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‘Nos van a hacer diez, pensé…’

Jorge Barraza

/ 9 de abril de 2023 / 17:02

No le sientan bien a Flamengo los aires del Ecuador. En 2020 Independiente del Valle le dio una paliza inolvidable: 5 a 0. Ya Emelec lo había derrotado dos veces: 3-2 y 2-0.

Y el miércoles fue el modesto Aucas el que lo mandó a la lona: 2-1 en un auténtico bombazo, porque se trata del triunfo de un debutante frente al campeón actual. Histórico por donde se lo mire: nunca un primerizo, en su partido inaugural, tumbó al que porta la corona.

La primera jornada de la fase de grupos de la Libertadores, jugada esta semana, dejó otras perlas: los dos grandes de La Paz, hicieron ruido: The Strongest volteó a River 3-1 y Bolívar a Palmeiras por el mismo marcador.

La victoria auquista fue definida como batacazo por la prensa y despertó en periodistas, estadígrafos y memoriosos recuerdos de otros marcadores sorpresivos a través de las 64 ediciones de la competencia reina de Sudamérica a nivel de clubes.

Batacazo no es cualquier resultado: tiene que ser algo realmente inesperado y estar a cargo de un equipo en verdad inferior a otro, sin tradición ganadora detrás. Si es posible, que sea de visitante, o por goleada.

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La circunstancia también influye. Los batacazos generan atracción en los hinchas y refuerzan la idea de que en fútbol todo es posible.

Uno de los primeros campanazos fue, en 1967, la abultada ventaja de 3 a 0 que logró el ignoto 31 de Octubre de La Paz sobre Racing (quien sería el campeón ese año). Antes no se le decía goleada a un 3 a 0, tenía que haber diferencia de cuatro goles para recibir tal rótulo.

Quizás se permitía el calificativo en un 4 a 1. Pero era de ahí para arriba. Sin embargo, hará unos treinta años, los diarios comenzaron a decir “Boca goleó a Banfiield 3 a 0”, y se fue imponiendo.

Sólo para dar rimbombancia a un titular. Racing jugó aquella vez con Perfumo, Basile, el Panadero Díaz, Maschio y todas sus figuras.

Ese mismo año, Universitario de Perú, en sus primeros escarceos en el plano internacional, dejó perplejos a moros y cristianos. Por las semifinales de la Copa, lo programaron como para hundirlo: en 48 horas debía enfrentar a River y a Racing en Buenos Aires, que lo esperaban descansados: primero acostó a River 1-0 en el Monumental, luego 2-1 a Racing en Avellaneda. Heroico.

En 1971 se dieron dos resultados fenomenales: en el Maracaná de Río de Janeiro, Deportivo Italia, de Caracas, derrotó a Fluminense 1 a 0, en lo que fue llamado “El Maracanazo venezolano”. Lo insólito del caso fue que, en el partido de ida, en la ciudad donde nació Bolívar, Fluminense había vencido 6 a 0 al Italia.

Se descontaba algo similar -o peor- para el choque de vuelta. Y en la revancha actuaron los mismos jugadores. Mario Zagallo era el DT de los brasileños. Al finalizar el encuentro nadie podía entender lo que había sucedido y un alto dirigente de Fluminense, Mauricio Faría, falleció de un infarto.

El ya desaparecido Deportivo Italia vestía la misma casaca azzurra de la Selección Italiana. Muchos años después el club fue refundado bajo el nombre de Deportivo Italchacao, bajo el auspicio de la empresa Parmalat.

El defensa del Italia ‘Chiquichagua’ Marín, describió el cotejo y la actuación de su arquero Vito Fassano: “Nos van a hacer diez, pensé. Ni me entusiasmé en darle un abrazo a Tenorio, que había marcado el gol de penal, nadie lo felicitó. Colocaron el balón en el centro y comenzó el aluvión.

Nunca vi un arquero que tapara tanto como Fassano ese día. Rebotaron 3 ó 4 balones en el poste, pero fue 0 a 1 y ganamos nosotros. ¡Fue algo increíble!”. La extraordinaria actuación de Fassano le permitió al año siguiente ser contratado por el Cruzeiro de Belo Horizonte.

Eso fue el 3 de marzo, el 29 se produjo el inolvidable golpe de Barcelona de Guayaquil sobre Estudiantes de La Plata, tricampeón vigente del torneo. Barcelona no era por entonces un grande del continente, como ahora, y el fútbol ecuatoriano estaba lejos de ser lo que es hoy.

El equipo de Zubeldía y Verón, en cambio, se mostraba invencible en su reducto platense. El único gol fue del fallecido padre Basurco, tantas veces recordado. Basurco era cura en actividad y futbolista. Cientos de miles de personas salieron a celebrar en las calles de todo el Ecuador.

Hacia 1981 ingresó en la Copa un club chileno de apenas cuatro años de existencia: Cobreloa. Era tan desconocido que, al comienzo, al entrar en la Libertadores muchos periodistas de otros países le decían “Cobreola”. Aprendieron bien el nombre al llegar las noticias de que sumaba triunfo tras triunfo.

Luego se esgrimió que “claro, en el infierno de Calama te cocinan, por eso ganan”. Pero cuando concretó la proeza (proeza que no lograban ni brasileños ni argentinos) de vencer en Montevideo a Nacional y Peñarol, uno vigente campeón de América, otro que lo sería al año siguiente, no quedaron más dudas: ese Cobreloa era algo serio, había méritos futbolísticos, no climáticos o geográficos. En cinco días se cenó a Nacional (2-1) y a Peñarol (1-0), a ambos en el Centenario.

