Álvaro Córdova, el batería errante
Álvaro Córdova, baterista
Toca desde 1967. Compositor y arreglista, trabajó 26 años fuera de Bolivia. Fundador de Climax y Metrópoli, creó dos baterías: la andina y la Baraine. Prepara su primer disco como solista
La batería Baraine reposa en uno de los cuartos de la casa de Álvaro Córdova Aguilar. El “batero” más legendario de la historia del rock y el jazz boliviano se sienta y toca este instrumento —creado por él mismo— con más de 40 piezas de percusión. La Baraine posee componentes de batería de jazz, timbales, timbalitos, bongoes, cencerros y decenas de efectos. “Con ella puedo tocar todos los estilos de música que me gustan: rock, jazz, música afro-caribeña, brasileña, boliviana… todos con autenticidad. Es un instrumento único en el mundo”.
No es la única batería que hay en su casa de Miraflores, no es la primera que llegó a su vida. Álvaro comienza a hablar de la primera “bata” que inventó, la andina. Por aquel entonces, a finales de los años 70, Córdova ya tenía una trayectoria musical de 10 años a sus espaldas. Ya había fundado en 1967 junto al guitarrista Félix Chávez, el bajista Gilberto Martínez y el cantante “Pepe” Zapata el grupo Las Tortugas. Ya había viajado por primera vez a Denver y San Francisco junto a Pepe Eguino y Javier Saldías de los Black Birds. Ya había parido a su regreso, tras ver en vivo a Hendrix y Cream, el primer “power trio” de Bolivia, los míticos Climax, “la banda” del momento. Ya habían regresado a los Estados Unidos para conocer personalmente a Jethro Tull y Cactus; y ver tocar a Deep Purple, Uriah Heep, Pink Floyd y King Crimson. Ya había tocado en el Festival Buenos Aires Rock con el trío Mahatma.
Antes de ese primer invento, la batería andina, Córdova compra una “bata” a pedido, la Ludwic AC Custom. Está cerca el nacimiento del primer disco de rock conceptual, un álbum referente del rock latinoamericano: el Gusano Mecánico de Climax, un “long play” con canciones propias en su totalidad, una joya para los coleccionistas de vinilos históricos. “Con ese disco nos metimos en el jazz de Miles Davis y John Coltrane. Así me encuentro con mis héroes máximos de mi instrumento: Tony Williams, Elvin Jones, Buddy Rich, Max Roach y Art Blakey. Lamentablemente Pepe y Javier no quisieron seguir ese camino del jazz y yo me fui a vivir a Toronto, previo paso por Nueva York donde adquirí una nueva batería, la Camco Stradivarius”. Es el tercer periplo del “batero” errante.
A su vuelta a Bolivia, Córdova funda el trío Años Luz, de nuevo con Javier Saldías y Pepe Eguino. “La idea era continuar el trabajo del Gusano Mecánico, hicimos nuevas compos pero la música disco se puso de moda y yo me junté con el maestro Johnny Gonzales, el pionero del jazz en nuestro país. Nuestro lugar de tocadas era La Cueva del Jazz, en el pasaje Jáuregui, detrás del cine 6 de Agosto”. La batería andina está por nacer. Va a ser la primera batería de tambores autóctonos, juntando bombos andinos, wankaras y cajas. “Fue una experiencia sensorial, tocaba la bata andina y al mismo tiempo tocaba tarkas, mohoceños y pinkillos. Llamé a aquella onda M.A.V. (Música Autóctona de Vanguardia)”.
Cuando cierra la Cueva del Jazz, Álvaro parte por cuarta vez de Bolivia. ¿Destino? Caracas, donde su padre, un connotado guitarrista, tiene una brillante carrera musical en lo que se conocía por aquel entonces como la Venezuela saudita. En el país del Libertador Bolívar, Córdova se queda 11 años viviendo su particular “década de oro”. Toca junto su padre en el grupo de danzas de la “Bailarina del Pueblo”, Yolanda Moreno (con dicha compañía, recorren toda Italia en gira), graba un álbum (I belong, Polydor, 1981) con Vytas Brenner (músico venezolano de origen alemán) y trabaja con el artista más grande que haya conocido, el cubano José “Pepecito” Valdés. “Lo más importante que logré en esa década de los 80 fue presentarme como solista en el Caracas Jazz Festival de 1988, aunque formé parte también de grupos de rock como Sassy, Celestial, Grecia, Massakre y 99 de Luis Accorsi —el creador de Janz Kappela, la primera banda punk en Venezuela— y también en grupos de salsa”. El paceño Córdova, nacido en el barrio de San Pedro, toca jazz todas las noches, seis días a la semana, en boliches legendarios de Caracas como La Menta, Scape’s y Annabel’s.
