Hablar cuando se puede, no cuando ‘se debe’
Imagen: Miguel Mealla Black
Imagen: Miguel Mealla Black
Un estudio revela las historias de vida de niños, niñas y adolescentes víctimas del incesto en Bolivia
El cuerpo es un documento vivo, contiene rutas, atajos, territorios, palabras y, por supuesto silencios. La violencia sobre los cuerpos de las niñas, niños y adolescentes es una constatación de que ese documento vivo es invariablemente intervenido, forzado, colonizado, patologizado, nombrado e interpretado por otros.
¿Quiénes son esos otros? Un Estado que no establece medidas reales y sostenibles para prevenir, atender y sancionar la violencia contra las mujeres, la niñez y la adolescencia —prueba de ello es que el incesto no está tipificado como delito en el Código Penal, solo es un agravante—, un sistema educativo que prefiere marchar antes que implementar la educación sexual integral; una sociedad patriarcal y machista que remarca que los cuerpos de las mujeres y las niñeces son de todos, menos de ellas mismas, y por supuesto las familias, que no solo son el primer espacio en el que se reproduce el poder, sino en el que pueden encubrirse los más dolorosos secretos.
El incesto es precisamente uno de esos secretos detrás de la puerta, en un espacio que expone lo oscuro —oscurísimo— de la contrariedad: una hija, una sobrina, una hermana, una nieta, violadas por su padre, su tío, su abuelo, su hermano. Las definiciones técnicas sobre el delito sobran, se las puede encontrar haciendo click, pero lo que poco se dice es que cuando se sufre incesto se tiembla, se tiene frío, dolor, vergüenza, asco. La palabra familia estremece, el lenguaje se trastoca y el silencio se instala.
¿Pero qué factores contribuyen a mantener esos secretos? En diciembre del 2023 el Instituto de Investigaciones en Ciencias del Comportamiento (IICC) de la Universidad Católica Boliviana, en colaboración con Save the Children, presentó la investigación Trazando el camino hacia la revelación: la importancia de abordar el incesto contra niñas, niños y adolescentes desde las dinámicas familiares, que devela, entre varios otros elementos, que frente a los agresores las fronteras familiares desaparecen, la privacidad de las y los niños se ve afectada, se les expone a comportamientos inapropiados entre adultos y también hacia ellos y ellas. Esta falta de privacidad causa confusión, pues se piensa que lo que se vive “es normal”.
El estudio también corrobora que el incesto no es un evento aislado, sino una práctica que se perpetúa a lo largo de generaciones, y se sostiene en disparidades de poder instaladas en un patriarcado cotidiano y cómplice del secreto. El miedo, la vergüenza, y la culpa obligan a las víctimas y sus familias a guardar silencio.
“Años después le conté a mi madre lo que me pasó, ella me confesó que también había vivido algo parecido cuando era niña…ocurrió en su propia casa…”. “Le confié a mi prima lo que había pasado… me dijo: ‘No sé por qué te sientes mal o te culpas… eso es normal, todos los hermanos hacen eso’”. “Le conté a mi mamá sobre lo que sucedió con mi abuelo, pero ella dijo algo como, ‘no, no creo que haya pasado así’”. (Extractos de entrevistas recogidas en el estudio, 2023). Según datos del Ministerio de Justicia y Transparencia Institucional (2023), en Bolivia el 42% de los casos de violencia sexual hacia niños, niñas y adolescentes ocurre dentro de los hogares y es perpetrado por el grupo familiar.
También puede leer: No salgas de casa, ni hables con extraños
Detrás de las cifras están las zanjas, las heridas punzantes, pero también el exilio voluntario de las y los sobrevivientes, que deben plantarse frente a la pregunta ¿por qué no denunció?, o como marca el estudio del IICC ¿por qué se perpetúa el secreto? Muy probablemente porque la palabra de las infancias y adolescencias se pone en duda con la misma ligereza con la que se sostiene que las mujeres que denuncian violencia son “locas”, “histéricas”, “exageradas”, un mito construido para conservar discursos opresores y justificar desigualdades. Como escribe Sosman, “esas son las mujeres cuyos relatos hay que cuestionar”, queda claro que dudar de su palabra sigue siendo una de las vías más efectivas de naturalizar y minimizar la violencia.
El archivo del desastre está ahí, el incesto no solo toma el cuerpo, toma la memoria y las palabras. La sanción de los delitos sexuales no debe prescribir, las personas hablan cuando pueden, no cuando “deben”.
Para acceder al estudio visitar: https://www.iicc.ucb.edu.bo/wp-content/uploads/2023/12/Trazando-el-camino-hacia-la-revelacion-1-1.pdf
Texto: Cecilia Terrazas Ruiz
Ilustración: Miguel Mealla Black