LR en la Memoria

Saturday 27 Apr 2024 | Actualizado a 07:25 AM

Óscar Ortiz, el logiero que hizo presidenta a Jeanine Áñez

Ortiz ya nada tenía que ver con Tuto Quiroga en 2009 y comenzó a trabajar con Samuel Doria Medina, mientras Costas estructuraba a los “Verdes” que se convertirían en el Movimiento Demócrata Social (MDS).

Por Julio Peñaloza Bretel

/ 6 de junio de 2021 / 08:37

Cuando una tarde de sábado pasé por la heladería de la plaza de Concepción (Chiquitania, provincia Ñuflo de Chávez, Santa Cruz), jamás hubiera imaginado que quien esperaba unos conos de chocolate y frutilla, Óscar Ortiz Antelo, hubiera formado parte en sus jóvenes años de iniciación de la agrupación de laicos católicos conocida en Bolivia como Cristiandad, con jóvenes que salían a las calles con rectangulares estandartes color escarlata y un león dorado tatuado con una cruz roja erguido en dos patas, preparado para la cacería, a advertirnos sobre los peligros que se cernían sobre nuestras cabezas si nos dejábamos tentar por el diablo.

En realidad, la organización católica fundada en 1960 no se llama Cristiandad. Lleva el nombre de Tradición, Familia y Propiedad que según su fundador, el brasileño Plinio Correia de Oliveira, “no es un lema cualquiera. Es el lema anticomunista por excelencia, que atrae las simpatías de todos aquellos que aman la civilización cristiana, y provoca aversión, cuando no odio, en todos aquellos que se han dejado infectar por el virus del comunismo”.

No habrá sido casualidad, sino algo así como un alineamiento simbólico, el haber encontrado a Ortiz comprando helados (año 2010), mientras su familia esperaba en una 4×4, exactamente a una cuadra del museo histórico que originalmente fue la casa de Hugo Banzer Suárez, concepcioneño de origen alemán que gravitaría en la política boliviana durante tres décadas (1971-2001), de cuyo gobierno democrático este administrador de empresas graduado en la UPSA formó parte como asesor de comercio exterior e inversiones, y de vivienda y servicios básicos entre 1997 y 1999.

De Ortiz dicen varios que lo conocen, los que le tienen aprecio y los otros, que era lo que se conoce desde el estereotipo, un nerd, es decir un estudiante aplicado, obsesivo en el propósito de alcanzar metas, y algo retraído socialmente, lo que en alguna medida resulta contradictorio para alguien que decide hacerse anticomunista y salir a gritar su filiación católica conservadora a la plaza 24 de Septiembre, y años más tarde convertirse en un seguidor del banzerismo/adenismo/ tutismo, lo que nos confirma que este operador de la cruceñidad (*) era anticomunista por fe religiosa y más tarde, por adscripción ideológico-partidaria, es decir anticomunista aquí en la tierra como en el cielo.

PODEMOS. Si Ortiz parecía un nerd, seguramente esa pinta era lo que menos le importaba a este hijo de médico prestigioso y respetable familia tradicional, que entre 2008 y 2009 fue presidente del Senado durante el primer mandato de Evo Morales, cuando el masismo afirmaba que había alcanzado el gobierno pero que todavía no había conquistado plenamente el poder. En ese momento representaba a Poder Democrático y Social (Podemos), al que fue invitado por Jorge Tuto Quiroga, que en 2005 había perdido las elecciones frente al MAS y que llegaba de una larga relación partidaria con Banzer en Acción Democrática Nacionalista (ADN) formando binomio presidencial y a quien sucedió por muerte, producto de un cáncer que acabó con el General.

El haber llegado a gerente de la Cámara de Industria y Comercio (Cainco) posicionó a Ortiz como a un nítido representante de los Caballeros del Oriente, logia caracterizada por el pragmatismo en sus acciones, que además controlaba la Cámara Agropecuaria del Oriente (CAO), varios colegios profesionales y la Cooperativa de Telecomunicaciones de Santa Cruz (Cotas), envuelta en escándalos de corrupción en el último lustro. Era la época en la que el gerente de la Cainco recibía un plus —refuerzo salarial le llamaríamos en castellano— de todas las instituciones y empresas afiliadas, lo que le permitía un ingreso anual de banquero transnacional.

Hasta aquí estaba claro que visto desde una estrategia de marketing, Óscar Ortiz era un producto programado para un trayecto reglamentario de ascenso religioso, económico y político, que supo diagramar una agenda propia con el respaldo del gobernador Rubén Costas, quien lo convirtió en hombre de confianza como asesor de asuntos institucionales, aunque se hubiera equivocado desde la lógica del Consejo Nacional Democrático (Conalde) articulado por los gobernadores de la llamada “media luna” conformada por Santa Cruz, Tarija, Beni y Pando, primero con el alargamiento de la Asamblea Constituyente (2006- 2008) y luego con la puesta en vigencia de la Ley de Revocatoria de Mandato que lo convirtió en “enemigo de Santa Cruz” según quienes consideran que esa decisión generaría un impacto negativo en la agenda paralela de poder que se había iniciado con el referéndum autonómico cruceño el 4 de mayo de 2008, realizado por fuera del ordenamiento electoral boliviano.

