Padilla ‘rompía’ arcos en el fútbol nacional y hoy construye casas en España
Fue un notable puntero derecho de varios equipos y la selección. Radica en la comunicad de Valencia, donde es peón especializado en albañilería. Hoy se cuida como todos del coronavirus.
Luis Enrique Padilla fue un notable jugador del fútbol boliviano. “Tatú” Padilla le decían sus amigos, por su tamaño. Era puntero derecho, de esos de antes, rapidísimo, hábil, corría pegado a la banda y de su pierna más hábil salían potentes disparos que quemaban las manos de los arqueros.
Hace 16 años que reside en España, donde se estableció en el municipio de Godella, en la comunidad de Valencia. Optó por quedarse definitivamente en 2004, porque en años anteriores iba y volvía. “Nunca me faltó el pan en Bolivia, si decidí irme de allí fue porque me gustó este país” de Europa, afirma.
Está en cuarentena. En España el coronavirus ha impactado muy duro y sigue, como que el estado de alerta se amplió por dos semanas más.
Padilla cumple disciplinadamente la medida, pero sufre porque su esposa Jacqueline no está con él. Ella está en su trabajo, cumpliendo la medida sanitaria en otra casa, donde cuida de una persona con síndrome de down y atiende a su madre. “Decidió así porque son consideradas personas de alto riesgo, se quedó con esa familia y cumple con su trabajo, así que son varios días, hasta perdí la cuenta, son como tres semanas que no la veo. Pero su obligación es cuidar a personas vulnerables”, sostiene el exjugador.
Godella parece una ciudad fantasma, la gente sale a comprar lo necesario cada dos o tres días. “Nos estamos sacrificando, lo estamos tomando muy en serio porque esto es grave”, añade.
Padilla trabaja en albañilería, terminó hace poco un contrato y por norma legal debe esperar un tiempo para que lo vuelvan a convocar. “Soy peón especializado, allí en Bolivia es como ayudante de obra; pero las condiciones aquí obviamente que son diferentes, muchos piensan que es solamente preparar la mezcla y listo. Aquí se hacen muchas cosas y es mi especialidad porque incluso he pasado cursos de actualización. Y es que uno nunca termina de aprender”.
Aún recuerda su época de futbolista y la nostalgia invade, se nota a través del teléfono. “Los delanteros de antes y de ahora somos un poco despistados, a mí me faltó algo para ser completo. Enfrenté y tuve como compañeros a Luis Galarza, le hice varios goles a mi tocayo. También recuerdo a Hebert Hoyos, Emilio Ludueña, Róger Pérez, Remberto Arispe y Daniel Jurkevicius, todos guardametas de selección. Era complicado marcar goles, pero pude vencerlos. Hice 78 goles”.
San José de Oruro estuvo cerca del descenso, él formó parte del equipo que se salvó y después fue la sensación.
Tatú Padilla
“En 1989 jugamos un descenso con Estudiantes Frontanilla y hubo incluso amenazas de parte de los hinchas hacia el equipo; salvamos la categoría y en 1990 comenzó la sensación de San José con la llegada de Nelson Arévalo, que armó un plantel poderoso. La hinchada fue la mejor porque llenaba todos los estadios. Son cosas inolvidables. Es un club que está en un lugar privilegiado de mi corazón por la gente sufrida de Oruro que nos acompañaba siempre. Yo lo viví, tuve esa suerte grande”.
Temporadas siguientes las pasó en Wilstermann y Guabirá, en la asociación cruceña. “Luego llegó la hora del retiro porque el cuerpo ya estaba cansado, fundido. Me fui agradecido con todos porque viví del fútbol y le di mucho al fútbol”.
Tantos años después su relación con la pelota sigue, pues su hijo menor y sus dos nietos juegan en clubes de la región valenciana en categorías inferiores, aunque ninguno de ellos es delantero como él.
“Les digo que aprovechen también el estudio, que el camino en el fútbol se hace largo para llegar al éxito y cuando estás arriba es muy corto”.
En su larga estadía europea no se le pasó por la cabeza naturalizarse. “Soy con orgullo boliviano y amante de mi tierra Santa Cruz, nunca nos faltó el pan, pero decidimos venirnos porque nos gustó España. Con el corazón partido dejamos a nuestras familias y ya son 20 años, cuatro de ellos entre ir y venir. Con esta crisis no sé cuándo volveré a mi país”.
Su residencia la renueva cada cinco años, lo mismo que su esposa, su hija y su yerno. En cambio su hijo menor y sus nietos nacieron allí. “Creo que voy a morir con mi nacionalidad”.