A finales de los 80, el “batero” más veloz, innovador y versátil del país, regresa como hijo pródigo. Córdova llama a los amigos y otra banda nace: su nombre, Metrópoli. “Discolandia nos volvió a fallar, grabamos un disco pero después de girar por Cochabamba y Oruro, la promoción no fue la correcta”, cuenta Álvaro. El quinto exilio musical está por comenzar. ¿Destino? San Francisco. ¿Año? Finales de 1989.
En la costa oeste se junta con el famoso guitarrista Alex di Grassi y forman el grupo Jiwasa junto al bajista de Santana, Bennie Rietfeld y el chileno Enrique Cruz (quena, zampoña y charango). Los 90 son tiempos para el rock pesado y Córdova no hace ascos a nada. Así funda su banda metalera Cynical que alterna con un grupo andino llamado Kashwa. “Éramos músicos de diferentes países andinos como Perú, Ecuador, Bolivia, tocamos por todos los EEUU y llegamos a actuar en los Universal Estudios y hasta salimos en la banda sonora de una película de Bruce Willis llamada Last Man Standing. Estuve 11 años seguidos y al final, en 1995, hice mi banda, Latino, con músicos de mejor nivel como Frank Camara. Gané un concurso de bateristas auspiciado por la compañía Mapex entre más de 1.500 participantes. El premio era una beca para ir al Jazz Workshop de la Universidad de Standford en Palo Alto”. En ese centro de estudios, Córdova estudia con tres de los mejores “drummers” de la época: el batero panameño Billy Cobham, el cubano/habanero Ignacio Berroa y el indio Zakir Hussain. Y se convierte en el primer baterista boliviano en ser un “endorser” (probador patrocinado) de la marca Mapex.
Entonces, la salud de su madre obliga a Córdova a regresar de nuevo al país. Estamos en 2002 y es el momento de refundar Climax junto a sus dos amigos del alma, Pepe y Javier; Eguino y Saldías. Discolandia aprovecha la ocasión y publica el CD Climax Edición Completa con el material de los dos primeros discos E.P. de “la banda” y el mítico Gusano Mecánico. ¿Adivinan entonces qué pasó? Efectivamente, una nueva ruptura. “Lamentablemente volvieron a salir las diferencias musicales de siempre, yo quería hacer música latina y moderna y Pepe y Javier querían seguir con los covers en inglés. Me separé y empecé a tocar con Renovación Wara de mi amigo Carlos Daza. También tocaba con Altiplano y con Par D’ Tontos”.
Dos años después, en 2004, Álvaro, leyenda viva del rock boliviano, es invitado (por Félix Chávez, el de Las Tortugas) a formar parte de otra banda mítica: los Loving Dark’s. “Es la banda con la que he durado más tiempo en toda mi carrera, desde aquel año hasta el 2020 cuando arrancó la pandemia. Hacíamos dos conciertos por semana sin parar durante años aunque nunca me olvidé del jazz y formé otra banda como fue Astral con Pepe Eguino y Galo Cortez en el bajo. También me presenté con mi batería Baraine en el Festijazz”.
En 2010 Córdova se compra unos teclados Yamaha PRS para independizarse sin dejar de lado sus estudios en sus cuatro baterías (la Camco Stradivarius, la Ludwing doble AC Custom, la Remo y la Baraine). “En los teclados que he ido comprando, cada vez más completos, compongo temas en todos los estilos que me gustan, como la salsa, el jazz, el rock, la música boliviana, la brasileña. Tengo ya unas 50 composiciones propias y como estos teclados tienen grabadoras incorporadas tengo un buen amplificador Hartke, reproduzco mis canciones y toco mis baterías encima. La paso divinamente bien creando música sin salir de mi casa, tocando solo y sin depender de nadie para avanzar como yo quiero. Es muy difícil para mí encontrar músicos con quienes pueda compartir todos los estilos que yo puedo tocar. Somos bastante cerrados, los rockeros solo hacen rock, los jazzistas, lo mismo y los salseros, igual. En Venezuela y Estados Unidos tuve la suerte de tocar con músicos muy versátiles y buenos que me llamaban para tocar con ellos. Aquí me siento marginado aunque sigo preparando mi primer disco como solista con temas y arreglos propios”.
Mientras tanto y mientras dure la pandemia que tanto ha golpeado a los músicos que viven de sus directos, don Álvaro da clases de batería en la Escuela Contemporánea de Músicas de su gran amigo y profesor Roberto Borda, sube al internet videos de sus nuevas canciones y manda “grooves”(ritmos) a su amigo venezolano Luis Accorsi de Nueva York para sacar nuevas grabaciones con sus viejos cuates de Venezuela y Estados Unidos, el destino ineludible de sus viajes, los cinco periplos del batería errante y sus cuatro “batas”.