedad más inclusiva y democrática. Tercero: la convivencia en estos espacios genera un sentido de pertenencia y de identidad colectiva entre los habitantes. Cuarto: los espacios públicos son catalizadores del desarrollo económico y social de una ciudad; bien diseñados y gestionados impulsan la actividad comercial y la generación de empleo en las áreas aledañas.

El gobierno municipal ha presentado un esquema de ubicación y de diseño para nuestra Plaza del Bicentenario. Decidió intervenir en una plaza ya existente y consolidada: la plaza Bolivia, cuyas dimensiones no contribuyen a la magnitud simbólica requerida. Para ampliar el área, el municipio diseñó un viaducto (léase un túnel por debajo) en la avenida Arce. Imploro de rodillas que no hagan semejante desatino urbano que no tiene un sustento válido, ni responde a un plan contemporáneo ni sistémico de vialidad urbana. La única vía troncal de nuestra ciudad, colapsada por marchas y bloqueos, será cerrada por dos largos años de obras sempiternas.

Como recién empezaron las consultorías de diseño, es sensato encontrar otro sitio para un proyecto acorde a la magnitud simbólica de una Plaza del Bicentenario para La Paz.  Mejor si es un área fuera del centro urbano, que desahogue el tráfico vehicular, que dinamice otros barrios, y represente por diseño y localización la historia social, política y urbana de una ciudad que se ha sacrificado por Bolivia entera durante un largo siglo de tensiones y muertes entre hermanos y hermanas.

No den por cerrada esta decisión municipal. Recuerden que a espaldas de la ciudadanía un gobierno central se equivocó y construyó dos armatostes en la plaza Murillo aspirando simbolizar un proceso revolucionario; solo edificaron símbolos anacrónicos de la concentración urbana capitalista.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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El reconocimiento del Estado de Palestina

/ 30 de mayo de 2024 / 00:35

El pueblo palestino tiene derecho a la esperanza y el pueblo israelí tiene derecho a la seguridad. Ese es el camino hacia la paz. Ese es el camino para poner fin a la violencia permanente y al dolor sin fin entre pueblos llamados a vivir juntos. Además, como hemos podido comprobar desde los acontecimientos del 7 de octubre y los que siguieron, el riesgo de escalada regional es más real que nunca, con consecuencias geopolíticas, económicas y humanitarias imprevisibles.

Para asegurar la paz, España aboga por la solución de los dos Estados. Hacer irreversible esa solución es hacer irreversible la paz en la región y hay una forma de conseguirlo: reconocer a Palestina como Estado y como miembro de las Naciones Unidas.

(…) Este es el momento de hacerlo y España lo hará el 28 de mayo. Que la solución que todos reconocemos —un Estado palestino conviviendo junto al Estado de Israel, en paz y seguridad— se convierta en un hecho.  Que por fin la paz entre israelíes y palestinos se haga realidad.

El establecimiento del Estado palestino junto al Estado de Israel es, sin duda, una cuestión de justicia, pero también la única opción para la paz. El Estado palestino debe ser viable, unificando Gaza y Cisjordania bajo la misma Autoridad Palestina, con un corredor entre ambas y con salida al mar, y su capital en Jerusalén Este.

(…) El presidente Sánchez y yo hemos visitado la región en varias ocasiones desde el 7 de octubre. También hemos mantenido numerosas conversaciones con diversos socios regionales y hemos instado a evitar una escalada regional. España ha sido pionera en pedir un alto el fuego inmediato, la liberación de los rehenes y el suministro de ayuda humanitaria a los civiles que la necesitan. Por ello, hemos decidido reconocer al Estado palestino, porque es mucho lo que está en juego: paz, justicia, pero, sobre todo, esperanza y futuro. España va a reconocer al Estado palestino porque el pueblo palestino no puede estar condenado a ser un pueblo de refugiados, porque es la vía a la paz en Oriente Medio, porque es bueno para la seguridad de Israel.

(…) El Parlamento español instó al Gobierno a reconocer el Estado de Palestina el 18 de noviembre de 2014. Nuestra decisión también está profundamente arraigada en el seno de la sociedad española. El reconocimiento ha sido anunciado en varias ocasiones y es un compromiso irreversible de nuestro Gobierno. Además, España ha propuesto la celebración de una Conferencia Internacional de Paz en el más breve plazo, cuyo objetivo es avanzar hacia la materialización de esta solución. La Unión Europea ha hecho suya nuestra propuesta, y también lo han hecho la Liga de Estados Árabes y la Organización de Cooperación Islámica. En total, más de 80 países.

