Un amor que es para siempre
Fue el broche de oro para una verdadera fiesta, anoche en el Hernando Siles de La Paz, donde la selección nacional de 1993 celebró con la gente las Bodas de Plata de la clasificación de Bolivia al Mundial de Estados Unidos de 1994.
Carlos Borja, el gran capitán, se emocionó en el final: “Esta selección los quiere mucho”, les dijo a los aficionados que, terminado el partido, no se movieron de sus butacas. “Hace 25 años nos clasificamos al Mundial y los artífices de ese logro fueron ustedes. Nosotros, los jugadores, nos sentimos dichosos de haber recorrido por este camino. Muchas gracias querido pueblo boliviano”, exclamó al borde de las lágrimas.
Fue el broche de oro para una verdadera fiesta, anoche en el Hernando Siles de La Paz, donde la selección nacional de 1993 celebró con la gente —unas 7.000 personas que vibraron y alentaron— las Bodas de Plata de la clasificación de Bolivia al Mundial de Estados Unidos de 1994.
Un reencuentro único. “El partido de la gratitud” fue eso, de ambas partes: la afición rindió tributo a los seleccionados y éstos retribuyeron también con cariño. De ambos lados lo dieron todo. Fue como si el tiempo no hubiera pasado. La química era la misma de hace un cuarto de siglo, se notó desde el recibimiento, cuando la Verde y su combinado invitado como rival saltaron a la cancha acompañados de un “ramillete” de niños.
“Bo-bo-bo, li-li-li, via-via-via, ¡Viva Bolivia”, se escuchaba desde los cuatro sectores. Las gargantas no cesaban.
Encima, en lo deportivo fue todo un espectáculo. Hubo nueve goles, a cuál mejor. La selección del 93 —con una alineación lo más parecida a entonces hasta en el “dibujo” táctico del entrenador Xabier Azkargorta— se impuso por 6 a 3. El entusiasmo en las gradas y en la cancha no cesaba.
La magia de Marco Etcheverry, los tiros precisos de Julio Baldivieso, el jugar pausado de Milton Melgar, las corridas de Carlos Borja y Luis Cristaldo, la fuerza de Marco Sandy o el oportunismo intacto de William Ramallo. Cada jugada era para aclamar.
“Cristaldo, Cristaldo”, coreó espontáneamente la gente para celebrar el primer gol nacional, una perfecta definición que sirvió para empatar.
Y es que las figuras del combinado rival —absolutamente todos con historia en las selecciones de otras épocas— no se quedaron atrás: ¡Qué zurdazo! del Bomba Limberg Gutiérrez, inatajable para abrir la noche estelar.
Ricardo Fontana metió la pierna como en su época, Reynaldo Zambrana lo mismo. La gente tampoco se aguantaba y hasta reprochaba a unos y alentaba a otros.
“Fuerza Diablo”, “Dale Ramallo”, “Baldivie…, Baldivie…, Baldivie…”, coreaba la tribuna.
Increíble ver al maestro Erwin Romero tocando preciso, y a Silvio Rojas y Richard Cueto correteando.
En la segunda parte estuvo lo mejor, goles y más goles, como el de Jhonny Villarroel, otro golazo, tiro al ángulo, antes de que Cueto respondiera casi de la misma manera.
No se daban tregua, al mejore estilo de antes: el misil de Mauricio Ramos, otra cerebral jugada del Bomba para que el otro Gutiérrez, Raúl, embocara y celebrara como un pez.
La joya la puso Etcheverry con un “sombrerito” perfecto ante el delirio de la gente que aplaudió y coreó su nombre a rabiar.
Álvaro Peña no podía creer un disparo al palo, previo a hacer la jugada para que Villarroel volviera a convertir, mientras Cristaldo, rato después, le ponía la rúbrica final.
Fue hermoso ver a los jugadores del 93 dar la vuelta olímpica sin parar para agradecer a la gente en los cuatro sectores del Siles, haciendo que la noche fuera completa, tal vez irrepetible, pero inolvidable como siempre. Igual que la gesta de hace 25 años.