En 1992, un club brasileño de extraño nombre -Criciuma, de Santa Catarina- se estrenó en la Copa con un espectacular 3 a 0 sobre el São Paulo de Telé Santana, que, como en el comentado caso de Racing en 1967, levantaría el trofeo ese mismo año. El São Paulo de Zetti, Cafú, Raí…

El quíntuple campeón Peñarol, otrora temible, cayó en 2002 por 6 a 1 ante otro que nunca había jugado hasta ahí: Real Potosí, cuyo estadio está ubicado a 4.090 metros.

Esto explica en parte la debacle. Otro club brasileño jamás nombrado en el ámbito internacional -Paysandú- desnudó a Boca en plena Bombonera: 1 a 0 con gol de Iarley. Fue en 2003. También Boca sería campeón ese año. Gustó tanto Iarley que lo contrató el club Azul y Oro. Al año siguiente, Once Caldas daría un sartenazo sensacional siendo campeón de la Copa, surfeando a rivales como Vélez, Barcelona, Santos, São Paulo y Boca. Toda una epopeya. Su broche de platino fue el 2-1 sobre São Paulo en Manizales.

En 2007, el Caracas FC congeló al continente al ganarle a River 1 a 0 en el mismísimo Monumental: 1 a 0 con gol del colombiano Iván “Champeta” Velázquez.

De cara a la revancha, River movió influencias -y lo logró- para sacar de su estadio, su ciudad y su país al Caracas FC. El club venezolano tomó esto como una afrenta y se vengó en la cancha: jugaron en Cúcuta, Colombia, y lo venció por 3 a 1. Ración doble.

Un suceso excepcional estaría a cargo del entonces nuevito Independiente del Valle. Fue en 2016. Hizo la misma del Caracas: venció a Boca de ida y de vuelta. En Quito 2 a 1 y en Buenos Aires 3 a 2. Luego le daría a River un golpe en la quijada: 2-0. Y en fase de grupos ya había dado cuenta de Atlético Mineiro por 3 a 2.

Tigre, pequeño club (aunque con numerosa hinchada) de la zona norte del Gran Buenos Aires, estuvo de fiesta en 2013: había clasificado por primera vez a la Copa y derribó a Palmeiras por la mínima: 1 a 0. En 2021 Palmeiras fue campeón con una sola derrota: en San Pablo cayó 4 a 3 con Defensa y Justicia. Sin embargo, estas conquistas carecieron de impacto, pasaron como uno más en el fárrago de resultados, no sonaron a batacazos.

Aquel 5-0 de Independiente del Valle sobre Flamengo sí. Tal vez sea el cachetazo más estruendoso de un chico a un grande. De estas singularidades también se nutre la inmensa popularidad del fútbol.

(09/04/2023)

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Opinión

Hazaña del pipoqueiro

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 4 de diciembre de 2024 / 00:05

Botafogo, equipo pipoqueiro”, se burlaron en Brasil durante más de medio siglo. ¿Qué es pipoqueiro…? Que, cuando lo aprietan, revienta como la pipoca, la palomita de maíz, que juega grandes partidos cuando los partidos no son grandes. Y que arruga en las finales.

“O único time grande que nunca ganhou a Libertadores”, se mofaban sus rivales cariocas, Flamengo, Vasco y Fluminense. Ni su brillante historia era respetada. Cuando Brasil fue campeón mundial en 1958 y 1962 la Seleção era Botafogo reforzado. Garrincha, Didí, Nilton Santos, Zagallo, Amarildo eran el orgullo alvinegro con la verdeamarelha.

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Sin embargo, tras el ocaso de Garrincha se fue apagando el fulgor de sus glorias. Y las nuevas generaciones no recuerdan a aquellos héroes. Miran el hoy nomás. Pasaron décadas y más décadas de desencanto. Hasta que el último día de noviembre de 2024…

La historia del fútbol -copiosa- no recuerda un caso igual: el de una finalísima en que un jugador fuera expulsado a los 29 segundos de juego. En ese instante, Gregore de Magalhães da Silva, Gregore para el fútbol, o el Pitbull para los amigos, le aplicó un planchazo bestial en la cara a Fausto Vera.

Rojo sangre para Vera y rojo tarjeta para Gregore. Una irresponsabilidad jamás vista. Botafogo estuvo 64 años esperando ganar una Libertadores y el Pitbull lo dejó con diez desde el saque. A jugar la final entera de la Libertadores con uno menos frente a Atlético Mineiro.

Más pipoca, pensaron en Brasil. La TV mostraba las caras desoladas, angustiadas, incrédulas de los torcedores botafoguenses en las tribunas de River. “Nos gastamos miles de dólares, hicimos el sacrificio de viajar a Buenos Aires, tenemos la ilusión de nuestras vidas y Gregore nos deja con diez en el arranque…” Ese sería el pensamiento unificado que cruzaría las mentes de los miles de hinchas de la Estrella Solitaria. Y la tristeza de algunos millones más en Río de Janeiro.

La inmensa mayoría de los técnicos del mundo hubiesen hecho automáticamente una modificación clásica: sacar un delantero y poner otro volante de marca en lugar de Gregore para compensar el mediocampo, la cocina del fútbol. En cambio, el entrenador portugués Artur Jorge, en una decisión que lo engrandece, dejó todo como estaba: los dos delanteros, Igor Jesús y Luiz Henrique, y los dos creativos, Savarino y Thiago Almada. “Hemos venido a ganar y seguimos con esa idea”, debió pensar. Y el mensaje implícito llegó a los jugadores, que tomaron con naturalidad la batalla que se les planteaba.