Dicho y hecho, la ley del referéndum revocatorio se materializó en una aplastante ratificación plebiscitaria el 10 de agosto de ese mismo 2008, que le valió al binomio Morales-García Linera el 67,43% de los votos, mientras que los gobernadores de La Paz, José Luis Paredes, y de Cochabamba, Manfred Reyes Villa, tuvieron que dejar sus cargos producto de derrotas que oscilaron entre el 16 y el 29%.

Eran tiempos de polarización entre el MAS, que seguía camino hacia la concreción de una hegemonía política y de la “media luna” sindicada de separatista-independentista que dio lugar a los bullados casos Terrorismo I y II, sostenidos por más de una década durante la administración de Morales y que finalmente fueron cerrados durante el régimen de facto presidido por Jeanine Áñez, gobierno del que Ortiz sería gestor y protagonista indiscutido.

A pesar de sus significativos traspiés, Rubén Costas veía en Óscar Ortiz al operador ideal que representa intereses económico- empresariales, considerando sus habilidades como organizador de campañas y administrador de agendas de medios en óptimas relaciones con televisoras como Unitel. Costas no dubitó en romper acuerdos con Germán Antelo, que representaba a Nuevo Poder Ciudadano y era respetado miembro de la otra logia cruceña, Toborochis. Al exgobernador se lo conoce en los círculos influyentes cruceños como a alguien que ha estado muchas veces dispuesto a no cumplir con su palabra.

Ortiz ya nada tenía que ver con Tuto Quiroga en 2009 y comenzó a trabajar con Samuel Doria Medina, mientras Costas estructuraba a los “Verdes” que se convertirían en el Movimiento Demócrata Social (MDS). A partir de ese momento, Ortiz dejaría un pie en occidente a través de su relación con Unidad Nacional (UN) y pondría el otro en la Gobernación de Santa Cruz. Era el momento en que el vampirismo político del gobernador invisibilizaría al mismísimo Germán Antelo y a otra figura del movimiento cívico cruceño, Carlos Dabdoub, que alguna vez pensó y propuso una “Nación Camba”.

El apabullante triunfo de Evo Morales en las elecciones de 2009 (62%) daría lugar a la desaparición de la “media luna”, al repliegue de actores como Óscar Ortiz a su cuartel regional para relanzarse en 2014 con la supuesta conformación de un frente amplio promovido por Doria Medina, cosa que en los hechos nunca sucedió, articulándose otro artefacto que con el nombre de Unidad Demócrata (UD) cobijó a los “Verdes” del MDS, UN y hasta a facciones marginales del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR).

Rubén Costas es considerado “el epítome de la sobrevivencia política” como gobernador de Santa Cruz. Sus principales detractores hacen la siguiente comparación: Desde 1957 (conquista del 11% por regalías), el departamento más extenso y económicamente más pujante del país dispuso de $us 750 millones, esto es durante casi cuatro décadas. Entre 2006 y 2021, es decir solamente en 15 años, Costas dispuso de $us 2.600 millones, contexto en el que se lo acusa de haber transado una agenda con el gobierno del MAS por debajo la mesa, mientras Óscar Ortiz se erige, como se dice en clave de modismo, en “el mandado de la cruceñidad”.

OPERADOR. El declive de la gestión de Costas comenzaría a producirse cuando éste dejó de apoyar a los distintos gremios en un escenario en el que continuó funcionando a fuerza de agrupaciones ciudadanas sin características de estructuras partidarias orgánicas. En ese marco, Óscar Ortiz es el último gran operador en un ámbito considerado, por los más críticos analistas cruceños, de promiscuidad política en la que no hay actores formales ni reglas nítidas. Con la expiración de lo que algunos llaman “Rubenato”, se sabe hoy que Santa Cruz ya no es más el departamento en el que todo se decide desde un comité cívico, dos logias y tres cooperativas.

El departamento más grande del Estado Plurinacional de Bolivia tiene hoy aproximadamente tres millones y medio de habitantes con un alto grado de movilidad social y étnica, en el que personajes que desde muy jóvenes creyeron en “Cristiandad”, ya no encajan en su lógica, ni están a la altura de los nuevos desafíos. El cabildo del 4 de octubre de 2019 señalaba el inicio de la carrera en las preferencias de la clase media cruceña de Luis Fernando Camacho, hoy gobernador, con el que generacionalmente Ortiz no tiene mucho que ver. En ese cabildo, la Cainco y la CAO ya no tuvieron prácticamente incidencia alguna.

En todo ese recorrido de la mano de Tuto primero, de la de Samuel más adelante, pero sobre todo del brazo derecho de Rubén Costas, Óscar Ortiz desplegó una andadura en la que se las arregló para acceder a la presidencia de la Unión de Partidos Latinoamericanos (UPLA), a la vicepresidencia de la Unión Democrática Internacional (IDU) y a convertirse en miembro del Patronato de la Fundación Internacional para la Libertad, además de haber promovido la creación de la Fundación Nueva Democracia. Ortiz mantiene nexos con sectores conservadores de los Estados Unidos y con reductos formativos españoles vinculados al Opus Dei que “ayuda a encontrar a Cristo en el trabajo, la vida familiar y el resto de actividades ordinarias”. Mejor conectado que en estas condiciones, muy difícil.

