Monday 20 Jan 2025 | Actualizado a 02:06 AM

Alf Common comenzó todo

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 4 de febrero de 2024 / 20:39

Acababa de terminar la primera rueda de la temporada 1904-1905 en Inglaterra. En un intento desesperado por salvarse del descenso, el Middlesbrough pagó al Sunderland 1.000 libras esterlinas por el goleador Alf Common.

El profesionalismo llevaba apenas dieciséis años en la cuna del fútbol y mucha gente aún consideraba indecente cobrar por jugar, incluso que se pagara por un traspaso. Las mil libras generaron escándalo.

 La prensa habló de “carne y sangre a la venta”, dando a entender que los jugadores eran objeto de esclavitud. También escribió: “estamos tentados a preguntarnos si los futbolistas llegarán a ser rivales de los caballos pura sangre de carreras en el mercado”.

No es que Common hiciera la gran Haaland, apenas anotó 4 goles en los diez partidos que quedaban de campeonato, pero contribuyó a mantener la categoría. En su debut, el Middlesbrough, que no ganaba un partido como visitante desde hacía dos años, se impuso a domicilio al Sheffield United por 1 a 0 y el corpulento Alf marcó el gol mediante un penal.

Por el altísimo precio de su transferencia en aquella época, figura entre las 100 leyendas del fútbol inglés. Con Common comenzó la carrera de los fichajes, convertida luego en parte esencial de la actividad. El fichaje de Alfredo Di Stéfano es el hito supremo en la vida del Real Madrid. Él lo convirtió en lo que es.

En marzo de 1963, un ragazzo de 18 años que venía descollando en la Serie C con el Legnano pasó al Cagliari, de la Segunda de Italia: era Gigi Riva. Un pase intrascendente. “Después de derrotar a España en Roma en un partido de juveniles con la selección, mi entrenador en el Legnano me dijo que me habían vendido. Yo pensé que al Bologna, pues había visto en La Gazzetta que me seguían. O al Inter, del cual era hincha. Pero no: me traspasaron al Cagliari. Fue como si me pegaran un tiro, no me parecía un buen destino”, recordó Riva años después.

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Cerdeña era una isla en el sur, completamente apartada y despreciada por el poder político, social y económico del norte. “Una tierra de pastores y bandidos”, criticaban. “Eran años en los que decir ‘te mando a Cerdeña’ era una forma de mandar a la gente a un sitio terrible”, refería Gigi. Pero agachó la cabeza y firmó, como debían aceptar todos los futbolistas de antaño. Ellos no decidían, simplemente el club les decía “te vendimos a tal equipo”. Un dirigente llamaba a otro y preguntaba “a cómo está el kilo de Riva”. Y, si les convenía, compraban.

Sesenta y un años después, River se interesó en Rodrigo Villagra, buen jugador de Talleres de Córdoba. Hubo algunos tironeos lógicos en la negociación, Talleres pedía 10 millones de dólares, River se estiraba hasta 7. Entre oferta y demanda, y ante el temor de que la operación se cayera, Villagra amenazó al presidente de Talleres, Luis Fassi: “Si no me vendés a River nos vamos a tener que cagar a trompadas”. Un caballero, Villagrita. River finalmente convino pagar 8 millones y Villagra ya es millonario. Acordó un vínculo por cuatro años. La pregunta es: ¿si mañana le llega una oferta del Milan o el Chelsea, también querrá trompear al presidente de River…?

Entre Gigi Riva y Rodrigo Villagra hay un mundo. El resultado es que los futbolistas son los dueños absolutos del fútbol. Ni la FIFA ni los clubes ni los patrocinadores: ellos. Y los contratos tienen un valor relativo, apenas sirven para resguardar las cifras (resguardarlas para el jugador), pero ninguna validez en cuanto al tiempo. Si el club no paga, la FIFA lo intima, lo sanciona, lo puede descender de categoría o incluso desafiliar.

Si es necesario, el futbolista le hace rematar la sede o el estadio, pero cobra siempre. Por el contrario, si el jugador quiere irse por recibir una oferta sustanciosa, se va, aún con contrato vigente. Nadie puede detener a un protagonista cuando desea marcharse. Ni el Bayern Munich pudo hacerle cumplir a Lewandowski lo que tenía firmado. Dijo “no juego más en el Bayern” y no se presentó a la pretemporada. El multicampeón alemán tuvo que aceptar lo que le dieron y el goleador enrumbó a Barcelona. En esos casos la FIFA no abre la boca. FIFA les tiene pánico a los futbolistas, hace lo que sea para agradarles. La FIFA vive inventando torneos para generar más y más dinero, y necesita que jueguen. No hay baile sin bailarines. FIFA no repara en que el club es la base de la pirámide. Sin clubes tampoco hay circo. En el principio de los tiempos, los clubes se unieron y fundaron las asociaciones, y las asociaciones crearon la FIFA.

El club pone el estadio, los hinchas, contrata a los futbolistas, a los técnicos, organiza el espectáculo, emplea a decenas de funcionarios, vende las entradas, se encarga de la seguridad del espectáculo, la sanidad, el transporte de las delegaciones, la difusión, vela por el comportamiento del público, invierte sumas siderales en fichar refuerzos, monta las divisiones formativas para generar nuevos cracks… Y está bajo la bota de la asociación, la confederación, la FIFA y los mismos jugadores. Éstos, si les va mal exigen hasta el último centavo del contrato. “Es lo que se estipuló”. Si les va bien piden aumento o se quieren ir antes. Y alguno que otro devuelve una pequeña parte de lo que recibió al llegar. Porque ese es otro tópico: cambiar de club permanentemente rinde. Lo más sustancial, lo que se cobró al principio, rara vez tiene retorno.