Con semejante ventaja, Atlético Mineiro impuso un predominio, aunque estéril, sin profundidad, apenas amenazando con un par de tiros de lejos del increíble Hulk, que a los 38 le sigue dando. Lánguido Atlético Mineiro, tenía todo para hacer, pero no hacía nada. Y al minuto 35 pasó lo increíble: gol de Botafogo. Una jugada por la izquierda armada entre Thiago Almada, Marlon Freitas y su estrella Luiz Henrique (fichado en 23 millones del Betis), un rebote en Junior Alonso y la bola le cayó preciosa, justita, mansa a la zurda que Luiz Henrique, que le pegó con el alma, con la vida, con su pie izquierdo y con el pie izquierdo de los 4 millones de sufridos botafoguenses. Y la bola entró. Y el equipo disminuido se puso arriba en el tanteador. La incredulidad pasó a ser perplejidad un ratitito después, cuando el arquero Everson le cometió un torpe penal al mismo Luiz Henrique (amenaza con quitarle el puesto a Vinicius en la Selección) y Alex Telles aumentó la cuenta. Inesperado 2-0 y al descanso.

El segundo período presentó a un Mineiro tocado en su orgullo, se adelantó más y presionó por el descuento, pero no cambió la actitud de uno y otro. Tibia de los de Belo Horizonte, firme y batalladora de los cariocas. Apenas iban 2 minutos del segundo tiempo y un centro directo de córner le cayó en la cabeza del goleador chileno Eduardo Vargas, quien con mucha precisión puso el 1-2 y la esperanza del empate. Que nunca llegó. El mismo Vargas tuvo dos situaciones claras para marcar y se le fueron cerca. Entre la blandura del ataque mineiro y la solidez defensiva de Botafogo, se fue consumiendo el tiempo. Cuando el reloj señalaba 96 minutos y 48 segundos Junior Santos, una suerte de Sansón con habilidad, remachó el resultado: 3 a 1 después de una jugada individual para guardarla en una cajita de colores. Ni Julio Verne podía haber imaginado este desenlace. Como Racing en la Sudamericana, Botafogo prestigió la Libertadores.

Hay gente con suerte en la vida, pero como Gregore… Comete un error monumental, lo echan a los 29 segundos, deja a su equipo inerme en una final que esperó 64 años y los diez que quedan lo salvan y además lo hacen campeón. Estaba para exiliarse en algún lugar de la Polinesia, terminó levantando la Copa.

Botafogo es pasto de debate en un momento en que muchos países -Argentina especialmente- discuten si el fútbol debe ir o no hacia las sociedades anónimas en materia de clubes. Después de varios descensos y decenas de frustraciones, el club había acumulado una deuda de 360 millones de dólares, que hacía peligrar su existencia. El propio Botafogo creó una sociedad anónima para manejar su área deportiva resguardando la parte social y la vendió al empresario norteamericano John Textor, quien, después de poner 81 millones para deudas, invirtió otra suma similar en reforzar el equipo. Botafogo logró el ascenso a fines de 2021, Textor se hizo cargo en 2022. Ese año terminó 11°. En 2023, tras liderar casi todo el torneo y llevar 13 puntos de ventaja, se desplomó y finalizó 5°. Perdió un campeonato increíble, aunque alcanzó a clasificar a la fase previa de la Copa. Allí comenzó su camino triunfal este año. Ahora, a falta de dos jornadas para el final, lidera el Brasileirão y puede lograr un doblete histórico. Al mismo tiempo está construyendo el centro de entrenamiento más grande de América, con 19 canchas y 295.000 metros cuadrados. Allí funcionará la fábrica de talentos que Textor (accionista también del Olympique de Lyon y del Crystal Palace), pretende para llevar luego a Europa.

En la ceremonia de premiación, la Conmebol le entregó a Textor un cheque gigante por 23 millones de dólares. Lo mismo que pagó por Luiz Henrique. A eso hay que sumarle todos los premios anteriores, desde segunda fase hasta semifinal. Una fortuna. Y clasificó a la Copa Intercontinental (debutará el próximo miércoles ante el Pachuca) y al Mundial de Clubes. Ahora empieza otra historia. Le sacó brilló al apodo de O Glorioso.

Fue una final preciosa y curiosa. Asistieron 72.000 hinchas (58.957 pagantes), todos brasileños, con clara mayoría de Botafogo, a razón de dos por uno. Funcionó lo de partido único y campo neutral. Un choque que se recordará por haberse jugado completo diez contra once. La fiesta fue total, sin incidentes. Y un equipo que juega 104 minutos con diez es un campeón extraordinario. ¿Pipoqueiro quién…?

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Este Racing llega al alma

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 28 de noviembre de 2024 / 00:12

“No somos millonarios (por River), no somos la mitad más uno (por Boca), no tenemos doscientas copas (por Independiente), pero tenemos la gente, somos distintos a todos”. En una frase simple, Gustavo Costas definió a Racing, retrató el racinguismo, una pasión inexplicable, como dice esa bandera grande que flamea en el Cilindro los días de partido.

No es fácil describir el fuego que anida en los pechos racinguistas, un orgullo con la fuerza de un volcán, no siempre respaldado por los resultados. “Si no sufrimos no somos Racing”, agregó Costas, en alusión a los largos períodos en que la Academia atravesó sequías de títulos.

Bolívar es el único modelo, pero todo el mundo vive cerrado y solo critica ese modelo

Treinta y cinco años estuvo sin ser campeón argentino, entre 1966 y 2001, treinta y seis sin levantar un trofeo internacional, quebrado el sábado último al ganar la Copa Sudamericana. Ello nunca fue óbice para dejar de creer, de alentar. “Racing estrena utilero y llena la cancha”, exageraba el Gallego Títolo, un hincha caracterizado. Pero así es. Difícil encontrar hinchada más querendona. La palabra fidelidad parece quedarle chica.

¿Cuánto tuvo que ver su gente en la formidable conquista de la Copa Sudamericana…? Pocas veces una hinchada empuja tanto. Desde el momento en que se convirtió en finalista se tuvo certeza de que una multitud estaría apoyando en Asunción. ¿Cuántos fueron, 40.000…? Una interminable caravana de autos embanderados desandaron los 1.400 kilómetros entre Buenos Aires y la capital paraguaya. Ya en el estadio atronaron con su aliento, tapando a los torcedores de Cruzeiro, muchos menos.

