Un cementerio en Túnez para los migrantes anónimos que murieron intentando llegar a Europa
Muchos de los fallecidos salieron desde de Libia o Túnez y fueron hallados en el mar o aparecieron en las playas del sur del país llevados por corrientes marinas.
En el sur de Túnez, un cementerio lleno de flores, acabado de inaugurar pero ya medio lleno, acoge a los migrantes desconocidos que murieron en el mar intentando llegar a Europa con el objetivo de devolverles la dignidad y, quizás un día, sus nombres.
El cementerio, llamado Jardín de África, obra del artista argelino Rachid Koraichi, tiene una puerta tradicional del siglo XVII, avenidas con cerámica pintada a mano y una sala de oración para todas las religiones bajo una armoniosa cúpula blanca.
Los migrantes enterrados aquí, «condenados por el mar», tuvieron que enfrentarse «al Sáhara, a los mafiosos, a los terroristas» y a veces a la tortura o al naufragio, dice Koraichi. «Quería hacerles un principio de paraíso», tras el infierno de la travesía, asegura.
A finales de 2018, Koraichi compró en Zarzis, una localidad cerca de la frontera con Libia, este terreno rodeado de olivos, que será inaugurado el miércoles por la directora de la UNESCO Audrey Azoulay.
El cementerio ya tiene más de 200 tumbas blancas numeradas, con inscripciones como «Mujer vestida de negro, playa de Hachani» o «Hombre con jersey negro, playa del Hotel des 4 Saisons», rodeadas de cinco olivos que simbolizan los pilares del Islam y doce vides que representan los apóstoles cristianos.
Jazmines y otros arbustos perfuman el lugar donde los cadáveres llegan a veces en estado de putrefacción.
Muchos de los fallecidos salieron desde de Libia o Túnez y fueron hallados en el mar o aparecieron en las playas del sur del país llevados por corrientes marinas.
Vicky, una nigeriana de 26 años que llegó a Túnez a pie tras varios intentos fallidos de llegar a Italia desde Libia, se emociona mientras barre los senderos del cementerio.
«Ir a Europa era mi sueño para trabajar en la moda, pero pasé por un infierno», dice. «Cuando veo esto, no estoy segura de querer volver al mar».
Lugar simbólico
Está previsto construir edificios para realizar autopsias y facilitar las labores de identificación. De momento se hacen en el hospital de Gabes, a 140 kilómetros de distancia, lo que obliga a las autoridades a transportar los cuerpos en condiciones precarias.
Una familia libia vino al cementerio a presentar sus respetos en la tumba de un joven, identificado por sus compañeros de viaje.
Aunque les ofrecieron llevarse el cuerpo, el padre dijo: «Dios ha abandonado a Libia, que se quede aquí», recuerda Rachid Koraichi, un artista de 74 años que expuso en Londres, Nueva York y París.
Él mismo perdió a un hermano arrastrado por la corriente en el Mediterráneo y diseñó el jardín «para ayudar a las familias en duelo». «Es también un lugar simbólico, como la tumba del soldado desconocido, porque todo el mundo es responsables de esta tragedia», dijo.
Koraichi, miembro de la Tijaniyya, una influyente hermandad sufí, puso en marcha el proyecto y lo financió en su totalidad tras conocer las dificultades de la localidad pesquera de Zarzis para enterrar las decenas de cadáveres que llegaban cada verano.
Desde principios de la década de 2000, el municipio, uno de los pocos de la región que se ocupa de los cuerpos de los inmigrantes, enterró a más de mil personas procedentes de África, Asia o de ciudades vecinas.
«Muchos de los jóvenes de Zarzis se fueron a Europa por mar, hubo muertes, y cuando vemos a estos migrantes vemos a nuestros hijos», dijo a la AFP el alcalde, Mekki Lourraiedh.
En el antiguo cementerio municipal, en una zona arenosa, trabajadores municipales y voluntarios enterraron a más de 600 desconocidos. Solo la tumba de una mujer nigeriana, Rose-Marie, destaca por un poco de cemento y algunas flores.
«Si tuviéramos medios no dejaríamos el cementerio en este estado», dice el alcalde.
En julio de 2019 esta parcela municipal estaba casi llena cuando llegaron unos 100 cadáveres. Por eso las primeras tumbas del Jardín de África tuvieron que ser cavadas incluso antes de que comenzaran las obras.
Desde entonces, los muertos siguen llegando cada semana, sobre todo en verano.