PRESIDENCIABLE. Wikipedia define al reaccionario como a quien “es partidario de mantener los valores políticos, sociales y morales tradicionales y se opone a reformas o cambios que representan progreso en la sociedad.” La aplicación de esta definición diría que Óscar Ortiz se ha distinguido por defender una visión-acción excluyentes, en la que el conglomerado plurinacional boliviano no figura como sujeto de sus desvelos y es en ese cuadrilátero electoral que finalmente alcanzó la candidatura presidencial para las elecciones de 2019, representando al Movimiento Demócrata Social (MDS) por el que Rubén Costas sacaba pecho en tanto lo exhibía como un partido serio y orgánico “con proyección nacional”.

A partir del momento en que Ortiz se hizo presidenciable, apartando de en medio a Samuel Doria Medina, el más perdedor de todos los candidatos perdedores frente al MAS, había que replantearse la vida entera, por lo que sus asesores de imagen le aconsejaron que archivara la cabellera postiza para sustituirla por un implante capilar que le otorgaría un aire remozado con raíces de cuero cabelludo rejuvenecido. A esas alturas, Ortiz lucía mejor y conforme iba avanzando su campaña, se animaba a sí mismo diciendo que subía y subía en las encuestas.

El resultado obtenido el 20 de octubre de 2019 fue lapidario: Alcanzó apenas el 4,24% de los votos a nivel nacional, catástrofe porcentual amortiguada por la anulación de dichos comicios por presunto fraude y que tuvo como consecuencia la caída del presidente Evo Morales.

Había llegado la hora de ejecutar ágiles movimientos para gestar una transición gubernamental a la medida de sus expectativas y ambiciones, y es en ese escenario que Ortiz cometió la proeza, junto a su colega senador Arturo Murillo, de fabricar en medio de la violencia y el desconcierto nacional la presidencia del Estado para su colega del Beni, Jeanine Áñez. Si se considera que Áñez ya se había autoproclamado por televisión el mismo 10 de noviembre y se ponía en ejecución el “plan B” referido por Doria Medina entre el 11 y 12 en reuniones en la Universidad Católica, la verdad material dice que Óscar, Arturo y Jeanine armaron el triángulo perfecto para violar el ordenamiento de la sucesión constitucional: los Demócratas se habían hecho del poder en 48 horas a sabiendas de las consecuencias jurídico-legales por las que hoy debe responder, en primer lugar, la autoproclamada e inconstitucional presidenta/ candidata de la transición.

Ortiz continuó como senador durante casi la mitad del gobierno de facto, pero apenas iniciado éste, se perfiló como pieza clave de la nueva maquinaria de poder, aunque se sabe que siempre apocado por el temperamento arrasador de Murillo de quien se había hecho compinche desde que fueran electos en 2014. Era el amigo sumiso del capo de la cuadra.

Orgulloso de sus tareas fiscalizadoras contra hechos de corrupción del gobierno del MAS, alguno de ellos comprobado, Ortiz había investigado el manejo del Fondo Indígena, CAMC y Gabriela Zapata, barcazas chinas, taladros en YPFB, y las habituales prácticas de contratación directa. El 8 de mayo asumió el Ministerio de Desarrollo Productivo y exactamente dos meses después llegó al de Economía y Finanzas Públicas. Desde allí continuaría enganchado en plan cacería junto a sus colegas Murillo y Yerko Núñez, ministro de la Presidencia, para acusar, por ejemplo, al presidente del directorio de la empresa de seguros Pro Vida, Marcelo Hurtado, de haber sacado del país $us 15 millones sin el conocimiento de la autoridad en el rubro, sin que dicha acusación pudiera probarse en lo más mínimo.

“He presentado una denuncia frente al Ministerio de Economía, en la cual pido que se realice una investigación sobre la transferencia que ha hecho la empresa Provida, de $us 15 millones, a un banco en Estados Unidos; $us 15 millones que corresponden a los seguros previsionales que forman parte del seguro”, afirmó Ortiz el 15 de enero de 2019 cuando todavía era senador.

Según responde el acusado Hurtado, se trata de una falsedad que lo ha decidido a procesar penalmente a Ortiz. En buenas cuentas, a Hurtado, que además forma parte de la estructura propietaria de las televisoras ATB y PAT, le montaron un caso que lo despachó durante nueve meses al penal de San Pedro por el que en primera instancia le pidieron $us 3 millones para dejarlo en paz y luego le rebajaron el monto a la mitad. No cedió ante las presiones. Este fue el modus operandi con el que el gobierno que fabricó Ortiz junto a Murillo se dedicó a perseguir, criminalizar, encarcelar y extorsionar.

