Se suele decir que cada libro de poesía nace bajo el signo de una emoción, atrapado dentro de una estela que demarca tanto su pasado como su presente. Y es posible que también los libros de poesía se dividan entre aquellos que conforman una colección de poemas, por un lado, mientras que, en el otro extremo, están los que son una continuidad temática. En tanto continuidad temática el libro responde a un pensamiento que implica estar presente desde una voz poética que no claudica con la forma ni el ritmo ni el tono. Así es en todas sus dimensiones Desandar el cuerpo, primer libro de poesía de Cecilia Terrazas, que este año publica la editorial 3600.

Desandar el cuerpo es una experiencia de lectura porque implica un reconocimiento del cuerpo desde lo femenino, pero sin dejar de lado ni la ambigüedad ni lo masculino. Es un paisaje emocional debido a que nos pide que acompañemos a la voz poética por el recorrido de una serie de instantes vitales que configuran su historia personal. Y, además, está inscrito dentro de una tradición de la poesía del continente que, en vez de cerrar y clausurar el dolor con ardor guerrero y revancha, entrega luz y confort. Hay una política del perdón que supera todo entendimiento y es que, en cada verso del libro, lo que hallamos es una mirada que se piensa y, mientras lo hace, también siente y al hacerlo nos interpela porque las experiencias de las que nos habla, nos habitan.

‘Desandar el cuerpo’ fue presentado por Editorial 3600 en la Casa del Poeta de La Paz.
‘Desandar el cuerpo’ fue presentado por Editorial 3600 en la Casa del Poeta de La Paz. Foto: editorial 3600

El cuerpo no es una metáfora en este libro, y ni siquiera podríamos arriesgarnos a decir que Desandar el cuerpo es una concreción metafórica del daño, la ausencia, el amor, la duda, el vértigo de la sangre no correspondida o el amargo sabor de las múltiples melancolías que detonan el desamor y sus derivas; pero hay esa negación porque en realidad el libro apunta a un más allá.

El más allá es la propia intimidad, y como tal sólo puede ser sostenida o desde el silencio o desde la comunicación honesta y fiel de una emoción que no tiene por qué ser borrada del paisaje mental de quien habita el libro y de quien se aventura en su lectura buscando quizá, explicaciones a un cuerpo que, a momentos, se desconoce y deja de pensarse. Y en ese sentido, toda metáfora, toda imagen están al servicio de Cecilia Terrazas, como dueña de su oficio y como hacedora de palabras que emergen desde la propia intimidad sensual del libro que jamás deja de perder su eco erótico, aun cuando el dolor es embriagador.

Veamos entonces que las tres partes que contienen este Desandar el cuerpo son espacios de indagación en las que determinadas emociones se conjugan para consolidar una experiencia vital que intenta pensar el despojo de la ausencia a través del reconocimiento de la propia intimidad como espacio de la satisfacción, que implica la seguridad de reconocer el cuerpo como propio para desde ahí, conectar con el mundo material que nos rodea.

También puede leer: El nuevo hogar de la galería Altamira

Pero también estas tres partes son la evocación recurrente de un sentido que se sondea cada vez desde una intención distinta. Así, el dolor, la renuncia, el desapego, el amor y la comprensión son constelaciones emocionales de las cuales bebe el libro para consolidarse como una forma de emprender el viaje del amor más allá del amor. Porque algo que queda claro tras la lectura es que el amor no es sólo aquel que se da a una pareja, el amor es, sobre todo, también un cuidado que se puede dedicar a uno mismo.  Plasmar el amor desde ese nivel no es una muestra de egoísmo. Al contrario, sirve para sostener el cuerpo. Se sostiene el cuerpo cuando el mimo no quiere ni ser nombrado y el libro de Terrazas es un manifiesto sobre cómo sostener el cuerpo cuando ni siquiera somos parte de él. Cuando el despojo es tal que nos convencemos de que anidamos ya el vacío.  Pero el pasaje que comunica la segunda con la tercera parte del libro es el reverso a dicha manifestación del dolor. Es una manera de entregarnos al mundo a pesar del dolor, porque el dolor y el daño nos comunican qué es esto de estar vivo. Y por ello, nos comunican con los otros. Porque también ellos han sufrido dolores como los nuestros. Y pueden atestiguarlo cuando en el silencio de sus hogares marcan su cuerpo con las cicatrices de sus propias derrotas. Pero de ellas, emerge una sensación de placer compartido. El placer de saber que sólo nos pertenecemos a nosotros mismos. Y que incluso los errores son aciertos cuando en el reverso de la vida encontramos que la verdadera falla es no vivir.

Desandar  el cuerpo

Así, conocer el cuerpo es también otra de las facetas que incita este libro. No sólo conocerlo en el espejo de nuestras memorias y recuerdos, sino en lo cotidiano y sublime que puede ser verlo palmo a palmo en la piel de otro amante. O incluso cuando las propias manos van queriendo ese cuerpo que a veces aparece como desconocido en la calle.

Cada unidad del cuerpo está conectada con la emoción, con la sensación de que no estamos solos y de que cada uno de nosotros en tanto lectores somos leídos por el libro que Cecilia Terrazas escribió, porque su poesía no se cierra en sí misma, convoca nuestra presencia porque del cuerpo que habla, puede ser el nuestro si es que nos animamos a vernos vulnerables porque tal vez ahí resida la verdadera fortaleza.

No se puede huir del cuerpo como tampoco de la piel que lo habita y envuelve en la pasión de las palabras. Por ello, la poesía nombra espacios que a la prosa le son negados. Sólo desde el acto poético se desarrolla una transmutación capaz de integrar toda la experiencia del mundo bajo la fuerza luminosa de una palabra que envuelve los sentimientos cuando ellos mismos parecen embargar la mirada.

Y de esa manera, lo que queda no es un quebranto, ni una fisura, es más bien la conexión del tiempo de nuestras derrotas con la edad de nuestras pasiones y en el medio, la luz que nos hace sabios y concretos. Una poesía como la de Terrazas cree en la manifestación sensual de toda búsqueda. Desde ella es que emprende la tarea de convocar al cuerpo. Al hacerlo nos indica el camino.

Contra toda predicción el camino no es sólo un acto de rebeldía ni una resolución erótica, sino que pasa a ser creativa, porque sólo a través de la palabra se logra revivir el pasado para dotarle de nuevos sentidos y hacer que todo adquiera un nuevo matiz. Desandar el cuerpo es una experiencia de gozo y de duda, pero también de dolor y de placer. Y justo en el medio de todas esas emociones, la voz poética de Cecilia Terrazas se levanta como artífice de una forma que hace también del poema, su cuerpo.

Texto: Christian Jiménez Kanahuaty

Fotos: editorial 3600