Y la mejor forma de proteger y de garantizar que se va a aplicar esta solución de dos Estados es admitir también al Estado de Palestina como miembro pleno de la Organización de las Naciones Unidas. Esto implica su reconocimiento por parte de todos, como lo han hecho ya la inmensa mayoría de sus miembros, y como lo va a hacer España.

(…) Cientos de miles de personas —familias enteras, niños— están, en estos momentos, privadas de alimento, de agua, de medicinas, de alojamiento ¿Cuánto más deben esperar?

Hay más de 100 rehenes en manos de Hamás. ¿Cuántos más días deben esperar ellos y sus familias para volver a casa? Desde aquel horrible 7 de octubre, la violencia se ha llevado la vida de 1.200 israelíes, de más de 35.000 palestinos. ¿Cuántas más vidas inocentes deben malograrse?

El pueblo palestino debe tener un Estado propio, y también el lugar y la existencia de Israel debe ser reconocido por todos aquellos que aún no lo han hecho. Es de justicia para Palestina, es la mejor garantía de seguridad para Israel, y es la primera y fundamental condición para un futuro de paz y prosperidad en la región. Y eso —paz, justicia, esperanza y futuro— son los valores que la comunidad internacional debe apoyar y defender. Son también los que guían el compromiso de España y lo que defendemos para Palestina: por la paz, por la justicia y por pura dignidad humana.

José Manuel Albares Bueno es ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación del Reino de España.

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Guerra

/ 30 de mayo de 2024 / 00:32

De todas es la peor, porque nombra la cloaca más infecta del alma humana, la profundidad más oscura y el verdadero misterio de nuestra presencia en la Tierra. La guerra no es en modo alguno invento moderno, es más: parece que se puede rastrear hasta la prehistoria; la crueldad tampoco, pues se ejerce desde antiguo con los y las enemigas. Hay doctrina, normas internacionalmente aceptadas (e igualmente vulneradas) y siglos de estudios y enseñanzas.

Es comunmente aceptado que las guerras entre humanos, o sus ancestros, se remontan a la prehistoria, existen hallazgos arqueológicos que sugieren enfrentamientos violentos en comunidades neolíticas. Sin embargo, se considera que la guerra entre los humanos de manera recurrente surgió con el desarrollo de sociedades más complejas y jerarquizadas, producto de la agricultura, la sedentarización y la aparición de la propiedad privada, y que provocó que la competencia por recursos, territorio y poder se intensifique.

La necesidad de tierras fértiles para desarrollar la recientemente adquirida habilidad de la agricultura está entre las primeras respuestas a la pregunta de por qué guerrean los humanos. Pero para que la competencia violenta por los recursos haya sido posible, seguramente tuvo que desarrollarse un entramado social con jerarquías sociales y asignación de roles diferenciados: no es lo mismo el gobernante (y su corte, antecedente lejano de la actual burocracia), que el general de ejército o el filósofo, por no hablar de quienes realmente ponen el cuerpo para que el trabajo de esos tres tenga efecto.

En ese tránsito hizo falta más que la sola necesidad de recursos materiales que estuvieran en poder del grupo opuesto: cada grupo tuvo que construir al otro a partir de una imagen deformada de sí mismo, un no-yo que retiene equivocadamente o injustamente algo que se necesita; y si no se necesita realmente, más razón para revestir el reclamo de ideología, de una imagen agrandada de sí, pero recubierta de miedo al otro, de desprecio al diferente, de odio a todo lo que no se parece a uno. Increíble lo fácil que parece incentivar este sentimiento.

Súmese al conjunto de factores propicios para la guerra el desarrollo tecnológico, desde la primera honda que sirvió para arrojar piedras con tanta fuerza que se podía derribar a un gigante, hasta naves no tripuladas que llevan una bomba atómica en su vientre, pasando por toda clase de armas de fuego, capaces de matar a decenas con una sola carga. De por medio, la inventiva no escaseó a la hora de diseñar crueldades para causar el mayor daño posible, desde violar y embarazar a las mujeres, hasta aplicar los más inverosímiles métodos para causar tanto dolor como sea posible. He ahí la verdadera diferencia entre cualquier otra especie y la humana.