“La virtud de Óscar es la moderación”, dice alguien que lo percibe desde la buena fe. ¿Sabrá el exsenador, exministro, despedido del gabinete de Áñez el día de su cumpleaños (28 de septiembre de 2020), si su contabilidad diaria lo da como ganador o perdedor? En la actualidad, luego de haber renunciado como militante de los Demócratas, conduce el streaming Óscar Ortiz de frente. En su última emisión se refirió al “Estado corrosivo”.

Quienes conocen muy bien a Ortiz, dicen que no le interesan las audiencias nacionales. Lo que busca es sostener su prestigio más allá de nuestras fronteras, donde no se conoce su carrera hacia el poder. Donde no saben que por ahora ha dejado la política, luego del estruendoso fracaso del transitorio gobierno de facto, obra de su creación.

(*) La Asamblea de la Cruceñidad es la instancia suprema de decisión conformada por el Comité Cívico pro Santa Cruz, el Comité Cívico Femenino y la Unión Juvenil Cruceñista. También participan directores y delegados de cada sector institucional, así como los presidentes de las instituciones provinciales y subcomités.

LA RAZÓN inicia hoy la publicación de una serie de artículos relacionados con el poder y los medios de comunicación en Bolivia. El periodista Julio Peñaloza Bretel investiga trayectorias de la esfera política con peso específico, así como las relaciones complejas y conflictivas entre personalidades públicas y la estructura mediática urbana dominante en el país. La base de esta propuesta está inspirada en la necesidad de acudir a la memoria para combatir el olvido y el desconocimiento.

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LLAKI: un viaje de cuerpo y alma en clave kallawaya

El director Diego Revollo estrenó su película documental el 18 de abril en la Cinemateca Boliviana

La cinta boliviana está dirigida por Diego Revollo y producida por Miguel Nina.

Por Julio Peñaloza Bretel

/ 21 de abril de 2024 / 06:49

Lunlaya es el lugar en el mundo en el que un niño comienza narrando de cuántas vacas dispone su comunidad: 16. Trepa hacia lo más alto de un cerro para revisar si están todas, y en ese trayecto cuenta como el cóndor ataca al ternero y dice que si luego de someter al mamífero van apareciendo más cóndores, significa algo así como el arribo de la destrucción, de la rapiña que destroza y mata. Ese mismo niño juega y ríe con una maquinita entre sus manos, y repite hakuna matata, frase que hiciera universal El rey león, cinta de la poderosísima transnacional del audiovisual Disney. Es muy probable que ese niño de sonrisa luminosa no sepa que hakuna matata significa “no hay problema”, “sé feliz” o “no te preocupes” y que pertenece a la lengua africana suajili (Tanzania, Kenia, Uganda), que la canción de la película de animación que ha circulado por todos los mares y continentes fue compuesta por Elton John y Tim Rice y que con el impulso de la voracidad mercantil, Disney se la apropió, lo que provocó la indignación de sus hablantes originarios.

Si introduzco el abordaje de Llaki con esta referencia a Disney es porque se debe tener presente, ahora más que antes, que prácticamente ya no existe rincón en el mundo que no haya sido penetrado por la dominación informática y tecnológica, pero que a pesar de ello, todavía es posible encontrar una inquebrantable resistencia cultural de los habitantes inmersos en sus orígenes, desde la respiración hasta la piel, exponiendo su granítica identidad, y en este caso, esa notable y casi milagrosa fusión entre la materialidad de la sanación ancestral y la espiritualidad con la que se viaja hacia las profundidades de la naturaleza y sus bondades que alimentan y curan, que conducen al inacabable viaje hacia la comprensión de que sanar significa no necesariamente superar plenamente una enfermedad, sino asumirla desde los límites humanos a partir de un laborioso reaprendizaje de construcción de la identidad/entidad humana hecho de músculo y hueso, pero en primer lugar de pensamiento y sensibilidad.

En un radio receptor popularmente llamado radio canchera, de esos en los que se escuchaban las transmisiones de partidos de fútbol décadas atrás, un locutor hace una mención al “Estado Plurinacional de Bolivia” sin más, único elemento informativo acerca del país del que forma parte la familia kallawaya Ortíz Ramos, que dialoga e interactúa con los Revollo, hijo y padre, cineasta y médico urólogo, formados en universidades convencionales del occidente urbano, que acuden continuamente a Lunlaya sin el mínimo atisbo de ese paternalismo conservador que suele subestimar la vida rural en la que tiempo y espacio difieren de la vorágine del mundanal ruido de las ciudades.

La combinación de fotografía fija, que se constituye en memoria de viaje, con planos generales de un lugar en que la magia no es folklore ni exotismo étnico, y los primeros planos de sus protagonistas, hacen que Llaki pueda sustentar su marca audiovisual a partir del sentido en el que no aparece una intención de “hagamos una película sobre los kallawayas”, sino más bien un viaje existencial que genera como consecuencia un documental en el que la experiencia intercultural de sus participantes enfatiza la riqueza de la comunicación, a través del registro de la calidez de rostros y gestos y la calidad de los testimonios a través de las breves narraciones de esos que son simultáneamente guías espirituales y sanadores.

