El tiempo de la duda
La incertidumbre, la duda y el desaliento son los mejores términos para describir el estado de ánimo de la mayoría de la sociedad boliviana en este inicio de 2023. Casi dos tercios de los bolivianos califican las situaciones política y económica como malas y apenas un cuarto piensa que habrá mejoras en los próximos años. Son los peores indicadores de clima social desde el inicio del gobierno de Arce y el fin de la pandemia.
Lo más preocupante es que ese malestar ya no es puntual, como cuando pasa un evento coyuntural que no agrada pero que luego se olvida, estamos acumulando ya más de un semestre de deterioro de expectativas. Primero fue el tortuoso conflicto del Censo y sus secuelas políticas que culminaron con la detención de Camacho, y cuando las cosas parecían que se iban a componer algo hasta carnaval, aparecieron en toda su crudeza las luchas internas del oficialismo y, por si fuera poco, luego emergió el problema de escasez de dólares.
Son demasiadas cosas en poco tiempo que fueron nublando el horizonte social, alentadas además por una increíble incapacidad de las élites políticas para explicarlas, darles sentido o al menos generar una impresión de que alguien se está haciendo cargo de ellas. Al contrario, las dirigencias aparecen aisladas del mundo social, inmersas en peleas poco comprensibles, hablándose a sí mismas, creyendo que sus dramas y polarizaciones son las que importan.
Una de las funciones críticas de las estructuras y liderazgos políticos es justamente ordenar, interpretar y explicar los eventos que afectan a la sociedad para reducir el estrés y la angustia social. Así se va construyendo gobernabilidad, que es al final un resultado de la capacidad de generar algunas certezas y horizontes comunes básicos para que podamos resolver nuestros problemas y tomarlos con calma. Tareas que hoy en día se están dejando de lado o se están haciendo poco.
Obviamente, la imagen de todos los dirigentes importantes se sigue desportillando, casi todos apenas concitan alrededor del 20-25% de opiniones positivas y el mejor posicionado, el Presidente, es bien visto apenas por un tercio de los bolivianos, muy lejos del 50% que alcanzó a mediados del año pasado. En esa debacle colectiva tiene mucho que ver el espectáculo decadente que varios de ellos siguen dando, ya sea con la excusa de atacar al contrincante a cualquier costo o enfrascarse en barrocas luchas internas.
No está demás decir que la desconfianza y la descalificación alcanzan incluso a entidades anteriormente casi beatificadas como la Iglesia o los medios de comunicación, que son percibidas, igualito que los políticos, como poco confiables y defendiendo intereses particulares. Los datos están ahí, en varias encuestas y sondeos de todo tipo.
Lo paradójico, sin embargo, es la gran resiliencia de la sociedad frente a ese tremendo berenjenal. Basta ver la madurez y ponderación con la que la mayoría de los ciudadanos reaccionaron frente a la ola de rumores de devaluación, quiebra de bancos y apocalipsis financieros que se esparcieron en las redes sociales y el cotilleo político de cada día.
Si la situación cambiaria parece no haberse traducido en un pánico colectivo, no es tanto por una comunicación gubernamental entre minimalista e ilegible, sino por el cada vez más evidente descreimiento de los ciudadanos frente al ruido mediático y político excesivo, y su deseo íntimo de que las cosas se compongan y que no vayamos al desastre. La sociedad, otra vez, aparece más madura que su dirigencia, pero también cada vez más irritada por su inoperancia.
La gente quiere que la dejen de fregar, después de casi cuatro años de crisis desean trabajar tranquilos, que no les compliquen la vida y no las metan en embrollos que entienden poco o no consideran que son los vitales.
Es muy pronto para sacar conclusiones de este estado de ánimo social que, me parece, además que será cada día más difícil de revertir. El Gobierno y los actores políticos tienen aún una gran oportunidad para ir recomponiendo la situación pues parecería que la mayoría social sigue apostando a la estabilidad, desea fervientemente que los problemas se canalicen, que se les expliquen las cosas y las tomen en cuenta. Por ahora, prima el desaliento y la duda, cuidado cuando eso se transforme en bronca.
Armando Ortuño Yáñez es investigador social.