La era de la minoría creativa
El rabino Jonathan Sacks dijo en cierta ocasión que ser una minoría en la Europa del siglo XIX era como vivir en el país natal de alguien más. Los aristócratas eran los dueños de la casa. Otras personas podían vivir ahí, pero solo eran huéspedes. No tenían el derecho de establecer reglas, operar las instituciones ni dominar la cultura.
El Estados Unidos de los años 50 podría describirse de manera similar. Sin embargo, con el paso de las décadas, la élite protestante se desmoronó y Estados Unidos se convirtió en un país maravilloso, más diverso. Hasta los antiguos propietarios de la casa ahora se sienten como miembros de una minoría. Incluso algunas de las personas que solían considerarse parte de la mayoría ahora se sienten minorías.
Vivimos en la era de las minorías. Tal vez sea más preciso decir que Estados Unidos ahora es un lugar de minorías en competencia. ¿Cómo conciben las personas la identidad de su grupo minoritario y cuál es su percepción de las relaciones entre minorías? A lo largo de la historia, según otra observación de Sacks, se han identificado por lo menos cuatro mentalidades diferentes:
En primer lugar, la asimilación. Los asimilacionistas sienten que su identidad minoritaria los limita. Quieren que los demás consideren su individualidad, no que los vean como miembros de una categoría de forasteros.
En segundo lugar, el separatismo. Los separatistas quieren conservar la autenticidad de su propia cultura. Tener una firme identidad cohesiva le da significado a su vida, por lo que no quieren que se pierda.
La tercera mentalidad es de combate. Quienes adoptan este enfoque ven la vida, en esencia, como una lucha entre grupos opresores y oprimidos. La intolerancia está tan arraigada que no hay ninguna esperanza real de integración.
El cuarto enfoque es de integración sin asimilación. Quienes prefieren esta mentalidad aprecian lo que su grupo le ha aportado a la nación en general. E pluribus unum. Celebran las identidades pluralistas, compuestas, y la mezcla variada de grupos, cada uno con aportaciones particulares a la identidad estadounidense.
La política estadounidense es muy desagradable en la actualidad porque a muchas personas les parece más convincente la tercera mentalidad. Los guerreros de izquierda y de derecha están en total desacuerdo en cuanto a quién es la mayoría dominante, pero comparten la siguiente percepción: ambos se consideran una de las minorías oprimidas y están convencidos de que quienes tienen el poder los desprecian, así que necesitan ganar la guerra.
Esta percepción tiene algo de verdad. No obstante, se basa en una peligrosa falsedad: que la línea que divide el bien y el mal es la que separa a estos grupos; que los buenos están de su lado y los opresores, del otro. Es necesario aceptar la verdad de que la línea está en cada corazón humano para poder ver más allá de los grupos, para admitir que cada individuo de esos grupos libra sus propias batallas.
Integración sin asimilación es la única opción si queremos progresar. Es difícil. Requiere que socialicemos con grupos diversos y, en algunos casos, antagonistas, en vez de quedarnos en el que se siente más familiar. Implica que los estadounidenses reconozcamos y aceptemos que tenemos múltiples identidades y culturas; que portamos uniformes distintos y muchas veces ni siquiera sabemos a cuál de esas agrupaciones pertenecemos en realidad.
Pero, aunque es difícil, es la manera más creativa de vivir. Es el choque de puntos de vista, historias e identidades diferentes en un solo pueblo, e incluso en una sola mente humana. La integración sin asimilación es el reactor nuclear del dinamismo estadounidense.
David Brooks es columnista de The New York Times.