En una gruesa mayoría de casos, el club forma al jugador desde los 13 ó 14 años. Le proporciona profesores, médicos, infraestructura, contención anímica, competencia para que se desarrolle, muchas veces ayuda a sus padres. Cuando llega a Primera, el joven se olvida de todo, quiere un dinero o se va. El dueño de su destino es su representante. El dirigente no puede hacer nada. Hay una idea, completamente equivocada, de que los clubes manosean a los futbolistas o los engañan. Es justo al revés.

Dembelé fue una ruina para el Barcelona. Pagó por él 135 millones de euros al Borussia Dortmund, le hizo un contrato de 14 millones anuales por 5 años (70 M€), a los que debe agregarse la comisión del agente (otros 20 M€). Total, 225 M€. Estuvo 784 días lesionado más otros 26 suspendido (810 días inactivo). En 6 años marcó apenas 42 goles. No se recuerda que ganara un partido por Dembelé el Barsa. Si alguna vez salió campeón fue por el resto del equipo, no por él. Cuando Xavi le había dado plena confianza y debía acometer su séptimo curso, dejó de ir a entrenar y se declaró en rebeldía para forzar su pase al Paris Saint Germain. Por supuesto, el Barça tuvo que liberarlo. Recuperó, al menos, 50 millones. En el libro negro de las desgracias, Dembelé pelea el primer puesto.

Antiguamente los clubes ejercían un dominio desmedido sobre el jugador, había un sometimiento arbitrario: “si no firmás por lo que se te ofrece te colgamos”. La Ley Bosman cambió radicalmente la ecuación. Ahora los clubes son explotados por los jugadores. En Perú, para normalizar la economía de los clubes se puso un tope de 25 profesionales por plantel. Inmediatamente los integrantes de la Selección (Paolo Guerrero, Luis Advíncula, Pedro Gallese, Pedro Aquino, Piero Quispe, Luis Abram, Miguel Araujo) advirtieron que no jugarán los próximos amistosos si no se vuelve al número de 27 atletas con contrato porque la medida afecta al gremio. Aunque sean malos, hay que asegurarles la pega.

Se pasó de un extremo al otro. Hoy, el fútbol tiene un único amo: el jugador.

(04/02/2024)

Los títulos no explican todo

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 19 de enero de 2025 / 21:13

No llegan a diez. Hubo cientos de futbolistas excepcionales a lo ancho de la historia (¿por qué siempre a lo largo…?) y sólo 9 han ganado los tres títulos más codiciados: el Mundial, la Champions y el Balón de Oro.

Colectivos los dos primeros, individual el último. Ser campeón mundial es un sello que se lleva hasta el otro mundo. Es taaaaannnn difícil serlo que, aunque pasen cincuenta años, los presentarán en toda reunión o evento como “el señor tal, campeón mundial…” La Champions, a su vez, barniza de glamour y prestigio, y el Balón de Oro es un título de nobleza para toda la vida.

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Uno dice “Ruud Gullit, Balón de Oro 1987”, “Hristo Stoichkov, Balón de Oro 1994”… Casi deberían incluirlo en sus tarjetas de presentación. Cada vez que el liberiano George Weah es citado en una noticia se privilegia su condición de Balón de Oro 1995 antes que de presidente de su país. Y con frecuencia esto ni se menciona.

Son tres honores inigualables en el universo fútbol. Y apenas nueve predestinados han recibido ese beso de la gloria: dos alemanes, Franz Beckenbauer y Gerd Müller; tres brasileños, Rivaldo, Ronaldinho y Kaká; un inglés, Bobby Charlton; un italiano, Paolo Rossi; un francés, Zinedine Zidane; y un argentino, Lionel Messi.

Que Maradona, Pelé y Di Stéfano no integren esta selectísima galería parece una locura, casi blasfemo, aunque tiene una sencilla explicación: todos los jugadores tienen una carrera diferente. Pelé, por ejemplo, no jugó en el Viejo Continente, caso contrario podría haber levantado alguna Copa de Europa. En el apogeo de Maradona se otorgaba el Balón de Oro sólo a futbolistas de nacionalidad europea, por eso en 1986, cuando Diego deslumbró al planeta entero, el premio recayó en el ruso Igor Belanov, que estaba futbolísticamente a millones de años luz del Pibe de Oro. Di Stéfano inventó un club llamado Real Madrid, le imprimió su carácter indomable, pero siempre estuvo a contramano de la suerte en materia de selección, tanto con Argentina como con España. Fue campeón de Copa América, le faltó la del Mundo.

Para los títulos grupales se requiere no sólo del talento propio sino de una combinación de factores: pasar por un buen momento, integrar un equipo ganador, tener un técnico capaz, que no haya lesionados o suspendidos, que toque una ruta accesible… Y esa pizca de suerte indispensable. En el último instante de la final de 1978 entre Argentina y Holanda empataban 1 a 1. Una bola larga superó al marcador albiceleste Jorge Olguín, entró por detrás como una ráfaga Rensenbrink y, sin pararla, a la carrera, mandó un zurdazo que equivalía a una corona del mundo: si entraba, campeón Holanda. Fillol estaba vencido. Se detuvo el corazón de millones de argentinos… Pegó en el palo. Fueron al tiempo extra y ganó Argentina 3 a 1. Kempes no hubiese sido héroe, Rensenbrink sería un personaje nacional en su país, hoy nadie lo recuerda. Todo hubiese sido diferente.

Que Zico, Falcao, Sócrates, Junior, Toninho Cerezo no fueran campeones del mundo en aquel inolvidable Brasil de Telé Santana es casi increíble, era una orquesta que irradiaba un fútbol musical, precioso. Sin embargo, se topó con una Italia fantástica, seguramente la mejor de toda la historia, la de 1982. Defendía y atacaba con extraordinaria eficacia. Y con un Paolo Rossi que esa tarde tenía el teléfono de Dios. Tres estocadas de muerte le aplicó Paolo a Brasil y esa historia mundialista cambió abruptamente su capítulo final.

