Paradojas y un deseo de fin de año
Y llegó nomás a su fin un paradójico 2022. Lo que pudo ser un año marcado por la estabilidad económica terminó abollado por una política atrapada en sus excesos. En el balance, me parece que nadie ganó, pero tampoco implosionamos como algunos lo vienen anunciando desde hace años. Nuestra sociedad en toda su diversidad, sensata y trabajadora, sigue resolviendo y poniendo saludables pero silenciosos frenos a las obsesiones poco exaltantes de sus dirigencias.
Al igual que a inicios de año, sigo pensando que la economía es la cuestión central de la coyuntura global pospandémica y que al final están ahí los verdaderos avatares que pueden desestabilizar estructuralmente los escenarios de la política boliviana. Los desórdenes internos del oficialismo, las exacerbaciones federalistas y otros artefactos de la desbordada política nacional pueden provocar oleajes y alentar los temores, pero hasta por ahí mientras no se asocien con una economía tormentosa.
Esa es la paradoja del gobierno de Arce, en un contexto internacional dificilísimo consiguió un crecimiento económico moderado y un tipo de cambio y una inflación controladas. Estabilidad que fue determinante para amortiguar el malestar social alentado por el conflicto político. A veces, esos resultados suenan obvios, pero basta ver el costo de las subvenciones y el panorama social desolador en países vecinos para entender que requieren más que solo buena voluntad.
Por tanto, Arce hizo bien su principal chamba, pero, me parece que cosechará políticamente poco de ese desempeño impactado por una política que se le descompuso en el segundo semestre. Bien en economía, mal en política, tablas en lenguaje ajedrecístico, empate en futbolístico, cuando podría haber sido un jaque y una diferencia de un par de goles antes de irse al descanso esperando el segundo tiempo que tendrá su desenlace allá por 2025.
Como algunos equipos del mundial, el oficialismo y las oposiciones aparecen atrapados en sus viejos esquemas de juego, sacándole el jugo hasta más no poder a la maquinita polarizadora, la cual sigue sirviendo, pero apenas para conseguir un golcito solitario más por errores del adversario que por virtudes propias, o en el peor de los casos bloqueando todo, especulando con llegar a los penales y probar suerte. Mientras, las tribunas andan entre aburridas y cabreadas ante tanta falta de imaginación y sensibilidad con el espectador.
Polarizar sigue siendo rentable, aunque sus rendimientos sean decrecientes, para dirigencias concentradas en buscar los vítores de su barra brava. Lógica no del todo absurda pensando que el principal problema del oficialismo, hoy en día, es su cohesión interna y el de las oposiciones la búsqueda de algún discurso que apasione a sus huestes. El problema aparece cuando esas gesticulaciones aparecen desvinculadas de las preocupaciones de segmentos cada vez más numerosos de la población.
Pero, no sé, se percibieron también humores nuevos en este año, ahí escondidos por el barullo. Hay “señales débiles”, es decir aún no concluyentes pero llamativas, como dirían mis amigos prospectivistas, de cansancio y un creciente descreimiento social frente a este estéril panorama. El que canalice esas pulsiones quizás pueda cambiar las expectativas y empezar a abrir un nuevo momento, por lo pronto no hay nada en el horizonte.
Para acabar, me gustaría compartir con ustedes frases de un artículo del filósofo español Daniel Innerarity, La política hiperbólica, que me ahorró pensar en un cierre contundente para esta columna y que expresan mis deseos para el próximo año:
“La política actual se podría resumir así: palabras grandilocuentes, tono exagerado, gestos que sustituyen acciones, lenguaje bélico, escenificación de estar salvando algo que el adversario pretende destruir. (…) Y quienes contemplamos tanta pirotecnia no deberíamos dejarnos deslumbrar por los discursos enfáticos ni atemorizar ante los escenarios apocalípticos que anuncian. (…) Si en otras épocas el mejor ejercicio de ciudadanía madura y responsable era el compromiso o la movilización, hoy deberíamos aspirar a ser ese ciudadano escéptico que deconstruye los discursos con los que tratan de movilizarle”.
Armando Ortuño Yáñez es investigador social.