Diego Revollo, luego de sufrir la pérdida auditiva del oído izquierdo y experimentar una parálisis facial parcial, imposibilitado de encontrar respuestas médicas en la consulta del especialista que trabaja en hospitales y clínicas —la medicina suele no ofrecer soluciones a muchísimos males desde la frialdad científica—, se decide a viajar y escuchar las voces que nacen de otros saberes sobre los procesos de curación que no terminarán resolviendo una limitación física, pero sí le permitirán descubrir una nueva manera de comprender, asumir y cultivar su interioridad humana: Una de las voces abrigada por fuegos de leño nocturnos reflexiona con la sabiduría que da la experiencia acerca de nuestra incapacidad humana para agradecer todo lo que la madre tierra nos provee, que así como nutre puede destruir: el fuego que nos abriga, puede también quemarnos.

Llaki es una experiencia cinematográfica, y por lo tanto, bastante más que sólo una película.  Completa una década de cercanía, y por lo tanto confianza y afectividad, entre el director de la película, su propio padre, su pequeña hija y su equipo en diálogo continuo con la familia Ortíz Ramos, que certifica el valor identitario de la cosmovisión kallawaya en la que su ritualidad cotidiana privilegia espíritu y naturaleza como sentido existencial y es a partir de estos términos que debe ser leída como narración del acercamiento humano y los rasgos esenciales de una cultura que ha trascendido fronteras y ha sido reconocida en sus cualidades originarias.

La palabra con la que se titula la película significa tristeza, melancolía o pesadumbre, pero a partir de su irrupción, con sus hallazgos y certezas, Llaki termina resignificando el renacimiento y el encuentro donde se impone la horizontalidad en la comunicación en clave de respeto por las convicciones mutuas.

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Ficha Técnica

  • Título LLaki. Dirección: Diego Revollo.
  • Fotografía: Miguel Nina y Mauricio Ovando.
  • Música: Jorge Zamora (Zamorita).
  • Casa productora: Transbordador Audiovisual.
  • Con la participación de: Aurelio Ortiz, Juan Ortiz Jiménez, Melisa Ortiz, Valentín Ortiz, Justina Ramos, Apolinar Ramos, Fernando Revollo, Amaya Revollo. Duración: 72 minutos. AÑO: 2023. PAÍS: Bolivia.

Texto: Julio Peñaloza Bretel

Fotos: Transbordador Audiovisual

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La vara que dejó García Linera

/ 20 de abril de 2024 / 00:00

En tiempos de una cada vez más aplastante mediocridad, Alvaro García Linera está desaparecido. Por decisión propia. Porque los tiempos que corren así parecen aconsejarle. E incluso se podría llegar al extremo de pensar que ante tanta burrada cotidiana, a él, como a algunos más, les tiene que provocar flojera dar batalla en simulacros de guerras repletas de soldaditos de plomo.

En estos tiempos de descalificación de azules contra azules, García Linera, a lo largo de más de un año, ha ofrecido unas cuantas entrevistas por streaming, radio y TV (dos con este periodista) y parece no estar dispuesto a formar parte de la fotografía diaria de un paisaje gris en el que el entrenador de San Antonio de Bulo Bulo, Thiago Leitao, sobresale por astucia al desafiar a un poderoso empresario diciéndole que podrá estar enterrado en millones de dólares, pero que de fútbol no entiende nada, luego que su humilde y principiante equipo del Trópico de Cochabamba eliminara a Bolívar del torneo de un fútbol que de profesional tiene solo el nombre.

García Linera está desaparecido. No está. No quiere estar. Sabe exactamente lo que está sucediendo con Bolivia, pero se niega a responder más allá de la sensatez y la lógica con la que se deben leer los hechos que producen las coyunturas, esas efímeras etapas de las que se alimenta el periodismo y que así como se encienden y relampaguean un par de días a partir de algún hallazgo estremecedor o de algún hecho que produce rabia de impotencia, al tercer día pueden desaparecer de los escenarios públicos por falta de seguimiento, y peor incluso, por falta de compromiso con el rigor crítico, por la laxitud a la que invita este tiempo en que todo lo público, o casi todo, se iguala para abajo, con afirmaciones como esa de que la Ley 348 sería una ley “antihombres”, o que el Tribunal Supremo Electoral juega políticamente a favor de unos en perjuicio de otros, como si no existieran leyes, reglas de juego, estatutos y reglamentos, es decir, un mínimo ordenamiento jurídico y una mínima institucionalidad.

La vara que el vicepresidente de Evo Morales ha dejado, se ha convertido en inalcanzable y por lo tanto en insuperable. En los mejores momentos gubernamentales del evismo,  se podía percibir una gran mística de los equipos de trabajo con los que se encaraban las obligaciones de un Estado redimensionado desde la laboriosidad teórica de García Linera y las convicciones prácticas de quienes hacían funcionar la maquinaria para que tuviéramos un país, ese país que en algún momento estaba comenzando a ser de todos, sin que nadie quedara afuera de la lucha y de la fiesta, del combate y la celebración, sin que nunca más, desde esa combinación entre lo indígena y plurinacional, y la filosofía marxista, pudiéramos tener una Bolivia en que apellidar Mamani, Quispe, Tomichá o Parabá fuera motivo de vergüenza y resignación, para convertirse en razón de vida nacional popular, lo que significa que aquí no hay comunismo, señoras y señores. Aquí lo que puede haber son algunos comunistas de corazón y formación, pero no comunismo como se concibe desde la paranoia camachista, microclima en el que pululan agentes del retorno al orden del racismo, la discriminación, y los ricos blancoides sometiendo con palo y zanahoria a los mugrosos indios de mierda masiburros, cruce de llama con monolito… ¿O no hablan así en los salones de las “fraters”, los militantes de la logia y del exterminio?

