La rara sensación de un partido sin público
La Conmebol ha emitido una muy fuerte señal de autoridad
Corinthians jugó su primer partido a puertas cerradas, sancionado por la Confederación Sudamericana de Fútbol. Ganó sin celebraciones, sin banderas, sin cánticos y por supuesto que sin petardos y bengalas, y puso en evidencia que el fútbol pierde en gran medida su esencia si no tiene las gradas de un estadio colmadas para darle sentido a sus características deportivas y de espectáculo.
Con muestras de una humildad muy poco frecuente en quien se sabe poderoso, el Corinthians comenzó a acatar el castigo impuesto por la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol), cumpliendo de esta manera con el primer partido a puertas cerradas de los que debe disputar en los siguientes sesenta días, jugado en el Pacaembú frente al Millonarios de Colombia por la Copa Libertadores de América.
La Conmebol ha emitido una muy fuerte señal de autoridad rechazando la apelación del club paulista al ratificarse en la sanción de dos meses que obliga nada menos que a los últimos campeones mundiales de clubes y de la pasada versión de la Libertadores, a renunciar obligadamente a las jugosas recaudaciones que les procura su fiel hinchada, considerando que para los tres partidos internacionales de esta primera fase del torneo continental ya tenía vendidas más de cien mil entradas.
Pues bien, el Corinthians ganó sin cánticos (2-0), sin rumores de gradería y por supuesto que sin bengalas y otros explosivos que suelen detonarse cada vez que salta al campo de juego o concreta algún gol y esto se hizo más que evidente cuando los gritos y las indicaciones desde los bancos o de los propios jugadores en pleno partido fueron los únicos elementos del ruido ambiente generalmente ensordecedor que suelen provocar los miles de espectadores que llenan un escenario deportivo.
Estadio vacío con equipo muy popular —el Flamengo es el primero y el Corinthians le sigue en esto de contar con las torcidas más numerosas del Brasil—, da lugar a una percepción más chocante a quienes lo miran por televisión, lo que subraya que a pesar de ser un espectáculo dominantemente televisivo, el fútbol sin público pierde parte esencial de su ritualidad.
La repercusión de la muerte de Kevin Beltrán en el Jesús Bermúdez de Oruro ha desatado decisiones como la de homenajear al joven fallecido con un minuto de silencio en todos los partidos de Libertadores que se juegan durante esta semana y ha puesto en primera línea la importancia del cumplimiento estricto del reglamento del campeonato en el que el capítulo en materia disciplinaria no es un asunto que pueda negociarse, ya que de ahora en adelante la policía de cada uno de nuestros países, las organizaciones con características prácticamente políticas de las grandes hinchadas y los clubes anfitriones van a tener que ponerse de acuerdo para reducir al mínimo los márgenes que faciliten actos descabellados como los de detonar cualquier cosa disparada hacia cualquier lugar que sirva para homenajear a nuestros equipos.
Mientras tanto, sigo con la sensación de que el gran fútbol no aparece todavía en la Copa, cuando ya varios de los clasificados que la disputan han jugado dos veces en partidos caracterizados por el despliegue físico, la marca rigurosa y la muy notoria falta de valores sobresalientes por encima del promedio habitual en figuras de élite y alto rendimiento, cosa que se hace más nítida debido a que cruzando el Atlántico, se puede observar al Real Madrid y al Barcelona y al de las ligas europeas en general que practican un fútbol con un estándar de calidad ostensiblemente distinto al que estamos pudiendo espectar en canchas sudamericanas, donde los mismísimos jugadores emigrados de las canteras brasileña, argentina y uruguaya como Angel Di María que luego de sus inicios europeos en Portugal y ahora en la Casa Blanca, podría ufanarse de su importancia sin comparación, si se tiene en cuenta que es una pieza clave para el juego asociado con los por ahora considerados mejores jugadores del planeta, con el uno, Cristiano, en el Madrid, y con el otro, Messi, en la selección argentina.
Partido sin público con sensaciones que provocan un infrecuente vacío interior, un fútbol poco vistoso en términos generales, y con el énfasis puesto en el despliegue atlético y la reciedumbre para la pelota dividida es lo que tenemos hoy en la Libertadores, mientras que en el Viejo Mundo, ya lo dije la anterior semana, el desarrollo del juego con precisión en velocidad va in crescendo, aunque los pájaros de mal agüero quieran convencernos de que el Barcelona está de a poco ingresando en zona de crisis, luego de dos sonoras derrotas en sólo siete días, frente al AC Milan por la Champions y contra el Madrid por la semifinal de la Copa del Rey.
Se clasificará Boca Juniors y alcanzará el tiempo para que Juan Román Riquelme retorne a las canchas y pueda recordarnos qué es eso del gran armador que se pone el equipo al hombro y juega a hacer jugar a los compañeros? Es lo que se debe esperar, porque con lo hasta ahora visto el sabor a poco es mayúsculo, con la gran excepción de Ronaldinho Gaucho que con la camiseta del Atlético Mineiro mantiene intacta su elegancia para desarmar defensas y ofrecerle a su equipo, en el que probablemente culminará su carrera, el plus de la calidad y de eso que los brasileños nunca dejarán de llamar juego bonito.
San José de Oruro va a jugar uno de esos extraños y excepcionales partidos sin aficionados en las gradas y para el caso significa que lo hará sin la presión que suelen meter equipos locales que tienen hinchas como hongos. Será una buena oportunidad para mirar sin ruido cuáles son las diferencias de dos realidades futbolísticas separadas por la cantidad de jugadores que producen anualmente y la calidad de fútbol que suelen producir.