Los títulos, como los goles, son importantísimos, aunque no explican todo. Sí ayudan a dimensionar la grandeza de un deportista. Por esos vericuetos del destino se escapa para muchos el momento cumbre: la foto del festejo con la copa. Di Stéfano, Puskas, Gento, Kubala, Gianni Rivera, Sívori, Eusebio, Spencer, George Best, Zico, Teófilo Cubillas, Cruyff, Maldini, Baggio, Falcao, Sócrates, Junior, Platini, Gullit, Van Basten, Michael Laudrup, Rummenigge, Hugo Sánchez, el Pibe Valderrama, Batistuta, Butragueño, Cantona, Ryan Giggs, Dennis Bergkamp, Ibrahimovic, Beckham, Rooney, Neymar, Luis Suárez, Cristiano Ronaldo, Modric, Hazard, Lewandowski, Benzema, Harry Kane y decenas de notables más no obtuvieron el laurel mundialista y fueron o son sensacionales intérpretes del fútbol. Que Puskas, Cruyff o Zico no sean campeones del mundo… ¡Increíble!

Messi es el futbolista con más coronaciones en la historia -46- y el segundo con más goles -850-, no obstante, lo más resaltante de su bagaje es su juego, sus gambetas, sus pases geniales y sus asistencias. Si no hubiese acumulado tantos laureles tendríamos el mismo concepto de él. Maradona ganó sólo 12 campeonatos, pero ¿cómo atreverse a poner a Leo o a cualquier otro por encima de Diego sólo por sus trofeos…? Diego fue la épica total, la habilidad suprema unida a la valentía máxima.

Hay mil imponderables y circunstancias que confluyen para alcanzar el éxito. Y una muy importante: la calidad de los compañeros. Messi intentó por todos los medios que Neymar no abandonara el Barcelona, sabía que con él ganarían más cosas. Lo acaba de confesar Ney en una entrevista exclusiva que le hizo Romario: “No me fui del Barca pensando en ser el mejor del mundo. En mi última semana allí, Messi me preguntó: ‘¿Te vas porque querés ser el mejor del mundo? Te haré el mejor del mundo’, pero no se trataba de eso. Económicamente, (PSG) era mejor de lo que tenía en Barcelona y había brasileños jugando en París, estaba Thiago Silva, a Dani Alves recién lo habían firmado, Marquinhos, Lucas Moura, todos eran mis amigos. Quería arriesgarme”. Su partida fue un desastre para el Barça, que se debilitó notoriamente.

Ronaldo Nazario, Romario, Ibrahimovic, Van Nistelrooy, Michael Ballack, Eric Cantona, Batistuta, Kempes, Lothar Matthäus, Michael Owen, Roberto Baggio, Cannavaro, Totti no abrazaron la Copa de Europa, les faltó esa foto pese a sus campañas brillantes. Y otros, geniales, no recibieron el Balón de Oro. En varios casos, por injustas elecciones.

Lo más increíble de este rubro se llama Harry Kane. En 14 temporadas lleva 431 goles, siempre en el máximo nivel posible: Premier League, Selección de Inglaterra, Bayern Munich, máximo artillero histórico del Tottenham y de su selección y nunca pudo gritar campeón. De nada, ni de una copa menor. Una fatalidad. Fue al Bayern, que venía de coronarse en once Bundesligas consecutivas y quedó tercero. Ni siquiera una Copa de Alemania. Aún así, lo recordaremos como un delantero fantástico, de gol y clase, armador de juego, asistidor, jugador de equipo, gran capitán, siempre positivo.

Y su antípoda es Julián Álvarez, un caso único en la historia de este deporte, un buen elemento que a los 23 años ya había reunido 16 consagraciones, lo máximo a que puede aspirar un futbolista: campeón mundial y dos veces ganador de Copa América con Argentina, cinco torneos logrados con River, entre ellos Copa Libertadores y campeonato nacional, dos Premier League, Copa Inglesa y Champions con el Manchester City, además de otros certámenes menores. Y ahora se encamina a conquistar la Liga española con el Atlético de Madrid. Más que un fenómeno es un talismán. Lleva 112 goles totales, no demasiado. ¿Es Julián Álvarez más que Harry Kane…? No lo creemos.

Sólo aquellos 9 recibieron el guiño del destino. Mérito extraordinario, aunque los títulos no explican todo.

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Flick, tacticista y paternalista

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 16 de enero de 2025 / 00:13

Sin buenos jugadores, no hay táctica que valga. Carlo Ancelotti lo sabe mejor que nadie. Prueba irrefutable es su Real Madrid: es el actual campeón de España y de Europa, tiene el plantel más cotizado del mundo, pero pidió refuerzos urgentes a Florentino Pérez, para antes del 31 de enero, cuando cierra el mercado invernal.

Quiere, mínimo, un central de categoría y un lateral derecho contrastado (interesa Alexander Arnold, del Liverpool). Si puede alguno más, impecable. Seguramente Carletto se considera a sí mismo un entrenador competente, pero quiere más garantías en el campo.

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Está claro, entonces: esto no es ajedrez, nadie puede jugar con fichas ni con muñequitos de metegol y ser campeón del mundo. Pero ahora, más que nunca, está comprobado que sin un buen técnico no hay proceso que prospere, aún con una nómina brillante. Cantidades de clubes y selecciones fracasaron teniendo excelentes futbolistas, aunque sin un conductor capaz de guiarlos al éxito. Porque no logró conjuntarlos, porque no tenía la táctica adecuada, por no conformar un equipo o bien por no ser capaz de armonizar el grupo humano.

