Asad muestra una imagen de serenidad ante el mayor desafío de su reinado
Bashar al Asad, de 47 años, oftalmólogo de formación, que heredó de su padre, Hafez, el cargo de jefe de Estado tras la muerte de su hermano mayor, Basel, ha afirmado en varias ocasiones que no se rendirá y que seguirá en el puesto al menos hasta finales de su mandato, en 2014.
El presidente sirio, Bashar al Asad, quiere dar la imagen de un hombre sereno y determinado en un momento en que se enfrenta al mayor desafío de su reinado, con una posible intervención militar extranjera en su país.
«En el palacio presidencial, todo está tranquilo este miércoles y el trabajo se desarrolla normalmente. No hay ninguna muestra de nerviosismo. Lo mismo ocurre con el Estado Mayor. Luchará hasta el final», afirmó a la AFP un empresario sirio en contacto con los círculos dirigentes del país.
«El presidente continúa normalmente con sus actividades y recibe a sus consejeros. No veréis en él la menor señal de cansancio, de fatiga o de estrés. Quiere mostrar que controla la situación», añadió.
Bashar al Asad, de 47 años, oftalmólogo de formación, que heredó de su padre, Hafez, el cargo de jefe de Estado tras la muerte de su hermano mayor, Basel, ha afirmado en varias ocasiones que no se rendirá y que seguirá en el puesto al menos hasta finales de su mandato, en 2014.
Según un diplomático europeo que se mueve entre Beirut y Damasco, «el presidente asegura a sus interlocutores que es inocente de las acusaciones presentadas en su contra», en referencia al ataque con armas químicas del 21 de agosto cerca de Damasco del que se acusa a las tropas del régimen.
Para él, «las amenazas de ataques occidentales son la prueba de que se trata de un complot internacional tramado por Israel».
El diplomático añade que Asad «va a apelar a la fibra nacionalista y gregaria insistiendo en la ‘agresión’ de Occidente en contra del mundo árabe y presentándose como una víctima».
Ante lo que empezó como una revuelta pacífica en marzo de 2011 siguiendo el modelo de la primavera arabe, el que tenía fama de «modernista» optó sin que le temblara el pulso por una represión sangrienta, antes de anunciar unas reformas que no convencieron a nadie.