Postrado en una camilla, pero activo e inquieto, el expresidente egipcio Hosni Mubarak negó ayer todas las acusaciones que se le imputan, en el primer día de un juicio sin precedentes en el mundo árabe y rodeado por el caos fuera del tribunal.

Hasta que el helicóptero que le trajo del hospital de Sharm el Sheij donde estaba ingresado tocó tierra, predominaba la incredulidad acerca de la posibilidad de ver a Mubarak en el banquillo.

No fue en el banquillo sino en una camilla donde compareció el «rais», presidente de Egipto durante 30 años y ahora enfrentado a la acusación de haber ordenado la muerte de sus compatriotas, a quienes llamaba sus «hijos», para sofocar la revuelta que acabó con su presidencia el 11 de febrero.

«Niego todas estas acusaciones», dijo Mubarak con voz nítida y micrófono en mano, en respuesta a la pregunta del presidente del tribunal, el juez Ahmed Refat. El tribunal decidió fijar la próxima sesión para el 15 de agosto, después de más de cuatro horas de lectura de cargos de acusación y, sobre todo, de escuchar a toda una pasarela de letrados.

«Por ahora, es un juicio justo. Está muy bien que los jueces hayan escuchado a todo el mundo», señaló a EFE —uno de los 10 medios internacionales acreditados por el Gobierno para asistir al juicio— el director de la Red Árabe para la Información sobre los Derechos Humanos, Gamal Eid.

Uno de los abogados de la acusación, Mahmud Kadry, expresó su confianza en que Mubarak pueda ser hallado culpable y condenado a muerte. «Dio órdenes al Ejército de disparar, pero éstos se opusieron», explicó Kadry, quien se quejó porque el tribunal escuchase primero a  la defensa, «en contra de la legislación egipcia».