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¿Estamos en la era del Antropoceno? Los geólogos rechazan la idea

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Stephen Lezak

El miércoles, la institución líder en geología a nivel mundial rechazó una propuesta para confirmar que el planeta ha entrado en una nueva era geológica, y así ratificó el explosivo anuncio que hizo a inicios de mes. La noción de que nos encontramos en el “Antropoceno” –el nombre propuesto para un periodo geológico que definieron las enormes alteraciones humanas– se ha convertido en un tema común en los círculos ambientalistas durante los últimos 15 años. Para muchos de sus defensores, el término es una reivindicación esencial, el equivalente planetario a un diagnóstico que se había buscado durante mucho tiempo para una misteriosa enfermedad. Sin embargo, los geólogos no estaban convencidos.

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La decisión que tomó esta semana la comisión internacional de geología de mantener su votación de doce contra cuatro puede parecer confusa, pues, según algunas medidas, los seres humanos ya se han convertido en la fuerza geológica dominante en la superficie de la Tierra. No obstante, si se deja de lado la ciencia un momento, hay una razón para celebrar, porque la política detrás de la etiqueta Antropoceno estaba corrompida desde el principio.

Para empezar, el problema con la palabra “Antropoceno” es que implica que los humanos como especie son responsables del lamentable estado de los entornos terrestres. Aunque técnicamente es cierto, tan solo una fracción de la humanidad, impulsada por la codicia y el capitalismo rapaz, es responsable de agotar los recursos del planeta a un ritmo insostenible. Miles de millones de seres humanos siguen viviendo con una huella ambiental relativamente modesta, pero la terminología del Antropoceno les culpa de manera equivocada. En respuesta a la votación, un grupo de científicos externos señaló con sensatez en la revista Nature Ecology and Evolution que “nuestros impactos tienen menos que ver con ser humanos y más con formas de ser humanos”.

Además, inaugurar una nueva era geológica es un acto inaceptable de derrotismo. Las eras geológicas no son momentos fugaces. La más breve, el Holoceno –en la que vivimos– lleva 11.700 años y contando. La idea de que estamos entrando en una nueva era definida por un desastre ambiental causado por el hombre implica que no saldremos pronto de este desastre. De este modo, el Antropoceno excluye la posibilidad de que el futuro geológico sea mejor que el presente.

Al colocar al homo sapiens en el papel protagónico, el Antropoceno también profundiza en una distinción marcada e inexacta entre la humanidad y el planeta que nos sustenta. La idea de la “naturaleza” como algo separado de la humanidad es producto de la imaginación occidental. Deberíamos desconfiar de un lenguaje que nos separa todavía más de la constelación de vida más amplia a la que pertenecemos.

Antes de la votación reciente, la era del Antropoceno había superado varios obstáculos clave en el camino hacia el consenso científico. La Comisión Internacional de Estratigrafía, la autoridad mundial para demarcar la historia del planeta, creó un grupo de trabajo específico en 2009. 10 años después, el grupo recomendó de manera formal la adopción de la nueva era. Sin embargo, la propuesta aún tenía que recibir la aprobación de varios comités dentro de la comisión y de su organismo matriz, la Unión Internacional de Ciencias Geológicas.

Según el consenso, el proceso previo a la votación fue muy polémico. Después de la votación inicial, los científicos de la minoría pidieron que se anulara por problemas de procedimiento. Esta semana, la autoridad matriz del comité intervino para confirmar los resultados.

A final de cuentas, lo que hundió la propuesta fue el desacuerdo respecto a dónde marcar el final del Holoceno. El Grupo de Trabajo del Antropoceno había propuesto 1952, el año en que los residuos de plutonio en el aire producto de las pruebas de bombas de hidrógeno cayeron sobre zonas extensas del planeta. Según el razonamiento de los científicos, esa ceniza iba a dejar una huella sedimentaria similar a los límites que marcan las antiguas transiciones geológicas. Sin embargo, los científicos de la comisión de estratigrafía objetaron: ¿Qué hay de los albores de la agricultura o la Revolución Industrial? Después de todo, la huella humana en el planeta es muy anterior a la era atómica.

“Para mí es muy evidente que la actividad humana comenzó mucho antes de 1952”, comentó Phil Gibbard, miembro fundador del Grupo de Trabajo del Antropoceno y secretario general de la comisión. “Simplemente no tenía sentido trazar un límite rígido que pasó durante mi vida”, añadió.

En años recientes, los filósofos han barajado nombres alternativos: Capitaloceno, Plantacionoceno e incluso Ravenceno, una referencia al cuervo que tiene una presencia extensiva en la mitología indígena del Pacífico Norte como una figura embaucadora que les recuerda a los humanos que deben ser humildes en medio de nuestra capacidad destructiva. Por mi parte, soy partidario del “post-Holoceno”, una admisión de que el mundo es muy distinto de lo que era hace 10.000 años, pero que no podemos predecir —ni nombrar— cómo será dentro de otros 10.000 años.

Al final, tal vez sea demasiado tarde para encontrar un término mejor. El “Antropoceno” ya ha entrado en el léxico popular, desde la portada de The Economist hasta el título de un álbum de Grimes. Los científicos que acuñaron el término no tienen el poder para extinguirlo.

Independientemente del nombre que elijamos para estos tiempos atribulados, lo más importante es que mantengamos la mente abierta sobre lo que nos depara el futuro y apreciemos la complejidad de los problemas a los que nos enfrentamos. Las cicatrices que la humanidad deja en la Tierra son demasiado profundas para representarlas con una sola línea trazada a lo largo del tiempo.

De cara al futuro, deberíamos seguir el ejemplo de los geólogos y mantener un sano escepticismo ante la palabra que empieza con “A”. Después de todo, no hay nada más soberbio que los tiranos imprudentes que bautizan el mundo con su nombre: pensemos en Stalingrado, Constantinopla o Alejandría.

Los geólogos seguirán discrepando respecto a cómo llamar a la era actual. Los demás debemos continuar con la difícil política de cuidar un planeta que (todavía) puede albergar una panoplia de vida.

(*) Stephen Iezak es escritor e investigador en temas de política climática y justicia medioambiental