Pero, si el hincha cumplió desde afuera, el equipo contagió desde adentro. Una simbiosis perfecta, porque el fútbol es un todo. Y el optimismo es el jugador número doce. Fue un Racing arrollador, con fútbol y carácter, con gol y personalidad.

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Contradictoriamente, Cruzeiro dominó las estadísticas: más tiros al arco, más posesión -71% a 29%-, más pases, más córners… En cambio Racing manejó el partido y lo ganó de punta a punta: 3 a 1 y un gol anulado al notable lateral uruguayo Gastón Martirena que no quedó claro que fuera posición adelantada. Nunca se mostró. No con claridad.

A propósito: ¿Cómo Bielsa no llama a Martinera a la Selección Uruguaya…? Cuesta entenderlo. Tiene marca, salida, clase, llegada y personalidad para jugar la bola. Su tasación es de apenas 3 millones de euros. No puede tardar en llegar a Europa. Ante Corinthians tal vez haya marcado el mejor gol de la Copa. Hacía tiempo no veíamos una elaboración de tanta calidad. Y bajo la lluvia. Recuperó en la raya central, hizo pasar de largo a Garro con un caño, a Charles con un enganche, pared preciosa con Almendra y derechazo de primera a un ángulo bajo. Sensacional.

Hay campeones y campeones. Este Racing fue uno brillante, que se recordará por años. Diez victorias en 13 presentaciones, 33 goles marcados, el goleador y máximo asistidor del torneo, Adrián Martínez, con 10 anotaciones y 5 servicios de gol. Y un equipo compacto, ambicioso, ganador. Plantel armado con paciencia de artesano. Un muy buen jugador en cada puesto y cuatro o cinco suplentes de igual categoría. Adrián Martínez y Juan Fernando Quintero son las estrellas visibles del cuadro de Costas, pero hubo varios puntales. Por caso, el arquero Gabriel Arias, que ataja en la Selección Chilena (aunque es argentino); el segundo delantero, Maxi Salas, veloz y potentísimo; los medios Santiago Sosa y Juan Nardoni, los centrales Di Cesare y García Basso, éste último muy conocido en Ecuador.

“El fútbol argentino gana todo, y la pasión que pone la gente es increíble, les da una fuerza tremenda a sus equipos. La hinchada de Racing en la final ejerció una influencia extraordinaria”, se admira Hugo Illera, fantástico periodista colombiano de Win Sports televisión. “La diferencia fue que Racing jugó una final, Cruzeiro un partido”, añadió Hugo.

Pese a la fantástica arremetida de los representantes brasileños en los últimos años (con esta de Botafogo o Atlético Mineiro serán seis coronas consecutivas) Argentina seguirá punteando el historial de la Libertadores con 25 copas contra 24 de Brasil. En Sudamericana son 10 títulos contra 5. Y ahora, con el dólar bajo como está en la patria de Borges, los conjuntos albicelestes pueden lanzarse a incorporar más extranjeros de nivel, para pelearles mejor a los brasileños. Es altamente meritorio que el líder de la tabla histórica de la Copa Sudamericana sea un equipo ecuatoriano (Liga de Quito), y que entre Liga e Independiente del Valle sumen 4 conquistas. Ecuador va tercero en el historial por país, lo que exime de otras palabras en cuanto a su ascenso como medio importante. Esto es algo que parecen no haber entendido los equipos colombianos, que entran a participar, no a ganar las copas.

“Los clubes argentinos se las ingenian siempre para tener equipos competitivos, son los que más jugadores exportan, pero los reemplazan con los mejorcitos de los países vecinos. Racing tiene tres colombianos, dos uruguayos… Y siempre hay chilenos, paraguayos, peruanos”, agrega el excelente colega Marino Millán, de la misma cadena bogotana.

Convincente y contundente, fue tan rotundo lo de Racing que dejó la impresión de que si jugaba la Libertadores también peleaba el título. Y que tranquilamente podría vencer a Atlético Mineiro o Botafogo, finalistas de la Copa grande. Racing incluso puede hacer doblete ganando el campeonato argentino. Está muy cerca del puntero, Vélez.

La 23ª. edición de la Copa Sudamericana redondeó un concepto atractivo, con 392 goles, a una media de 2,48 por juego. Gustó.

Racing ganó 8.775.000 dólares en premios de la Conmebol por esta Sudamericana que va creciendo. A ello deben sumarse los ingresos colaterales. Seis partidos de local, que en cancha de Racing (tiene capacidad para 55.000 personas y pagan todos) deben oscilar en 5 millones más. La clasificación a la Recopa implica otros 1,5 millones, y a la Libertadores 2025 unos cuatro más. Eso sin contar los patrocinios, el mercadeo, los nuevos socios, y otras hierbas como la cotización en alza del plantel. Si se tienen que ir, que dejen algo interesante. En Argentina, la masa societaria de los clubes es similar a la de Alemania, son cientos de miles y pagan su cuota mensual. De modo que los éxitos internacionales significan reconocimiento, prestigio, mucho dinero y, sobre todo, crecimiento.

Los triunfos internacionales, además, refuerzan lo nacional porque dan un cupo más, del que se beneficia otro club, y elevan su campeonato en el ranking de ligas, con lo que se puede pedir mayor retribución a patrocinadores y televisoras.

En el caso de Racing hay un elemento resaltante: mostrarle al continente su popularidad y la conmovedora adhesión de su público. La Guardia Imperial brilló en La Nueva Olla, la casa de Cerro Porteño, pero otra impresionante multitud siguió el juego en el Presidente Perón, en Avellaneda, y al retorno de los campeones miles y miles esperaron en el Obelisco. No era Argentina campeón del mundo, era Racing nomás.

