Agoniza la verdad
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En tiempos de contienda electoral, como los que vivimos en el país, no se escatiman esfuerzos para denigrar o defenestrar al contendiente. El terreno está listo para sembrar tempestades a costa de cualquier precio. Sobre todo interesa que los resultados sean absolutamente nefastos para el oponente. Los discursos se construyen con promesas hechas deliberadamente para no cumplir, verdades a medias, mentiras enteras, supuestos, palabras como dagas. En este pugilato generalmente las pruebas de lo que se afirma no interesan, aparecen debajo la manga de cualquier político convertido en mago. Y no importa si alguien le descubre el truco, porque es la época de la posverdad, tiempo en el que, sin licencia, se lanza una mentira con la intención de conseguir en la gente la reacción esperada. Total, para cuando se descubra la verdad, el astuto manipulador ya tendrá de su lado la opinión de las personas y la duda estará ejecutando su mejor danza.
Por otro lado, está la gente como blanco de todas las medias verdades y las mentiras que le llegan a diestra y siniestra en un mar de confusión, manipulación y desorden. Quien lanza las bombas siempre aparece con el disfraz de mansa ovejita, escondiendo al gran agitador, contencioso y egoísta que lleva dentro. El manipulador sabe qué novedades dar a conocer y cuáles esconder. También conoce de qué medios servirse en cada ocasión. Hoy pueden ser las eficientes redes sociales, listas para todo tipo de chisme o rumor, y mañana será cualquier otro medio de uso masivo entre los despistados o polarizados.
El manipulador de opinión sabe que las personas necesitan autoafirmarse, tener argumentos para opinar, repetir frases y obtener datos aunque sean de procedencia desconocida. Por esa necesidad se propagan a gran velocidad noticias falsas, convenciendo a los receptores de que son hechos que están ocurriendo en los lugares y el momento en el que ellos están. Estos elementos le dan a la gente un falso poder haciéndole creer que es la persona más informada y más criteriosa, aunque en realidad son víctimas de un fraude.
En todo caso, corren tiempos en los que los periodistas que quieren ejercer su oficio desde la ética y el servicio al bien común tienen que redoblar esfuerzos por no creerse ni a sí mismos mientras no verifiquen los hechos, recurriendo a fuentes confiables y contraponiéndolas. Ana María Romero, inolvidable periodista, siempre hablaba del “olfato periodístico” en el que ella confiaba muchísimo, porque trabajaba con mujeres y hombres que habían aprendido a diferenciar el rumor de la información, la noticia de la propaganda, el interés público del interés partidario o puramente personal, a fuerza de convivir a diario con la realidad que se teje en los centros de poder y en la calle.
* Periodista.