El MAS que conocí
Cuando se consumó el golpe de Estado de 2019, hasta el más optimista dentro del MAS-IPSP consideraba la posibilidad de que su partido tardaría más de una década en volver a levantarse, si lograba sobrevivir hasta las siguientes elecciones. Tiempo después, cuando quedaba patente el terco afecto del mundo popular por el partido azul, todavía primero en las encuestas electorales a mediados de este año, hasta el más pesimista de los masistas pensaba que era posible una victoria, pero nunca como efectivamente se dio el domingo pasado. No es posible predecir Bolivia; sí, tal vez, explicarla, quizá comprenderla.
Lo que sí podemos hacer con seguridad es reflexionar y adoptar una posición frente al mundo que se presenta ante nosotros, ejercitando nuestras capacidades valorativas permitidas por la razón. En ese sentido, me gustaría destacar lo que considero es rescatable en el MAS, y también señalar aquello que debería, a mi juicio, descartarse y superarse. Más allá de caudillos y mesías, éstas son las razones por las que creo que este partido es el único capaz de resolver los persistentes traumas colectivos de nuestro país.
Primero, intenta comprender y valora la identidad indígena boliviana que las clases privilegiadas del país rechazan visceralmente; segundo, entiende y se resiste, al menos en discurso, a perpetuar un orden internacional donde la división internacional del trabajo condena a Bolivia a producir materias primas y subordinarse a potencias extranjeras; y tercero, ensaya formas de distribución social de la riqueza en favor de los más pobres, a partir de la propiedad y control soberano de los recursos naturales y una decidida intervención estatal sobre la economía. Inclusión política, soberanía nacional y redistribución de la riqueza son, en suma, elementos que nos inclinan a muchos a favor del MAS, al menos el MAS que conocí.
Pero también debo indicar, negativamente, que este partido no pudo superar críticas deficiencias que hicieron posible la sedición “pitita” de noviembre pasado, tutelada por policías y militares: primero, no pudo articular las diferentes corrientes ideológicas que cohabitaban en su interior en una doctrina coherente capaz de ser transmitida y aplicada; segundo, permitió que las organizaciones sociales que posibilitaban su existencia fueran desplazadas en su conducción del Proceso de Cambio por clases medias que muchas veces justificaban su primacía en el manejo del Estado a partir de los excluyentes criterios del capital cultural y educativo; y tercero, concentró demasiado poder de decisión en un líder, Evo Morales, que tampoco trató de contrarrestar los nocivos efectos del culto a la personalidad, que de hecho fomentó.
Todo esto, lo bueno y lo malo, hizo que, durante 14 años de gobierno, contrastaran en Bolivia incipientes procesos de democratización socioeconómica e inclusión social frente a instituciones políticas informales como el clientelismo, el patrimonialismo y la corrupción, que fueron minando el respaldo popular al mencionado Proceso de Cambio. Un estancamiento que inadvertidamente se tornó en decadencia, y luego, en aparente extinción.
No sé si el MAS que describí y juzgué acá sigue existiendo. Tal vez es ya otro partido, mejor, peor, solo el tiempo y la calidad de sus líderes lo dirá. Más del 50% del electorado boliviano considera que merece otra oportunidad. Yo creo que la política es la solución colectiva a los problemas que enfrentamos como sociedad, y ésta no es posible sin ideas ni principios. He tratado de señalar algunos.
Carlos Moldiz es politólogo.