Tiene que resultar cuando menos desagradable que se trate de traidor a quien se ha quemado las pestañas por construir una estrategia política y cultural en que lo indígena y lo campesino se fundieran a través de lo originario. Tiene que resultar decepcionante para García Linera que Evo Morales se haya olvidado que fueron un tándem virtuoso durante casi tres lustros para gobernar el país, con la visión conceptual de uno y el potente liderazgo del otro.

El día que Alvaro García Linera dejó de gravitar en la política y en lo político de Evo Morales, el líder perpetuo de las seis federaciones cocaleras del Chapare bajó de los aviones del liderazgo internacional al barro de las carreteras en el que manda la bazofia verbal de Héctor Arce, ex alcalde de Omereque o de Rolando Cuéllar, un odiador a tiempo completo del nacido en Orinoca. Desde el día en que García Linera dejó de estar cerca a Evo, todo volvió a los tiempos de la rústica pelea anterior a 2005. Como si Evo nunca hubiera sido presidente. Como si hubiera olvidado todo lo aprendido que le permitiera trascendencia a sus gestiones gubernamentales.

La vara dejada por García Linera ha quedado muy alta para el evismo. García Linera está ausente y Bolivia vive una incertidumbre política como no había sucedido en este nuevo ciclo antineoliberal desde 2006, que amenaza con volver debido al empecinamiento de un solo personaje que ha renunciado a sus propios códigos de respeto y lealtad, para hacer de la obsesión su nueva forma de vida. 

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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Destrozo de un Vestuario

/ 6 de abril de 2024 / 07:42

Se llama Vestuario, así con mayúscula, y no camarín como aquí se dice por fuerza de la costumbre. Vestuario es el espacio sagrado del fútbol para los creyentes y para quienes no lo son, el lugar en el que se inicia el ritual que precede a un partido y al que se regresa en el entretiempo y al final del mismo con la extenuación que implica el haber evolucionado en un campo de juego durante más de 90 minutos. El Vestuario es, a la hora del juego, propiedad de futbolistas y cuerpo técnico, al que suelen visitar los dirigentes de un club cuando el equipo gana, pero al que difícilmente asoman cuando lo que ha sucedido es una derrota.

El Vestuario es un lugar en el que se ha impuesto históricamente un código de secretismo que si se viola, se incurre, otra vez para los creyentes, en pecado mortal, considerando que gran parte de quienes juegan al fútbol creen en Dios y al que muchísimos de ellos agradecen mirando el firmamento cada vez que anotan un gol. En efecto, lo que se diga y haga, lo que se debata y discuta, lo que se reflexione o se calle queda en el Vestuario y el que ose cometer alguna infidencia de lo que allí se habla, estará rompiendo un código de convivencia o un primer mandamiento del amplísimo catálogo de cábalas futboleras.

El que no es futbolista, entrenador o parte del cuerpo técnico de un equipo, sabe que cuando ingresa en el Vestuario, está ingresando en una zona que se debe respetar con humildad parroquiana, pues en cada banqueta ocupada por los jugadores de un equipo está lo íntimo, lo más personal de cada uno de ellos. Un utilero de la selección boliviana de fútbol de los años 90 me contó alguna vez por qué era diferente de sus compañeros Erwin Platini Sánchez a la hora de ataviarse con la indumentaria antes de un partido: “Erwin es distinto hasta por la forma en que se pone las vendas, eso marca que ha pasado por el rigor del trabajo en Europa”. Estas que parecen anécdotas son las cosas que marcan un riquísimo conjunto de detalles que en términos generales solo tienen derecho a conocer los componentes del equipo. Nadie más. Nadie menos. 

El que conoce el fútbol y lo ama por su esencia lúdica sabe, por más dirigente que sea, que es mejor no ingresar en el Vestuario de manera intempestiva y permanecer en él no más allá de un tiempo breve, a no ser que se esté celebrando la obtención de un campeonato y sean los propios futbolistas quienes lo abran para invitar a quienes les bancaron el torneo para sumarse a los festejos. En consenso entre todos los futbolistas, pueden subirse videos a las cuentas de las redes de cada uno de ellos sobre lo que allí sucede, por soberana decisión grupal, como aquella ya memorable arenga del capitán Lionel Messi a sus compañeros antes de jugar la final de la Copa América que Argentina le ganó a Brasil en el mismísimo Maracaná de Río de Janeiro en 2021.

