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Close

El pasado 21 de febrero, dos gemelas de 12 años de una familia argentina, radicada en la localidad española de Sallent, resolvieron suicidarse lanzándose del tercer piso del edificio donde vivían. Tomaron tal decisión debido al hartazgo que en Alana, quien prefería identificarse como Iván, provocó el bullying, mayormente de acento homófobo, sufrido en la escuela a la cual asistían. Su hermana Leila se sumó a la determinación por solidaridad. Alana pereció en el acto. Leila sobrevivió, pero permanece en crítico estado en un hospital.

Semejó una extraña coincidencia que esa dramática noticia saltara a las primeras páginas de la prensa en el mundo justo cuando Close se estrenaba en varios países, incluyendo el nuestro. Empero, tal vez no haya sido mera casualidad, sino más bien resultado de la generalización del acoso escolar y al enardecimiento generalizado de la homofobia de la mano del resurgimiento planetario de la derecha más cavernaria.

Hago referencia al hecho acaecido en la vida real, puesto que Close, esperado segundo largometraje del director belga Lukas Dhont, después de los elogios recogidos por su ópera prima titulada Girl (2018) centrada en la historia de una bailarina transgénero de ballet —que fuera galardonada en Cannes con los premios a Mejor Interpretación, Mejor obra debutante y en San Sebastián con el reconocimiento del público a Mejor Película Europea—,  aborda en su regreso, con especial sensibilidad, una trama dedicada justamente a poner la ficción al servicio de la activación reflexiva del espectador frente a la historia que nos entrega, centrada en la estrecha amistad de dos muchachos moradores en una pequeña ciudad del país natal de Dhont.

Amigos íntimos desde niños, Léo y Rémi crecieron en las granjas de sus respectivas familias. Van juntos a la escuela a bordo de sus bicicletas y comparten buena parte del día, a menudo también de la noche, en una relación de inocente complicidad, exenta de las cortapisas propias del mundo adulto en referencia a los roles de género socialmente instituidos y a las infranqueables reglas de comportamiento derivadas de esa férrea delimitación. Ambos tienen 13 años, vale decir, se encuentran en la antesala de la adolescencia, etapa existencial especialmente delicada, cuando uno se enfrenta a las escabrosidades que comporta el tránsito a la adultez y sus rígidos códigos de lo que se puede y de lo que no se debe.

Fotos: Internet

Pues bien, en las primeras jornadas de su estancia en el instituto secundario les cae pronto encima el peso de ese discurrir plagado de incertidumbres y cortapisas heredadas de la masculinidad más tóxica. Las alarmas se encienden para Léo cuando una compañera de curso les pregunta con sorna si están juntos y él se apresura a desmentir que a su amigo lo ligue algo más que una amistad cualquiera, para de allí en más forzar un distanciamiento que lo empuja incluso a meterse en el equipo de hockey del colegio para afirmar su virilidad. En cambio, Rémi no entiende lo que acontece, ni encuentra explicación posible a los gestos de alejamiento de aquél. El desconcierto lo lleva a estallar un día cualquiera agrediéndolo físicamente y obligando a la intervención de los celadores escolares.

El progresivo alejamiento, debido, asimismo, a la muy adolescente urgencia de sentirse incluido, de ser admitido en el grupo, va añadiendo de a poco señales de que algo impensado hasta entonces pudiera acaecer en cualquier momento, ahondando la perplejidad ante un horizonte despejado que comienza a cargarse de nubes, llevando a pronosticar alguna tormenta por venir. Una escena donde Léo renuncia a seguir compartiendo el lecho con su alma gemela y opta por instalar un colchón en el suelo para su descanso nocturno alerta que ese temporal probablemente sea inminente. 

De allí en más los acontecimientos se precipitan hasta desembocar, cerca al primer tercio del metraje, en un suceso trágico. No abundaré al respecto, puesto que si bien me tienen sin cuidado las estúpidas alertas contra el “spoileo” —“destripe”, en español—, manía en boga que fuerza a los críticos a los juegos de palabras o, peor aún, a esquivar aspectos importantes para la recensión que encaran. Y este mi desinterés en el asunto se debe a que siempre he considerado y dicho que las críticas no son sino opiniones informadas, no la verdad revelada, y, por ende, deben leerse preferentemente luego de ver las películas para confrontar dicho criterio con el propio y eventualmente enriquecer su ponderación de lo visto. En el caso que nos ocupa, develar el alcance de dicho trance pudiera provocar en los potenciales espectadores un equivocado desinterés por el film, lo cual supondría una pérdida, pues se trata de un trabajo merecedor de toda consideración y de antemano condenado aquí a pasar desapercibido gracias a las erráticas, por no decir estúpidas, políticas de programación y difusión de las multisalas, rehenes, a su vez, de las condiciones impuestas por las megacorporaciones de la distribución de películas y sus filiales locales.

El hecho es que a partir del momento anotado, el resto de la película se centra en la complejidad introspectiva que agobia a Léo, añadiéndose a las otras, múltiples, encrucijadas que avizora en ese viaje hacia la mayoría de edad. Tal inflexión dramática podía haberse prestado al consiguiente abundamiento en diálogos explicativos y sermones aleccionadores destinados a “orientar” al chico, desvistiéndolo de cualquier sentimiento de culpa por lo acaecido.