Precisamente por eso, en el siglo XX, luego de uno de los peores horrores de la historia humana (hasta ese momento, porque en lo que va del siglo XXI, la cosa se ha agravado, aunque en formas en apariencia más sutiles —o menos brutales), se actualizaron los discursos y experiencias para dar vida a una robusta legislación internacional y toda clase de pactos, reunidas en el Derecho Internacional de los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario. Grandes avances de la humanidad que han servido de casi nada para evitar la verdadera desgracia de la guerra: el genocidio. Ayer fue en el África, luego de Europa oriental, hoy es en Oriente Medio.

Da lo mismo si los perpetradores del horror viven el fin de sus días en una lujosa prisión holandesa, en un búnker donde se esconden de los enemigos o en un lujoso palacio construido con el dolor ajeno: el daño que se ha causado es imposible de sancionar, como imposible de reparar. La humanidad, al menos esa parte que no quiere la guerra, se aferra a la utopía de la justicia internacional, que tarda demasiado e inevitablemente llega tarde para evitar la desgracia.

Mientras tanto, seguimos recibiendo cotidianamente noticias del avance de la guerra, aquí o allá o en todas partes al mismo tiempo, y no pocos mensajes que glorifican a los ejércitos y su capacidad de matar en nombre de ideas e ideales profundamente corruptos y equivocados, pero que muchas y muchos siguen dando por buenos.

Claudio Rossell Arce es profesional de la comunicación.

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Mire la calle

Lucía Sauma, periodista

/ 30 de mayo de 2024 / 00:29

¿Cómo puede usted ser
indiferente a ese gran Río
de huesos, a ese gran Río
de sueños, a ese gran Río
de sangre, a ese gran río?
¿A ese gran río?

(Nicolás Guillen)

Mire la calle, pero véala de verdad, es decir quitándose la rutina de los ojos, unas veces se llenará de asombro ante tanta indiferencia, hay gente que llora y nadie le pregunta qué pasa, o si necesita consuelo o si quiere llamar la atención; ante otras, en cambio, se quedará quieto ante tanto despliegue de violencia, de gritos, de pelea. En las calles hay tanta gente con la mente fuera de este mundo, están en las aceras o cruzan las calles sin ver los semáforos o lo que pisan o lo que les rodea, tienen la mente en otro tiempo, en otro lugar y uno se pregunta cómo serían de niños, si tendrían una casa, una cama, un padre, una madre, si hubo un tiempo en el que iban a la escuela. Ahora de tan idos ni siquiera son mendigos.

Mire la calle, todo se vende, todo se compra, fruta, juguetes, ropa, verduras, dulces, audífonos, todo tipo de quimeras, hierbas para curar o para enamorar, recetas para hechizar, para llamar la plata, para comprar la casa. Cualquier lugar es bueno para improvisar un puesto de venta, para transportar una carretilla, no hay inconveniente si se estorba el paso, los transeúntes están acostumbrados, bajarán de la acera o saltarán por encima del puesto de venta, esquivarán el mantel tendido en la calle o lo pisarán, finalmente todo seguirá su curso.

Mire la calle, está atestada de gente, son ríos humanos, así son las avenidas del centro de nuestras ciudades, unos van y otros vienen, jóvenes, niños que a rastras siguen a los adultos, que de la mano los llevan quién sabe a dónde, los pequeños irán igual. Unos están más apurados que otros, caminan, corren, otros simplemente andan un poco sin rumbo, sin apuro o quizás con desgano, sabiendo que es mejor resignarse.

La calle, las calles están llenas de basura, hay quienes barren en la madrugada, pero al mediodía ya se amontaron las bolsas plásticas, los papeles que envolvieron comida, las cáscaras de frutas, miles de otras cosas desechables se acumulan, si hay viento varias de estas cosas se elevan, por un momento quedan suspendidas en el aíre y vuelven a caer justo en alguna de las cloacas embotadas.

Mire la calle, minibuses, colectivos, taxis, autos, van por las avenidas, las callecitas estrechas, sangran y desangran la ciudad, se amontonan, hacen mucho ruido, se persiguen, se entremezclan, avasallan, crean estrés.

Entre todo ese caos, de repente se escucha una voz pequeñita y dulce que canta la canción que aprendió ese día en el kínder y la calle se ilumina, por un momento deja de lado todo lo gris, uno se deja llevar por el sonido y aunque dure unos segundos tiene el poder de cambiar la soledad, lo gris, lo feo de la calle, aunque sea solo por unos segundos…

Lucía Sauma es periodista.

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