Carnaval, transgresión y prohibición
Esa mentalidad oligárquica de los sectores elitistas les impulsaba a extirpar esas actitudes
Desde la antigua Grecia o la Roma clásica, las fiestas en honor al Baco, en homenaje al Dios Saturno o las fiestas lupercales dedicados al Dios Pan, las celebraciones carnavaleras se caracterizaron, sobre todo, por ser festividades populares: la plebe ocupaba el espacio público y, así se transformaban en un potencial insurgente para revertir el poder.
Los jóvenes y los sectores populares eran los protagonistas de las fiestas carnavaleras. Quizás por esta razón que las élites adultas veían a estas festividades como un peligro eminente para el orden social. Es así que había la necesidad insoslayable de controlar estas fiestas paganas. Si el Carnaval para los españoles servía como desahogo colectivo entregando su entusiasmo al espíritu dionisiaco, festivo, de exégesis orientado a “limpiar la carne”, empero, en el contexto colonial, el Carnaval fue parte de ese entramado ideológico articulado a la enajenación cultural a través de una política de “extirpación de idolatrías” de lo festivo del mundo indígena.
Estas fiestas, por ejemplo, para el caso cochabambino en el contexto colonial, según el historiador cochabambino Gustavo Rodríguez, se distinguía entre dos carnavales: “Los españoles introdujeron dos manifestaciones del Carnaval, la de las clases llamadas altas, celebradas en salones a la manera española, y el popular en las calles. Ambos se distinguían por el tipo de música, bailes y comidas”.
De allí, resulta llamativo que la rebelión india en Cochabamba se produjera en esos días de las carnestolendas que le otorgó un sentido insurgente a la movilización indígena. En rigor, el inicio de la rebelión indígena en Cochabamba en pleno Carnaval asumía un sentido político ya que se preveía que esta rebelión se iniciaría en plena carnestolendas y se debería prolongar hasta Pascua, coincidiendo con el calendario católico.
Este ejemplo de la rebelión indígena de Cochabamba de 1781 expresa el potencial insurgente de los carnavales. Es una constante que esta fiesta de la carne se saliera de lo previsto o controlado por el poder que surgió la inquietud de controlar los excesos emergentes de estas fiestas paganas que se vieron a establecer un conjunto de normativas orientados a “regular” el comportamiento, especialmente de los subalternos para evitar que a nombre de la alegría puedan poner en vilo el orden social establecido y, así amortiguaban el potencial insurgente de las fiestas carnavaleras.
Quizás sabiendo de este rasgo transgresor de esas fiestas carnavaleras que las élites oligárquicas cochabambinas, a fines del siglo XIX, dispusieron vigilar los bailes de máscaras para evitar cualquier abuso o desorden de parte de la plebe a nombre de celebrar estas fiestas. Asimismo, con el objetivo de controlar que se puedan mimetizar en los bailes de disfraces, especialmente de la élite, personas provenientes de la plebe se exigía como un requisito indispensable un patente.
Finalmente, se prohibía la embriaguez ya que se consideraba como un “desacato” y, por lo tanto, proclive a un castigo. En aquellos tiempos decimonónicos se propalaba en la prensa local esa dicotomía entre Carnaval y civilización. Entonces, había la urgencia de “civilizar” estas fiestas carnavaleras. Esa mentalidad oligárquica de los sectores elitistas les impulsaba a extirpar esas actitudes, según ellos, reflejaban el “embrutecimiento moral” de las plebes, las diversas regulaciones se encaminaban a evitar los desórdenes y los excesos que se solían cometer en tiempos de Carnaval. Hoy esa cultura del prohibicionismo en torno al Carnaval continúa.
Yuri Tórrez
es sociólogo.