Un plantel de jugadores correctos bien conducidos puede igualar o superar a otro de mejores individualidades, pero mal dirigidos. Sobre todo, en la actualidad, donde la preparación física ha alcanzado un punto tal vez máximo: ya no se puede correr más rápido o con mayor intensidad llevando una pelota. Y sólo con el factor físico cualquier equipo complica a su adversario. “Si a un equipo malo lo dejamos jugar, lo convertimos en bueno; si a uno bueno lo apretamos a fondo lo reducimos a discreto o malo”, les decía a sus dirigidos don Raúl Pino, lúcido estratega chileno de los ’70 a los ’90, que dirigió a la Selección Boliviana y varios clubes.

En el Mundial de 1930 ni se sabía quiénes eran los entrenadores de las selecciones; entonces no revestían ninguna importancia. Los equipos eran armados por los delegados al torneo, o bien estos designaban al capitán y este formaba el cuadro; de táctica ni se hablaba, apenas algunos lineamientos generales como “hay que atacarlos”, o bien “salgamos a esperar a ver cómo se desarrolla el partido”. El llamado “entrenador” era una especie de hermano mayor que daba unas afectuosas palmadas antes de entrar al campo y profería alguna frase animosa como “vamos que hoy ganamos”. Nos lo contó Francisco Varallo, delantero argentino en aquella primera Copa Jules Rimet: “Figuraba como técnico Francisco Olázar, pero él no se metía para nada, ahí los que mandaban eran Monti, Paternoster, Nolo Ferreyra… Eran los mayores y daban las indicaciones, jugá por derecha, hacé esto o aquello…”

Recién muchos años después el entrenador fue perfilando su gravitación, hasta convertirse en director técnico, luego en estratega y, en los últimos tiempos, en conductor de grupos, esto último tan esencial en este tiempo que nadie se arriesga con un profesional que tenga “problemas de vestuario”. Ya no existe duda alguna sobre la importancia capital del DT. Nadie quiere equivocarse porque después todo el proyecto queda en sus manos. Él deberá encontrar los jugadores más capaces, la mejor táctica y llevar las riendas con buen ambiente y firmeza.

La elección del técnico ha pasado a ser la decisión trascendental de cualquier institución. En ello se basa casi toda la razón del éxito en el fútbol actual. Y el mapa de la felicidad apunta hoy a Barcelona. La hinchada azulgrana ha encontrado, por fin, al mesías: Hansi Flick. No es que sea un descubrimiento, el alemán es el iluminado entrenador que llevó al Bayern Munich al sextete en 2020 habiendo tomado al equipo tras una dolorosa goleada de 1-5 ante el Eintracht Frankfurt. Destituyeron a Nico Kovac y lo subieron como interino. Arrasó. Ganó todo, le dieron la Selección Alemana para el Mundial 2022 y fracasó: se volvieron a casa en primera rueda. Insólitamente, estaba desocupado, lo fue a buscar el Barça y reapareció el Flick sorprendente.

Aún sumergido en deudas y cimbronazos institucionales, el barcelonismo sonríe, ve un presente luminoso y un futuro inmediato espectacular por la nueva camada que componen Gavi, Pedri, Cubarsí, Fermín, Casadó, Balde y, sobre todo, Lamine Yamal, el chico de 17 que es ya la gran estrella del fútbol español. “No sé si Lamine podrá igualar a Messi, pero puede marcar una época, como Messi”, dijo anteayer el exmadridista Guti en El Chiringuito. Y a ellos hay que sumarles a Dani Olmo, Ronald Araujo, el momento estelar de Raphinha y la veterana sabiduría de Lewandowski.

Pero todo encaja porque está Flick, un sujeto sencillo, afable, de perfil bajo, que muestra un presente ilusionante: acaba de ganar la Supercopa de España al Real Madrid, es segundo del Liverpool en Champions, con todas las chances en Copa del Rey y tercero a 6 unidades del Atlético en Liga, pero con toda la segunda rueda por delante. Tres torneos en el horizonte, si pega uno o dos más en su primera temporada será fantástico.

Tiene un magnífico plantel, mucha juventud y ya ha logrado el funcionamiento: lo dicen los números, verdaderamente impactantes: 21 victorias sobre 29 cotejos, con 88 goles marcados (3,03 por partido) y 74,71% de rendimiento. Y el juego, ¿no…? Los dos clásicos recientes ante el club blanco le dieron un espaldarazo extraordinario a la reputación de Flick. Cuatro a cero en Madrid y 5 a 2 en Arabia Saudita, ambos con baile y resultado corto, pudieron ser más escandalosos. “Superpaliza” y “Superbaño” titularon respectivamente As y Marca, los dos diarios ultramadridistas, admitiendo la realidad. Las acciones de Hans-Dieter treparon hasta la estratósfera. Los mismos medios madrileños hablaron de que le dio un repaso táctico a Ancelotti.

Flick borró de un plumazo el clásico estilo del Barça de posesión, pases y más pases: juega directo, sale rápido del fondo, transición breve y ataque. Y aprovecha una delantera letal con Lamine, Lewa y Raphinha. El equipo genera muchísimo caudal en ataque y entre sus logros individuales está, sobre todo, Raphinha, embalado en un 2024-2025 notable con 20 goles y 10 asistencias, además de generar mucho desequilibrio para la diagonal de Lamine o el desmarque de Lewandowski. Flick archivó el ADN Barça y nadie dijo ni mu.

Cuando todo está polarizado entre técnicos tacticistas o paternalistas, Flick rompe el molde: es ambas cosas. Y también exigente. Otro de los jóvenes de La Masía, Pau Víctor, dio una pista sobre el DT oriundo de Heidelberg: “Es muy estricto con la puntualidad, si dice a las 11 en el campo y llegas tres segundos después, para él has llegado tarde». El arquero Iñaki Peña y el lateral Koundé llegaron con retraso a una charla técnica y quedaron fuera de la convocatoria. Pero nadie se molesta, los jugadores están felices con el amable rigor del comandante, siempre sonriente.