El que respeta el Vestuario está comprometido con el fútbol, con una ética que debe prevalecer en todos quienes tienen que ver con clubes y equipos, incluidos los aficionados y los hinchas, o probablemente en primer lugar en ellos, cosa que dejó de suceder el sábado 31 de marzo en el estadio de Villa Ingenio de la ciudad de El Alto, cuando luego de una derrota en condición de locales (0-1 frente a Independiente Petrolero de Sucre), los futbolistas de Always Ready se encontraron con que su desempeño en el campo de juego había desatado un desquiciamiento que derivó en destrozos, sustracción de pertenencias, acaloradas recriminaciones por lo sucedido en la cancha hasta la renuncia del lateral afroboliviano Diego Medina (jugador de selección) a seguir vistiendo la camiseta de la banda roja, decisión de la que reculó pocos días después, luego de que el presidente de Bolívar, Marcelo Claure, denunciara violencia e insultos racistas por parte de la dirigencia del club, presidido por un joven de apellido Costa, hijo del presidente de la Federación Boliviana de Fútbol, Fernando Costa.

Un colega e hincha de Always Ready considera que lo sucedido fue producto de una “liberación de la zona” que significaría que la propia dirigencia del club generó las condiciones para que los vándalos disfrazados de hinchas cometieran  los desmanes que dieron lugar a una crisis finalmente apagada por los futbolistas y la dirigencia, a través de un pacto de silencio, es decir, el retorno a la inviolabilidad del Vestuario, tres días después de que fuera precisamente violado de la manera más grosera e inadmisible y que hoy tiene nuevamente al fútbol boliviano en el privilegiado sitial de la vergüenza, producto de los exabruptos de los unos con la supuesta permisividad de los otros para asumir una especie de lección dictatorial sobre la derrota: En casa no se pierde y si sucede, ya saben lo que les puede pasar muchachos.

De esta manera nuestro fútbol consolida una identidad plagada de incidentes con los que lo extradeportivo termina casi siempre imponiéndose a lo esencialmente futbolístico, motivo por el cual estoy siempre atento la Premier inglesa, allá donde códigos y juego son parte de un solo discurso.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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¿Altura o buen juego?

/ 23 de marzo de 2024 / 08:05

Desde que la razón futbolera nos asiste, el balompié de este lado del mundo es más conocido por la altitud en la que se encuentra su principal estadio, antes que por las virtudes de sus equipos principales, o las capacidades competitivas de aquellos que ingresan anualmente en la arena de Copa Libertadores, Copa Sudamericana y en las eliminatorias mundialistas.

Bolivia ha defendido invariablemente su derecho a jugar en los 3.640 metros sobre el nivel del mar de La Paz y esa defensa se hace extensiva a practicar el fútbol en los 2.558 de Cochabamba, los 2.790 de Sucre, los 4.070 de Potosí, los 3.709 de Oruro y ahora también los 4.000 de El Alto. A tal punto ha calado hondo el asunto que hasta los cuadros nacionales de las ciudades del llano instalaron desde hace algunos años la excusa de que subir a jugar a La Paz, El Alto, Oruro y Potosí implica una desventaja deportiva certificada por la ciencia médica.

Parapetados en la cima de nuestra cordillerana identidad, cada vez que nos visitan equipos brasileños, argentinos o uruguayos, la discusión sobre las virtudes del anfitrión generalmente ocupan un segundo plano, debido a que desde que Daniel Passarella dijera en 1997 que “jugar en la altura es inhumano”, sentimos que tal afirmación se constituía en una intolerable impugnación a nuestro derecho a jugar donde vivimos. Passarella se pasó de la raya, incurrió en una ofensa imperdonable, han afirmado muchos periodistas dedicados a cubrir las actividades futbolísticas del país.

A 24 años de la sentencia del que fuera técnico de la selección argentina —que protagonizó una bochornosa puesta en escena con uno de sus futbolistas autoinfligiéndose una herida en el rostro—, resulta necesario recordar que la celeste y blanca le ha ganado a Bolivia en La Paz nada menos  que cinco veces (eliminatorias para los mundiales 1966, 1974, 2006, 2022, 2026), Bolivia se impuso con la misma cantidad de partidos (eliminatorias para los mundiales 1958, 1970, 1998, 2010, 2018) y se produjeron dos empates (eliminatorias para los mundiales 2002, 2014). Conclusión: La altura no gana partidos.  Datos complementarios: El último triunfo de la selección argentina dirigida por Lionel Scaloni (3-0 en el Hernando Siles en septiembre de 2023) consistió en un baile desplegado a distintos ritmos, entre tango y chacararera; y en el último partido jugado contra Brasil en Miraflores (marzo, 2022), nuestra sufridora selección soportó una goleada de 0-4. Segunda conclusión: La altura no gana partidos y hasta puede convertirse en el peor dispositivo de autoengaño de los equipos nacionales que terminan aplastados en su propia casa. Tercera conclusión: Argentina y Brasil, temerosos por la falta de oxígeno en nuestra cancha, le han ganado a la selección boliviana, triunfando en primer lugar contra la altura, nuestra supuesta principal ventaja.