(28/11/2024)

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Hoy es mejor, antes era más lindo

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 25 de noviembre de 2024 / 00:18

La Victoria, la Belleza, la Fidelidad… ¿Con cuál de estas tres deidades nos quedaríamos…? La Victoria envejece, la Belleza se va, la Fidelidad es inalterable y siempre nos acompañará. Los amantes del fútbol sueñan con la primera, se enamoran de la segunda, pero finalmente parecen preferir la tercera. Idolatran a aquellas figuras que permanecieron más tiempo en su club por encima de otros cuyo paso quizás fue más fulgurante.

El último enero, la isla de Cerdeña se congregó toda en el adiós a Gigi Riva, el ídolo que nunca se quiso ir del Cagliari pese a los flechazos del Milan, de la Juventus. Y toda Italia le dio honores casi de estado. Premiaban al gran crack nacional, pero más que eso al hombre fiel que se entregó a una sola camiseta, a una sola parcialidad. La lealtad da dividendos, Gigi era millonario de afectos.

En unos días, cuando se enfrenten el Athletic Club de Bilbao y el Real Madrid en San Mamés, Giuseppe Bergomi recibirá del club vasco el prestigioso One Club Award, el premio al “jugador de un solo club”, una distinción honorífica para aquellos futbolistas que desarrollaron toda su carrera en una misma institución.

Antes lo han recibido leyendas como Paolo Maldini, Sepp Maier, Carles Puyol, Billy McNeill, Ryan Giggs o Ricardo Bochini. Con frescos 18 años, Bergomi fue campeón mundial con Italia en 1982, en aquel brillantísimo título que la Azzurra levantó en Madrid tras vencer a Argentina, Brasil, Polonia y Alemania. No obstante, el 4 de diciembre experimentará un orgullo único: homenajearán su fidelidad.

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Seis cupos grabados en piedra

La Copa Mundial premia la aptitud futbolística, el One Club Award distingue valores humanos: la consecuencia, el compromiso. En este caso, con el pueblo interista, que representa muchos millones de italianos.

Un solo título de liga ganó Giuseppe en veinte años de calzarse la maglietta negriazul, pero se quedó siempre, en las tardes felices y en las otras. Eso veneran los hinchas del Inter, su amor por los colores. En Bilbao lo aplaudirán athleticzales y madridistas, pero al volver a Milán lo ovacionará el Meazza, el estadio que lo vio cientos de veces entrar con la cinta de capitán.

“Defender una sola bandera en la vida te hace único: todo el mundo lo reconoce, aunque signifique ganar sólo un campeonato, como me pasó a mí, pero en cierto modo es un orgullo, porque fue el resultado de una lealtad absoluta”, dice Bergomi, hoy, comentarista de Sky TV, a La Gazzetta dello Sport.

Claro, de haber ido a la Juve tal vez hubiese saboreado otras mieles, pero dijo no. “Vino a buscarme Trapattoni. ¿Por qué no viene a Turín?, me preguntó. Porque estoy a gusto en casa, respondí. ‘Bien hecho, bravo…’, me dijo”.Beppe era un chico, 16 años, cuando los tifosi del Inter lo vieron debutar, y todo un hombre al retirarse diecinueve temporadas después. Era un duro marcador de punta, jugó cuatro Mundiales. Sin embargo, quedó eternizado por su idilio con el Inter, que sigue hasta hoy.

El One Club Award tiene tanto predicamento como el Laureus o el Fair Play, tal vez más. Pero le va a costar horrores encontrar nuevos candidatos, los futbolistas actuales son vedettes que cambian mucho de escenario. El dinero domina todo, el representante es el personaje que puso distancia entre el jugador y el club, entre el hincha y su ídolo. “Si no nos dan lo que pedimos me lo llevo”, amenaza. Y cumple.

Ricardo Bochini, un chico humilde de pueblo, llegó a Independiente con 15 años para la octava división. Apenas hablaba. Se quedó toda la vida. La gente le agradece los triunfos, su juego genial, las Copas Libertadores, pero, sobre todo, haberse quedado para siempre. Hoy, el estadio lleva su nombre, la calle donde está enclavado y una de las tribunas principales, también, todo se llama Bochini. Daniel Bertoni, otro ídolo rojo, lo resumió: “Todos decimos que amamos a Independiente, pero todos alguna vez nos fuimos, el Bocha no se fue nunca, están bien los homenajes que le hacen”.Cuando ganaron la

Copa Intercontinental contra la Juventus en Roma, 1 a 0 con gol suyo, fue el día más feliz de su vida. El club les dio a cada uno 200 dólares de premio. No era como ahora. La plata no importaba, valía la gloria. Como Bergomi, estuvo veinte temporadas cambiándose en el mismo vestuario.El marco del fútbol actual, la organización, el reglamento, los arbitrajes, las tácticas, la preparación, la competitividad, y especialmente el contexto global, todo ello es mejor en el presente que en el pasado, en especial, más limpio. Lo que no podrá igualar el hoy es el romanticismo del que estaba envuelto este deporte hace 40, 50, 80 años atrás.

La cáscara de aquel fútbol era sencilla y gustosa. Luego, el dinero en cantidades industriales invadió todas las esferas de la actividad, y donde entra el vil elemento se pierden los valores más bellos de la existencia humana.Ibas a la cancha y sabías de memoria la formación de tu equipo porque los protagonistas pasaban años en el club, no estaban desesperados por irse, tampoco pedían fortunas para renovar contrato. Era fácil convencerlos: “Quedate, la gente te quiere, vamos a armar un plantel para pelear el título…” Hoy no están cerca del público, nadie los ve, no son verificables, parecen hologramas.