Otro punto a favor es que llegó en medio de grandes turbulencias institucionales del club azulgrana, pero él, a lo suyo, nunca menciona el tema en las ruedas de prensa ni se queja de nada, se mantiene al margen. Si lo que un club de este porte busca es un entrenador de prestigio, trabajador, exitoso y con liderazgo positivo, el FC Barcelona acertó la lotería del fútbol.

(15/01/2025)

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La ideología llegó al fútbol

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 13 de enero de 2025 / 00:04

¿Tendrá lugar el Sudamericano Sub-20 en Venezuela…? El torneo, que otorga cuatro cupos al Mundial de la categoría, debe comenzar en diez días, aunque los equipos llegan cuatro o cinco antes.

Las tensiones sociales en el país de Rómulo Gallegos, la situación política que emana hacia el resto del mundo y los enconos particulares con naciones del continente (ningún presidente de América del Sur asistió a la jura del nuevo mandato de Nicolás Maduro y una mayoría desconoció los resultados electorales que lo ungieron) han generado que tanto Argentina como Uruguay pidieran a la Conmebol el traslado de la sede del Sub-20 a otro país.

Esto, además, porque un ciudadano argentino que iba a visitar a su familia fue detenido al intentar ingresar en la frontera Cúcuta-San Cristóbal y luego acusado de terrorismo.

Hay un antecedente: Perú se ausentó del Sudamericano Sub-20 jugado en 1981 en Ecuador pues en ese mismo momento ambos países estaban inmersos en un enfrentamiento armado en una zona fronteriza llamada Falso Paquisha. De resultas, hubo 33 muertos. No obstante, es una situación inédita que, por razones políticas -o eminentemente ideológicas- una o más selecciones no acudan a un torneo o soliciten cambio de sede. Ojalá no suceda, sería triste.

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Con nuestras diferencias vecinales y regionales, siempre hemos mantenido una identidad común los sudamericanos. Pero a nivel mundial no es nuevo, las guerras y la política han golpeado al fútbol a lo largo de la historia. Debido a la guerra con Ucrania, Rusia ha sido impedido de disputar los Mundiales 2022 y 2026. Eritrea, por su parte, desistió de jugar la Eliminatoria africana por la posible deserción de sus jugadores en los partidos de visitante. Es un régimen hermético donde hay servicio militar obligatorio desde los 17 años hasta los 50.

El primer coletazo fue en 1916. Aún no existían los Mundiales (comenzaron en 1930), el único torneo ecuménico de fútbol era el de los Juegos Olímpicos. Tocaba disputarlo en las Olimpíadas de 1916 en Berlín (nada menos), pero estas fueron anuladas a causa de la Primera Guerra Mundial, de la que justamente Alemania fue su propiciador.

Bolivia y Paraguay habían disputado en Uruguay el primer Mundial, sin embargo, en 1934 ni tiempo tuvieron de pensar en asistir a la segunda edición, en Italia: estaban trenzados en la terrible Guerra del Chaco (1932-1935). No sólo no competían sus selecciones, tampoco había torneo nacional. Más que eso, el tradicional club The Strongest aportó al ejército boliviano un batallón completo de 600 combatientes compuesto por sus jugadores del primer equipo, dirigentes y socios, lo cual es reconocido como una gesta nacional.

España ya había demostrado ser una fuerza considerable en los Olímpicos de 1920 (fue subcampeón), pero no pudo participar del Mundial de Francia 1938 por estar en plena guerra civil, una de las contiendas internas más graves de la humanidad. Tampoco acudió Austria, ya clasificada, por haber sido anexada por Alemania.

La atroz Segunda Guerra Mundial arrastró en su curso de muerte y destrucción las Copas del Mundo que debieron disputarse en 1942 y 1946, canceladas para siempre. El torneo regresó recién en 1950 en Brasil. La FIFA celebró que se realizara en Sudamérica y no en Europa, que aún intentaba reponerse de los estragos bélicos. Brasil vivía en paz y en moderado progreso. Preparó para la competencia el grandioso Maracaná y la ausencia de Argentina le permitía pensar con cierta seguridad en coronarse, pero apareció la gloriosa Celeste uruguaya y le arrebató el sueño. Costó reinstaurar la magna competición: sólo 13 equipos se presentaron en Brasil. Alemania y Japón, las potencias del Eje, estuvieron imposibilitados de intervenir. Ambos estaban en ruinas. Aparte de ello, la FIFA los había excluido como miembros en castigo por el desastre causado.

Firmada la paz, en noviembre de 1945 volvió el fútbol en Europa con un amistoso entre Suiza e Italia en Zurich. Las autoridades de la FIFA aprovecharon la ocasión para retomar sus reuniones. No lo hacían desde 1941. «La máxima cordialidad ha presidido esta última reunión en la que considero se ha hecho buen trabajo. No ignoran ustedes que Alemania y Japón han sido eliminados de la FIFA y la decisión sobre Italia queda subordinada a la política que, a su respecto, adoptarán las Naciones Unidas”, declaró su presidente, Jules Rimet, al retorno a Francia. A Italia sí se le permitió acudir a Brasil, porque era el último campeón y porque Ottorino Barassi, presidente de la federación italiana, había guardado celosamente el trofeo en su casa, en una caja de zapatos, para que no lo arrebataran los militares alemanes.

Pocos meses después, en Luxemburgo, se celebró el 45° congreso de la matriz del fútbol y las conclusiones del álgido tema las contaba de nuevo Rimet: “Habiendo comprobado el Comité que tanto en Alemania como probablemente en el Japón ya no existen organizaciones Nacionales capaces de poder asegurar las relaciones del fútbol de estos dos países con el de las demás naciones, decidió provisionalmente que no era posible ninguna relación deportiva entre las Asociaciones el afiliadas a la FIFA y sus clubs de una parte, y Alemania y Japón con sus clubs, de la otra”. Alemania, aún dividida, retornaría en el Mundial de Suiza 1954 para ganarlo, en lo que se denominó “El milagro de Berna”.

