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Los rastafaris sudaneses luchan contra los prejuicios y la represión

Sudaneses visitan una exposición de ojetos rastafaris en la capital de Sudán, Kahrtoum, el 14 de octubre de 2022. Foto: AFP.

Sudaneses visitan una exposición de ojetos rastafaris en la capital de Sudán, Kahrtoum, el 14 de octubre de 2022. Foto: AFP.

Con sus largas rastas y su gorro de lana, Abdallah Ahmed sabe que es uno de los rastafaris, y que puede traerle problemas en su país, Sudán.

Si bien en Jamaica el emperador etíope Haile Selassie es considerado un mesías por los rastafaris que le siguen, en Sudán, el rastafarianismo es un movimiento más cultural que místico.

Sin embargo, bajo el régimen del dictador Omar al Bashir, Abdallah Ahmed -de nombre artístico Max Man- sufrió la saña de su policía islámica. En 2017 fue detenido en un concierto de reggae acusado de posesión de drogas. Fue condenado a 20 latigazos.

En esos años, la policía de la moral no dudaba en rapar las rastas en público y en agredir a los rastafaris por incumplir el estricto código de vestimenta que el régimen imponía entonces.

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«Los rastafaris no mueren»

En 2019, cuando el ejército derrocó a Bashir bajo la presión del pueblo, los rastafaris «estaban super entusiastas», cuenta este sudanés de 31 años.

«Surgieron muchos músicos y artistas», dice a la AFP este hombre que durante la dictadura tuvo que vivir su pasión en la clandestinidad.

Sin embargo, cuando el general Abdel Fatah al Burhan restableció el poder militar con su golpe de Estado hace un año, todas las puertas volvieron a cerrarse.

Entre los 121 manifestantes muertos en la represión había varios rastafaris, afirma Afraa Saad, una cineasta de 35 años que también lleva largas rastas.

A menudo, en las redadas que preceden o siguen las convocatorias de manifestaciones, los rastafaris dicen que son los primeros en caer, porque son los más visibles. Y entre estos jóvenes de pelo largo, varios han salido de detención con la cabeza rapada.

Para Abdallah Ahmed, los rastas, con su aspecto atípico, son un «objetivo» de las autoridades.

«Pero eso nunca les impidió dejarse las rastas, algunos murieron por no esconder» el hecho de ser rastafaris, añade.

Tanto es así que junto a los habituales eslóganes «¡Militares a los cuarteles!» y «¡Poder para los civiles!», ha aparecido el ya emblemático «Los rastafaris no mueren».

«Luchar por nuestros derechos»

En las sentadas, marchas y concentraciones, las banderas con el retrato de Bob Marley, los gorros rojo-verde-amarillo y los grandes temas del reggae en inglés o árabe están por todas partes.

«El rastafarianismo nos enseña a decir la verdad, a ser valientes, a luchar por nuestros derechos», dice Abdallah Ahmed.

Y sin embargo, señala Afraa Saad, existe un prejuicio muy arraigado en Sudán y otros países, de que «alguien que lleva rastas es un drogadicto que no sabe comportarse correctamente».

«A menudo la gente me pregunta cómo una chica puede llevar rastas cuando hay otros peinados respetables», dice.

Pero para ella, llevar rastas es mucho más que una cuestión estética. Es un mensaje político.

Bajo el régimen de Bashir, la vestimenta de las mujeres estaba estrictamente controlada y su papel en la sociedad se redujo considerablemente.

En respuesta, Afraa Saad se dejó crecer rastas. «Se han convertido en mi identidad, en lo que soy», dice.

Saleh Abdallah, diez años menor que ella, se dejó crecer el pelo para protestar contra el golpe.

«Y me dejaré las rastas hasta que caiga el régimen militar», asegura durante una manifestación antigolpista.