Una mínima ceremonia de tres minutos que apenas distraía la atención del público. En el centro del campo, un señor de saco y corbata entregaba al crack una pequeña estatuilla consistente en un balón dorado sobre una basesita de madera que cabía en una mano. El ganador mostraba el premio a las gradas y estas sellaban el momento con un somero aplauso. Y un grupito de fotógrafos (no una nube) a quienes se les permitía acercarse sin restricciones, lo eternizaba. Lo espectacular de la foto era su simpleza, la austeridad del acto. Y quienes lo recibían eran Gianni Rivera, Bobby Charlton, George Best, Beckenbauer… Así era la entrega del Balón de Oro en los ’60, no la gala fastuosa, casi obscena de lujo y muchas veces polémica de ahora.

El celebérrimo Ferenc Puskás cuenta en su libro autobiográfico que, en su niñez, en los partidos de barrio en Budapest, tenían un equipo que hacía maravillas. Se había corrido la voz, jugaban en la calle y se juntaba gente a verlos. Varios ficharon luego por el Kispest, el club de al lado de su casa. La movían tan lindo que “el tío Joszeph”, carnicero de la cuadra, había fijado “un premio extraordinario” si ganaban en los desafíos contra los chicos de otras barriadas: una salchicha para cada uno. Era la época de entreguerras, de auténtica pobreza en muchos países de Europa. Terminaban sudados, raspados, extenuados, se dejaban la piel por esa salchicha.

A sus quince años, Pelé firmó su primer contrato con el Santos por 12 dólares. Eran 6.000 cruzeiros de la época. Nada. Para terminar de convencer al padre, que dudaba, los dirigentes agregaron: “pero también tendrá casa y comida”. La casa era la pensión del club, bajo las tribunas, y la comida se servía en lo de doña Georgina, que trabajaba para el Santos. O Rei compartía pieza con Coutinho, el genio del toque corto. Georgina les cocinaba todo lo que les gustaba. Fue el tiempo más hermoso de su vida. Como Bergomi y Bochini, Edson le dedicó diecinueve años al Santos. Nunca amagó con irse.Existía “el amor a los colores”, un sentimiento intangible pero real, que se traduce en una palabra: RESPETO.

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Seis cupos grabados en piedra

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 22 de noviembre de 2024 / 00:15

Siempre que se acerca el final de una competición reaparece un eufemismo familiar: el “matemáticamente hablando”. “Matemáticamente hablando” todo es posible, incluso que Perú -el colista- clasifique de manera directa al Mundial. “Futbolísticamente hablando” es otra cosa.

Ahí la ilusión se fundamenta en el juego. Perú debería ganar los seis partidos que restan para aspirar al sexto puesto. Y los de arriba perder tupido. Pero, ¿cómo podría lograr tal proeza un equipo que no hace goles…? Ha marcado sólo 3 veces en 12 juegos, a una media de 0,25 y nadie gana 0,25 a cero. Hay que anotar al menos uno. Y esos tres tantos fueron marcados por dos zagueros centrales y un centrocampista.

Su delantero principal, Paolo Guerrero, es un hombre de 41 años (los cumple en 40 días). De modo que el “matemáticamente hablando” carece de cualquier sustento.

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La Eliminatoria puede dividirse en tres tercios de seis fechas cada uno. Ya se han disputado dos tercios y queda uno -18 puntos-, pero todo indica que los seis cupos directos al Mundial 2026 ya están grabados en piedra, son Argentina, Uruguay, Ecuador, Colombia, Brasil y Paraguay. Los cuatro restantes deberán pelear el 7° puesto, el del repechaje. Es posible que muchos partidos del próximo año sean “amistosos por puntos”, porque en ellos no se jugará nada relevante. Por ejemplo, el Argentina-Brasil. La Eliminatoria se fue de vacaciones hasta el 20 de marzo, dejando mucho retazo.

Bombazo. El triunfo de Ecuador sobre Colombia en Barranquilla con diez hombres. Espectacular es poco. Logrado con las armas que son su sostén habitual: la Defensa de Oro y su Goleador de Oro. Enner Valencia, hace poco abucheado en Quito, convirtió un gol de esos que no se olvidan, corajeando entre cinco, gambeteando y clavando un zurdazo bajo desde fuera del área al eficientísimo arquero Camilo Vargas. Gol que lo define como jugador: bravo, fuerte, decidido, guapo. Luego, la retaguardia aguantó todo, como es costumbre, por algo tiene la valla menos vencida de la competencia, porque es la que mejor la defiende: 4 caídas en 12 partidos. Y hace cinco fechas que no le convierten. Nadie le hizo más de un gol a Ecuador.

Puntos. Ecuador figura en las posiciones con 19 unidades, pero lo real es que consiguió 22. Los tres menos corresponden a una penalidad. Eso es lo que debe considerarse ante un análisis de rendimiento.

Creencia. Por regla general, en Colombia existe la idea de que en futbol se es más que Ecuador, pero, al menos en la última década, esto no se refleja en resultados. Ni en clubes ni en selecciones. Es justicia decir que Colombia creó muchas situaciones de gol, sin embargo, fallarlas no es un mérito. Sí son meritorias las tapadas del arquero Hernán Galíndez, ya definitivamente dueño del puesto en la Tricolor sin discusión, muy por encima de Ramírez o Domínguez.

Nocáut. La doble jornada para Colombia, con cero punto de cosecha. Frente a Uruguay cayendo en el minuto 100, ante Ecuador jugando 66 minutos con uno más. Esto de la ventaja numérica ya le pasó con Bolivia, contra el que estuvo 82 minutos once frente a diez y cayó 1 a 0. Para Néstor Lorenzo, hay que barajar y dar de nuevo. Para muchos jugadores, auscultarse, ver qué están haciendo mal. Y recuperar la humildad. Luis Díaz debe encontrar en la selección al jugador del Liverpool. James está sin fútbol. Otros, como Richard Ríos y Jhon Jader Durán, bajar al llano. Desde la semifinal de la Copa América -triunfo 1-0 sobre Uruguay-, Colombia no ha vuelto a brillar, a gustar, a convencer.