En las décadas de 1950 y 1960 muchos países de Asia y África no tomaron parte de las justas mundialistas, estaban metidos de lleno en sus guerras de independencia. Eran incluso colonias, allí nacieron como naciones libres y luego se afiliaron a la FIFA.

El único país que estando en guerra disputó un Mundial fue Irak, que acudió a México ’86 mientras sostenía su larguísima contienda con Irán. Y, más curioso, que fuera ésa su única incursión mundialista. En 1994 le fue prohibido a Yugoslavia concursar en Estados Unidos ’94. Aún existía como entidad política la Federación Yugoslava, compuesta por Serbia y Montenegro. Pero, dado que Serbia desató la Guerra de los Balcanes, fue excluida de la Eurocopa 1992 y no se le permitió ser parte de la Eliminatoria del Mundial ’94.

No obstante, el país más perjudicado de todos por las guerras en relación a los Mundiales fue Argentina, que no tenía problemas con nadie. Su llamada Época de Oro transcurrió en los años ’40 y comienzos de los ’50. Al no haber torneos en 1942 y 1946, el gran público internacional se perdió de ver a aquellos fenómenos como José Manuel Moreno, Adolfo Pedernera, Antonio Sastre, Vicente de la Mata, Tucho Méndez, René Pontoni, Rinaldo Martino y decenas más.

La Copa América era un torneo de élite, quien lo ganaba era potencia universal, como lo había demostrado Uruguay en 1924 y 1928. Y Argentina había conquistado la corona en 1941, 1945, 1946 y 1947. Pero un suceso adicional sería la demostración de su poderío. San Lorenzo de Almagro, brillante campeón argentino de 1946, fue invitado a realizar una gira por Europa.

Deslumbró de tal manera que en España se dijo que el fútbol se dividía “en un antes y un después de San Lorenzo”. El Ciclón goleó 10 a 4 a la Selección de Portugal y 7-5 y 6-1 a la de España. Parecía tenis, pero era fútbol. Y se trataba apenas de una expresión de club del fútbol albiceleste. Fue el equipo que enamoró al Papa Francisco.

(12/01/2025)

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¡Basta de extranjerismos…!

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 10 de enero de 2025 / 00:02

Podemos mirar el horizonte; también verlo, observarlo, admirarlo, otearlo, contemplarlo, avizorarlo, inspeccionarlo, escudriñarlo, escrutarlo, explorarlo, examinarlo, avistarlo, ojearlo, atisbarlo, advertirlo. Todas acciones similares, aunque con connotaciones ligeramente diferentes. Pueden distinguirse con nitidez una de otra gracias a las infinitas posibilidades que nos proporciona el castellano, nuestra lengua, la más portentosa herencia que España nos legó.

¡Somos tan afortunados! Toda Latinoamérica es una cómoda autopista idiomática por la cual transitamos a gran velocidad. Es la maravilla de nuestra lengua, que nos une. Se encuentran un mexicano, dos japoneses, un angoleño, un haitiano y un colombiano en Moscú, ¿qué hacen? Se dispersan, menos el mexicano y el colombiano; ellos se ponen a conversar, van a tomar algo, comienzan a planear juntos una salida. Se reconfortan uno al otro, empiezan a sentirse mejor. Sólo porque hablan el mismo idioma.

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La clavó al ángulo…

De Alaska a Tierra del Fuego, son veinte países conectados culturalmente por esa herramienta tan galana llamada también español. Incluido Estados Unidos, donde habitan hoy alrededor de 65 millones de hispanohablantes.

Esta facilidad de comunicación se fortalecerá en los próximos cincuenta años hasta límites insospechados. El español ya es un idioma global, y crece en porcentajes superiores a otras lenguas, avanza, se multiplica por los migrantes, se prestigia por nuestros literatos. Esto reportará enormes beneficios a Latinoamérica. Ya somos 600 millones en el mundo que hablamos la lengua de Cervantes. Es cierto también que el porcentaje de natalidad en América Latina es más alto que, por ejemplo, el de Europa.

El castellano es lengua oficial de organismos como las Naciones Unidas, la Unión Europea, la Unión Africana, naturalmente la OEA y entidades multinacionales como la FIFA o diversos foros culturales. Hoy es el tercer idioma más importante del mundo detrás del inglés y el francés (el chino, el ruso, el indio son cinco centavos aparte, hay más hablantes, pero en un sólo país y por su extensa población). Un estudio de la revista Science revela que, para el decenio del 2050, será la segunda lengua más hablada, superando al inglés, que está en baja.

Sin embargo, la acechan diversos peligros. 1) La pobreza del lenguaje en los medios, especialmente la televisión (capaz de hacer estragos irreparables). 2) Su capacidad ociosa. El diccionario compila 94.000 palabras según el flamante diccionario de la Real Academia Española, en tanto una estimación dice que la gente común no usa más de 1.000. Con eso le alcanza. 3) Uno preocupante: la extranjerización del idioma.

Una ola de cursilería lamentable llama a demasiadas cosas por su nombre en inglés. Gimnasio es “gym”, preparador físico exclusivo es “personal trainer”, acentuado como ”pérsonal”. Congelador es “freezer”, disco compacto es “CiDi”, la elección de actores o trabajadores es “casting”, el estacionamiento “parking”, las personas sin techo son “homeless”, los mensajes por correo electrónico “mails”, los agentes inmobiliarios pasaron a ser “brokers” y los bienes raíces “real estate”… En las tiendas ponen “sale” (por oferta) y “off” (por descuento). En las reuniones, en lugar de un recreo o un alto se propone un “break”. Hay cientos de ejemplos.