Fotos: Internet

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Pues no. El singular estilo narrativo de Dhont rehúye tales lugares comunes buscando otro modo, ciertamente más eficaz, desde el punto de vista empático, para aproximar al espectador a dicho forcejeo íntimo en una sucesión de planos y secuencias que aprovechan al máximo las potencialidades emotivas de las imágenes, a tal punto que resulta difícil acompañar tal inmersión, manteniéndose distante y sin sentir un nudo en la garganta, o directamente, sin dejar correr alguna lágrima. Esto último hizo que en algunos comentarios el  director fuese considerado un especialista en golpes al hígado de la platea, epíteto a mi parecer abusivo, o bien una excusa de los propios acusadores para desembarazarse del sentimiento de sonrojo por no haber podido mantenerse varonilmente impertérrito frente a lo que veía.

La película de Dhont, tal cual ha sido armada, tropezaba con la dificultad inicial de encontrar dos jóvenes actores con la versatilidad necesaria para sostener el grueso del relato. La selección de Eden Dambrine (Léo) y Gustav De Waele (Rémi) orilla la perfección. Ambos, pero especialmente el primero, despliegan una seguridad y convicción interpretativa, que ya quisieran para sí muchos actores experimentados. De tal suerte, el tramado visual discurre, sin salidas de tono, sobre la base de primeros planos y planos medios que ratifican cuán decidoras pueden resultar una sonrisa, una mirada perdida, un ligero ademán casi imperceptible.

Abundan los ejemplos que podrían traerse a colación. Particular vibración cobran las escenas en las cuales Léo demuestra su cariño por Rémi al verlo ensayar su clarinete o cuando interpreta un solo en un evento en la escuela. Asimismo, las miradas que intercambian Léo y Sophie, la madre de Rémi, evidencian un cariño mutuo que, a momentos, pareciera desbordar el sentimiento de intimidad compartido por los dos amigos, sintiéndose indistintamente hijos de su familia o de la del otro. Tal impregnación emotiva se va haciendo cada vez más intensa luego del episodio antes señalado.   

El recurso por Dhont, a la cámara en mano y al formato de encuadre 1.66:1, predominante en el cine europeo de los años 70 y 80, entretanto, Hollywood adoptaba mayoritariamente la toma panorámica, que en la proyección oculta parte de la imagen registrada, son los modos mediante los cuales consigue imprimir en su tratamiento visual una muy particular carga emotiva, dispensada de tal suerte de la necesidad de enfatizarla mediante los diálogos o la banda sonora de Valentin Hadjad, que en Close acompaña tales instancias estremecedoras absteniéndose, asimismo, de cualquier redundancia.

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Es la sucesión de los detalles la que va cargando al relato de un tono que lejos de resignarse a imprimirle un acento lastimero, jugando a exprimir las explosiones sentimentales a las que se prestaba la historia, retan al espectador a preguntarse si los sucesos vividos por los protagonistas eran inevitables o pudieron ser sorteados si la presión del contexto no hubiese impuesto sobre los amigos sus inflexibles patrones fundados en la admisión de la hipocresía como artimaña válida para rehuir todo tropiezo, y evadir el “qué dirán”, así ello entrañe dañar a quienes se estima.   

Se comenta por ahí que la (escasa) filmografía de Dhont permite afirmar su plena identificación con la postura queer (llamarla filosofía podría ser incurrir en un abuso de lenguaje). Es un nombre que define a quienes se niegan a admitir cualquier determinismo a fin de tomar sus decisiones en materia sexual, incluyendo el determinismo biológico del género con el cual hemos venido al mundo, al igual que el binarismo tajante codifica los cánones sociales a partir de una continuada adhesión ciega a la sociedad patriarcal.

Sea como fuera, Close es una creación que aúna afectividad e inteligencia para pulsar las cuerdas sensibles de la platea. Podrán algunos estimar que se trata de una labor minimalista, infiriendo que quizás ello se deba al miedo de no poder lidiar con la envergadura prevaleciente en el panorama actual caracterizado por la proliferación de producciones infladas, financiera y técnicamente hasta más no poder. Sería, empero, subestimar a un director muy seguro de hacia dónde gusta apuntar sus hechuras, poniendo en cuestión algunos de los peores estropicios discriminatorios que agobian a quienes exponen incluso sus vidas y las de sus entornos para defender sus pulsiones frente a la estigmatización institucionalizada.

Desde luego que el tramo más tenso de la narración tenga por escenario un centro escolar responde, como cada fotograma de la película, a la intención de significar algo. Particularmente cuestiona la pasividad y la sordera pertinaz del sistema educativo en materias que debieran ocupar su atención desde los grados iniciales a fin de no dejar desamparados a niños y adolescentes frente a los desafíos que la vida les pondrá por delante. No está por demás señalar que el guion, escrito por el propio director junto a Angelo Tijssens, estuvo inspirado en un estudio de la psicóloga Niobe Way: Profundos secretos: la amistad de los muchachos y la crisis de conexión. (traducción mía). Pero esta mención valoriza aún en mayor grado el pulso de Dhont para transformar un texto académico en una suerte de áspero poema henchido de dolor y desesperanza.

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Texto: Pedro Susz K.

Fotos: Internet