En 2001, el preparador físico Alfredo Weber me dijo en Buenos Aires que Bolivia no podía darse el lujo de perder con tan grande prerrogativa, que si se prepara convenientemente lo más probable es que se haga imbatible en La Paz. Weber tenía razón hasta cierto punto, pero vistas las cosas dos décadas después, está claro que mientras Bolivia ha ido perdiendo habilidades para usufructuar de la potestad que le da su ecosistema, las selecciones visitantes han encontrado la manera de humanizar el jugar en estas alturas que para mentalidades como la de Passarella era imposible.

El expediente de la altura, tal como se persiste en concebirlo, se ha convertido en la excusa que ha trascendido décadas y a la que en las últimas horas hay que agregar ciertas percepciones que dicen que nuestros jugadores son de madera (Faustino Asprilla), que la selección mexicana no debería perder el tiempo midiéndose con Bolivia porque no sirve como adversario de partido preparatorio a un torneo. La altura sería temible si tuviéramos un fútbol competitivo, tal como el desarrollado por Colombia que no juega en la altura de Bogotá (2.625 m.s.n.m), que lo hace en la calurosa Medellín, porque ha privilegiado el construir un fútbol de calidad con el impulso de conductores como Carlos Bilardo y Francisco Maturana (años 80 y 90).

La altura de El Alto sirvió de cuco cuando Always Ready demolió con suficiencia hace algunas semanas a Sporting Cristal (6-1), ese mismo equipo peruano que hace un año le ganó en la altura de La Paz a The Strongest sepultando sus aspiraciones de pasar a octavos de final de Copa Libertadores. Para decirlo sin vueltas: El fútbol se construye con fútbol, con procesos de largo aliento, con estructuras formativas y recién a partir de esa escala de prioridades se podrá pensar en que la altura sirve como última cuña  —no como primera— para alcanzar el triunfo o el éxito deportivo, y será sensato y síntoma de madurez entender a los que a pesar del pánico vienen y ganan, certificación indiscutible de que el juego se gana con juego y no con falsos fantasmas.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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El periodista Julio Peñaloza agrega sexta parte a edición de su libro

La primera edición de “Democracia interrumpida” quedó agotada y conforme transcurría el año 2023, el periodista, autor del libro, fue añadiendo nuevos capítulos (un total de veinte).

El Centro de Investigaciones Sociocomunitarias (CIS) publicó el libro en su segunda edición.

/ 17 de marzo de 2024 / 19:16

“Este libro es en gran medida producto de mi trabajo en La Razón en los últimos cuatro años, sin su respaldo difícilmente habría sido posible” dice Julio Peñaloza Bretel, habitual columnista de este diario, acerca de la publicación de este libro que el Centro de Investigaciones Sociocomunitarias (CIS) acaba de publicar en su segunda edición y que forma parte de la oferta del stand de la Vicepresidencia del Estado en la primera feria del libro que se desa-rrolla en la ciudad de El Alto.

El momento mismo en que se produjo el derrocamiento de Evo Morales, Peñaloza Bretel decidió construir un relato que contemplara una visión estructural acerca de la violencia política, las violaciones a los derechos humanos y las masacres sufridas por bolivianas y bolivianos a lo largo de la historia del país. Con este espíritu, la primera edición organizada en cinco partes fue presentada en abril de 2022 por el vicepresidente David Choquehuanca, el expresidente Eduardo Rodríguez Veltzé y la entonces embajadora de México, María Teresa Mercado, que tuvo refugiados en su residencia a varios personeros del defenestrado gobierno del MAS durante el gobierno transitorio de Jeanine Áñez.

EDICIÓN

La primera edición de “Democracia interrumpida” quedó agotada y conforme transcurría el año 2023, el periodista, autor del libro, fue añadiendo nuevos capítulos (un total de veinte) acerca de personajes, víctimas y actuaciones que permitieron esta nueva edición en la que figuran, por ejemplo, “La coartada del fraude/golpe”, “Cierre de filas contra el golpismo”, “El asesinato político de Sebastián Moro”, “Operadores mediáticos ad nauseam”, “Un libro que Luis Fernando Camacho debería leer” (acerca de las masacres de Sacaba y Senkata), “La canciller”, “La Embajadora”, “El paramilitar” “¿Por qué se enjuició a Jeanine Áñez por la vía ordinaria?”, “El antimasismo de Página Siete y su fase terminal” y “La sentenciada”.

En términos temáticos, la parte 1 se refiere a la historia política de Bolivia, la parte 2 a las noticias sobre el gobierno de facto, la parte 3 a la interpretación y contextualización de los acontecimientos y protagonistas durante el gobierno de Áñez.

PARTES 4 Y 5

La parte 4 a la recapitulación de las masacres sufridas por el pueblo boliviano desde la República en el siglo XX hasta el vigente Estado Plurinacional, en la parte 5 se abordan a través de reportajes periodísticos, los hechos y los personajes que dieron lugar a la interrupción del Estado de Derecho a partir del 10–12 de noviembre de 2019.

Finalmente, en la parte 6, incorporada en esta segunda edición, se abordan aspectos que quedaron en el tintero y que repercutieron en términos de noticias y generaron opinión entre 2021 y 2023.

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