Intensidad. La que no tuvo Bolivia para vencer a Paraguay. Fue la selección que dispuso más tiempo de sus jugadores, dos semanas. Ocho de ellos ni siquiera viajaron a Guayaquil a enfrentar a Ecuador, estaban superdescansados, mientras Paraguay venía de una batalla frente a Argentina. Pero Bolivia le jugó livianito, sin forzar la máquina. Y eso le dio aire a la Albirroja. Al final, por como se dio el partido, Bolivia no perdió dos puntos, salvó uno, porque estaba para perderlo. Si en El Alto no ahoga a sus rivales no tiene mucho sentido El Alto.

Defensivo. El fútbol tiene dos fases: defensa y ataque. Perú, o su técnico Jorge Fossati, muestran una sola: la primera. Así es imposible. Frente a Argentina, se olvidó que había otro arco enfrente, no pateó. Puso línea de cinco pegada al arquero Gallese y, delante de ella, otra de cuatro, tres volantes y Valera, un “delantero”, corriendo a todos los argentinos. Como decía un viejo entrenador argentino, muy especulativo él, “ocho atrás y dos defendiendo”.

Generación. Salvo una patriada solitaria como la de Enner Valencia, para que haya gol primero debe haber situación de gol. Ante Perú, otra vez Messi inventó una jugada por izquierda y puso el pase decisivo para la chilena de costado de Lautaro Martínez. Maravillosa definición de la estrella del Inter, que alcanzó a Maradona en goles de selección: 32. Y aún tiene 27 años, Lautaro, puede sumar muchos más.

Recambio. Argentina mejoró ante Perú su famélica producción con Paraguay. Pero le falta frescura en ataque, creatividad, maniobras claras de gol. Igual, mantiene su seriedad competitiva. Lionel Scaloni adelantó que para 2025 habrá jugadores nuevos. “Los que no jueguen en sus equipos, a partir de ahora va a correr de atrás”, declaró. Hay tres apuntados que pueden perder su silla: Enzo Fernández, ya suplente fijo en el Chelsea, Leandro Paredes y Gonzalo Montiel, estos sin lugar en la Roma y en el Sevilla. Además, Argentina ya está virtualmente clasificada y debe utilizar todo el 2025 para probar variantes y nombres nuevos de cara al Mundial.

Estadística. La de Vinicius en esta Eliminatoria: 7 partidos, 0 gol, 0 asistencia, un penal fallado. En el Real Madrid consideran un escándalo que no haya ganado el Balón de Oro, en Brasil no tanto.

Caída. La de Venezuela. Terrible. Al pararse el Premundial para disputarse la Copa América marchaba cuarto con 9 puntos y buen fútbol. Incluso en la Copa de Estados Unidos ganó invicto su grupo e invicto se retiró tras caer por penales ante Canadá. Pero el retorno a la Eliminatoria fue pésimo: 3 puntos sobre 12. Y recibiendo 12 goles. Lo insólito es que esos tres puntitos que sumó fueron ante los más difíciles: tres empates con Uruguay, Argentina y Brasil. Hoy está octavo con 12 unidades. Una campaña inexplicable.

Volver. El verbo que conjuga Uruguay. Pasada la “tormenta Suárez”, recuperó el ánimo y logró una victoria tan sanadora como postrera ante Colombia y un empate con sabor a bueno ante Brasil en Bahía. Uruguay tuvo que lidiar en este segundo tercio del clasificatorio con una inusual cantidad de lesiones y suspensiones. Al regreso de la Copa América debió enfrentar a Paraguay sin doce elementos que habitualmente son titulares o alternan. En marzo, cuando se reanude la marcha, tendrá seguramente a todos disponibles y se tornará aún más duro.

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No es grave, todos ganan y todos pierden

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 17 de noviembre de 2024 / 21:39

“Uruguay es tan chico que para tirar un córner te tenés que ir a otro país”, bromeaba Marcos Lubelski, empresario futbolístico rosarino residente en Montevideo, quien sentía verdadero cariño por la patria de Artigas.

Esa miniatura demográfica que, toda entera, cabe seis veces en San Pablo, cinco en Buenos Aires y tres en Bogotá. Es lindo el “paisito”… pero duro futbolísticamente para el visitante.

Te lo hace sentir. Para dar una idea: siete veces se disputó la Copa América en tierra charrúa y nunca perdió un partido: fueron 31 triunfos y 7 empates, con 90 goles a favor y apenas 18 en contra. Ello muestra que como anfitrión puede ser amable, aunque no hace concesiones. Te hace pasar, pero tiene al perro al lado gruñendo…

Es cierto, Uruguay es resultado. Nunca tuvo compromiso con el juego, la estética es un problema de los otros, pero al resultado se llega con algo y, si le faltó preciosismo, le sobró temperamento. La actitud, la entrega, el compromiso son innegociables allí.

El mejor elogio a la Celeste es decir que nadie quiere jugar contra Uruguay. Ni Brasil (los uruguayos no le piden autógrafos a los brasileños, y menos desde el Maracanazo). Nunca se escuchó a nadie decir: “¡Bien…! Nos toca Uruguay”. Uruguay es el dentista en el juego de la pelota.

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Eliminatorias de terciopelo

En esta Eliminatoria, ya le ganó a Brasil, Argentina, Colombia y Chile. Que pase el que sigue… Luis Suárez le quemó el rancho a Bielsa. Vio que él ya no podía y prendió fuego desde afuera, pero el viernes Uruguay lamió sus heridas ganando un partido increíble a Colombia. Intuíamos que era el duelo más atractivo para ver siendo neutrales, como lo fue la semifinal de la Copa América en Charlotte.

