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Manowar y los guerreros paceños del metal

Joey DeMaio y Eric Adams, en el escenario del Teatro al Aire Libre Jaime Laredo, en La Paz.

Joey DeMaio y Eric Adams, en el escenario del Teatro al Aire Libre Jaime Laredo, en La Paz.

Siempre es un problema comenzar. Tal vez esto arrancó la primera vez que escuché, a mis seis años, la canción ‘Temple Of The King’, de Rainbow (de la mano de Ritchie Blackmore).

Tal vez cuando un joven Joey De- Maio trabajaba de técnico para Black Sabbath o, simplemente, cuando dos periodistas y un empresario entraron a un bar.

Sí, el bar es un buen comienzo. Diferentes gustos literarios, miradas políticas, gustos gastronómicos, vidas, pero un camino los une: el metal. Si alguien puede entender que tus profesores te veían como un peligro satánico, un inadaptado que juega cosas ‘endemoniadas’ (Dungeons and Dragons) o que se viste de negro y tiene ‘desviaciones’ (se pinta las uñas de negro), ese alguien es otro desplazado: un metalero.

Tres metaleros en un bar se cruzaron y comparten historias similares a pesar de ser tan distintos. Se concuerda que los Beatles son un cuarteto de Panchos; que la melena no es más ruda que la orgullosa cabeza calva con barba y que los gustos musicales no te hacen superior, pero sí que hay música más elaborada que otra; ‘la llaucha no es pa’todos’. Cuando hay consenso, se avanza; las diferencias terminan, se viene lo bueno, se anuncia la buena nueva; leyendas venían a Bolivia.

Por primera vez, Manowar, la banda ‘gringa’ del heavy metal.

Dijo que fue un sueño cumplido tocar a 3.600 msnm. Foto. rodwy cazón

El anuncio, además de emocionante, fue tomado con escepticismo; no era posible por qué una leyenda del metal viviente vendría a La Paz, Bolivia. Un hito para la movida metalera.

En mayo, la banda anunció en sus redes sociales oficiales su llegada. Hubo incredulidad. Dos meses después, la Manzana GR, productora que los traería, anunció la venta de entradas. Hubo esperanza, pero incredulidad.

La banda ya estaba en La Paz. Bajó del aeropuerto internacional de El Alto y aún no se podía creer. Emoción intensa.

En el Teatro al Aire Libre abrían el recital con la canción que lleva el título de la banda y aún era difícil de asimilar; creo que eso se podría llamar alucinado, no incredulidad. Estábamos alucinados, la espera valió la pena.

Creo que la primera canción no se escuchó, la batería sonaba con los pálpitos del corazón, un músculo de metal. Cuando el sentido del oído recobró conciencia, Manowar tocaba el tema Kings Of Metal, Holy War, Call to Arms, Heart of Steel e Inmortal. La banda no se guardaba nada.

Eric Adams admitió que le costaba respirar; sin embargo, no tuvo pudor para demostrar por qué su voz es una de las más apreciadas en el género. Cada canción tomaba pausas más y más largas. Con 71 años, cantó por primera vez en el escenario capital de mayor altura, y en lo alto quedó.

El metal estaba encendido, el público paceño, tímido por naturaleza, coreaba las canciones y, entonces, llegó el plato fuerte. Primero arrancaron con Warriors of The Wolrd United, seguramente una de las piezas que más emoción trae a los fans. Y sin chance a bajar el ritmo, arrancó Hail and kill.

Cuando eres niño y bajas con toda emoción el tobogán, y quieres volver a subir una y otra vez hasta terminar agotado, así se sentían las canciones de Manowar, simplemente más.

Luego de tanta adrenalina, hubo un poco de calma, seguramente la dopamina actuando; además, los veteranos se notaban un poco agitados.

El líder y bajista de la banda, Joey DeMaio (62 años), otorgó un pequeño discurso al público paceño. En un español con notorio acento anglosajón, pero entendible, explicó lo difícil que fue viajar desde Nueva York hasta La Paz. Pero tuvo palabras muy dulces para el país y su fanaticada.

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“Bolivianos, es para nosotros un sueño ir (venir) a Bolivia; es verdad, es un sueño y ahora es realidad, porque los manowarriors de Bolivia junto con la producción, con Dani y el manowarriors fan club here, es la razón de estar aquí”, dijo ante miles de fans.

A pocos kilómetros del escenario, horas antes de ese martes 12 de septiembre en el estadio Hernando Siles, miles de personas sentían decepción, Argentina derrotaba por tres goles contra cero a Bolivia. En el escenario del Teatro al Aire Libre, ese mundo no existía; los gritos de Battle Hym eran más fuertes que un gol. Kill, kill (matar, matar), decía el estribillo de la canción.

Qué coreaba el público, qué quería matar. Tal vez el aburrimiento, tal vez la mala racha de no recibir buenas bandas de metal en Bolivia; tal vez al seleccionado argentino, o que las giras por Latinoamérica solo tomen en cuenta a cuatro países y nunca a Bolivia. Tal vez se quería dar muerte a la incredulidad de tener a las leyendas tocando frente a uno. Tal vez la monotonía de música simple que es la oferta diaria. Tal vez ese recuerdo de ser un paria.

Cada persona tiene algo que dejar en ese escenario, cada quien pelea su propia batalla a diario, miles de guerreros y guerreras con el corazón de acero fueron a Manowar. No son la mayoría en la ciudad; sin embargo, estaban ahí. La calidad no es cantidad. Levantaron los brazos y las voces, disfrutaron con las leyendas, ganaron el derecho de recordar, que ese día venció el metal.