Una carcajada de un perpetuo minuto, sostenida con pausas de una extraña mezcla de asfixia, náuseas y llanto es el tenso momento que Arthur Fleck finalmente concluye preguntando: “¿Soy solo yo?… o todo allá afuera es una locura”. “Ciertamente hay tensión. La gente está molesta, luchando, buscando trabajo… son tiempos duros”, le responde su trabajadora social en una visita rutinaria de evaluación de su estado mental. Esta conversación se sostiene en medio de una histeria colectiva de la gente de Ciudad Gótica causada por una recesión económica y a la que además se suma una huelga de 18 días de los trabajadores de la recolección de basura. Una gran ciudad, una gran cantidad de basura, una gran plaga de ratas causando la peor emergencia sanitaria de la ciudad en décadas. La acumulación de semanas de tensión social en esas personas solo necesitaba una chispa de motivación desenfrenada y una cara para que éstas finalmente salieran a las calles empujadas a romper el sistema y a quienes lo dirigen desde sus tronos.

Fue surreal que después del cine esos días me encontré viendo en las noticias la explosión social en Chile y cómo esa paranoia colectiva se reproducía simultáneamente en distintos lugares del planeta, incluyendo revueltas en Líbano, España, Iraq y Hong Kong. Reclamos asociados a la inequidad de la riqueza y el abuso de poder de las élites gobernantes. De pronto encontraría fotografías y noticias de “Jokers” en todos esos países. ¿Por qué se dio esta asociación en tantas partes? ¿Qué reflejos plantea una de las películas más aplaudidas del año, con la realidad social en la que vivimos?

La única imagen de Joker que hemos tenido ha sido la de la simple antítesis de Batman: un villano. Villano y psicópata que con su blanca cara y sonrisa retorcida da vida a la versión terrorífica que solemos también tener de los payasos. Pero ¿por qué la cara de payaso? No por cicatrices de ácido (Batman, 1985), ni de heridas infligidas (El caballero de la noche, 2005). La cara pintada de este Joker no oculta ninguna cicatriz física, sino de abiertas heridas mentales, fluctuando en un desequilibro entre la fragilidad emocional y la brutalidad de ser un discapacitado mental en medio de una crisis económica en una sociedad de inequidad polarizada, cuya desesperación acumulada día tras día acaba por explotar en la metamorfosis del personaje. La suma de desgracias en su vida seguramente podrá pasar solo en un guión, pero la angustia generada por sucesos violentos, tanto personales como estructurales, es sin duda la historia de la mayor parte del mundo.

Pero además de reconocer la historia particular del sujeto de las risas desenfrenadas e incomprendidas, la trama permite también ver a las personas detrás de las demás máscaras de payasos. No se trata de simples “secuaces”, ni “terroristas” detrás del jefe, como se ha visto en todas las ediciones de Batman. En este caso se trata de personas de a pie, (sobre)viviendo en un mundo en crisis donde los que pagan los platos rotos del sistema son el 99%. La completa desconexión de esa realidad social que tiene alguien como Thomas Wayne lo pone en la privilegiada posición también de juzgarlos cuando denigra como payasos a quienes no han logrado algo más en sus vidas. Esa afrenta clasista será la que motiva finalmente las masivas protestas en Ciudad Gótica que acaban en un caos.

“¿Soy solo yo?… o toda allá afuera es una locura”. No pensé que la siguiente vez que esa frase volvería a mi cabeza sería mientras yo estaba viviendo una paranoia colectiva que paralizó a Bolivia por el peor cataclismo social y político que atravesamos en los últimos años. La vivencia personal de atravesar una situación de crisis social permite a uno comprender las reacciones e impotencia tanto personales como grupales y colectivas. El tener un sistema de basura paralizado, media ciudad sin agua, desastres naturales han sido otras formas de histeria colectiva que hemos atravesado en La Paz en años recientes, pero historias similares vienen pasando en todas partes del mundo y con situaciones mucho peores, como la guerra. Tampoco imaginaba que esa pregunta la escucharía nuevamente en mi cabeza en medio de la paranoia de escala global que viene sembrando la incertidumbre del contagio de un nuevo virus.

En su discurso de agradecimiento por el Oscar a Mejor Actor, Phoenix, decía “…ya sea que estemos hablando de desigualdad de género o racismo, o derechos queer, o derechos indígenas o derechos de los animales, estamos hablando de la lucha contra la injusticia”. Y si hay algo muy claro, la injusticia en cada momento de crisis acaba golpeando a las personas más vulnerables.