Y resultó hermoso, vibrante, intenso, cambiante, dramático. ¡Esto es el fútbol…! No sólo presionar y presionar, también soltarse, atacar. Ganaba Colombia, ganaba Uruguay, empató Colombia, ganó Uruguay… Igualar a los 96 minutos es emocionante, perder a los 100 es decepcionante. Pero así es este juego maravilloso. Por eso los hinchas somos eternos peregrinos que buscan ese pedazo de fútbol que nos alegre el espíritu. Cruzamos ríos, atravesamos desiertos, escalamos montañas, desandamos valles, recorremos miles de partidos, muchas veces soportando tedio y cero a ceros hasta hallar una perla como esta de Uruguay 3 – Colombia 2.

Bello juego para los neutrales, épico para los uruguayos, amargo para los colombianos. Sin embargo, hay que acostumbrarse a esto. El fútbol está totalmente emparejado y perder es una posibilidad real. Argentina cayó ante Paraguay, Brasil apenas rascó un empate en Venezuela… Hasta el final del primer tiempo era un apacible triunfo colombiano, trastocado en el minuto 57 por un desgraciado gol en contra de Dávinson Sánchez, que hasta ahí era una figura enorme anticipando y rechazando. Uruguay estaba en la lona, se levantó y noqueó. Tres minutos después del 1-1, una buena combinación Maxi Araujo, Olivera, Aguirre permitió el 2-1 celeste que nadie podía imaginar y empezó otro partido, más vertiginoso, impredecible, de ida y vuelta total.

Entre el primer y segundo gol uruguayo hubo una contra de Colombia encabezada por Jhon Jader Durán con superioridad numérica, era pase cantado a Luis Díaz, pero Durán hizo la personal y la tiró afuera. Los compañeros lo miraron mal. Jhon Jader tiene grandísimas condiciones, puede ser una estrella en Inglaterra, sin embargo, debe bajarse del caballo. Como dicen los brasileños, “ele cree que joga mais do que joga”. No entendió todavía el espíritu colectivo de esta Selección Colombia. Esa jugada daba para anotar el 2-1. Uno piensa: por algo Unai Emery nunca le da la titularidad en el Aston Villa. Al ratito, Lorenzo lo cambió. Hay que ver si el martes lo vuelve a alinear de entrada.

* Basta de Suárez. Es lo que parece decir el triunfo uruguayo sobre Colombia. El terremoto que causaron las declaraciones del “Pistolero” quedarán atrás con este 3 a 2. Suárez no está más, la vida sigue.

* El milagro Alfaro. Días pasados sosteníamos que, en el fútbol actual, el técnico representa el 60% del éxito o el fracaso de un equipo. Tal vez más. Scaloni es un ejemplo, Lorenzo otro, Hansi Flick en el Barcelona, uno más. Y ahora lo de Alfaro, que ha obrado una transformación de asombro en Paraguay. Cinco presentaciones, invicto, tres triunfos y dos empates. Y dando vuelta los últimos dos, ante Venezuela y Argentina. Recuperó la garra guaraní, el estilo defensivo que caracteriza al futbolista paraguayo. Revolucionó el medio, hay una euforia nacional. Paraguay parecía encaminarse a una nueva frustración (lleva tres Mundiales sin ir), ahora todos aseguran que clasifica. Había jugadores, faltaba despertarlos. Le ganó bien a una Argentina algo aburguesada.

 * ¿Sin recambio…? Argentina sigue liderando las posiciones y con total seguridad irá al Mundial. Pero el motor está fallando. Ya suma tres derrotas, tres en once juegos. No es poco. No juega relajado, pero hay un aflojamiento general inconsciente. Messi no va a vivir para siempre. Alguien más debe ayudar a resolver los problemas. No se advierte un recambio. O no hay otros de este nivel o Scaloni no se anima a ponerlos para no fallarles a los que le dieron tanto. Juegan siempre los mismos, aunque no estén rindiendo. Uno de los que encarna la renovación es Alejandro Garnacho, del Manchester United. Fue tan pobre lo suyo que en solo 32 minutos puso en duda todo su futuro en la selección. Lo mejor que le puede pasar a la Albiceleste es que termine este año y volver con nuevos aires en marzo. Pero no será un arranque fácil: enfrentará a Uruguay en Montevideo…

* Anuncio. Brasil, este Brasil modesto de nuestros días, no pudo con Venezuela. Otra vez defraudó Vinicius, que además falló un penal (se lo tapó el arquero Romo). Con un agregado: debía patearlo Raphinha, el que mejor remata. Pero había que dárselo a Vini para que se reivindicara. Y salió mal. Hay algo peor: el anuncio de que la CBF está buscando un técnico grosso para el Mundial. Un Pep Guardiola, un Ancelotti para sustituir a Dorival Junior. Obviamente, esto viste de precariedad el proceso actual. Nunca es bueno ventilar ese tipo de deseos cuando hay otro profesional trabajando.

*Apuesta brava. La de Óscar Villegas, de ir a Guayaquil con un equipo B. Se sabía. Al mínimo error Ecuador lo podía facturar. Y el de José Sagredo no fue un error sino un horror: penal por una mano imprudente, absurda, increíble, expulsión y gol del 0 a 1. Ahí se derrumbó todo. No obstante, el entrenador tiene el crédito intacto. Si él diseñó esta estrategia para derrotar a Paraguay, hay que apoyarlo.

 * En cancha, 19. La tabla miente con Ecuador: dice 16 puntos, pero, en rigor, en cancha ganó los mismos 19 que Uruguay y Colombia, pasa que le descontaron tres por el famoso caso del colombo-ecuatoriano Byron Castillo. Un equipo excepcional en defensa, discreto del medio hacia adelante al que es complicadísimo vencer. Es más fácil cruzar el Sahara a pie que la línea compuesta por Angelo Preciado, Félix Torres, William Pacho, Piero Hincapié y Pervis Estupiñán. De lo mejor del mundo, sin duda.

No hay grandes reproches para nadie, ni para Argentina, ni para Colombia ni para Bolivia. Perdieron y a otra cosa. Todos ganan y todos pierden.

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