David es Goliat
Colombia sucumbió dando batalla, pero estuvo lejos de su producción anterior
David (Luiz) demostró ayer que se puede ser al mismo tiempo Goliat, validando las discutibles calificaciones FIFA que lo erigen como al mejor jugador del torneo, cerró el partido gracias a una segunda pelota parada, traducida en tiro libre al ángulo izquierdo de Ospina.
En la columna de ayer debí decir, al final del texto, no que Alemania y Brasil jugarían la final, sino que se enfrentarían en una especie de final adelantada, cosa que efectivamente sucederá, luego de que los germanos, en un lance cansino y monocorde, se impusieran a los galos (1-0) y los brasileños, felizmente sin cuñas por fuera del reglamento, doblegaran a los colombianos (2-1), que fueron desarticulados gracias a la testarudez de Luiz Felipe Scolari.
Del Brasil campeón en México 70 recordamos como si hubiera sucedido hace unos minutos a Pelé, Tostao, Gerson, Jairzinho y Rivelinho, al único defensor que tenemos en mente por su condición de capitán y por haber anotado un gol en la final contra Italia es a Carlos Alberto, pero casi nunca nos referimos a Everaldo (+), Britto, Piazza y Clodoaldo, aspecto que con la versión verde amarilla que juega este vigésimo mundial no sucederá porque si hay un par de jugadores que destacan con creces y muy por encima de sus compañeros son los marcadores centrales, David Luiz y el capitán Thiago Silva, que ayer fueron los autores de la clasificación a semifinales contra Colombia.
Brasil jugó como quiere Felipao: los delanteros son los primeros defensores, y los de atrás los segundos delanteros, pero que ayer convirtieron como si fueran hombres de ataque.
Les taparon la salida a los de Pekerman, les cortaron los circuitos en la mitad del campo, convirtieron a James Rodríguez en una isla y utilizaron las faltas en zona de seguridad, lejos del área propia, para convertirlas en un buen artilugio táctico. Scolari quería soldados y tuvo soldados. Scolari quería concentración y tuvo tal grado de concentración en los suyos que apenas iniciado el juego se expresó a través de la aparición fantasmal de Thiago para recibir un tiro de esquina en el que la defensa roja se preocupaba por evitar el salto de David Luiz, ganando de mano a Carlos Alberto Sánchez para empujarla y sellar el 1-0.
Neymar ofreció su rendimiento más intrascendente en el torneo, no marcó diferencia y termina su participación de manera desgraciada con una fractura en la tercera vértebra lumbar (minuto 88) provocada por Juan Camilo Zúñiga, que debió irse expulsado por la salvajada que se mandó, en tanto que sus compañeros de ataque no repercutieron, aunque Hulk quería y quería, mientras Fred volvió a ser un gran florero, en tanto que por las bandas, Marcelo y Maicon que remplazó a Danny Alves encontraron dificultades para proyectarse, mientras David Luiz, el enrulado zaguero del Chelsea jugaba a caudillo con madera de otras épocas, se disparaba solo en ataque cada vez que podía, buscaba gambetear más por la fuerza que por la razón con una garra para aplaudir, y Thiago subrayaba a cada momento que intervenía por qué es el capitán del scratch, cortando, anticipándose, despejando, en suma, haciendo lo que un zaguero central debe.
Tan grande ha debido ser el proceso de concientización impuesto por el seleccionador durante el tiempo que lleva preparando a su equipo para buscar la sexta copa del mundo, que ayer, finalmente, se cumplieron todas sus previsiones de libreto: cero preciosismos y coqueterío, casi nada de toque, poca llegada concertada en los últimos treinta metros, pero mucha marca, todos mastines del juego, sacrificio absoluto para la recuperación y cuando era posible David que demostró ayer que se puede ser al mismo tiempo Goliat, validando las discutibles calificaciones FIFA que lo erigen como al mejor jugador del torneo, cerró el partido gracias a una segunda pelota parada, traducida en tiro libre hacia el ángulo izquierdo de David Ospina que condujo a la oración futbolística que todas las iglesias evangélicas del mundo estarán bendiciendo por como un futbolista termina de rodillas agradeciendo a Dios por inconmensurable inspiración divina.
Brasil sigue sin jugar como jugaron sus grandes equipos y sus grandes estrellas de todas las épocas, pero avanza, que es lo que al fin y al cabo importa ante las urgentes demandas de la torcida: momentáneamente evaporadas las protestas, se impone ganar el campeonato, hay que conseguirlo no importa como sea, más difícil sin Neymar, y si se puede, para matizar la búsqueda, hay que honrar la ética deportiva y el gesto conmovedor como hizo la figura del partido, David Luiz, consolando al jovencísimo y acongojado James Rodríguez que demostró ayer que hay jóvenes renuentes a la indiferencia pautada por la posmodernidad, que sienten en las vísceras las derrotas, que el haber salido perdidosos les importa y seguramente podría provocarles, por lo menos una noche de insomnio. Fenomenal jugador, se marcha como se merece, con seis goles en su haber, producto del descuento de penal provocado por Julio César contra Carlos Bacca, que sirvió para el descuento y un conjunto de acciones que lo sitúan entre los tres jugadores de mayor calidad del torneo.
Colombia sucumbió dando batalla, pero estuvo lejos de las producciones que lo condujeron a cuartos, mientras que los brasileños, como nunca de manera tan notoria, fueron más desde el empuje y la garra que desde la calidad de su propuesta, rasgo enfatizado en los diez últimos minutos del juego cuando los de Pekerman buscaron el empate más con empeño que con claridad que finalmente no llegó. Brasil respira, Brasil celebra, y la obcecación de su seleccionador va encontrando respuestas, lo que vuelve a confirmar que campeón puede ser no necesariamente el que juega mejor.