Computación e Internet son igualmente un campo minado de anglicismos como “mouse”, “pad”, “hardware”, “link”, “desktop”, “laptop”, “enter”, “web”… Sucede que prácticamente todos los inventos y descubrimientos científicos y tecnológicos, las nuevas formas de comunicación y de hacer negocios, provienen del mundo anglosajón, y, si no son de allí, son presentadas de todos modos en inglés. Allá les dan nombre y, en muchos casos, no hay un correlato en español para la palabra nueva de lo que fue creado. No tenemos la capacidad de generar una traducción o somos indolentes.

En el tenis están el “drive”, el “top spin”, el “ace”, el “umpire”, la “net”, el “slice”, el “drop”, en el golf hay “birdie”, “green”, “eagle”, “bogey” y una lluvia de vocablos cuya pronunciación parece otorgar refinamiento, estilo, conocimiento del tema.

En muchos países está impuesto en los colegios decirle a la señorita “miss” y al profesor “mister”. Sin hilar tan fino, en Ecuador, Sucre fue sustituido en los billetes por Franklin. En las redes sociales manda el “postear” en lugar de publicar. Y todos nos tomamos una “selfie” en algún momento.

Lo peor es que esta invasión lingüística es innecesaria, pues hay términos en castellano para cada caso. Y no está orientada desde los Estados Unidos con fines de penetración cultural, no hace falta, los latinoamericanos se invaden solos. Se autocolonializan con placer casi sensual. Lo decimos en fútbol de los delanteros pataduras: se marcan solos.

El Nóbel de la afectación tonta era un programa denominado “The wedding planner” (el planeador de bodas). La primera reflexión al verlo fue: será norteamericano. No, estaba conducido por argentinos en un canal argentino: Utilísima.

Hay, naturalmente, extranjerismos que se imponen y pasan a formar parte de la cultura propia. Es el caso de “wing” en el fútbol. En la Argentina está muy arraigado desde hace unos 120 años y es casi absurdo pedirle a un hincha que diga “alero”, incluso el más aceptado “puntero”. Pero son excepciones muy puntuales.

En fútbol está de moda decir “data” al dato, ”hat-trick” al triplete y ahora se ha agregado un anglicismo más: el “sold out”, para referir que se jugó a estadio lleno, en lugar de decir, justamente, estadio lleno. Un periodista avisa que Bermúdez no está habilitado para jugar porque aún no llegó el “transfer”; o sea, la trasferencia. MVP (Most Valuable Player) en lugar de Jugador Más Valioso. No hacen ninguna falta pues hay un correlato perfecto en cada caso. Por suerte, presión le ha ganado el duelo a “pressing”, que se utilizó por décadas.

Gambeta es genial, pero los británicos no la usan porque ya tienen dribbling, y está bien, ellos siguen con eso. Lastimosamente, Champions le ha ganado por goleada a Liga de Campeones, es más corto, más rápido. En eso, el inglés nos aventaja, es simple y breve, tiene la ventaja de la concisión, que facilita el decir: gift, tweet, sprint, pad, teen, shot…

Pasó en el ’82. Falleció Grace Kelly; la revista “Hola”, de España, tituló en tapa: “Ha muerto Gracia de Mónaco”. Sonaba bastante gracioso. En ese momento pensamos ¿por qué no ponerle Grace, como se la conocía mundialmente? En la patria de Vicente Blasco Ibáñez castellanizan, defienden su patrimonio cultural. Es la explicación de por qué un país que soportó 781 años de ocupación mora, un día logró liberarse. Y mantener inmaculada su identidad, sus costumbres, sus tradiciones, su idioma.

El castellano crece, pero a los empujones, y a pesar de los latinos. Convengamos: nadie puede ordenarle al pueblo cómo hablar. Y, por cierto, las lenguas son dinámicas, permeables, abiertas. No obstante, es nuestra obligación defenderlo de la mediocridad, de la indolencia y de la cursilería, tres enemigos devastadores, pertinaces.

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La clavó al ángulo…

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 6 de enero de 2025 / 00:04

James Rodríguez se convirtió en celebridad en tres segundos, los que mediaron entre que la paró de pecho, la empalmó de zurda y la clavó en el arco uruguayo aquella tarde del 28 de junio de 2014 en Maracaná.

Ya no necesita comillas. Clavar, nacido del ingenio periodístico para graficar la rotundidad de un gol, cuando el delantero remacha al arquero con un tiro potente, es ahora un verbo hecho y derecho, con la oficialidad que da la Real Academia Española.

La RAE le selló el pasaporte: “Meter un gol o una canasta”. Clavar es uno de los 4.074 nuevos términos y expresiones o nuevas acepciones de palabras incluidas con anterioridad, enmiendas a artículos ya existentes y supresiones.

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Consta en el nuevo diccionario de nuestra lengua, tan galana y gustosa que se saborea como una copa de buen vino. La gigantesca obra, con 94.000 palabras, fue presentada en diciembre último.

Clavar tiene origen, como tantos vocablos, en esta parte del agua. Es un americanismo. También fue incorporado diana (gol), pero este es tan español como la paella. “A partir de 2026 vamos a abrir las costuras del diccionario, las entradas se pueden multiplicar e incorporar léxico que no ha figurado nunca, quizá se llegue al doble de las que tenemos ahora”, comentó Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, dándonos esperanzas de que sumen centenares de términos bellísimos y graciosos que nos son familiares, pues han nacido en nuestro continente. De hecho, el académico informó que el objetivo es “intentar aproximarnos a un diccionario completo que tenga términos que han faltado, en especial americanos”.

