Puso actitud, sumó talento, vive y sueña
Hubo fiesta del tono amarillo que dominó sin contrapeso en el Kazán Arena.
Sí, Colombia jugó exactamente como debía. Con talante para apoderarse de la victoria, más que necesaria. Y esparciendo talento, arma imposible de coartar en un frío equipo polaco, solo apoyado en el despliegue físico, en la fuerza, sin luces a la hora de tener y darle uso a la pelota.
El tándem zurdo personificado en James Rodríguez y Juan Fernando Quintero destrozó cualquier aspiración de los dirigidos por Adam Nawalka, rígidos en extremo, desprovistos de invención en pro de escapar, así fuera casualmente, del único esquema que aparentemente conocen y ejercitan.
Este juego requiere —más aún en momentos extremos— de improvisación, de sorpresa como factor gravitante.
Polonia solo exhibió la intención, en varias ocasiones fallida, de llegar a la posición de Robert Lewandowski. El gran goleador, sin embargo, apareció poco, intentó ser receptor de pase, pero la mayor parte de los avances albos terminó antes de que pudiera intervenir. Y ya se sabe que su mayor potencialidad radica en prevalecer a metros del arco. El tren, definitivamente, no arribó a la estación de espera.
Así las cosas, luego de un comienzo friccionado, el cuadro de José Pékerman pasó a interpretar la partitura conveniente. Toque, desmarque, filtración en las habilitaciones y, además, buenos acompañantes para los ya citados directores de orquesta: Cuadrado, Falcao, Arias y Barrios trabajaron al ritmo que correspondía y tejieron en las asociaciones eso que próximo al descanso Yerry Mina transformó en gol después de un cabezazo mortífero.
Si emergió algún intento de reacción en el ya eliminado no prosperó. Ganas, posiblemente. Carencia notoria de eficacia, eso sí, en la obligatoriedad de modificar lo que las cifras y el juego marcaban como imprescindible requisito de cambio.
Dicha tónica no solo se proyectó hacia la última fracción. Cabe indicar que invadió todavía más las entrañas polacas, imposibilitadas —por imperio de aquel déficit ya anotado— de eludir la manifiesta evidencia de inferioridad, de insuficiencia de recursos tendentes a convertir la adversidad en algo auspicioso.
Por eso, en medio del “olé” proveniente de las graderías, germinó el bautizo de Radamel Falcao García como goleador en Copas del Mundo. La cereza sobra la torta, instantes más tarde corrió por cuenta de Juan Guillermo Cuadrado. Y todo lo que aún restaba sobró porque el encuentro constituía cosa totalmente juzgada.
Eran tres puntos que implicaban sobrevivir o hacer de la tercera presentación apenas si un trámite. El panorama estaba planteado exactamente igual en ambos frentes. De ahí que no es un dato menor certificar —y elogiar, dicho sea de paso— la conducta que permitió la nueva celebración de un sudamericano, ilusionado, no sin razones, de inscribirse en octavos de final.
Y aunque el éxito se vistió de comodidad es menester dejar constancia de que la sobriedad de David Ospina en el pórtico conjuró tres opciones (aisladas, pero oportunidades al fin) del derrotado.
Hubo fiesta del tono amarillo que dominó sin contrapeso en el Kazán Arena. Abajo, los de camiseta circunstancialmente azul, estructuraron una correcta faena, trampolín hacia el reto clave: aquel ante Senegal, el próximo jueves.
Cuando la fórmula propicia viento a favor y no da lugar a resistencia el destino de un cotejo como el de ayer adquiere vitalidad irreversible. El genuino sello de Colombia quedó debida y oportunamente registrado.