El fútbol ha sido, desde siempre, un manantial de vocablos y expresiones deliciosas para ilustrar literariamente un partido, un espectáculo. Mario Vargas Llosa, que se enorgullece de pocas cosas como de ser hincha de Universitario y haber jugado en calichines de la ‘U’, hace un extraordinario elogio a los textos balompédicos. “La crítica del fútbol es también una formidable maquinaria creadora de mitos, un espléndido surtidor de irrealidades que alimenta el apetito imaginario de vastas multitudes…”, dice el peruano universal.

El fútbol hablado puede ser mucho más entretenido que el fútbol jugado si se apela a la galanura del castellano mezclada con el encanto de lo popular. Justamente a esto se refiere el Nobel de Arequipa: “Sin temor a exagerar se puede decir que es regla casi general que las páginas deportivas sean las más vitales e imaginativas de diarios y revistas, aquellas en las que el periodista muestra una libertad y una audacia estilística mayores. Lo mismo se puede decir del comentarista radial de fútbol, que, si es bueno, va enriqueciendo con sus palabras aquello que transmite”. (Gracias, Mario, esta ronda la pagamos los cronistas deportivos…)

Hay muchas voces futboleras en el diccionario, aunque, según anuncia Muñoz Machado, es posible que en el nuevo volumen de 2026 aparezcan muchas más, originadas en la chispa tribunera, que brota de la emoción, el entusiasmo o el fastidio que genera un partido. Ya están cancha (extraordinario aporte quechua), remontada, chanfle, hinchada, triplete, campeonar y otras. Pero puede que hagan un ingreso triunfal expresiones que se fueron desparramando por el continente con una familiaridad asombrosa: caño (pasarle la pelota por debajo de las piernas al rival), comba (pegarle con efecto para que la bola doble), rompepiernas (zaguero muy bruto y rudo), gallinear, pechear, arrugar (acorbardarse en un juego importante), tronco, queso, paquete, patadura, malerba, madera (para rotular a un jugador inhábil), flan (para describir a una defensa floja), masita (un remate débil), romperla, gastarla, descoserla (jugar magníficamente), banderazo, aguante (multitudinaria muestra de apoyo de una afición a sus jugadores antes de un duelo crucial), calesitero (el futbolista que da vueltas y no va hacia adelante, no concreta), ratonera (ángulo bajo del arco, junto a un palo).

La preciosísima vacunar es para explicar, con sorna, que un equipo le ganó a otro cuando no se esperaba. “Banfield lo vacunó a Boca”. Pocas hay tan descriptivas y jocosas como picapiedra, referida al jugador sin técnica, áspero, rocoso. Ya que no tiene habilidad, ese tipo de elemento es, por lo general, el encargado de meter, poner, sinónimo de esfuerzo y pierna fuerte y templada. Para graficar a un equipo malo existe entre los hinchas una palabra insuperable: murga. Cuando a un equipo lo dominan ostensiblemente lo están peloteando. Y aquel jugador que destaca en los entrenamientos, pero no en los partidos, donde hay más exigencia, es practiquero. Muchas de estas expresiones grafican a la perfección situaciones de la vida diaria. “En el trabajo, el jefe lo tiene contra los palos”, lo presiona. Para mofarse de un club que quedó en blanco en la temporada, sin conseguir ningún título, ni doblete ni cuatriplete, los hinchas dicen “el nadaplete del Barcelona”. Vaselina es cuando el atacante marca un gol pasando el balón sobre la cabeza del arquero. Pincharla es una acción parecida, pero pegándole suave y bien de abajo al esférico. Un Panenka es hacer eso mismo, pero en un penal, engañando al arquero, amagando disparar fuerte a una punta y en cambio tirar suave y al medio.

La crónica deportiva, sobre todo de los relatores radiales, muchos de ellos fantasiosos e hiperbólicos, pero chispeantes, alimenta este diccionario de la pelota. Y agrega términos, frases y apodos a toda velocidad y según lo determine el juego. Entre el hincha, el periodista, el técnico y los jugadores se va construyendo esta nomenclatura del ingenio.

¿Por qué semejante penetración cultural es obra del fútbol y no del tenis, el basquet, el automovilismo…? Razón primera: su tremenda popularidad y masividad supera a la de todos los demás deportes juntos. Razón dos: el fútbol acriolló su idioma en tanto los demás deportes como tenis, golf, rugby, basquet y otros siguieron conservando la raíz británica de su vocabulario, como drive, smash, top spin, slice, birdie, green, eagle, bogey… Razón tres: el centimil, el espacio que ocupa cada disciplina en los medios; cuando todos los demás deportes llevan una página del diario, el fútbol ocupa cuatro o cinco. Hay mayor familiaridad con sus términos.

Sudamérica, y en especial Argentina, son una fábrica de neologismos futboleros, aunque ninguno como gambeta, la reina de estas figuras literarias. Gambeta pertenece al lunfardo, el idioma paralelo de los argentinos que tuvo su cuna en las clases populares, pero, por figurativo y gracioso, entró de lleno en el vocabulario de todos. Su correlato en español es regate, y en inglés dribbling, pero no tienen el mismo impacto. Gambeta es un italianismo que curiosamente no existe en Italia, viene de gamba, pierna, es un movimiento rápido de piernas para eludir la acción adversaria y seguir con la pelota. Hay gambeta fina (la de Iniesta), gambeta larga (la de Mbappé), gambeta impredecible (la de Maradona). Viene de los comienzos del fútbol. Ya en 1920 Gardel había compuesto “Mano a mano”, tango con letra de Celedonio Flores, y cantaba: “Se dio el juego de remanye / cuando vos, pobre percanta / gambeteabas la pobreza en la casa de pensión / hoy sos toda una bacana, la vida te ríe y canta / los morlacos del otario los tirás a la marchanta / como juega el gato maula con el mísero ratón”.

(05/01/2025)

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